Traducido para Rebelión por Marina Trillo
Introducción: Un Marco Analítico
Los arrolladores e ignorantes excesos retóricos sobre cambios «de civilizaciones», «de época», «globales» y las proyecciones «históricas mundiales» de un siglo de duración están basados, en el mejor de los casos, en datos anecdóticos selectivos y, en el peor de los casos, en emotivas exclamaciones vacías diseñadas para dar prominencia a opiniones personales. Los practicantes de este estilo de retórica son lo que yo denomino ‘charlatanes ideológicos’. La mayor parte de su arrolladora retórica es en gran medida inspiradora – para dar a sus lectores y oyentes el sentido de que son testigos de, o participantes en, un magnífico proceso inclusivo que, si siguen los preceptos de los charlatanes ideológicos, les permitirá comprender y comprometerse. Las poderosas imágenes que ruedan de la locuaz lengua demuelen contingencias, tiempo y sitúan condicionamientos vinculados – porque, según nos aseguran nuestros propios charlatanes ideológicos, estas contradicciones, excepciones, contra tendencias carecen de importancia frente a la mística ‘Gran Perspectiva Histórica’.
Los cambios a largo plazo y gran escala que atraviesan los continentes raras veces ocurren sin profundos procesos de cambios acumulativos y heterodoxos en el nivel de las relaciones de clase de ámbito local, regional y nacional. Del mismo modo la propagación de nuevas ideas, organizaciones, luchas y políticas a través de las fronteras nacionales no es simplemente un proceso de ‘comunicación’ o una ‘revolución tecnológica’, sinó el resultado de la emergencia de organizaciones políticas que ya comparten perspectivas básicas e intereses con los ‘actores principales’.
La globalización o expansión imperialista no es simplemente la «diseminación» de una ideología y su imposición por la fuerza o la persuasión. Hay una condición previa – la existencia de élites políticas y burocráticas e importantes sectores de la clase dirigente que tienen un interés político y económico común y la capacidad para articular la ideología e implementar las políticas pro imperiales.
El vínculo entre el poder imperial o ‘global’ y su control de las economías nacionales, recursos naturales y financieros, mercados y tesorerías es por medio de la ascendencia de configuraciones de poder político-económicas nacionales. El ‘eslabón’ básico de la cadena imperial – lo que ahora llaman erróneamente «globalización» – está basado fundamentalmente en el resultado de la lucha de clases. Sin un resultado exitoso en la lucha de clases, no hay ninguna elite política o clase dominante capaz de vincularse al proyecto imperial. Sin un ‘vínculo’ nacional los poderes imperiales no se pueden expandir, o «globalizar» el mundo. Incapaces de globalizarse o expandirse, los poderes imperiales deben intervenir directamente, es decir, militarmente para cambiar el equilibrio en la lucha de clases nacional, por medio de invasiones, golpes militares y colonización.
La expansión imperialista, casi en todas partes, ocurre en primer lugar por la fuerza. El imperativo imperial es conquistar la resistencia nacional, a fin de destruir a los adversarios de clase de sus clases dominantes vinculadas al imperio. Posteriormente se usa la fuerza para imponer y defender a las familias dirigentes de la clase dominante, clientes políticos, grupos financieros, etc., que forman la élite política. Se usa la fuerza para defender formaciones militares y paramilitares, policía y funcionarios judiciales que serán los defensores de los grupos económicos vinculados al imperio.
La ‘hegemonía’ imperial es establecida sobre la clase dirigente y su aparato estatal no simplemente por la persuasión ideológica como sostienen muchos presuntos ‘Neo-Gramscianos’, sino por intereses económicos y enemigos comunes compartidos. Sin las recompensas económicas y el acceso privilegiado a la tesorería pública y préstamos financieros, es cuestionable lo efectiva que sería la ideología imperial para influir en el comportamiento de la clase dirigente. Considerando la violencia y explotación histórica inducidas por la intervención imperial y la concentración de riqueza en manos de los colaboradores imperiales, la ideología imperial no ejerce la hegemonía sobre las masas populares. En todos los casos la introducción de políticas imperiales – privatizaciones, políticas de ajuste estructurales, «libres mercados» – es rechazada por la inmensa mayoría de la población. El ejercicio del poder imperial no está basado en la «hegemonía», sino más bien en la ‘fuerza’ y el control ‘político organizativo’ y la manipulación ejercidos por las élites político económicas locales vinculadas al imperio.
Si bien los poderes imperialistas – de nuestro tiempo – EEUU y la Unión Europea son incapaces de establecer la hegemonía directa, en sentido estricto, sobre las masas de Ibero América, cuentan con las élites colaboradoras con las que comparten intereses, propiedades y riquezas. Dada la creciente polarización, y la agudización de las crisis políticas y económicas la influencia de la clase dirigente colaboracionista sobre las masas se ha vuelto muy tenue. En este contexto la clase político social crucial que entra para ejercer el poder es la pequeña burguesía por medio de su aparato electoral de partido, su papel en la burocracia estatal y en las organizaciones cívicas, sus estrechos lazos con la burocracia sindical, las ONGs y los ‘movimientos sociales’. Combinando una ‘retórica populista’ de ataque al «neoliberalismo» y la «globalización» con un servilismo incondicional a la política electoral, y al orden institucional y legal, esta clase ejerce realmente la hegemonía sobre sectores importantes de las masas durante períodos de tiempo más o menos largos.
Las luchas de los trabajadores y los campesinos por el poder político encuentran sus obstáculos más serios para avanzar hacia una transformación social en los partidos electorales organizados de la pequeña burguesía. Por medio de «alianzas políticas», cooptación, relaciones clientelares y diversas desviaciones ideológicas, la clase electoral pequeño burguesa y sus organizaciones afiladas subordinan la acción popular directa a la política electoral, con promesas demagógicas y falaz chalaneo «democrático». Al mismo tiempo la clase política pequeño burguesa es inducida a pactos con la clase dominante en los que acepta su subordinación a los intereses de la clase dirigente – tanto ‘nacional’ como ‘imperial’. Los políticos pequeño burgueses pactan con las clases dirigentes a fin de lograr ‘legitimidad política’, oportunidades para conseguir puestos políticos, (sin desestabilización abierta, amenazas de golpes, etc.), acceso a la tesorería pública (para enriquecimiento personal, familiar y de red), y la posibilidad de ascenso a la clase media-alta o a la clase dirigente. A cambio, la clase dirigente consigue la protección de las relaciones de clase y propiedad, prontos pagos de deuda y diversas políticas económicas favorables.
