Nos recordaba el sabio alemán Erich Fromm que a lo largo de siglos reyes, sacerdotes, señores feudales, industriales y padres han insistido que la obediencia es una virtud y la rebeldía una perversidad. Él advertía, en cambio, que si la historia de la humanidad comenzó con un acto de desobediencia (el bocado de Eva a […]
Nos recordaba el sabio alemán Erich Fromm que a lo largo de siglos reyes, sacerdotes, señores feudales, industriales y padres han insistido que la obediencia es una virtud y la rebeldía una perversidad. Él advertía, en cambio, que si la historia de la humanidad comenzó con un acto de desobediencia (el bocado de Eva a la manzana en Bagdad) no es improbable que acabe con un acto de obediencia y sumisión. Obedecer es un modelo de relación, no connatural sino adquirido, en el que se diluye la responsabilidad personal sustituyéndola por la creencia. El superior cosifica al individuo -el perinde ac cadáver, el «como si fueras un cadáver» jesuitino- para imponer así su deseo de codicia.
Cuando los 11 tripulantes del bombardero Enola Gay, que el 6 de agosto de 1945 sobrevoló Hiroshima, acompañaron al capitán William «Deak» Parsons a lanzar la primera bomba atómica, el little boy, sobre la ciudad fueron soldados obedientes. Cumplían órdenes, como los nazis en los campos de concentración, como los soldados en las guerras del mundo, en Iraq por ejemplo, o la guardia civil ante una manifestación cualquiera de personas, que se rebelan ante el poder. Hoy sabemos que la conferencia de Potsdam (Alemania) del 17 de julio al 2 de agosto de 1945 entre Winston Churchill, Josif Stalin y Harry S. Truman fue, como tantas veces en nuestros días, una reunión de criminales, de gobiernos criminales.
Aquel trágico 11 de marzo, en el que murieron 191 personas, era jueves y el 14 se celebraban elecciones generales. El gobierno de Aznar mintió descaradamente a la ciudadanía y acusó mendazmente a ETA de la matanza, convencido de que tal acusación le aportaría la victoria. Curiosamente quien entonces proclamó con voz sonora que no había sido ETA y desenmascaró con contundencia la falacia aznaril hoy está en la cárcel y se llama Arnaldo Otegi. El juicio, que comenzó el 15 de febrero, concluyó en la Audiencia Nacional el 2 de julio de 2007, tras 57 sesiones, después de cuatro meses y medio y señalando con el dedo índice a 28 personas. El gobierno español estaba ya avisado, participaba activamente en la guerra de Afganistán y fue promotor destacado de la guerra de Irak. Y desde allí se amenazó con represalias a la chulería de aquí. Aquí hubo 191 muertos blancos pero allí hace tiempo que han pasado del millón los muertos y son innumerables los heridos, los tullidos, los lisiados, los torturados, los violados. ¿Por qué no estaban sentados en ese banquillo Aznar y sus ministros, que patrocinaron el asesinato y la muerte de un pueblo? ¿Y el gobierno de USA y el del Reino Unido? Porque tampoco era un tribunal de justicia.
Pascual Serrano reclama a tiempo y destiempo ojo avizor y oído agudo ante los medios de comunicación, que con el marchamo de libertad nos venden mentira camuflada, convirtiéndose a menudo en portavoces de multinacionales codiciosas e interesadas en saqueos. En voz de su amo.
El análisis crítico de los programas de televisión o las noticias de prensa nos advierten con frecuencia de la voz de su amo, de la lección que se nos inculca y la que se nos oculta, de sus intereses y sus fobias, de su fondo y su transfondo. Convertir la escucha, lectura y formación en diálogo e interrogante, en duda y búsqueda, en destete y rebeldía resulta tarea obligada para no convertirse en pieza sumisa de maquinaria de guerra, en juez de parte marcada o en voz de mando ajeno. No se puede ser neutral en un tren en marcha, decía Howard Zinn, y la psicoanalítica Jutta Voss se pregunta si la obediencia no es ya un pecado. En cualquier caso, el plato que se nos sirve no es neutral.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.