Desde el Líbano a los Balcanes, de Tailandia a Palermo, de Hong Kong a Medellín, de Birmania a Miami una nueva potencia ha surgido en el mundo: el gran cartel internacional de la droga. Su inmensa capacidad de acumular masivos capitales está demostrando que puede desafiar el poder de los Estados constituidos. Su astuta utilización […]
Desde el Líbano a los Balcanes, de Tailandia a Palermo, de Hong Kong a Medellín, de Birmania a Miami una nueva potencia ha surgido en el mundo: el gran cartel internacional de la droga. Su inmensa capacidad de acumular masivos capitales está demostrando que puede desafiar el poder de los Estados constituidos. Su astuta utilización del soborno puede corromper y comprar a jueces y senadores, magistrados y gobernadores, generales y diputados. Su inclemente uso de la violencia hace que todos teman a la crueldad indiscriminada, a su capacidad para la represalia.
El poder de la droga puede ordenar ejecuciones de quienes se le resisten, arruinar a los que se le oponen, desprestigiar al que le cierre el camino. Pero también puede promover, auspiciar y consagrar a quien le abra las puertas. El narcopoder interviene en elecciones, financia instituciones bancarias que le sirvan para lavar el dinero mal habido, compra periódicos, revistas y televisoras, utiliza respetables organismos como fachada, posee líneas aéreas, hoteles, hipódromos y casinos de juego. Es un nuevo Estado dentro de los Estados reconocidos.
Nunca antes, en los tiempos modernos, existió tal monopolio de autoridad, influencia y supremacía. Ninguna de las sociedades secretas que conoce la historia llegó a acumular tanto poder. Las tríadas de China, la camorra napolitana, la mafia siciliana, el Ku Klux Klan de los estados sureños, lo carbonarios italianos, los fenianos irlandeses o los decembristas rusos fueron agrupaciones limitadas, en tiempo y lugar, a fines muy específicos. Ninguna llegó a alcanzar la extensión, la eficacia operativa y la supremacía de los carteles de la droga. Y tal parece que los gobiernos no poseen recursos suficientes para combatir, con efectividad, sus infinitas ramificaciones clandestinas.
Pero ese inmenso establecimiento existe para suministrar la droga a su cliente más importante: los consumidores dentro de Estados Unidos. La inmensa mayoría de los drogadictos son estadounidenses. Sin embargo se recrimina a fabricantes y transportadores, pero poco se hace para destruir las grandes redes de distribución de alcaloides. Se sabe que la Florida y California, dos de los cuatro estados más grandes de la unión americana, son los centros más importantes del mundo en narcotráfico y lavado de dinero.
Se habla mucho de la cocaína, pero la marihuana, que se produce dentro de Estados Unidos, genera utilidades por veinte mil millones de dólares anuales. Sesenta y seis millones de norteamericanos la consumen regularmente. Sin embargo no se sabe de acciones de la DEA para incendiar siembras de cannabis. Entre Nueva York, Chicago y Detroit hay medio millón de consumidores de cocaína.
Muchos sostienen que esta plaga pudiera declinar si se autorizara su uso legal. Algunos países, como Holanda, ya lo han hecho y han visto la desaparición de la ola criminal. Los adictos, quienes han sido atrapados por un consumo ingobernable, son provistos de un carné con el cual pueden acudir a las farmacias a recibir una cuota para su uso personal.
En Gran Bretaña se proponen legalizar el uso de la marihuana. Han concluido pruebas de salud que demuestran que la marihuana no es dañina, al contrario, produce un efecto anestesiante y relajador para los músculos. El hígado puede procesarla perfectamente. La cannabis no funciona si se la ingiere en forma de pastillas, pero ofrece excelentes resultados en forma de spray y en supositorios. De esta forma no tiene efectos de exaltación nerviosa, como ocurre cuando se usa en forma de cigarrillos. Se estudia la posibilidad de que la cannabis pueda sustituir a la morfina en la dosificación médica.
El narcotráfico se ha convertido en el Gran Satán, el enemigo público número uno de los Estados Unidos. Poco se hace para combatirlo dentro de sus fronteras y se difunde mucho la noción de que son los perversos países latinoamericanos los que corrompen a los virtuosos estadounidenses.