Hay toda una tradición de debates sobre la «cuestión nacional» en el marxismo y en el movimiento obrero y, obviamente, no podemos entrar aquí en esas apasionadas polémicas, que recuerdan una época, ya pasada, en la que el marxismo era algo vivo. El hecho es que seguimos tratando la cuestión de la nación. La lectura más interesante sobre esta cuestión es «La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia», de Otto Bauer, publicada en 1907 en Viena y sólo traducida al francés en 1987 (EDI, 2 volúmenes). Otto Bauer comienza mostrando que la cuestión nacional sólo puede abordarse desde el estudio del carácter nacional, sabiendo que este carácter nacional no es fijo, que es un producto histórico que puede variar y que otros caracteres determinan al individuo (por ejemplo, el carácter de clase). Los malos usos que se han hecho de este concepto no deben conducir a su rechazo. Así llega Bauer a esta primera definición: «La nación es una comunidad relativa de carácter”, es decir, una comunidad de carácter en el sentido de que, en la gran masa de los miembros de una nación en un momento dado, se advierte una serie de rasgos que concuerdan. No hay necesidad de buscar en la naturaleza el origen de esta comunidad de caracteres, que no es más que el producto de una sedimentación histórica. Esto lleva a Otto Bauer a una segunda definición: una nación es una «comunidad de vida y destino».
Lejos de conducir a la desaparición de las naciones, el desarrollo del modo de producción capitalista es su combustible. Bauer analiza el auge de las reivindicaciones nacionales en Europa -especialmente en el Imperio Austrohúngaro- como una manifestación del hecho de que estos pueblos han entrado en la danza infernal de la acumulación de capital. Toda la historia del siglo pasado confirma las hipótesis de Bauer y la «descolonización» es una dimensión destacada de la expansión global y la profundización de la dominación del capital. Pero lo que es cierto para las naciones que una vez estuvieron bajo el dominio directo de las potencias coloniales también lo es para las antiguas naciones dominantes que se enfrentan a la apisonadora de la «globalización».
Este «carácter nacional» se refiere a lo que los griegos llamaban ethos. En una comunidad política, hay una serie de disposiciones adquiridas a través de la educación que hacen posible la convivencia. Pensar que el «carácter nacional» puede ignorarse en nombre de construcciones jurídicas (el «patriotismo constitucional» de Habermas, por ejemplo) es estar completamente equivocado.
La nación desempeña hoy un importante papel político en Europa. Ya hemos tenido ocasión de comentar las nuevas tendencias de la política italiana, pero también de Polonia y Hungría. Cuando no se tiene nada o casi nada y se sigue en peligro de descender en la escala social o de desaparecer, cuando se está amenazado con convertirse en nada -la gente «que no es nada» señalada por Macron-, la única propiedad que queda es este «carácter nacional». No tengo casa propia, me cuesta pagar el alquiler, pero al menos en Francia «estoy en casa». Los pequeños burgueses acomodados, adictos a lo «políticamente correcto» y con el cerebro lavado por la globalización de las redes y la alta tecnología, denunciarán a los «paletos», a los fascistas, a los franquistas, etc. Pero pronto serán estos pequeños burgueses los que denuncien a los «nacionales». Pero estos pequeños burgueses pronto serán arrojados a la papelera de los precarios porque su utilidad para el capital tiende a cero y sólo se mantienen socialmente porque la clase capitalista transnacional necesita clases tapón y todos los directivos, comerciales, comunicadores, etc. son una clase puramente parasitaria. En cuanto a las profesiones intelectuales «útiles», la «inteligencia artificial» (llamada así porque expresa muy bien la estupidez humana) las devolverá a la Oficina de Empleo.
La nación es el pueblo constituido, el pueblo que se siente pueblo, el pueblo político. ¿Querer hablar al pueblo sin hablar de la nación? ¡tonterías! La «izquierda» ha desaparecido porque ha abandonado a la nación. La revolución se hace al grito de «¡Viva la Nación! La Comuna de París nació como un movimiento nacional revolucionario, contra la ocupación alemana y contra la cobardía de la burguesía francesa que pactó con los «hunos». El mayor avance social de nuestra historia, el programa del CNR, es la alianza de la nación y el movimiento obrero. Habiendo cambiado la nación por el globalismo, la izquierda ha abandonado la defensa de las reivindicaciones populares en nombre de la sumisión a la «gobernanza» mundial. En todas partes ha perdido la confianza popular y ha obligado a los ciudadanos a abstenerse o a votar a partidos reaccionarios que parecen ser los únicos que defienden a toda la nación y no sólo a sus capas privilegiadas. Así, en Polonia, el ultracatólico y nacionalista PIS es el último partido en reivindicar una especie de «Estado del bienestar» frente a una izquierda europeísta y liberal. Así, en Italia, la Lega de Salvini es el único partido que propone un renacimiento de la nación italiana, sumida en el marasmo tras haber sido la mejor alumna de las reglas ordo-liberales de los euromaníacos. Y así sucesivamente.
La situación actual es caótica y si no salimos del atolladero es sencillamente porque, aparte de la extrema derecha, nadie se atreve a hablar con franqueza. Para evitar hablar de soberanía nacional, hablamos de soberanía popular. Se podría decir que es lo mismo. ¡Pues no! La declaración de 1789 estipula que la soberanía reside esencialmente en la nación. La nación tiene límites, fronteras e instituciones. El pueblo es mucho más vago y algunos no dudan en hablar de un pueblo europeo. Repitiendo la fórmula de Rousseau, la nación es el pueblo convertido en pueblo, el poder constituyente finalmente constituido. La nación así concebida se basa en la separación entre los que están dentro de ella, que son sus miembros, y los que son extranjeros. El “fuera fronteras” es el adversario feroz de la nación y el no menos feroz adversario de las personas realmente existentes. «El patriota es duro con los extranjeros», dijo Rousseau. Sólo son hombres, no son nada a sus ojos. Esta desventaja es inevitable, pero es débil. Lo esencial es ser bueno con la gente con la que vives. […] Cuidado con esos cosmopolitas que buscan lejos en sus libros deberes que desdeñan cumplir a su alrededor. Un filósofo así ama a los tártaros, por lo que está exento de amar a sus vecinos. Qué mejor descripción de nuestros cosmopolitas modernos, llenos de compasión por el mundo entero pero indiferentes a lo que piensa, dice y sufre la «gente pequeña» que son sus compatriotas. En realidad, los cosmopolitas de izquierda son los hermanos gemelos de los cosmopolitas de derecha, no son más que el ala izquierda de la clase capitalista transnacional (véase el excelente libro de Leslie Sklair, «The transnational capitalist classQ, Oxford, 2001).
El nacionalismo es la enfermedad de la nación. Y no es escupiendo a la nación como expulsaremos al nacionalismo, sino todo lo contrario. La consolidación y el crecimiento del lepenismo sólo fueron posibles porque la izquierda abandonó a la nación y al pueblo con ella. Es hora de sacar las conclusiones necesarias de todo esto.
[1] Otto Bauer fue uno de los principales dirigentes del SPÖ, el partido socialista austriaco, y uno de los teóricos del «austromarxismo», una corriente del marxismo a menudo criticada por Lenin y sus herederos, pero que sigue siendo una de las corrientes intelectuales más ricas de las que siguieron a Marx.
Fuente: https://la-sociale.online/spip.php?article52
Traducción: Carlos X. Blanco
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