La secuencia típica del ascenso de la pequeña burguesía comienza con el compromiso en la lucha popular (como abogados laboralistas, asesores etc…) y ganando capital político por medio de convocatorias populares y organización. Este ‘capital’ político es invertido en las elecciones (racionalizado como «la combinación de muchas formas de lucha»). Una vez elegido el ‘líder popular’ de orígenes humildes inicia una serie de transacciones con la clase dirigente, cambiando la popularidad en votos por el reconocimiento político y el acomodo. Esto es racionalizado por la pequeña burguesía ascendente con la retórica de ‘realismo’, ‘pragmatismo’, ‘posibilismo’ – y la «necesidad de ensanchar la base electoral» para alcanzar puestos más altos (la presidencia). El «doble discurso» se hace dominante en esta frase. La pequeña burguesía ascendente realiza visitas discretas a las embajadas y capitales imperiales proporcionando «garantías» a los intereses imperiales, promesas de prontos pagos de deuda, promoción de las privatizaciones y libres mercados y designaciones de ministros neoliberales. Estos compromisos son dados a cambio de la certificación imperial.
El pequeño burgués, una vez elegido como jefe de estado, se empotra en la periferia de la clase dirigente. Los ministros designados de la clase dirigente diseñan y promueven los intereses imperiales mientras el recién elegido Presidente proclama una política de disciplina fiscal, crecimiento de la exportación, ajustes de salarios, ‘reformas’ de los beneficios sociales y legislación laboral y social. El «candidato del pueblo» garantiza pagos prontos y totales a los acreedores extranjeros y locales, subvenciones a las élites agro-mineras y manufactureras para exportación y reduce los salarios, aumenta el paro y elimina los programas de asistencia social de la clase obrera. Las organizaciones electorales pequeño burguesas cooptan a burócratas laborales para que se opongan a la acción colectiva, y «disciplinen» a los trabajadores. Desde el aparato estatal crean «organizaciones antipobreza» para construir una base electoral clientelar que reemplace la pérdida de trabajadores con conciencia de clase desilusionados.
La «izquierda» de la máquina electoral pequeño burguesa neutraliza los movimientos sociales populares críticos, argumentando que el régimen tiene «dos proyectos»: El gobierno cambiará del ‘Plan A’ (neoliberalismo) al ‘Plan B’ (asistencia social) cuando reconozca el «fracaso» de su política original. Esto es una impostura y un deliberado engaño diseñado por los electoralistas de «izquierdas» para justificar la continuación de sus puestos en oficinas secundarias mientras conservan la afiliación del partido a fin de ser reelegidos. Los electoralistas de «izquierdas» están en diálogo constante con líderes «críticos» de los movimientos sociales, presionando a estos últimos para que se abstengan de construir una poderosa alternativa política a la clase dirigente pro imperialista del «Presidente del Pueblo».
El liderazgo pequeño burgués, integrado políticamente en la política y la economía de la clase dirigente, convierte los puestos políticos en riqueza económica privada comenzando la transición de pequeño burgués a clase burguesa. El paso final en la ascendencia de los políticos pequeño burgueses es su aceptación por los círculos sociales de la clase alta, la invitación a las grandes plantaciones, las fiestas con todas las celebridades y ‘gente famosa’, las cenas en Wall Street, las grandes recepciones políticas y diplomáticas… El pequeño burgués ha llegado, aunque de vez en cuando se cambie de ropa, se ponga una gorra de béisbol y visite un barrio de chabolas o un pueblo sin tierras para salir en la foto. Siendo líder de la perpetuación de la pobreza, el «Presidente del Pueblo» plantea en foros internacionales y Naciones Unidas la necesidad de luchar contra la «pobreza mundial» y pide a las naciones ricas que cooperen, lo que evoca el aplauso público y cínicas risitas privadas entre los inversores que están al tanto.
El imperialismo gobierna por medio de una cadena de vínculos políticos que en la cima juntan a las élites de la clase dirigente y a tecnócratas autoritarios que diseñan las estrategias y políticas a poner en práctica por los electoralistas pequeño burgueses. La élite establece los parámetros nacionales institucionales dentro de los cuales la móvil clase política electoral de la pequeña burguesía ascendente moviliza y desmoviliza a las masas. La clase imperialista establece hegemonía sobre la clase dirigente; la clase dirigente ejerce hegemonía sobre la pequeña burguesía y ésta mantiene influencia sobre sectores del liderazgo de los movimientos sociales populares. El punto teórico es que el imperialismo gobierna por medio de hegemonía indirecta. Sus intereses son articulados por políticos subordinados pequeño burgueses mediante ideologías ‘modificadas’ para acomodar las demandas de los de abajo. Por ejemplo, la clase dirigente imperial le habla a la clase dirigente colaboracionista de libres mercados, crédito fácil, préstamos, beneficios recíprocos en libre comercio y empresas conjuntas. La clase dirigente le habla al pequeño burgués de ‘democracia’, ‘elecciones’, ‘partidos’, ‘reparto de poder’, oportunidades económicas, ‘comisiones’ y ascenso social. El pequeño burgués electoralista berrea a las masas contra el ‘neoliberalismo’, la ‘globalización’, la necesidad de ‘alternativas’ y la corrupción y venalidad del ‘viejo orden’. Los electoralistas de izquierda vociferan la retórica de un ‘nuevo modelo’, de ‘presionar a las élites’ y de ‘recuperar el partido’. Los líderes de los movimientos sociales que están vinculados a los electoralistas le dicen a sus bases populares que «las circunstancias no están maduras para una ruptura», «tenemos que volver a las bases» y «tenemos que concentrarnos en las reformas sectoriales». El pequeño burgués convence a los líderes de los movimientos sociales para que se abstengan de la lucha de clases independiente por el poder político.
Estrategias Imperiales en tiempo de Crisis
Cuando el poder imperialista se enfrenta a la oposición popular consciente, o cuando ha sufrido un fracaso electoral importante que haya ‘desarticulado’ las estructuras político económicas normales, el imperialismo no puede funcionar por medio del marco electoral.
Los estrategas imperialistas utilizan varios métodos no electorales, violentos e ilegales. Lo primero y más importante es dividir a la oposición o a la oposición potencial en facciones enfrentadas – la clásica táctica imperialista de divide y vencerás. En Irak, Washington e Israel están profundamente implicados en el proceso dividir Irak en 3 mini estados: el norte para los Kurdos, el centro para los Sunníes y el sur para los Shías. Israel y EEUU han armado hasta los dientes a los Kurdos, establecieron de facto un régimen Kurdo, expulsaron de la región por la fuerza a los no Kurdos y organizaron las milicias más grandes y mejor armadas de Irak con la promesa de la virtual independencia. En el centro han establecido el régimen de Allawi formado por la antigua policía secreta de Saddam apoyada por los militares estadounidenses. En el sur, Washington busca a clérigos Shía dóciles que se fusionen con antiguos exiliados para administrar las reservas y pozos de petróleo para los inversores estadounidenses.
