En tiempos recientes muchos intelectuales de izquierda argumentan que la crisis de las ideologías ha hecho que los partidos políticos pierdan identidad porque ya no tienen referentes doctrinarios. Sin embargo «esta crisis no cuestiona el ideario democrático ni tampoco pone en duda el papel del mercado». Así, rechazan la «lucha de clases», señalando además, que […]
En tiempos recientes muchos intelectuales de izquierda argumentan que la crisis de las ideologías ha hecho que los partidos políticos pierdan identidad porque ya no tienen referentes doctrinarios. Sin embargo «esta crisis no cuestiona el ideario democrático ni tampoco pone en duda el papel del mercado». Así, rechazan la «lucha de clases», señalando además, que nadie en su sano juicio «abogaría por la desaparición de la institución del mercado». Entonces, como manifiesta Marta Harnecker (2008), desde esta perspectiva, aunque de modo general, «las organizaciones de izquierda se hacen indistinguibles de las de derecha».
En ese marco, a la «tesis liberal (y neoliberal)» se le opone como alternativa la «tesis del republicanismo». El centro de la discusión lo constituye el debate sobre el concepto de libertad. En la tradición puramente liberal la libertad es entendida como «la no interferencia del Estado y el mercado autoregulado», pero en épocas de crisis es el Estado quien es llamado para salvar al mercado. Por tanto, se trata de una tesis que ya está agotada. Para el republicanismo la libertad es «entendida como no dominación, lo que legitima una mayor intervención del Estado, precisamente para asegurarla».
Sin embargo, desde nuestra perspectiva el problema no consiste en democratizar-reformar a través del Estado burgués el actual orden de cosas, poniéndole «rostro humano» a la desigualdad, la exclusión, la explotación, la discriminación y toda forma de polarización. Primero, debido a que «el Estado es una máquina puesta en manos de la clase dominante para aplastar la resistencia de sus enemigos de clase». Segundo, que la «democracia plena», «democracia para todos», «democracia para los explotadores y para los explotados», no es real, no es más que una ilusión que nos vende la burguesía, dándonos gato por liebre. Bajo el capitalismo -aun en el régimen más democrático- la democracia se basa en la restricción de los derechos de las grandes mayorías explotadas. En ese sentido, la actual democracia burguesa no es más que la «dictadura» de una minoría de explotadores en contra de la gran mayoría explotada. Tercero, que la experiencia histórica muestra que bajo el capitalismo no existen ni pueden existir «verdaderas» libertades para los explotados, estas son privilegio de la minoría explotadora.
Por tanto, la democratización y las reformas, tendrían sentido cuando sean concebidas como medios para el logro de un «proyecto societal alternativo al capitalismo». Es decir, la idea de anteponer el republicanismo al neoliberalismo podría adquirir un real sentido histórico si fuese enmarcada como parte de un «proceso de transición» que descanse fuertemente en el empoderamiento económico y político de los sectores populares y sus organizaciones, es decir, la creación de Poder Popular.
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