Ante la presunta falta de alternativas, el modelo económico, político y social capitalista sigue avanzando, dejando atrás obsoletos paradigmas. El capitalismo actual es, fundamentalmente, adaptativo en sus formas e inamovible en su contenido real, tomando diversos disfraces que minimizan el impacto de las críticas que recibe, pero siempre avanzando en el establecimiento de sus dogmas. […]
Ante la presunta falta de alternativas, el modelo económico, político y social capitalista sigue avanzando, dejando atrás obsoletos paradigmas. El capitalismo actual es, fundamentalmente, adaptativo en sus formas e inamovible en su contenido real, tomando diversos disfraces que minimizan el impacto de las críticas que recibe, pero siempre avanzando en el establecimiento de sus dogmas.
El capitalismo humanitario se ha planteado en muchas ocasiones como modelo cercano a la perfección, aunando la depredación de recursos y personas, fundamento real del capitalismo imperante, con un cierto barniz de conciencia social que pretende avalarlo y, a la vez, desactivar las alternativas que se le puedan plantear. Pero este capitalismo humanitario, obviamente, no cuestiona ninguno de sus fundamentos, simplemente los disfraza y hace más presentables.
De todos modos, ya no es suficiente con ser capitalista, ahora se debe ser neoliberal, no basta con asumir la bondad del capital y del empresario, cuyo objetivo será siempre la mejora económica de su país y del mundo en general, ahora hay que adoptar una serie de mandamientos de obligado cumplimiento: minimizar el papel de estado (en tiempos de paz económica, ya habrá tiempo de llamarlo cuando las crisis amenacen la supervivencia del modelo neoliberal), privatizaciones de sectores rentables (obviamente no de aquellos que puedan presentar pérdidas), modelos fiscales progresivos inversos (al fin y al cabo, si la sociedad es una pirámide con muchos pobres y pocos ricos, es lógico pensar que la presión fiscal tendrá el mismo aspecto), etc.; asistimos impasibles a un plan de ajuste estructural a escala global que acabará con muchos derechos adquiridos por los trabajadores a lo largo de la historia y nos sorprende aún que países enteros, como Islandia o Grecia, se resistan a morir callados a los pies del neoliberalismo feroz.
Y como era esperable, surgen análisis y estudios de think tanks neoliberales (y no tanto) por todo el mundo que justifican las medidas de ajuste con argumentos parecidos a «me va a doler más a mi que a ti», cuando se refieren a los recortes sucesivos a los derechos económicos y sociales (lo que implica, a su vez, el recorte de libertades, que nunca podrán ser plenas si independencia y soberanía económica) que sufren, ahora, países como Grecia, dejando claro que es la única salida a la bancarrota de todo un país.
Estamos, por tanto, ante la aparición de un nuevo concepto, el neoliberalismo humanitario, en el que se podrá fusionar, sin sonrojo aparente, el capital más depredador con la búsqueda última de los intereses de un país; despojando a éste, eso sí, de todo su contenido social, es decir, ese país no estará nunca más compuesto por trabajadoras y trabajadores, con derechos, obligaciones y libertades; el concepto de país se verá reducido a un conjunto de recursos (humanos y materiales) explotables y, por lo tanto, que deben mantenerse con un mínimo de condiciones para que dichos recursos no acaben por agotarse (o por asaltar el palacio de invierno).
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