El arma principal de la instigación de la partición son las provocaciones políticas organizadas por los servicios secretos: La decapitación de Kurdos diciendo que la realizaron Arabes Iraquíes; el asesinato de clérigos Sunníes arrojando los cuerpos en barrios Shía; la colocación de bombas en mezquitas Shía. Incapaces de derrotar a un movimiento de liberación nacional Iraquí unificado, la estrategia estadounidense e israelí es crear mini estados débiles que guerreen entre sí – y recíprocamente se debiliten, prestándose a convertirse en colaboracionistas del imperio.
En el caso de Venezuela, EEUU ha fallado cuatro veces en su intento de derrocar al gobierno de Chávez desde el «interior» – por medio de un golpe militar, un cierre empresarial, un referéndum y mediante la infiltración de numerosos terroristas paramilitares Colombianos. El siguiente paso es provocar una guerra fronteriza con Colombia. El Pentágono estimula el cruce de la frontera por parte de fuerzas paramilitares colombianas que ponen emboscadas a los soldados venezolanos. Promueven las reclamaciones del gobierno colombiano sobre los yacimientos petrolíferos venezolanos a cierta distancia de la costa. Como en el pasado, la política imperial implica la reorganización de fronteras, redefinición de clanes, grupos étnicos, y entidades tribales como «naciones», mientras destruyen a las naciones existentes que se oponen a la dominación imperial.
La violencia imperial, no la hegemonía, desempeña el papel fundamental en la desintegración de estados-naciones y en la creación de mini estados clientes del imperio. El resultado de estas mini-entidades es la extensión de puestos militares avanzados para el imperio, nuevos oleoductos seguros y rutas de transporte para mover el petróleo y el gas y el control de los enclaves ricos en recursos.
El eslabón clave – los escudos avanzados de esta expansión imperial – son los guerreros separatistas, clérigos, políticos e intelectuales, pequeños burgueses por lo general en ascenso, cuyo camino hacia las riquezas, reconocimiento e influencia local está basado en su utilidad a los estrategas imperiales. Todo un ejército de expertos imperiales, ideólogos neoconservadores e imperialistas liberales humanitarios proporcionan cobertura ideológica a los separatistas patrocinados por el imperio. Repiten los mismos lemas libertarios, se burlan cuando son denunciados por los auténticos movimientos nacionales de liberación. Su objetivo es desacreditar a los regímenes contrarios al imperialismo y que defienden la cohesión de sus naciones. La táctica imperial es presionar a los estados nación para que entren en ‘negociaciones’ con los separatistas pro imperialistas mientras proporcionan apoyo diplomático y político a los separatistas civiles y apoyo militar a sus homólogos armados.
Las estrategias imperiales de divide, fragmenta y vencerás, reciben fuerte apoyo moral y político de los libertarios y los sectores de la izquierda progresista. Ésta participa en el coro que apoya a los separatistas, pidiendo negociaciones, «autodeterminación» y el reconocimiento de las reclamaciones «legítimas» de la progenie del imperio.
El punto teórico es que las tácticas de construcción imperial combinan guerras directas de ocupación colonial por el petróleo y el control político de regiones estratégicas, con la conquista indirecta por medio de separatistas subrogados y líderes clientes que desintegran y debilitan la cohesión nacional de los estados naciones antiimperialistas.
El objetivo de la construcción imperial no es simplemente conseguir el monopolio del control de las fuentes de energía mundiales, sinó construir una red mundial de bases militares y clientes políticos para afianzar rutas de comunicación y transporte. La construcción imperial implica la desintegración de estados naciones real o potencialmente antiimperialistas y la integración de las entidades ‘separatistas’ en el imperio.
Una teoría de la construcción imperial debe tener en cuenta no sólo el papel de las corporaciones y bancos imperiales estatales y multinacionales – las fuerzas móviles en el centro del Imperio – sinó los terroristas separatistas, gángsteres, demócratas piadosos y clérigos profanos que operan en los «fondos» del imperio. En el «medio» hay funcionarios internacionales, políticos, ideólogos globalistas y antiglobalistas que debaten cuestiones de guerras y autodeterminación en foros inconsecuentes. Los ‘foros sociales’ son «inconsecuentes» porque la resolución de la cuestión de si Washington o Europa extenderán su Imperio o no, es resuelta en los campos de batalla de Afganistán, Irak y Colombia, en los barrios de chabolas de Venezuela y Palestina, en las aldeas y pueblos del Cáucaso. En el Oriente Medio los Kurdos, los Israelíes, los monarcas Hashemitas y los expatriados ricos se alinean detrás del imperio contra la gran mayoría de trabajadores árabes cada vez más empobrecidos, agricultores, comerciantes y juventud desarraigada y sin futuro.
Vivimos en un tiempo de guerras imperiales, no de guerras civiles. Sociedades enteras son saqueadas y todos los recursos nacionales son usurpados o «privatizados». En medio de la desesperación y la miseria absoluta inducidas por el imperio, los líderes imperiales reclutan a soldados y policías de entre las masas empobrecidas. Estos reclutas ‘nacionales’ son simplemente mercenarios imperiales, legionarios extranjeros en su propio país. No luchan por un orden civil; defienden un orden imperial. No están ligados a una clase ‘dominante’; son dirigidos y financiados por el estado imperial que defiende a un gobierno títere colonial e ilegítimo. La idea de una «guerra civil» es una invención ideológica imperial para distraer la atención hacia divisiones étnico-religiosas instigadas por Washington.
La desintegración de Irak, Afganistán, Sudán, Chechenia, y el Cáucaso es la táctica de transición diseñada para lograr el objetivo estratégico de reintegrar las nuevas entidades dentro de un imperio Mayor del Oriente Medio y Asia Meridional y Central dominado por Estados Unidos.
EEUU no consiguió ‘fragmentar’ Irak con la guerra y el separatismo en la Primera Guerra del Golfo, aunque lo intentó en el norte y el sur. En la Segunda Guerra del Golfo busca formar una colonia «federada» basada en un régimen títere en Bagdad, un régimen Kurdo de señores de la guerra en el Norte y un régimen administrativo clerical Shía en el Sur. Esta estrategia ha tenido éxito sólo en el Norte. Los Kurdos figuran de forma prominente en la política expansionista imperial en el Oriente Medio – con separatistas Kurdos activos en Siria, Irán, Turquía y Rusia. Tanto Washington como Israel promueven la idea de Gran Kurdistán para usar a los Kurdos como armas para desestabilizar a sus adversarios y críticos potenciales en los países contiguos. La ‘visión’ irredentista del Gran Kurdistán lo convertiría en un reino vasallo del imperio estadounidense.
