Brasil es conocido por su riqueza cultural, especialmente en la música popular, pero son pocos los brasileños con acceso efectivo al arte y al entretenimiento de calidad. La aparente contradicción obedece a la desigualdad social dominante en este país. Un diagnóstico de la realidad cultural, y las políticas desarrolladas para fomentar un mayor acceso fueron […]
Brasil es conocido por su riqueza cultural, especialmente en la música popular, pero son pocos los brasileños con acceso efectivo al arte y al entretenimiento de calidad. La aparente contradicción obedece a la desigualdad social dominante en este país.
Un diagnóstico de la realidad cultural, y las políticas desarrolladas para fomentar un mayor acceso fueron los temas que trató el ministro de Cultura, Juca Ferreira, en una rueda de prensa celebrada con corresponsales extranjeros en Río de Janeiro este jueves.
Con excepción de la televisión abierta, ninguna actividad cultural incorpora a su disfrute a más de 20 por ciento de la población nacional, destacó Ferreira, quien sucedió al cantautor Gilberto Gil en el cargo de ministro en 2009, tras seis años como segundo en la cartera.
A los museos solo concurren cerca de cinco por ciento de los brasileños, y compra libros nada más que 17 por ciento de la población nacional, que asciende a 192 millones de personas, según las cifras oficiales.
Sólo 13 por ciento frecuentan el cine por lo menos una vez al mes, entre otras razones porque 92 por ciento de los 5.560 municipios del territorio no disponen siquiera de una sala cinematográfica o teatral.
En parte por eso, Brasil ya produce cerca de 100 largometrajes al año, pero con escasa taquilla.
Esas cifras, explicó el ministro, son de conocimiento reciente, porque antes la cultura estaba excluida de las estadísticas oficiales, y el área económica del gobierno no la consideraba relevante como actividad de creación de riqueza.
En medio de ese desconocimiento, y de un fomento sin parámetros ni criterios, 80 por ciento de los recursos de apoyo oficial a la cultura se concentran en los sureños estados de Río de Janeiro y São Paulo, los más ricos del país.
El mismo porcentaje de esos estímulos resultan de exenciones tributarias, un mecanismo por el cual las empresas deciden a qué proyecto destinar el dinero que gastarían en impuestos.
Las distorsiones provocadas por la Ley Sergio Rouanet, que lleva el nombre de un ex ministro y está vigente desde 1991, no son sólo territoriales y en beneficio de las ciudades más ricas. Más de mitad de los financiamientos que generó en 19 años fueron a manos de tres por ciento de los productores, destacó el ministro.
La concentración de la riqueza se reproduce en el sector cultural, porque a una empresa sólo le interesa aplicar recursos a actividades en las que su publicidad presente alguna rentabilidad, nunca en el interior pobre, como un parque arqueológico de Piauí, uno de los estados más desposeídos del Nordeste, ejemplificó.
Por eso, el ministerio acaba de proponer una nueva ley para cambiar los criterios del incentivo cultural, además de otras medidas, como la creación del «Vale Cultura», una subvención a las capas más pobres para que puedan frecuentar el teatro y el cine y comprar libros.
Un diagnóstico amplio y propuestas de cambios emergieron de la primera Conferencia Nacional de Cultura, un proceso de gran participación popular que promueve el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva en varios sectores, como la salud, el género, los derechos humanos y la comunicación.
En marzo tendrá lugar la segunda conferencia, que culminará más de 3.000 conferencias locales, estaduales y sectoriales realizadas desde el año pasado, con el fin de sintetizar «una reflexión sobre la situación de la cultura en Brasil, el papel del Estado, el fomento y el financiamiento de sus actividades», anunció el ministro.
«No creemos en las políticas públicas de gabinete», afirmó Ferreira para justificar ese proceso participativo y los cambios impulsados por su ministerio en los últimos siete años.
Una iniciativa que refleja las orientaciones de la actual gestión son los Puntos de Cultura, que conceden una pequeña ayuda financiera para ampliar las acciones ya desarrolladas por organizaciones de las más variadas actividades artísticas y culturales a lo largo del país, reconociendo que «la sociedad es la que hace cultura».
Ya hay unos 2.500 Puntos de Cultura en el país, incluyendo los fomentados por la cartera y por los gobiernos estaduales, en procesos de licitación pública abiertos a todos y basados en el criterio del aporte cultural de cada proyecto, según el ministro.
La actividad cultural equivale a cinco por ciento del producto interno bruto y aporta seis por ciento del empleo formal, según datos muy incompletos de los recientes censos nacionales que trataron de cuantificar la participación de este sector en la economía nacional, superior a la de rubros tradicionales que reciben más incentivos, destacó Ferreira.
Pero la cultura sufre «una invisibilidad cruel» en la economía, y expandir su consumo es «responsabilidad del artista y de su empresario», advirtió el funcionario. Sólo ahora empieza a conquistar financiación del estatal Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social, agregó.
La cultura es «una necesidad básica del ciudadano, por tanto un derecho» de todos, afirmó el ministro, señalando sus planes de ir más allá del «proselitismo» de los años pasados, para mostrar la importancia «estratégica» del sector.
El presupuesto de la cartera para este año es de 2.232 millones de reales (unos 1.250 millones de dólares), siete veces superior al de 2003, cuando el actual gobierno daba sus primeros pasos.
Una meta, según Ferreira, es cuadruplicar la cantidad de salas de exhibición de cine, permitiendo la asistencia de las capas medias y pobres del interior de esta extensa nación sudamericana.
Fuente original: http://ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=94610