La FAO alerta del neocolonialismo de tierras en los países del Sur por especuladores con materias primas y alimentos. Es un loco rally de países emergentes y corporaciones multinacionales por controlar tierras de cultivo y con reservas de agua en países latinoamericanos, asiáticos y africanos. Nadie podrá decir que no se había denunciado la burbuja […]
La FAO alerta del neocolonialismo de tierras en los países del Sur por especuladores con materias primas y alimentos. Es un loco rally de países emergentes y corporaciones multinacionales por controlar tierras de cultivo y con reservas de agua en países latinoamericanos, asiáticos y africanos. Nadie podrá decir que no se había denunciado la burbuja inmobiliaria, las hipotecas tóxicas, los hedge funds y los paraísos fiscales. Así como la agresión al medio ambiente. Pero la codicia de los especuladores va pareja con su ceguera.
El director general de la FAO no ha dudado en calificar a estas operaciones como neocoloniales, mientras que organizaciones de la sociedad civil alertan de que los más perjudicados van a ser los pequeños agricultores, pastores y poblaciones que hoy se autoabastecen y respetan el entorno con cultivos alternativos. Muchos de ellos sin más títulos de propiedad que los usos y costumbres. Presa preciada para especuladores y dirigentes sin escrúpulos.
Las tierras que van a roturar para cultivos intensivos se verán asoladas y las harán estériles con el uso extensivo de pesticidas, herbicidas y abonos. Así hicieron los colonizadores europeos con la implantación del monocultivo que ocasionó la desertización como nunca antes había sucedido.
La FAO fija en más de mil millones el número de personas hambrientas en el mundo con un incremento tan dramático como rápido y que empeorará con la crisis económica mundial.
En un documentado reportaje, Lali Cambra aborda el acuciante problema de países como China, India, Japón, Malasia, Corea del sur, Egipto, Libia y los emiratos del golfo pérsico con gran crecimiento económico y demográfico. Mientras tanto, escasean las superficies agrícolas y el agua, codiciada como oro azul, igual que lo fueron el amarillo y el negro petróleo. Brasil prepara un cambio de su legislación para exigir mayor transparencia y participación local en las inversiones de capitales extranjeros.
La mayoría ya son importadores de comida, como antes lo fueron de materias primas y de mano de obra barata. Hoy pretenden asegurarse una reserva de alimentos, incapaces de reconocer el derecho de los productores del Sur a participar en el mercado mundial en contra de las subvenciones agrícolas y de las barreras aduaneras. La OMC será culpable de gran parte de esta locura.
Las firmas de inversión también participan del furor por la tierra, escribe la autora. Ante la volatilidad de los mercados, buscan fondos seguros a través de la adquisición de fincas. Muchas están interesadas en comercializar cereales, pero también en la producción de biodiesel, muy controvertido. Si bien es sustituto «ecológico» del petróleo, el cultivo intensivo por grandes empresas de terrenos ganados a espacios naturales, (o adquiriendo tierras antes cultivadas por pequeños agricultores que pasan a ser jornaleros), tiene el efecto contrario al deseado.
En Tanzania, más de media docena de firmas del Reino Unido, Suecia, Holanda, Japón, Canadá y Alemania (con un proyecto para biodiesel de 200.000 hectáreas) han comenzado sus operaciones. Pero no son sólo los biocarburantes los acicates a la presión comercial sobre la tierra. Y cita Cambra al portavoz de International Land Coalition, Michael Taylor: «los controvertidos créditos de carbono, surgidos a raíz del Protocolo de Kyoto, con los que las empresas contaminantes pueden ‘comprar’ su excedente de emisiones a industrias más limpias o sufragar proyectos ecológicos en países pobres, también contribuyen al fenómeno».
Así, desde su instauración, el mercado financiero basado en estos créditos mueve más de 2.000 millones de euros anuales.
Una empresa coreana proyecta alquilar por 100 años la mitad de la tierra cultivable en Madagascar para plantar maíz para llevar a Seúl. En la isla, más del 70% de la población vive bajo el umbral de la pobreza y más de medio millón de personas recibe asistencia del Programa Mundial de Alimentos.
Los países importadores, advierte la FAO, deberían preguntarse si es necesario adquirir la tierra sin estudiar otras posibilidades, como la formación de empresas conjuntas o la firma de contratos bilaterales equitativos con los países empobrecidos, que «deben asegurarse de que las condiciones del acuerdo son beneficiosas, proporcionan empleo, transferencia tecnológica y se imbrican en la economía local».
Pero ¿quién defenderá su causa en equidad y en justicia? La voracidad de los explotadores es insaciable mientras el mundo mira para otro lado, como siempre
* Centro de Colaboraciones Solidarias