Imperialismo y Revolución en Ibero América
El avance del imperialismo y la aparición de movimientos revolucionarios son procesos políticos constantes en Ibero América. Pero no son procesos lineales: hay períodos más largos o más cortos de retroceso y consolidación en una relación inestable. Ni está siempre inversamente relacionada la relación entre expansión imperial y política revolucionaria: Hay momentos en los que en diferentes tiempos y lugares ambas avanzan o ambas retroceden – y, al menos temporalmente, surge una «tercera fuerza». El desigual desarrollo del imperialismo y la revolución significa que son imprudentes las amplias generalizaciones referidas a actividades en todo el continente durante períodos largos o incluso cortos.
Las condiciones económicas óptimas para la expansión imperial son las economías ‘abiertas’ que permiten a flujos irrestrictos de capital estadounidense, mercancías, ganancias y pagos de intereses. Las mejores condiciones políticas son los regímenes que facilitan la privatización de empresas públicas, desnacionalización del comercio exterior, desnacionalización de sectores lucrativos de la economía e infraestructura públicas. Lo más importante desde la perspectiva de los inversores imperiales son los países que tienen un confiable y cohesivo aparato político (militar-dictatorial o civil-electoral) que controle a las potenciales clases sociales adversarias. Los inversores imperialistas prefieren electoralistas ‘honestos’ que trabajen a jornada completa por sus intereses de clase antes que a dictadores corruptos que exijan posiciones privilegiadas para ellos, sus familias y amigos. Sin embargo ante la opción entre un populista honesto, socialista o nacionalista y un dictador cruel pro libre mercado, Washington siempre apoya y promueve a éste. Washington sólo acepta la caída de dictadores cuando surge una crisis revolucionaria que amenace sus intereses estratégicos (el aparato de estado cliente, inversiones estadounidenses, alineamiento automático internacional con EEUU) – en cuyo momento apoya y promueve el ‘cambio de régimen’, la elección de un régimen conservador civil.
Estrategias Imperiales en Perspectiva Histórica
Entre 1946 y 1958 Washington apoyó a regímenes dictatoriales y autoritarios liberales en todo el Caribe e Ibero América – y trabajó para minar los regímenes ‘nacional populistas’ de Guatemala, Bolivia, Brasil y Argentina. Los estrategas imperiales apoyaron a las dictaduras de Somoza en Nicaragua, Batista en Cuba, Trujillo en República Dominicana, Pérez Jiménez en Venezuela, Duvalier en Haití, Odria en Perú, Armas en Guatemala, Stroessner en Paraguay y los regímenes autoritarios civiles de Videla en Argentina e Ibáñez en Chile.
Este período dictatorial neoliberal ‘encajó perfectamente’ con las necesidades imperiales estadounidenses en términos de comercio, inversión y alineación diplomática y política internacional contra el avance del socialismo y el nacionalismo en el resto del mundo. La ola contra revolucionaria de después de la segunda Guerra Mundial se enfrentó a las fuerzas opuestas de los nacionalistas en Brasil durante el régimen de Vargas, en Argentina durante el de Perón, en Guatemala durante el de Arbenz y en Bolivia después de la revolución de 1952 de los mineros armados socialistas revolucionarios.
Estos desafíos nacionalistas fueron parcialmente derrotados por una alianza de agencias de espionaje estadounidenses, que trabajaban con los militares locales y la clase dirigente: Derrocaron a Arbenz en un golpe de la CIA en 1954, a Perón en un golpe militar en 1955, Vargas sucumbió a la presión y se suicidó. En Bolivia, Washington logró cooptar a los nacionalistas pequeño burgueses del (MNR) Movimiento Nacionalista Revolucionario. Mientras Washington proseguía minando a sus adversarios desde mediados hasta finales de los años 1950, sus clientes por su parte se enfrentaban cada vez más a nuevos desafíos revolucionarios que culminaron con el derrocamiento revolucionario de Batista en Cuba, y Pérez Jiménez en Venezuela, y la salida de Odria en Perú y Trujillo en la República Dominicana.
El «brote revolucionario simultáneo» desde finales de los años 1950 hasta mediados de los 1960 reflejó varias importantes características nuevas en relación con la oposición nacionalista de finales de los años 1940 y 1950. El brote revolucionario tenía un fuerte componente radical socialista que iba más allá del anterior populismo nacional de Perón, Vargas, el MNR y Arbenz. En segundo lugar se apoyó en la lucha extraparlamentaria – guerrilla, insurrecciones y huelgas generales. Tercero cuestionó las anteriores alianzas con los electoralistas pequeño burgueses – como el MNR en Bolivia. En cuarto lugar, los nuevos movimientos revolucionarios fueron un desafío a los rapaces regímenes de exportación autoritarios liberales de América Central y el Caribe y al estancamiento de la importación-sustitución de regímenes nacional populistas de Sudamérica. En quinto lugar, aunque los orígenes de esta ola revolucionaria estaban arraigados en las especificidades de cada nación, las semejanzas regionales impuestas por las tácticas de contrainsurgencia estadounidenses y el ‘punto de referencia’ común revolucionario de la Revolución Cubana crearon un punto de convergencia entre varios movimientos revolucionarios. El éxito relevante de la Revolución Cubana al alcanzar la igualdad, soberanía, poder popular y al derrotar la intervención estadounidense tendió a crear un polo común de lucha política en todos los sectores de la izquierda revolucionaria. Este nuevo contexto llevó a Washington a formular un nuevo programa (Alianza para el Progreso) que estaba tácticamente orientado hacia la alianza con los partidos reformistas pequeño burgueses para prevenir nuevas revoluciones sociales y derrotar a la insurgencia popular y a los movimientos populares. Estas alianzas temporales fueron diseñadas para lograr el objetivo estratégico de establecer regímenes pro estadounidenses. Washington buscó estratégicamente ‘forzar la retirada’ de los nacionalistas, socialistas y los logros populistas de los años 1950 y primeros 1960 y reestablecer y extender el ‘modelo’ Centro Americano / caribeño liberal a toda Sudamérica.
Tácticamente, Washington adoptó una política múltiple – la promesa de reformas por medio de la Alianza para el Progreso, la práctica de la intervención directa armada (Cuba, República Dominicana) y una estrategia militar de perfil alto que implicó contra-insurgencia, golpes militares, misiones militares en el exterior y ayuda militar y programas de adoctrinamiento. Un importante papel en este esfuerzo de contención imperial de la revolución fue desempeñado por los líderes electorales pequeño burgueses locales de Venezuela (Betancourt), Colombia, Perú (Belaunde), Chile (Frei), Bolivia (Paz Estensoro), Argentina (Frondizi), y Brasil (Quadros), que siguieron la batuta de Washington en la co-coordinación de la contra-insurgencia, inversión de los logros nacionalistas o prometiendo «reformas» en vez de revolución. Este período de tácticas múltiples, sin embargo, quedó finalmente reducido a la primacía de la opción militar. El cambio de tácticas reflejaba las dudas de Washington sobre la eficacia de los regímenes civiles electorales y las reformas para contener la emergente ola revolucionaria. Washington optó por apoyar una serie de golpes militares – República Dominicana en 1962, Brasil 1964, Argentina 1966, y Bolivia 1964 para eliminar las fuerzas revolucionarias emergentes y sentar las bases para ‘forzar la retirada’ de las reformas nacionalistas populistas y para aislar a la Cuba revolucionaria internacionalista.
