Sergio tenía 15 años, trepó por un edificio bombardeado y se sentó en lo alto de las ruinas. «Había tanta gente que no se podía avanzar por la plaza – recuerda-… Subí a los escombros para ver bien la gasolinera». Sergio tenía motivos para querer verla bien. Nueve meses antes, su padre – Libero Temolo- […]
Sergio tenía 15 años, trepó por un edificio bombardeado y se sentó en lo alto de las ruinas. «Había tanta gente que no se podía avanzar por la plaza – recuerda-… Subí a los escombros para ver bien la gasolinera».
Sergio tenía motivos para querer verla bien. Nueve meses antes, su padre – Libero Temolo- fue fusilado con otros antifascistas frente a esa misma gasolinera, y ahora – 29 de abril de 1945- los cadáveres de Benito Mussolini y su amante, Claretta Petacci, colgaban cabeza abajo del mismo distribuidor de la Standard Oil.
Ejecutados el día anterior por los partisanos, esos cuerpos fascistas eran exhibidos en Piazzale Loreto porque allí mismo fueron ejecutados y expuestos meses antes los cuerpos antifascistas: porque en este desangelado cruce desembocan las grandes arterias que llevan a las grandes fábricas de Milán. Para que todos lo vieran.
La reacción de las masas milanesas no tuvo excesiva finezza.Una mujer se meó en la cara del Duce.
Las patadas de la gente acabaron por reventarle el cráneo; un ojo se salió de la cuenca. Un hombre puso un ratón muerto en la boca del gran orador gritando: «¡Suelta un discurso ahora, suéltalo…!».
Con la situación fuera de control, los partisanos colgaron los cadáveres en la gasolinera. Por los pies. Un capellán partisano, don Pollarolo, intervino para sujetar la falda de Claretta – la expectación era tremenda- entre sus piernas.
El alto mando estadounidense exigió a los partisanos acabar con el espectáculo, y el prefetto de Milán prohibió la exposición pública de fotografías tomadas ese día.
Enla esquina de Loreto con Corso Buenos Aires, Sergio mira hoy el bloque que sustituyó a los escombros por los que un día trepó: como intentando verse… ver al adolescente sin padre que contemplaba el balanceo del Duce.
– ¿Dónde estaba exactamente la gasolinera? – le pregunto-.
– Justo detrás de mí – contesta ladeando ligeramente la cabeza-.
– Pues hay un McDonald´s – hago notar a Sergio, que acaba girando sorprendido su mirada hacia el I´m lovin´it-.
Hay cosas, sigo pensando, que es mejor no buscar. Porque luego las encuentras y nadie se las cree: la marquesina de la Standard Oil coincide hoy con el mostrador de la hamburguesería.
Entro en McDonald´s y observo el escenario y sus detalles. En las mesas, una ucraniana corta las uñas a otra ucraniana: fascinante la cara de asco que pone la italiana sentada cerca de ellas. En otra mesa, dos predicadores evangélicos de algún país andino conversan en español sobre sus apostolados.
– Marianito no comenta muy bien el Apocalipsis – dice un pastor al otro pastor-.
Me pongo en la cola. Miro todas las Mcofertas y pienso asombrado en la historia de Italia.
Jurídicamente, la República nació el 1 de enero de 1948, cuando entró en vigor la nueva Constitución. Políticamente, nació el 2 de junio de 1946, cuando los italianos abolieron en referéndum la monarquía. Pero, en la profundidad colectiva, la República Italiana nació ese 29 de abril de 1945, en esta barra de McDonald´s, con los partisanos y la ciudadanía congregados para celebrar el cadáver del Duce.
Hoy, un friso de menús anuncia combinaciones de hamburguesas untadas con queso y en mi pensamiento aparece Edda, la hija predilecta de Mussolini. Refugiada en un convento suizo y conectada al dial de Radio Milán Libre, ese día escuchó en directo todo lo que le ocurría al cuerpo de su padre.
«Parecía – recordaba Edda dos años después- la retransmisión de un encuentro deportivo de Nicolò Carosio: Mazzola chuta el balón a Loik, que lo pasa a Ferraris…».
Iluminado por el neón, intento no pensar más y me pierdo en la imagen del Provenzale,un bocata – optativo con el McMenú- descrito como unos piccoli piaceri… pollo croccante, insalata, pomodoro e salsa alle erbe aromatiche…
Imposible no verlo… Aquí, sobre estas carnes picadas, acabó el culto al superhombre. Al motorista y aviador, al tribuno y periodista, al padre de familia y donjuán: él conoció a Claretta al volante de su Alfa Romeo rojo… Aquí terminó la dinamo, el elogio de la violencia, el canto de la primacía itálica sobre los pueblos del Mediterráneo.
Poco a poco va llegando mi turno, y el hambre y un balanceo en el estómago se mezclan con la gran novedad anunciada por el establecimiento… Nuove… Patate Vertigo:unas aceitosas patatas fritas en forma de ¡espiral!
Eso es: en la Italia fascista y espiral, mucho más que en la Alemania nazi y estática, el cuerpo físico del Duce se identificaba con el poder y el pueblo se identificaba con el cuerpo físico del Duce…
Algo mareado, intento no imaginar lo que ocurrió justo aquí ese día de primavera, pero ya es tarde, demasiado tarde: porque cada vez estoy más cerca del mostrador, porque este es el reportaje.
Llega el momento. Toco el mostrador, levanto la vista y, como en un cuadro de Marinetti, todo se acelera: el Alfa Romeo que derrapa, la cuerda que se anuda a los pies, Sergio que trepa para verlo, la República que… ¡hola!, me dice un empleado peruano llamado Paolo. Y pido desconcertado una hamburguesa Big Tasty… il gusto non finisce mai!, que con el menú me sale por 6,90 euros.
– ¿Patatine? – pregunta Paolo.
– Vertigo… Patate Vertigo.