Durante más de siete décadas Estados Unidos consolidó su liderazgo global a través de instituciones multilaterales que privilegiaban la persuasión sobre la imposición. Organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización Mundial del Comercio (OMC) y el Banco Mundial configuraron un sistema internacional a su medida, al que otras naciones se integraron gradualmente.
Este orden basado en reglas le permitió proyectar su influencia sin recurrir constantemente a la coerción. Los beneficios fueron evidentes: acceso a mercados, alianzas estratégicas estables y una legitimidad difícil de disputar. Washington supo explotar el poder blando, basado en la atracción cultural, la promoción de valores compartidos y la percepción de legitimidad de sus políticas.
Sin embargo el multilateralismo lleva años en crisis y la llegada de Donald Trump ha acelerado su deterioro. Su política de “América primero” minó este entramado institucional.
Además de la guerra comercial y las tensiones con aliados tradicionales, ha retirado a EE. UU. de la Organización Mundial de la Salud, desmantelado la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y vulnerado las reglas de la OMC, paralizada desde 2019 cuando el propio Trump bloqueó los nombramientos en su tribunal de arbitraje.
Este repliegue genera un vacío de poder que otros actores están aprovechando para redefinir las reglas del orden internacional.
¿Hay alternativas al sistema multilateral estadounidense?
En 2015, Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (grupo BRICS) fundaron el New Development Bank (NDB), conocido como “el banco de los BRICS”. Estos cinco países representan un tercio del PIB mundial y el 41 % de la población global, otorgando al banco un respaldo considerable.
El NDB es el primer banco multilateral creado sin influencia directa de Washington y su estructura refleja una visión distinta del orden financiero clásico.
En el Banco Mundial, el poder de voto favorece a las economías occidentales: Estados Unidos mantiene más del 15 % del poder de voto, suficiente para vetar reformas clave. En el FMI, la situación es similar: los BRICS apenas controlan el 11 % de los votos, a pesar de representar más del 40 % de la población mundial. Además, la propuesta de reforma presentada en 2010 para aumentar su influencia quedó bloqueada por EE. UU.
En contraste, el New Development Bank se diseñó con un reparto equitativo del poder entre sus cinco fundadores. Aunque su ampliación ha modificado esta estructura, los BRICS originales conservan al menos el 55 % del capital total, asegurando su control mayoritario.
La institución cuenta con un capital autorizado de 100 000 millones de dólares. Desde su creación y hasta 2024 ha financiado 98 proyectos por aproximadamente 33 000 millones de dólares.
Uno de sus objetivos estratégicos es la financiación en monedas locales. Según su plan 2022-2026, al menos el 30 % de los préstamos deben emitirse en divisas de los países miembros. Para ello, ha comenzado a emitir bonos en yuanes y a financiar proyectos sin recurrir al dólar.
Además, el banco estableció un fondo de 100 000 millones de dólares para proporcionar liquidez en casos de crisis financieras, un modelo similar al rol del FMI en el sistema tradicional.
El NDB ofrece financiamiento imponiendo menos condiciones de política interior que el Banco Mundial, lo que lo convierte en una opción atractiva para las economías emergentes. Sin embargo, esta flexibilidad también plantea desafíos en términos de supervisión y sostenibilidad financiera.
Su creciente influencia ha llevado a la incorporación de nuevos miembros como Bangladesh, Egipto y Emiratos Árabes Unidos, ampliando su alcance más allá de los BRICS originales.
Sus grandes limitaciones
Pese a su crecimiento, el NDB afronta obstáculos significativos para convertirse en una alternativa real a las instituciones tradicionales. Su capacidad de financiamiento sigue siendo limitada frente al Banco Mundial, que en 2024 comprometió 117 500 millones de dólares (más de 350 % más que el NDB).
Además, sus operaciones se concentran en los propios BRICS y países aliados, sin una penetración significativa en Europa o el Sudeste Asiático, lo que restringe su influencia global.
Las tensiones entre sus miembros también generan vulnerabilidades. La invasión rusa a Ucrania obligó al banco a congelar préstamos a Moscú, evidenciando fracturas internas. A esto se suman disputas comerciales entre India y China, así como la necesidad de Brasil de equilibrar sus relaciones entre Washington y Pekín.
Por otro lado, el fondo de emergencia del New Development Bank sigue vinculado al FMI: para acceder a más del 30 % de los recursos, los países miembros deben contar con un programa aprobado por el FMI. Esto implica que, en momentos de crisis severa, la alternativa financiera de los BRICS aún depende parcialmente del sistema occidental.
La estrategia china va más allá
China no limita su estrategia al New Development Bank, sino que ha construido un ecosistema de instituciones para aumentar su influencia global. El Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB), fundado en 2016, es una pieza clave. Con 104 miembros, incluidos aliados occidentales como Alemania y Reino Unido, ya ha movilizado 45 000 millones de dólares en proyectos.
La iniciativa de la Franja y la Ruta es el proyecto de infraestructuras más ambicioso del siglo XXI. Con presencia en 149 países, conecta China con Europa, África y Asia. Sus inversiones sumaron 369 120 millones de dólares entre 2013 y 2022.
En el ámbito comercial, el Regional Comprehensive Economic Partnership (RCEP) es el mayor acuerdo de libre comercio del mundo, representando el 30 % del PIB global. Este acuerdo –firmado en 2020 entre Myanmar, Brunéi, Camboya, Filipinas, Indonesia, Laos, Malasia, Singapur, Tailandia, Vietnam, Australia, China, Corea del Sur, Japón y Nueva Zelanda– excluye deliberadamente a EE. UU. y consolida a China como eje de la región Asia-Pacífico.
Complemento, no reemplazo (por ahora)
El NDB no sustituye al Banco Mundial o al FMI, pero sí erosiona su monopolio. Su valor principal radica en ofrecer a países en desarrollo alternativas financieras sin la tradicional hegemonía occidental, permitiéndoles diversificar sus fuentes de financiamiento y reducir dependencias históricas. Su evolución y consolidación dependerán tanto de superar sus limitaciones internas –tamaño, cohesión entre miembros, autonomía financiera– como del ritmo y alcance del repliegue estadounidense.
En un escenario internacional donde Trump cancela abruptamente programas de ayuda mientras el presidente Xi promueve una “comunidad de destino compartido”, el NDB representa una oportunidad para que Pekín y sus aliados amplíen su influencia. Sumado al resto de proyectos, el ecosistema de instituciones lideradas por China tiene una ventana de oportunidad para impulsar su relevancia global.
Juan Vázquez Rojo. Doctor en Economía. Profesor e Investigador en la UCJC, Universidad Camilo José Cela