En la coyuntura de finales de los años 1960 la estrategia imperialista de reversión no logró asegurar el control de Washington. En Brasil hubo una revuelta popular en 1968-69, en Argentina hubo brotes insurreccionales nacionales en 1969 (incluido el famoso Cordobazo), en la República Dominicana una masiva insurrección popular-militar que derrocó al régimen cliente en 1965. A finales de los años 1960 y a principios de los 1970 en Bolivia, Perú y Ecuador oficiales militares nacionalistas se aliaron con la población para reemplazar a los regímenes electorales pro EEUU. En Chile la izquierda electoral ganó las elecciones en 1970. En Cuba, el régimen revolucionario consolidó el poder. Todo esto demostró que la política militar y electoral estadounidense podría ser derrotada temporalmente; que podían ser puestos en práctica programas sociales más allá del ‘populismo nacionalista’; que podían realizarse nuevas formas de representación popular.
La respuesta de Washington a estos fracasos fue replantearse sus opciones y proceder a radicalizar su ejército y tácticas políticas y económicas a fin de avanzar hacia su objetivo estratégico de imponer regímenes neoliberales por todo el continente bajo el control imperial estadounidense. En Brasil Washington apoyó la sangrienta represión de la dictadura de Costa Silva; en Argentina Washington trabajó por medio de batallones de la muerte Peronistas (la TripleAAA) y, después del golpe de 1976, los dictadores terroristas (1976-82) que asesinaron e hicieron desaparecer a 30.000 Argentinos. En Chile, Washington promovió un golpe militar apoyado por la élite económica y la Democracia Cristiana, poniendo a Pinochet en el poder durante más de 16 años. Procesos similares funcionaron en Uruguay y Bolivia a principios de los años 1970. Washington apoyó a dictaduras de larga duración a fin de reestructurar totalmente el sistema legal, económico y político para conseguir finalmente su objetivo estratégico – el ‘estado neoliberal’ integrado en el imperio.
Dictaduras de Larga Duración y Clientes Bi-partido: años 1964-1980
El comienzo de las dictaduras de larga duración apoyadas por EEUU en Sudamérica fue acompañado por el fracaso y el desafío a los dictadores cliente estadounidenses de América Central. En Nicaragua, una insurrección popular derrocó a la dictadura Somoza, cuya familia tiranizó al país durante casi medio siglo. En El Salvador y Guatemala las guerrillas populares desafiaron a los regímenes terroristas apoyados por EEUU y sus políticas económicas liberales. En contraste, en Sudamérica asumieron el poder «dictaduras duraderas» apoyadas por EEUU. Ha habido poco análisis de la especificidad de las dictaduras de larga duración (DLD), sobre todo en términos de intereses estratégicos estadounidenses. Las DLD ordenaron el desmontaje total de las instituciones representativas, las organizaciones populares de la sociedad civil, el asesinato físico de los líderes populares y el desplazamiento, exilio y encarcelamiento de los políticos electorales de centro-izquierda y de centro. Esta represión masiva y sistemática fue realizada con asesores militares y civiles, ayuda financiera y apoyo político estadounidenses. El objetivo de la represión masiva era permitir la nueva etapa de regímenes dictatoriales y manos libres para imponer la transformación a gran escala y a largo plazo del estado, la economía y la sociedad. Estos cambios estaban en línea con el interés estratégico estadounidense para establecer un nuevo orden liberal o ‘neoliberal’ bajo dominación estadounidense. El proceso comenzó bajo los regímenes militares: Cayeron las barreras comerciales, comenzaron las privatizaciones de empresas públicas, fue estimulada la inversión extranjera, los planes de presupuestos y las políticas fiscales favorecieron a los inversores locales y estadounidenses y fue desregulado el sector financiero. El alcance y la profundidad de los cambios requeridos para revertir casi 50 años de legislación e instituciones nacionales populares fueron más allá del marco de tiempo de los regímenes militares. Lo que Washington consiguió durante las dictaduras militares fue la creación de los fundamentos legales, ideológicos e institucionales para la economía neoliberal. Los parámetros político-económicos para la dominación estadounidense fueron implantados cuando los regímenes militares comenzaron a deteriorarse a principios de los años 1980 – enfrentados a un nuevo brote de movimientos sociopolíticos populares. Washington y el imperialismo europeo, sin embargo, no confiaron simplemente en la sola táctica de gobierno militar sinó que también cortejaron a políticos exiliados y políticos desplazados de los partidos populistas tradicionales, socialdemócratas, y socialistas, sobre todo aquellos que decían estar ‘renovados’, es decir, que habían rechazado su pasado ‘estatista’ a favor de ‘soluciones de mercado’. Washington y Europa subvencionaron a los futuros partidos electorales, proporcionaron lucrativos puestos profesionales y participaciones a líderes electorales ‘exiliados’, y los prepararon ideológicamente para una vuelta a la política electoral cuando la acción popular directa de masas pusiera al régimen militar en crisis.
El punto clave teórico es que la vuelta del «centro izquierda» y «centro derecha» electoralistas ocurrió dentro de los parámetros neoliberales establecidos por el estado imperialista militar. El objetivo de las antiguas élites electorales populistas, socialistas y nacionalistas era desmovilizar el movimiento antidictadura y encauzarlo hacia canales electorales mientras profundizaban y ampliaban las políticas liberales del dictador. Si los militares sentaron los fundamentos del régimen neoliberal, los electoralistas civiles construyeron la estructura mediante privatizaciones masivas de todos los sectores estratégicos, desregularización total, pago de deudas perpetuas, y redistribución de la riqueza hacia arriba y hacia afuera.
Los electoralistas pequeño burgueses tuvieron éxito en la realización de los intereses estratégicos del imperio estadounidense – una economía liberal de amplitud continental.
Entre los años 1980 y 2004 el impacto liberal prosiguió a pesar del brote revolucionario de los años 1990 y principios del nuevo milenio. La quiebra del modelo neoliberal en Argentina (2001) y Bolivia (2003) y la severa crisis de Brasil (1997/8) fueron desvíos temporales en el camino para completar la colonización estadounidense.
