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Multitud y casta

Fuentes: Rebelión

Los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI están dominados en términos académicos por cuatro conceptos-estrella: la sociedad del riesgo del recientemente fallecido Ulrich Beck, la sociedad líquida de Zygmunt Bauman, la multitud de Antonio Negri y Michael Hardt y el cualquierismo de Jacques Rancière.  Son intentos por fijar en categorías de […]

Los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI están dominados en términos académicos por cuatro conceptos-estrella: la sociedad del riesgo del recientemente fallecido Ulrich Beck, la sociedad líquida de Zygmunt Bauman, la multitud de Antonio Negri y Michael Hardt y el cualquierismo de Jacques Rancière. 

Son intentos por fijar en categorías de riguroso estreno la nueva sociedad nacida del neoliberalismo y de la globalización económica y virtual del mundo. Se procura sortear el marxismo para llegar a razonamientos que expliquen o den cuenta más o menos exacta de los cambios operados por el sistema capitalista desde que no tiene un adversario político e ideológico sólido que le haga frente como modelo alternativo de lucha y de oposición cotidiana.

Los trabajos de Beck y Bauman se mueven en el terreno sociológico, recogiendo datos de la nueva realidad emergente y otorgando nombres propios a las relaciones sociales existentes. Negri, Hardt y Rancière, por su parte, pretenden exprimir esa misma realidad para extraer sus potencialidades políticas en aras de una acción consecuente de izquierdas.

Lo cierto es que siguiendo de alguna manera la tesis posmoderna de que ya no existen relatos históricos colectivos ni sujetos revolucionarios de referencia hay que vivir la realidad desde presupuestos prácticos, haciendo de la necesidad virtud al abrir hueco a la performance política instantánea y espontánea (Rancière) al tiempo que se convierte en sujeto no sujeto (abierto e imprevisible) a una heterogénea multitud que solo quiere ser siendo lo que debe ser, sin destino histórico ni argumentos dialécticos elaborados en el devenir sociopolítico (Negri).

Ninguno de los autores citados pone énfasis en la relación capital-trabajo. La plusvalía parece que ha pasado de moda. Tienen razón en parte: la clase obrera o trabajadora ya no es capaz de reconocerse a sí misma como un sujeto con empaque suficiente para reivindicar un programa político coherente, histórico y colectivo. La realidad nos dice, tal vez al no rascar más allá de la superficie, que la multitud solo desea adquirir unas habilidades o destrezas instrumentales básicas, aprender idiomas, conocer mundo y consumir sin límites.

Nadie pretende asegurarse el futuro, con sobrevivir intensamente en el presente ya es bastante. Nadie quiere realizar el esfuerzo de detectar las razones ideológicas que sustentan y dan sentido al sistema de producción de mercancías y subjetividades del régimen capitalista. Vivimos en una época en que las carencias inmediatas son relatos añejos de generaciones pretéritas. Hoy, lo importante es no caer en el agujero negro de los excedentes: pobres, inmigrantes, terroristas, apátridas y segmentos de población similares.

El enemigo número uno de la multitud es el otro y la marginación. El sistema es el que es y a él nos debemos en última instancia. La revolución resulta imposible e innecesaria. La clase trabajadora participa de estas ideas por activa o por pasiva, formando parte de su ideología vicaria de manera silenciosa.

Bien es cierto que la multitud tanto es todo como nada. No está configurada por ideas comunes ni por experiencias compartidas. Se mueve a impulsos, a gritos locales, siendo, en definitiva, emociones instantáneas que se actualizan en momentos concretos como rechazo a situaciones puntuales. Su fuerza se agota en el impulso de aquí y ahora.

Sin embargo, desde hace tiempo han surgido movimientos que quieren dotar de estructura organizativa estable a esas emociones y sentimientos protagonizados por cualquieras anónimos ante la desidia y falta de reflejos de las izquierdas parlamentarias clásicas, partidos radicales y sindicatos. Son ejemplos de lo que reseñamos, el 15M, los distintos occupys internacionales, el movimiento electoral italiano 5 estrellas, Syriza en Grecia y Podemos en España.

Todas esas iniciativas surgieron de la multitud desencantada y en muchos casos apolítica. El grito público unía voluntades. Proliferaron eslóganes creativos contra los de arriba, que más tarde convirtieron en casta. La multitud ya tenía enemigo y adversario hacia donde dirigir sus iras: la casta. Multitud versus casta es el nuevo paradigma político.

El sistema capitalista, no obstante, continúa escondido y plenamente activo dentro de la superestructura cultural e ideológica y, por supuesto, en el ser intrínseco de la economía. Da la sensación de que la izquierda abandona su proyecto tradicional de cambio profundo de la sociedad capitalista al haberse encontrado con una situación sobrevenida en que no existe un sujeto colectivo al que tomar como referencia. La multitud frente a la casta es el efecto placebo que se toma de partida para sortear las dificultades técnicas que ofrece la realidad social y política de nuestros días.

Esa fuga hacia adelante (alguien podría decir hacia ninguna parte) adolece de criterios sólidos y fundamentos coherentes por una sociedad de nuevo cuño, solidaria, equitativa y justa. Lo lógico es que la dinámica capitalista convierta en casta a los nuevos próceres que se postulan en la actualidad. La capacidad del capitalismo para fagocitar o hacer suyas tendencias, modas o culturas undergrounds surgidas en las últimas décadas es proverbial.

Es verdad que transitamos por sociedades con pocos puntos de conexión entre las individualidades que pueblan la vida cotidiana. Cierto es que la precariedad social añade riesgos vitales muy serios al devenir diario. Más que líquidas, las relaciones interpersonales se han convertido en gaseosas o de combustión rápida. Si miramos la realidad, somos multitud los que nos abalanzamos como posesos al consumo compulsivo. Riadas de multitudes surgen por doquier: ante un espectáculo, durante las vacaciones en carretera, hacia un centro de ocio…

¡Qué fácil es controlar a una multitud sedienta de emociones inmediatas! La contrapartida a esa categoría amorfa es el cualquierismo, el grito pelado y circunstancial en plena calle, la política transformada en performance permanente.

Multitud y casta son conceptos, antagónicos en apariencia, que se necesitan mutuamente para revalorizar las gastadas categorías capitalistas de libertad estética a cualquier precio. No da la sensación de tener entidad suficiente la multitud para ser agente consciente y activo de su propio destino. Las nuevas vanguardias autorreferentes bien pudieran ser las castas del futuro. Del mayo del 68 francés nacieron excelentes dirigentes y gestores del capitalismo de fines del siglo XX que renegaron de sus ideas rebeldes en cuanto fueron cooptados al olimpo mediático del sistema. ¿Se repetirá la misma historia o bien viviremos una catarsis colectiva hacia la tercera guerra mundial o hacia una globalidad más justa y humanizada?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.