Dice un filósofo que todos los «¿Cómo estás?» que se escuchan a diario, significan una especie de termómetro para medir la temperatura de la sociedad enferma en la que actualmente vivimos. En realidad, estamos inmersos en una descomunal crisis de valores, en una decadencia de la cultura en donde impera la pobreza espiritual en todos […]
Dice un filósofo que todos los «¿Cómo estás?» que se escuchan a diario, significan una especie de termómetro para medir la temperatura de la sociedad enferma en la que actualmente vivimos. En realidad, estamos inmersos en una descomunal crisis de valores, en una decadencia de la cultura en donde impera la pobreza espiritual en todos los sentidos: humana, literaria, social, económica, filosófica y política. ¿A quién le conviene esta apatía por temas o áreas de la vida que en verdad merecen la pena prestarle la atención requerida? ¿Quién se preocupa seriamente por la historia, la humanización, la filosofía, por cambiar el sistema judicial, por el arte, la literatura o por «lo político»?
Decía Henry Ford que la historia no era necesaria conocerla, por lo que deberían de preocuparse es por el futuro. Claro, a la clase dominante nacional y transnacional le conviene tener a un pueblo que no sepa de su pasado, porque quien desconoce su pasado está condenado a seguir sufriendo su deplorable presente. A su vez, el hecho de difundir la falsa idea que la filosofía es una materia vetusta porque los antiguos griegos ya se ocuparon de eso y que la literatura es para «ociosos»; pensar eso es una tremenda contravención y un insulto a la inteligencia. Además, para la clase política -más que todo la tradicional- hay que participar en «la política» -en el sentido electorero- pero como un simple acto de civismo o desfigurado patriotismo. Para algunos hay que participar en «la política» pero no en «lo político». Es decir, hay que hacer política pero no pensando políticamente.
El Comité Invisible -una agrupación de intelectuales franceses-, en un artículo de nombre La Insurrección que Llega, afirman que aquellos que todavía votan dan la impresión de no tener otra intención que la de hacer saltar las urnas a fuerza de votar como pura protesta. Se comienza a adivinar que es contra el voto mismo por lo que se continúa votando. Obviamente la clase política tradicional ha conducido y encajonado a la gente hacia un pensamiento equivocado del verdadero significado e importancia de «lo político».
Y se continúa leyendo en el citado artículo: «Toda esta serie de golpes nocturnos, de ataques anónimos, de destrucciones sin rodeos han tenido el mérito de abrir al máximo la grieta entre la política y lo político. Nadie puede honestamente negar la carga evidente de este asalto que no formula ninguna reivindicación, ningún otro mensaje más que la amenaza; que no había que hacer la política. Hay que estar ciego para no ver lo que hay de puramente político en esta resuelta negación de la política». Por supuesto que a las cúpulas de ciertos partidos políticos les conviene que uno participe en la política pero sin inmiscuirse bajo ninguna circunstancia en lo político, porque esto último es menester exclusivamente de los dioses, de los grandes legos dirigentes políticos.
Es entonces cuando en el sistema podrido de partidos políticos sistémicos, el cogito ergo sum -el pienso, luego existo de René Descartes- se transforma dentro del sistema de la partidocracia salvadoreña en un «pienso, luego estorbo». «Para qué leer si todo está en la mente», «escribir es cosa de locos» y «no tenemos intelectuales dentro del partido, ni los queremos tener»; estas son las frases que se escuchan en nuestro sistema de partidos. ¿Hay que destruir los partidos políticos existentes? No, no es necesario. De lo que se trataría en este caso es de transformarlos urgentemente. Gritarles desde la lejanía es simplemente una dulce sinfonía para sus oídos.