Ascenso y Caída de la Insurgencia Popular de los años 1990
Durante los años 1990 los regímenes neoliberales patrocinados por EEUU y las economías de Ibero América experimentaron una serie de quiebras, crisis graves y estancamiento crónico. Los fracasos económicos de los regímenes neoliberales generaron la base popular para una nueva oleada de movimientos sociales radicales, que sustituyeron a la generación anterior de partidos electorales de centro izquierda y antiguos radicales de los años 1980 como principales opositores al imperialismo estadounidense. CONAIE en Ecuador, el MST en Brasil, los Cocaleros en Bolivia, los desempleados piqueteros en Argentina, y los Zapatistas de México todos ellos vinculados a movimientos urbanos para desafiar las políticas neoliberales y en algunos casos para derrocar regímenes. Estos movimientos y sus políticas de acción directa extraparlamentaria hicieron detonar el apoyo en las ciudades entre una minoría de sindicalistas militantes.
Además de los nuevos movimientos de acción popular directa, las guerrillas colombianas (FARC y ELN) aumentaron su control territorial e influencia, rodeando la capital, Bogotá. En Venezuela, un nuevo tipo de política nacionalista que combinó la movilización popular y la polarización de clases, con la política electoral encabezada por Chávez, ganó la Presidencia en 1998 sobre la base de su oposición a la política imperialista estadounidense. Los puntos culminantes de estos movimientos ocurrieron en diferentes momentos de los años 1990 – alcanzando su cénit alrededor de 2001.
En respuesta, Washington aceleró su programa de militarización por una parte, y, por otra parte, ajustó su estrategia política a la promoción y cooptación de una nueva generación de políticos de centro izquierda al servicio de sus planes neoliberales.
La militarización abarca un amplio repertorio de tácticas – incluso dentro del mismo país. En Venezuela, Washington siguió una serie de políticas desde promover un golpe militar, un golpe civil-militar, un cierre empresarial, un referéndum fraudulento y la contratación de fuerzas paramilitares Colombianas para actividades terroristas transfronterizas. Las tácticas ofensivas de Washington fueron derrotadas en todos los casos por una alianza entre los pobres urbanos y las fuerzas militares constitucionales. Los conflictos radicalizaron a las bases populares del movimiento Chávez, aumentaron el nivel organizativo de las bases, llevando a la expansión de los programas sociales, pero no hicieron radicalizar las políticas del régimen hacia los banqueros, industriales o los dueños de los medios de comunicación.
EEUU aumentó inmensamente su ayuda militar al régimen colombiano y a las fuerzas paramilitares del Plan Colombia y amplió sus bases militares por toda la región Andina. Como consecuencia de una política de tierra quemada, el cerco guerrillero de las ciudades principales resultó debilitado y el régimen de Uribe sobrevive apoyado por EEUU. Sin embargo, el Plan Colombia no ha podido infligir ninguna derrota estratégica a las guerrillas, y el nivel de descontento social urbano y rural y la organización social han aumentado.
Paradójicamente, aunque el aumento de las tácticas estadounidenses de militarización no han logrado alcanzar objetivos estratégicos, sus tácticas políticas sí han tenido éxito: El apoyo a Washington por parte de políticos electorales de centro izquierda ha producido varias victorias estratégicas en Brasil, Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador y muy probablemente en Uruguay en un futuro próximo.
En cada uno de estos países, los poderosos movimientos políticos sociales han sido fragmentados, aislados, divididos y debilitados por el ascenso al poder de antiguos partidos de izquierdas anteriormente considerados aliados de los movimientos. El caso más asombroso es el del régimen de Lula en Brasil, la economía más grande y más importante en América Latina. Da Silva ha proporcionado a EEUU un «régimen de sueño» – dejando aparte un remanente de presupuesto de más del 4,25% para pagar a los acreedores extranjeros, acuchillando pensiones, invirtiendo la legislación laboral, negociando a favor del ALCA, dirigiendo la ocupación militar de Haití para apoyar al régimen títere impuesto por EEUU. Lula prácticamente ha congelado el salario mínimo por debajo del nivel de inflación y ha ampliado la privatización para que incluya la infraestructura básica. Políticas similares han sido puestas en práctica por los pseudo populistas Gutiérrez en Ecuador, Toledo en Perú, y Mesa en Bolivia.
En Argentina el régimen conservador moderado de Kirchner ha neutralizado y ha dividido al movimiento piquetero, contuvo la privatización radical y las políticas de libre comercio implementadas por sus precursores, al tiempo que proporcionaba repartos de subsistencia al enorme ejército de desempleados y concedía pequeñas subidas a los jubilados empobrecidos.
La Dinámica de los Electoralistas Pequeño Burgueses y los Líderes de los Movimientos Sociales
La relación entre los electoralistas pequeño burgueses y los movimientos sociales es cambiante, dependiendo mucho de la coyuntura política. En el período previo a la toma del poder, en particular en momentos de profundo conflicto social y político, los electoralistas buscan el apoyo político de los líderes de los movimientos sociales ‘radicales’ para que sustenten el sistema electoral contra la amenaza de un levantamiento popular. Los electoralistas utilizan la demagogia popular para engañar al movimiento popular y hasta prometen un calendario para poner en práctica reformas progresistas e incluso reformas económico-sociales nacionalistas. A los líderes de los movimientos sociales les ofrecen un «pacto social» y la promesa de futuras oportunidades electorales. El objetivo está claro: animar a los líderes de los movimientos sociales a que sirvan de «bomberos» – para desmovilizar a las masas, para dividir al movimiento y para oponerse a cualesquiera protestas a gran escala. Este «giro a la izquierda» táctico en tiempos de crisis permite que los electoralistas pequeño burgueses consoliden su control del estado y su relación con la embajada estadounidense antes de proceder a implementar el programa neoliberal. Una vez que ha tenido lugar la desmovilización y el movimiento ha sido dividido, los electoralistas pequeño burgueses tienen las manos libres para reprimir, primero a aquellos líderes populares no cooptados, y luego para proceder contra la base social del movimiento de sus líderes colaboracionistas. Posteriormente los electoralistas lanzan su ofensiva neoliberal, desechando a sus «compañeros sociales» como condones usados.
Esto queda perfectamente ejemplificado en Bolivia bajo el Presidente Carlos Mesa, en su relación con Evo Morales. Primero el Presidente Mesa se aseguró el apoyo de Morales para consolidar su régimen con la promesa de futuras elecciones presidenciales y una tregua en la erradicación de la coca. Morales realizó sus tareas lealmente para Mesa: su movimiento cocalero, sindicatos y partido político se opusieron a una huelga general, apoyaron el referéndum de Mesa a favor de las compañías petroleras privadas, y se alineó con el Presidente en el Congreso, aún cuando Mesa puso explícitamente su régimen bajo la supervisión y la dirección del Embajador estadounidense, John Greenlee. Con el apoyo pleno del Embajador estadounidense, Mesa lanzó una violenta campaña militar contra los campesinos cocaleros y su sindicato bajo el ‘liderazgo’ de Morales, matando e hiriendo a docenas y destruyendo miles de acres cultivados. Morales facilitó esta represión al descentralizar la oposición a cada sindicato local, y al rechazar organizar un bloqueo regional de carreteras. Para encubrir sus fracasos políticos amenazó verbalmente con retirar el apoyo en el Congreso, que todavía mantiene hasta los últimos hilos de esperanza para las elecciones presidenciales – dentro de tres años.
