Recuerdo cuando era niño, elegíamos a uno del barrio y elegíamos una palabra. El juego consistía en que el elegido repitiera incesantemente y en voz alta la palabra, hasta que uno de los dos, la palabra o él, perdía el sentido. Afortunadamente lo normal era que la palabra perdiera el sentido antes que el niño […]
Recuerdo cuando era niño, elegíamos a uno del barrio y elegíamos una palabra. El juego consistía en que el elegido repitiera incesantemente y en voz alta la palabra, hasta que uno de los dos, la palabra o él, perdía el sentido. Afortunadamente lo normal era que la palabra perdiera el sentido antes que el niño que la repetía.
Eso es exactamente lo que ocurre en nuestros días con la palabra «oferta«. De tanto repetirla, los fabricantes y comercios, de prácticamente cualquier producto o servicio, el término pierde el sentido.
Lo que antes era una situación excepcional para un comercio, ahora se ha convertido en lo normal, ahora es raro el día que un comercio no luce la palabra oferta, en sus escaparates. Desde una panadería con un sencillo «3 x 2», hasta las promotoras inmobiliarias que lucen descuentos o jugosos regalos por la compra de un piso.
Lo que antes funcionaba a las mil maravillas, fundamentalmente por la infrecuencia de su aparición en los escaparates, ahora no es más que una oportunidad de comprar un poco más barato, que mañana se repetirá, y pasado mañana y al otro también.
Pero no todo lo que va acompañado de la palabra oferta responde al significado que solía tener. Ahora, las ofertas han adoptado mil caras distintas a fin de conseguir la atención y el favor del cliente. Aquí van algunos ejemplos:
¿10% más de producto?
Es habitual encontrar marcas que ofrecen un 10% o hasta un 20% más de producto al mismo precio. Aunque yo he comprobado personalmente en varias ocasiones que el envase sí es mayor, no tanto así la cantidad de producto. Un razonamiento lógico lleva a pensar al fabricante del producto que, suponiendo que ello sea factible, a casi nadie se le ocurrirá comprobarlo y, en caso de que lo haga, a casi nadie se le ocurrirá reclamar por encontrar cuatro macarrones de menos en el envase. Y, en caso de reclamación, el fabricante no tendrá ningún inconveniente en compensar al reclamante, y es posible que lo haga con parte de lo sustraído de los paquetes de los clientes que no han reclamado. Les recomiendo que integren en su rutina la comprobación de este tipo de ofertas, ya que pueden encontrarse con no pocas sorpresas. Asimismo, les recomiendo que se olviden de la correspondiente reclamación, es mucho más efectivo, cambiar de marca.
La góndola que hace aguas
Es también habitual que se disponga en los espacios llamados «cabeceras de góndola», y con gran despliegue de colores y tipografías, unos colgantes coscorroneros que nos informan de un producto sumamente ventajoso para nosotros. Atención puede estar siendo víctima de otro engaño. No son pocos los casos en los que el mismo producto es expuesto en las cabeceras a un producto superior a como se vende tan solo a unos metros de distancia, en el interior del pasillo donde se expone habitualmente.
El truco del peso neto
La mayoría de los productos expuestos en los pasillos de un supermercado van acompañados de una etiqueta en la que, muy amablemente, nos informan del peso neto, de la relación precio/peso, etc. Bien, estas etiquetas contienen normalmente datos ciertos pero expuestos, en demasiadas ocasiones, de forma engañosa con fines muy claros, y entre los que cabe distinguir a simple vista: vender más unidades de una marca de mayor margen unitario; distraer la atención del cliente sobre un cambio reciente en el formato o la presentación del producto para enmascarar un encarecimiento del mismo; o inducir a error o indiferencia sobre el precio por kilo ofreciendo información sobre el precio por pesos inferiores, por ejemplo 100gr. Un truco muy poco detectado aún es el que utilizan, sobre todo las grandes superficies, en la información que suministran en las etiquetas relativas al peso neto o escurrido de gran variedad de productos envasados. Es muy fácil encontrar en un mismo estante, un mismo producto de dos fabricantes distintos compitiendo, codo con codo, por el contenido de nuestro bolsillo. La gran superficie puede llevar a sus clientes a engaño mostrando de uno de ellos el peso neto, y por lo tanto el precio por peso neto; y del otro el peso bruto, y por lo tanto el precio por peso bruto. En caso de ser detectado este detalle por el cliente, en ocasiones le puede supone un contratiempo, siendo la reacción la de elegir el envase que aparentemente resulta más económico, y que suele coincidir con el que más margen deja al comerciante.
