Conocemos de sobra la situación que a diario nos ahoga, que hace que nos veamos forzadas a aceptar sueldos todavía más bajos, donde la discriminación laboral y social es el pan de cada día para una amplia parte de la población. Y es en este contexto que las mujeres migradas vuelven a ser el punto […]
Conocemos de sobra la situación que a diario nos ahoga, que hace que nos veamos forzadas a aceptar sueldos todavía más bajos, donde la discriminación laboral y social es el pan de cada día para una amplia parte de la población. Y es en este contexto que las mujeres migradas vuelven a ser el punto de mira de políticos y medios de comunicación que impulsan, primero a nivel municipal y ahora a nivel autonómico gracias al cambio de color del gobierno en Catalunya, las legislaciones que prohiben el uso público del burka y el nikab.
Desconocemos la existencia de estudios que reflejen, de manera rigurosa, la generalización entre la población migrada del uso de estos elementos de vestimenta. Lo que es innegable es que a raíz de las políticas de migración y reagrupamiento familiar aplicadas han aparecido las segundas y terceras generaciones. Y teniendo en cuenta que más del 50% es femenina, no resulta tan extraño que haya aumentado la posibilidad de ver mujeres con velo.
La reactivación de esta polémica no supone el reflejo de un problema real, sino más bien el ataque a lo que es una religión migrada, y como tal, atacada bajo argumentos racistas. No obstante, estos son argumentos que los gobiernos no se pueden permitir señalar públicamente como prioritarios sin que flote en el ambiente un cierto tufo a neofascismo. Los ejes que la clase dirigente ha buscado para vehicular el debate público son muy diferentes. Han optado por levantar la bandera de la seguridad, la liberación de las mujeres y la laicidad, puesto que, «pobres», son las que no tienen ningún tipo de valor o capacidad de autogestionarse y hace falta que se las tutorice.
Mencionar brevemente que la iglesia católica recibe subvenciones públicas, que se sienta a negociar con la patronal y los sindicatos las festividades del calendario laboral, y que durante una semana completa (que curiosamente coincide con la pasión, muerto y resurrección del que denominan Jesucristo) tiene permiso para invadir y ocupar espacios públicos con manifestaciones y una amplia gama de bestiario propio. Todo esto nos muestra el papel que juega como clase dirigente y la concepción que tiene esta última de la aconfesionalidad.
Resulta igualmente curiosa la idea que se tiene de liberación mediante la prohibición y la negación de recursos sociales por razones estéticas. ¿No sería más lógico facilitar el acceso a estos servicios y la reguralización si realmente se buscara contribuir a eliminar la marginación y opresión que sufre este sector, en tanto que mujeres e inmigrantes?
Izquierda y movimiento
Igual de peligroso resulta que dentro del movimiento feminista y la izquierda social y radical se defiendan estos planteamientos de marginación. Y es grave porque supone la asunción del axioma velo es igual a opresión. Se obvia, por un lado, a todas las mujeres que lo lucen como elemento identitario y de resistencia ante el imperialismo que sufren en sus lugares de origen y, por el otro, el hecho de estar reproduciendo los discursos potenciados desde el 11-S, de islam igual a población migrada, igual a terrorismo, y que con estas legislaciones se reconfigura como mujeres con velo igual a terrorismo. Asimismo, es aun más grave el olvido de que es mediante la autoemancipación de las mismas mujeres como conseguiremos superar la opresión que sufrimos, discurso que en el plano teórico estos sectores comparten pero que con su práctica evidencian graves contradicciones teñidas de conductas paternalistas que debemos eliminar.
En las revueltas y revoluciones en el mundo árabe de las que hemos sido testigas y testigos recientemente, a pesar del esfuerzo de la clase dirigente y los medios de comunicación por invisibilizarlas, las mujeres han jugado un papel fundamental. Han salido en masa a las concentraciones, manifestaciones y barricadas con pañuelo y sin él. Mientras en Túnez lo reincorporan a la vestimenta después de años de prohibición, en Libia algunas optan por mostrar el pelo. Dándonos una lección de todas y cada una de ellas en la propia conciencia de la capacidad de decisión y acción, tejiendo y configurando activamente las redes de gestión de las situaciones post-revolucionarias, obligándonos a recordar el papel que hemos jugado históricamente como sujetas revolucionarias y que el sistema se ha encargado de borrar de la memoria colectiva.
La solidaridad con las luchas de las mujeres trabajadoras y migradas, tanto en occidente como oriente, es la única manera de destruir los discursos racistas, reforzar la lucha de clases contra la opresión del sistema capitalista, superando así todas las contradicciones expuestas y recuperando la que debería de ser consigna de máxima actualidad: sin las mujeres no hay revolución.
Neus Roca es militante de En lluita / En lucha.
Fuente http://enlucha.org/site/?q=
[VERISÓ EN CATALÀ: http://www.enlluita.org/site/?