Mesa, apoyado por los militares, la embajada y la élite económica, ya no necesitó más a Morales, desechó a Evo, que ha quedado desacreditado a escala nacional e incluso entre algunos sectores de los sindicalistas cocaleros.
Las multinacionales petroleras imperialistas y el poder imperial estadounidense se enfrentaron al desafío de una insurrección en octubre de 2003. Lograron consolidar de nuevo el control debido al vínculo político con los electoralistas pequeño burgueses y su capacidad política para reclutar, utilizar y desechar a líderes de los movimientos sociales en función de las cambiantes coyunturas políticas.
Construcción Imperial: Los Vínculos Férreos
El poder imperialista es ejercido por medio de una cadena de vínculos económicos y políticos, que están sostenidos por adaptaciones tácticas a coyunturas políticas específicas a fin de sostener intereses estratégicos. El punto clave teórico es que esta nueva ola de políticos electorales neoliberales, anteriormente alineados con los principales movimientos extraparlamentarios, ha logrado encauzar temporalmente el apoyo político a regímenes que adoptan los planes imperiales. El resultado es un desencanto profundo de las bases populares de estos movimientos (como en Ecuador), la cooptación política de algunos líderes del movimiento (Bolivia), la división de los movimientos (Argentina) y un grave declive temporal de las capacidades del movimiento.
No ha tenido lugar ninguna confrontación nacional importante desde que el predominio de estos nuevos regímenes neoliberales asumió el poder aunque, con el tiempo, se hayan reactivado en todas partes huelgas sectoriales e importantes manifestaciones, y es probable una nueva oleada de levantamientos sobre todo en Bolivia. Mientras EEUU opera con generales latinoamericanos, comandantes de grupos paramilitares, y élites de agro-negocios y bancarias, sus victorias políticas más significativas se han acumulado gracias a sus vínculos con los partidos y políticos electorales pequeño burgueses. Han sido mucho más eficaces para desmoralizar a las masas que todos los artículos de propaganda de los medios de comunicación; han sido más eficaces para dividir y debilitar a los movimientos que todos los programas de «contra insurgencia»; han sido más eficaces para cooptar a líderes y descabezar movimientos que todos los batallones de la muerte paramilitares.
No se debería subestimar ni sobreestimar la importancia de este vínculo pequeño burgués electoral-imperialista. El ‘vínculo’ no es una simple imposición sobre la ex centro-izquierda, sinó el resultado de la dinámica interna de una derechización de estos partidos y líderes cuando buscan mayor movilidad social, enriquecimiento familiar, influencia política y estatus social. Las «presiones del imperialismo» refuerzan las inherentes tendencias reaccionarias entre los electoralistas arribistas pequeño burgueses.
Sin embargo, el vínculo no es sostenible a medio plazo – porque las políticas neoliberales erosionan el apoyo popular inicial; la desilusión con algunos líderes del movimiento conduce a la aparición de nuevos líderes y nuevos movimientos; y algunos líderes del movimiento, que están comprometidos con las fracasadas políticas electorales, retornan a las bases y reaniman la política de la acción directa. Un nuevo ciclo de movilización popular se extiende en todas partes de Ibero América y era visible a mediados de 2004 en varios países (Bolivia, Argentina y Brasil). Sin embargo, estas luchas emergentes se centran sobre todo en demandas a corto plazo, aunque podrían intensificarse en el futuro próximo.
Globalización o Re-División Imperial del Mundo
El movimiento a gran escala y a largo plazo del capital en cada región del mundo ha llevado a muchos escritores a hablar de «globalización» – un fenómeno que, según se dice, describe una nueva fase histórica del desarrollo capitalista o imperialista. Algunos escritores incluso hablan de un mundo ‘interdependiente’, postimperial. Sin embargo, la magnitud y hondura de las desigualdades sociales económicas de naciones, clases, razas y géneros, y la enorme concentración de poder militar (y su uso en guerras de conquista) han conducido a que un creciente número de escritores vuelvan a la teoría del imperialismo. Esto es un avance teórico y empírico para la clarificación de la naturaleza de las relaciones interestatales y de clases. Aún con el reconocimiento de que el imperialismo es la fuerza motriz de la época actual – y a la inversa, los movimientos antiimperialistas son el desafío principal – hay poca claridad sobre la importancia e impacto principal del imperialismo.
El solo hecho más significativo acerca del imperialismo (en todas sus manifestaciones, sea el viejo imperialismo estadounidense, el reavivado imperialismo Europeo y Japonés o el recién emergente imperialismo Chino) es la nueva división del mundo. Estamos en medio de una importante lucha entre mayores y menores, viejos y nuevos imperialismos, para hacerse con el control de regiones, regímenes, energía y recursos estratégicos, por medio de guerras (unilaterales y multilaterales), «acuerdos de libre comercio regionales o bilaterales», alianzas militares y asociaciones económicas.
Las varias potencias imperiales se están dedicando en todas partes a incorporar a antiguos países comunistas y nacionalistas en el seno de sus imperios. Europa del Este es incorporada al imperio económico de la Unión Europea mientras EEUU incorpora a los mismos países bajo su tutela a través de la OTAN y de «coaliciones» en tiempos de guerra como mercenarios de su imperio. En América Latina, EEUU trabaja para incorporar economías liberalizadas y regímenes a su imperio por medio de acuerdos comerciales y de inversión, mientras las inversiones europeas y las compras de empresas privatizadas entran para repartirse sectores de las economías. Europa procura hacerse con el control de sectores del mercado Mercosur a través de un nuevo pacto comercial / de inversión, mientras EEUU avanza en su esquema colonial por medio del ALCA.
En el Cáucaso, Europa y EEUU compiten para repartirse enclaves de control: EEUU a través de regímenes clientes y bases militares y los europeos por medio de compras corporativas de recursos energéticos y sobornos a gobernantes corruptos.
En Oriente Medio, Europa aspira a enclaves de inversión / comerciales con regímenes compradores y rentistas, mientras EEUU se mueve hacia la conquista colonial militar directa para establecer gobiernos coloniales. La diferencia entre las tácticas europea y estadounidense en Oriente Medio está enormemente influenciada por la influencia israelí sobre la política estadounidense para Oriente Medio, especialmente por medio de sus agentes sionistas en el Pentágono.
