LÉ. ¿Hay un proceso de reorganización de la derecha en América Latina? AB. La derecha ante las amenazas que plantean un mayor o menor grado de radicalidad de diversos gobiernos de América Latina, y especialmente los de Venezuela, Bolivia y Ecuador, evidentemente no está con las manos cruzadas, a la espera del veredicto de las […]
LÉ. ¿Hay un proceso de reorganización de la derecha en América Latina?
AB. La derecha ante las amenazas que plantean un mayor o menor grado de radicalidad de diversos gobiernos de América Latina, y especialmente los de Venezuela, Bolivia y Ecuador, evidentemente no está con las manos cruzadas, a la espera del veredicto de las urnas. La derecha, a diferencia de la izquierda, está en permanente actitud de guardia, de movilización, altamente organizada y siempre plantea su lucha en todos los escenarios y no solo el electoral.
Creo que una de las debilidades de la izquierda es que una vez que abandonó la vía insurreccional, hizo una apuesta muy fuerte, casi excluyente, de hacer política dentro de los márgenes estrechos de la institucionalidad burguesa y eso le resta mucha fuerza.
LÉ. ¿Y es una recuperación estratégica?
AB. Que la derecha esté ahora recuperando un cierto protagonismo en países como Venezuela, Ecuador, Bolivia y Argentina está marcando el hecho de que ve amenazas potenciales y ellos no conceden absolutamente nada y están tratando de reorganizarse. La duda es si esa reorganización puede tener éxito ante una respuesta muy eficaz de la izquierda de movilizar a los sectores sociales que representa, encuadrarlos en una estructura flexible, democrática, y salir a disputar con la derecha todos los terrenos, que van desde el parlamentario, en la calle, en los medios de comunicación, en lo ideológico y otros.
Lo que veo con preocupación es que ante ese renacimiento de la derecha, que tampoco hay que exagerar en términos absolutos, aunque en Bolivia y Venezuela es mucho más fuerte, la respuesta en Bolivia se ha dejado esperar. Hay que salir a ganar la calle nuevamente. Proyectos de cambio como los que están en marcha en Bolivia, Venezuela y Ecuador no se pueden sostener solamente por la vía de los mecanismos institucionales. Quedarse recluidos en esos ámbitos es la mejor garantía de que la derecha logrará un triunfo y que además cuenta con el accionar abierto de la embajada de los Estados Unidos.
LÉ. ¿Movilización social para evitar que el péndulo vaya a la derecha?
AB. Eso es definitivo. Un gobierno de izquierda no controla la gran riqueza del país y porque no la controla es que ha sido promovido por las masas populares a conducir el Estado. La izquierda no controla los grandes medios de comunicación de masas, las universidades y la industria. El único respaldo que tiene un gobierno de izquierda es la capacidad de atraer el activismo y el entusiasmo de las masas. Ese es un principio tan viejo como 500 años atrás. Maquiavelo lo formuló al decir que el príncipe tiene dos alternativas: o se apoya en los grandes, en los magnates, o se apoya en el pueblo, y que si se apoya en los primeros su suerte está echada ya que para los magnates cualquier gobierno, incluso el que lo sirve, siempre es visto como un intruso. En cambio, si se apoya en el pueblo, éste lo considera como su representante genuino y siempre va a tener una lealtad permanente hacia ese gobierno.
Entonces, la alternativa es muy clara para los gobiernos de izquierda en la región: o se apoyan en el pueblo y toman los recursos necesarios para la lucha política o simplemente quedan maniatados y atados, imposibilitados de hacer cualquier cambio profundo.
LÉ. ¿Con lo señalado, no está en duda entonces la posibilidad de hacer cambios a través de ámbitos legales burgueses?, ¿No es una ilusión de tránsito al socialismo en esas condiciones?
AB. Yo creo que definitivamente es una ilusión si uno se queda encerrado dentro de los moldes que demarcan las reglas de juego de la democracia burguesa. Como estudioso de la democracia burguesa puede decir que ésta organiza de tal manera el proceso político como para hacer posible la permanente victoria de las clases dominantes, aunque en una determinada coyuntura puede haber un pequeño resquicio donde se puede hacer avanzar alguna conquista o causa popular.
LÉ. ¿Ante eso qué puede hacer un gobierno de izquierda?
AB. Lo que tiene que hacer un gobierno de izquierda es expandir los límites de la democracia burguesa hasta transformarla cualitativamente en una de democracia genuina. La democracia burguesa no es democracia porque organiza el juego de tal manera que solo pueden triunfar las clases dominantes. Entonces, eso se cambia democratizando la democracia a través de la más intensa participación popular, no solo en las instituciones que la burguesía define como públicas sino incluso en aquellas que el derecho burgués define como privadas, por ejemplo el mundo de los medios de comunicación, el campo intelectual, la vida pública en general. Ahora, eso supone un gran esfuerzo de organización y de movilización.
