Poco antes de morir Napoleón Bonaparte exclamó en una de sus tardes melancólicas en la isla de Santa Helena: «¡Qué novela, mi vida!» El tiempo le está dando la razón. El interés por la breve vida audaz del pequeño corso crece con el tiempo. Desde su muerte en 1821 más de cincuenta mil libros componen […]
Poco antes de morir Napoleón Bonaparte exclamó en una de sus tardes melancólicas en la isla de Santa Helena: «¡Qué novela, mi vida!» El tiempo le está dando la razón. El interés por la breve vida audaz del pequeño corso crece con el tiempo. Desde su muerte en 1821 más de cincuenta mil libros componen su magna bibliografía. En tiempos tan lejanos como 1837, ya apareció su primera biografía en chino. Al aproximarse el bicentenario de su coronación se anuncian más de cincuenta nuevas obras sobre el Emperador.
En el periódico Le Figaro un analista afirma que la manía napoleónica aparece periódicamente cuando los franceses presienten un porvenir incierto, un período de desorientación existencial o de incertidumbre política. Es como si buscaran al padre perdido, al sostén psicológico del patriarca extraviado. Juana de Arco y Charles de Gaulle encarnaron, en dos momentos de la historia, esta sólida pilastra de apoyo.
La isla de Santa Helena ha tenido un éxito turístico excepcional con los paseantes que acuden en masa buscando las trazas aún visibles de los últimos años de Bonaparte. La editorial Tallander lanzó una Biblioteca Napoleónica que ha tenido éxito económico. En 1969 se efectuó el bicentenario del nacimiento de Napoleón y la biografía de André Castelot conoció un triunfo de ventas sin precedentes. El fenómeno se repitió en 1987 con la biografía de Jean Tulard. En 1996 se produjo otra avalancha de publicaciones con la conmemoración de la campaña de Italia y de la expedición a Egipto, y la catarata de ventas fue alcanzada en esa ocasión con una obra de Max Gallo.
El próximo dos de diciembre se conmemora el bicentenario de la coronación y con ese motivo ya se anuncian tomos biográficos de autores como Laurence Chatiel, David Chanterane, Jacques-Olivier Boudon, Mascilli Migliorini, Steven Englund y Jacques Macé. Se preparan lujosos álbumes de grabados, tomados de planchas originales depositados en el Museo del Louvre. La editorial Fayard dispone la publicación de 37 mil cartas de Napoleón en doce tomos.
Napoleón terminó su espectacular ascenso cuando aún se encontraba en plenitud. Tras haber sido derrotado en la batalla de Leipzig el fin de Napoléon se precipitó. La traición de Murat y el retroceso de los ejércitos franceses en España deterioraron aun más la posición imperial y cuando los ejércitos aliados se presentaron ante París un gobierno provisional, presidido por Talleyrand, proclamó la deposición del Emperador y forzó su abdicación en Fontainebleau. Fue exiliado a la isla de Elba pero Bonaparte tenía apenas 45 años y consideraba que su vigor personal estaba intacto y aun tenía un futuro político, teniendo en cuenta el rechazo popular hacia la restauración Borbónica. Diez meses después de su exilio, desembarcó en Cannes y marchó hacia París donde llegó tras una arrolladora marcha de veinte días, durante la cual campesinos, ciudadanos, y hasta el ejército enviado a detenerlo, se acogieron a su estandarte.
Napoleón proclamó que no venía a restaurar el poder imperial, ni la autoridad de su persona, sino que acudía a devolver al pueblo su revolución frustrada, pero cometió errores graves. Pudo aliarse a los jacobinos, que aun tenían una base popular, y eso quizás le habría proporcionado un considerable apoyo, pero rechazó ese vínculo azaroso y osado. También pudo recabar el sostén de la clase media, pero esta temía el retorno a los extremismos de 1793 y lo rechazó.
El gran error de Napoleón fue establecer un régimen que se parecía a la monarquía recién restaurada de Luis XVIII, quien tenía poco apoyo de las masas. El entusiasmo hacia su persona decayó al poco tiempo y lo que prevaleció fue el recuerdo de sus errores, de los millares de franceses sacrificados a su ambición. De no haber sido derrotado en Waterloo, lo que determinó su destierro definitivo a Santa Elena, quizás habría sido depuesto en poco tiempo porque ya el pueblo comenzaba a rechazarlo y él no parecía percatarse de ello.
Tras la derrota de Waterloo se abrieron varias opciones. Napoléon prefirió la de una emigración a América y fue a Rochefort, intentado abordar un buque que le condujese a Estados Unidos. Los ingleses bloquearon el puerto y le impidieron salir. De otra parte, la reacción conservadora, desatada por los seguidores de Luis XVIII, era partidaria de juzgar a Napoleón en un proceso sumario y ejecutarlo de inmediato. Pero ello le habría convertido en un mártir y el emperador habría conquistado la adhesión fanática de las multitudes. Fue el gobierno británico el que decidió enviarlo al destierro… y a la gloria eterna.