A la clase dominante y, particularmente al imperio norteamericano, lo que le importa es que el ser humano participe en la política pero no en lo político. Por ello es que desmontaron, destruyeron, persiguieron y controlaron los sindicatos y algunos movimientos políticos y sociales, bajo la infame argumentación de preservar la «gobernabilidad». Pero, ¿qué significa en sí la «gobernabilidad» para la clase hegemónica nacional y para el imperio? Manuel Freytas sostiene que la «gobernabilidad» (el control por vía militar o política) es la instancia básica que el capitalismo necesita para depredar el planeta, generar mano de obra esclava, y apoderarse de la riqueza mundial (PBI) arrojando sólo migajas a las mayorías productoras de esa riqueza a escala social. En el sistema, los militares (la «dictadura») y los políticos (la «democracia»), en distintas escalas, son gerenciadores de control político y social para preservar la «gobernabilidad». Este es el quid del asunto, el por qué del bloqueo para que la gente no ingrese en el ámbito de lo político.
Los movimientos populares y sociales son controlados de diversas formas. A la policía hay que «darle parte» de una manifestación callejera para que controle ese tipo de expresiones populares; luego se sumará el ejército ante la «incapacidad» de los primeros. Esta es una forma de reprimir y controlar los movimientos sociales. A éstos sí le teme el bloque de poder económico, no así a los partidos políticos, porque estos deben ceder su cuota para la «gobernabilidad». Y en esa cesión en las negociaciones para mantener la «gobernabilidad» se arrastra y entregan ciertas conquistas de la clase trabajadora y sin consultarle siquiera a éstas, lo cual significa una clara transgresión a la voluntad popular.
Los sindicatos fueron desmontados porque en verdad sí eran una amenaza para los intereses de la clase hegemónica dominante. Los partidos políticos hoy en día no representan ningún tipo de amenaza porque son parte del sistema en el cual hay que aportar una cuota para la «gobernabilidad». Sin duda alguna a Karl Marx esta actitud de algunos partidos de «izquierda» en América Latina le produciría vértigo y náuseas; y principalmente los de Europa, porque a fuerza de ser sinceros algunos partidos y gobiernos de izquierda en América Latina representan la vanguardia del verdadero socialismo científico fundado por Marx. Por su parte, los movimientos sociales se han convertido en la retaguardia de la izquierda. Ellos chocan con los gendarmes del poder económico, le marcan el camino a los partidos de izquierda en el gobierno, apoyándolos o derrumbándolos cuando no llenan las expectativas populares.
Marx no solamente fue un teórico o «revolucionario de cafetín», él se amarraba a las masas, al movimiento obrero. Encontró ocasión de fundar en Bruselas en 1847 una Asociación de obreros alemanes, con lo que entró en el terreno de la agitación práctica. Federico Engels señala que Marx fustigó al Gobierno prusiano, y ello provocó que maquinaran la expulsión de Marx, pero en vano. Mas, cuando la revolución de Febrero provocó también en Bruselas movimientos populares y parecía ser inminente en Bélgica una revolución, el Gobierno belga detuvo a Marx sin contemplaciones y lo expulsó. Entretanto, el gobierno provisional de Francia, por mediación de Flocon, le había invitado a reintegrarse a París, invitación que aceptó.
Luego en Francia, se enfrentó ante todo con el barullo creado entre los alemanes allí residentes, por el plan de organizar a los obreros alemanes de Francia en legiones armadas, para introducir con ellas en Alemania la revolución y la república. A revolucionarios como Marx es a los que le temen las oligarquías y el imperio. En El Salvador, tenemos réplicas de Marx; revolucionarios y ejemplos a seguir como Miguel Mármol, Farabundo Martí, Salvador Cayetano Carpio -Comandante Marcial-, Schafik Handal y el mismo Monseñor Óscar Arnulfo Romero, quien recorrió y vivió su Gólgota y martirio por la justicia social.
La desvaloración de «lo político», de la filosofía, de la historia y del arte es un mecanismo que usa la derecha. Como lo he sostenido en varios artículos, lo que impera es el tener antes que el ser. Eso conlleva a que vivamos en una sociedad en donde reina la trivialización de asuntos que le deberían de interesar a la población en general, la cual debe entremeterse en «lo político», porque al fin y al cabo un presidente llega y se va; al igual que los partidos políticos, son como las grandes «burbujas» en el tema de la especulación financiera: tarde o temprano estallan.
*El autor es de El Salvador, América Central. Es escritor, analista político y Licenciado en Derecho. Su blog: http://alimontoyaopinion.
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