La izquierda solo tiene dos armas que ya fueron planteadas con toda claridad en los textos clásicos del marxismo, sobre todo en Lenin, que lamentablemente mucha izquierda de América Latina da por muerto, pero que convendría utilizar la misma expresión que Marx utilizó en relación a Hegel cuando hace un rescate al decir que «cuando mucho de mis contemporáneos se vanaglorian de considerar a Hegel como un perro muerto, yo lo considero como gran filósofo». Bueno, en el caso de Lenin, su aporte es aquel que corrientes románticas e ingenuas políticamente de la izquierda no se dan cuenta que la única arma que tienen hoy en día un gobierno popular para consolidarse es la organización del campo popular y el trabajo de concientización. Sin organización y sin conciencia no tenemos futuro.
La burguesía está muy bien organizada, dispone de todos los recursos y tiene una claridad ideológica absoluta pues sabe muy bien lo que tiene que defender y quién es el enemigo. En cambio la izquierda tiene una estructura organizativa muy endeble, fragmentada y al mismo tiempo un bajo nivel de conciencia. Por lo tanto, un gobierno popular puede hacer mucho de eso si aprovecha el hecho de que se ha encaramado a la estructura de gobierno, que es una parte del poder social, y desde esa parte hacer una expansión de la movilización y la organización de las clases populares para tomar el poder. Si un gobierno popular no estimula eso, está cavando su propia fosa.
LÉ. ¿Están concientes de ese riesgo los gobiernos de América Latina?
AB. Yo tengo algunas dudas, no estoy muy seguro de que tengan conciencia, pero si no la tienen van a enfrentar graves problemas a futuro, aunque hay que apuntar que los procesos tienen características distintas en Venezuela, Ecuador y Bolivia. En los dos últimos países noto que ha habido una especie de distanciamiento de los presidentes en relación a esa problemática, tal vez atraídos por el espejismo que desde el gobierno se puede hacer mucho y esa es una peligrosa ilusión. Las experiencias son grandes: a Chávez les costó dos años, con un grado de poder en sus manos muy superior al que tiene Evo y Correa, para lograr que Telesur sea transmitido por canal abierto. Las trabas eran de la burocracia estatal y del Poder Judicial que en ese país está controlado por las clases dominantes. Imagínate de las trabas que tienen Evo Morales en Bolivia y Correa en Ecuador. Hay que despejar la idea, propia del pensamiento liberal burgués, de que aquel que llega al gobierno dispone del poder social, esa es una premisa equivocada. La construcción del poder pasa por organizar, movilizar y generar conciencia.
Creo que se está a tiempo de enderezar el rumbo y evitar lo que podría ser una frustración de estos vientos de cambio que las poblaciones de Bolivia y Ecuador votaron con tanto entusiasmo.
LÉ. ¿Cómo se ve el proceso del referéndum revocatorio?
AB. No hay mucha información fidedigna por lo sesgado de la prensa internacional. Pensamos en Argentina que el Presidentes y los prefectos iban a ir al referéndum, pero ignorábamos que habían algunas trampas jurídicas propias de esa institucionalidad burguesa que pueden llegar a frustrar ese proyecto.
LÉ. ¿Qué hacer ante eso?
AB. Pienso que hay que forzar la máquina. El gobierno de Evo debe pasar a la ofensiva, hacer una convocatoria muy fuerte al pueblo y creo que si le frustran el referéndum revocatorio, la respuesta debe ser salir al balcón del Palacio y convocar al pueblo para avanzar. A partir de una gran convocatoria popular torcer la mano de la derecha, hacer el revocatorio y ganarlo.
Una política conciliatoria con esos poderes desgastará las posibilidades del presidente Morales de llevar adelante las transformaciones.
LÉ ¿Y si sale victorioso del revocatorio?
AB. Debe apelar igualmente a la movilización del pueblo para pasar a la delantera. Fíjate que la calle sigue siendo un elemento fundamental en la vida política, aún en las democracias. La experiencia argentina reciente, cuando la presidente Cristina Fernández tuvo que resignarse a la aprobación de una ley, demuestra que hay que ganar la calle para ganar en la institucionalidad. Los sectores agrarios ganaron la calle, derrotaron al peronismo en las calles y luego en el Senado. La calle sigue teniendo un peso decisivo y creo que un gobierno popular que tiene la capacidad de ganar la calle, como es el caso de Evo Morales, no puede jamás renunciar a ese factor de poder y por el contrario estar en un ejercicio permanente de movilización, organización y concientización. De lo contrario la institucionalidad burguesa lo va a atrapar en su telaraña y sería el peor desenlace para un gobierno que ha despertado tantas expectativas.
LÉ. ¿Para superar el neoliberalismo?
AB. Nadie quiere que Evo continué para administrar la crisis del neoliberalismo, sino porque es un hombre que vio la luz al final del túnel y ha generado una gran esperanza en mucha gente fuera de Bolivia. Es un hombre honesto que está con el corazón en el lado correcto, pero debe pasar a la ofensiva.
Evo debe hacer una revalorización de todo aquello que lo impulsó a la Presidencia de Bolivia. No fueron los medios de comunicación los que lo llevaron a la victoria, sino esta enorme oleada popular que derrotó primero a Gonzalo Sánchez de Lozada, después a Mesa y que hizo inevitable el triunfo del MAS. Hay que volver a esas fuentes y reavivar ese entusiasmo, movilizar a la población y a partir de eso superar la institucionalidad burguesa.