En ocasiones el truco reside en la ausencia misma de la etiqueta. Esto se da especialmente en un producto de gran rotación, lleva al consumidor habitual del mismo a adquirir «de todas formas» el artículo, ya que piensa que «más o menos costará lo de siempre», sería sorprendente comprobar cuantos clientes ignoran incluso el «precio de siempre».
Formato familiar, formato ahorro
El cambio de formato o la agrupación de unidades del mismo producto sirve a los fabricantes y comerciantes para trasladar al cliente un pequeño descuento en determinados productos por volumen de compra. Esto no siempre es ventajoso para el cliente, y ello depende en gran medida del tipo de producto. Si esta fórmula es aplicada a un producto perecedero la ventaja suele transformarse en desventaja y, por lo tanto, en gasto adicional. Esta compra nos lleva en ocasiones a almacenar el producto, no siempre en las mejores condiciones, y finalmente vernos obligados a desecharlo. En sí mismo no es un engaño, sino que nosotros mismos podemos llegar a convertirlo en un gasto adicional por la parte del producto que no consumimos.
Ahora con ingredientes naturales
Todos hemos visto alguna vez en el envase de algún producto, un llamativo aviso que anuncia «ahora con ingredientes naturales». Cabe preguntarse de qué naturaleza eran los ingredientes que componían anteriormente el producto.
Yo no he comprado esto
Después de haber estado muy atento a todo lo anterior, siempre hay un detalle que muchos dejan pasar por alto. El ticket de compra puede no reflejar los precios marcados en las etiquetas de los expositores. No son pocas las veces que existen pequeñas (y a veces no tanto) diferencias entre lo anunciado y lo cobrado en caja. La respuesta siempre es la misma por parte del comercio: «se trata de un error, enseguida se lo arreglo», el comercio no tiene más remedio que aplicar el precio marcado en el expositor, y lo saben muy bien.
En ocasiones el error reside en el código del producto, resultando el precio aplicado una auténtica lotería. Es muy recomendable coger el ticket y repasarlo de arriba abajo, sin dejar una sola línea sin comprobar.
¡Qué hambre tengo!
Dicen los expertos que en esos momentos en que nos domina el hambre, debemos alejarnos todo lo posible de cualquier espacio comercial, ya que el deseo de saciar ese hambre nos llevará a comprar más productos de los que realmente necesitamos, viéndonos posteriormente en la necesidad de desechar algunos de ellos.
Puede que solo sean impresiones mías, pero creo que, digan lo que digan los mercados, el valor del euro ha subido, cada día se cotiza más. La razón es sencilla: la cada vez mayor escasez de tal moneda en nuestro bolsillo. Los céntimos son, cada vez para más gente, algo que ya no importa que nos vean recoger del suelo cuando se caen, incluso si ruedan hasta la tapa de la alcantarilla. Si no permitimos que se los quede el supermercado, ¿por qué habríamos de dejarlos en el suelo?
Reflexión paralela: Cuando miro la cartelera del cine y veo, «hoy, día del espectador», siempre pienso que quedan 6 días de la semana que no son el día del espectador, me pregunto de quién serán, y por qué coincidirán los 6 con un precio sensiblemente superior al del día del espectador.
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