En África, las Grandes Potencias compiten para repartirse los estados ricos en petróleo y minerales, instigando guerras regionales en Sudán, Nigeria, Guinea Ecuatorial y otras partes. Las identidades religiosas, tribales y étnicas son instrumentalizadas por cada centro imperial para socavar a los gobiernos centrales y crear mini estados, dirigidos por clientes para los principales intereses corporativos.
Estamos en un período similar a la Gran Re-división de África de los años 1870 y 1880 – cuando las principales potencias europeas se repartieron sus territorios coloniales. Hoy, a mucho mayor escala, estamos asistiendo a un proceso similar acelerado por la forzada desintegración de la Unión Soviética, Yugoslavia y el movimiento Pan Arabe. Rusia está siendo dividida por medio de «movimientos separatistas» patrocinados por el imperio. Las agresivas acciones militares de EEUU en Oriente Medio son instigadas por la visión subimperialista sionista de una esfera de co-prosperidad. El objetivo es monopolizar los países petroleros estratégicos. Esto ha conducido a la oposición de las potencias imperiales europeas excluidas. Repartirse naciones y regiones, y la necesidad de consolidar a los clientes recién incorporados a sus imperios respectivos requiere una dilatada presencia militar, y una fuerza militar de despliegue más o menos rápido. Posteriormente es esencial establecer la ‘elección’ de un régimen títere para satisfacer a los ‘ciudadanos’ del país imperial y tranquilizar a los ruidosos pero inconsecuentes disidentes social-demócratas y liberales. En tanto que EEUU y Europa son sistemas electorales, los ciudadanos que votan a favor del régimen imperialista son también responsables del genocidio imperialista.
El ‘reparto del mundo’ es la característica dominante de la expansión del imperio en el período actual. Se realiza mediante acuerdos entre las potencias imperiales (consultas multilaterales, acuerdos del Consejo de Seguridad, y ‘coaliciones’), y con la activa y pasiva conformidad de una mayoría de sus votantes. Los acuerdos imperiales, sin embargo, no impiden la competición por esferas regionales de influencia, contratos de reconstrucción colonial, permisos de explotación de petróleo y toma de los recursos estatales privatizados.
El reparto del mundo mediante la fuerza unilateral maximiza las potenciales ventajas para el poder imperial (monopoliza las relaciones cliente y los recursos) pero aumenta los riesgos de aislamiento político, guerras coloniales prolongadas y caras. Puede debilitar la capacidad imperial para actuar en otras regiones del mundo. Esto queda mejor ilustrado hoy con el golpe de estado colonial estadounidense en Irak.
Cada país imperial intenta debilitar a sus rivales caracterizando sus actividades como «imperialistas», «ilegítimas» y contra el «derecho internacional» sobre todo en tiempos de ocupación colonial unilateral. De ahí la alta posición moral adoptada por Europa en relación con la guerra colonial estadounidense de Irak. Sin embargo en el caso de Haití, Afganistán, y Sudán donde ambos grandes centros imperiales decidieron colectivamente compartir influencia, emiten conjuntamente solemnes declaraciones de altos principios morales a favor de las guerras coloniales.
Reparto del Mundo: Ibero América
La lucha imperial para «repartirse Ibero América» tiene varias particularidades. Una es la presencia imperial a largo plazo de EEUU en la región y los consiguientes lazos profundos existentes desde hace mucho tiempo con la clase dirigente y los militares. El reingreso de Europa durante las dos décadas pasadas, particularmente pero no exclusivamente España, ha llevado a rivalidades competitivas, aunque no muy conflictivas, sobre el control de sectores estratégicos de la economía privatizada. Las negociaciones prolongadas e inconcluyentes entre la Unión Europea y MERCOSUR son menos el resultado de la obstrucción estadounidense y más el resultado de la respuesta negativa europea a sacrificar sectores agrícolas minoritarios para ganar acceso a sectores industriales, de servicios, financieros y comerciales Ibero Americanos. Problemas similares han surgido en negociaciones entre EEUU e Ibero América sobre el ALCA.
El reparto de Ibero América ocurre entre algunos países que tienen una base industrial importante o un sector agrícola grande de subsistencia de campesinos e Indios – los cuales son obstáculos para la explotación colonial basada en plataformas maquiladoras de exportación, pillaje financiero por medio del pago de deudas y agro exportaciones a gran escala basadas en corporaciones de negocios agrícolas vinculadas con gigantescas corporaciones comerciales imperiales.
Las consecuencias de ‘repartir’ con éxito Ibero América serán convertir la región en una plataforma exportadora para agro-negocios, agro-minería, mano de obra barata manufacturera, capaz de sostener pagos perpetuos de deudas. Esta es una enorme tarea que requiere esfuerzos sostenidos por la clase política de políticos electoralistas capaces de desviar y fragmentar la inevitable resistencia popular a esta «regresión» de 100 años de historia. Desde la perspectiva imperial hay numerosos signos positivos – los políticos de la Nueva Derecha encabezados por Lula han tomado medidas importantes para integrar a Brasil en el ALCA, mientras se encaminan hacia un acuerdo por medio del MERCOSUR con la Unión Europea. En cierto modo Brasil será la primera colonia conjunta de las dos potencias imperiales principales. Procesos similares están en marcha en los países Andinos de Ecuador, Perú, Bolivia y Colombia. La oposición de Venezuela al proceso del ‘reparto’ ha tenido como consecuencia el apoyo conjunto estadounidense y europeo a una restauración colonial violenta.
Hasta ahora el reparto de Ibero América procede por los «cauces legales» de políticos electos pequeño burgueses, no mediante guerras o movimientos étnicos separatistas. Los obstáculos principales para la re-división de Ibero Latina son los movimientos nacionales de resistencia popular y el potencial de insurrección de los movimientos de las clases populares, así como regímenes revolucionarios socialistas como Cuba y gobiernos nacionalistas como Venezuela.
El reparto de Ibero América no ocurre en medio de un severo conflicto inter imperial – sinó por medio de actividades conjuntas y competitivas de corporaciones estadounidenses y europeas y gobiernos. La principal fuerza y debilidad del proceso de «reparto» imperial se encuentra en el eslabón político que facilita el proceso. Los electoralistas pequeño burgueses promueven la re-división colonial, pero quedan gravemente comprometidos y se deterioran rápidamente enfrentándose a la oposición masiva y a levantamientos. A diferencia de otras regiones, el reparto colonial ha conducido al aumento de la guerra de clases que une vitales cuestiones de clase de transformación socioeconómica con las luchas antiimperialistas. En ese sentido Ibero América proporciona un poderoso punto de referencia para los trabajadores del mundo que sufren la re-división imperial de sus países.
Setiembre 2004