El descubrimiento de una proteína que integra la superficie del VIH y lo hace perder la inmunidad ante un anticuerpo nombrado B12, y de que una sustancia presente en la sangre resulta capaz de evitar la infección; la elaboración de ungüentos microbicidas que podrían bloquear la transmisión; medicamentos que retrasan el avance de la enfermedad […]
El descubrimiento de una proteína que integra la superficie del VIH y lo hace perder la inmunidad ante un anticuerpo nombrado B12, y de que una sustancia presente en la sangre resulta capaz de evitar la infección; la elaboración de ungüentos microbicidas que podrían bloquear la transmisión; medicamentos que retrasan el avance de la enfermedad durante años; ensayos de vacunas, algunos de los cuales cristalizarían a tiro de piedra, en el año 2008; valladares como la modificación genética de las células y hasta la milenaria circuncisión…
Me lavo las manos. Creo que el párrafo inicial me ayudaría a quitarme el posible sambenito de ave de mal agüero. Y si no bastara, pues que me llame como guste quien no alcance a ver lo obvio: el sida y su microscópico causante parecen reír ante nuestras narices, mientras más de un sabio siembra una mediática esperanza desde laboratorios de ensueño, situados la mayoría al norte de la línea del ecuador.
Porque ingenuo y digno de una sonrisa, cuando menos conmiserativa, será quien no perciba el aspecto social, que no exclusivamente «científico», de una pandemia animada como mar de leva, con más de 40 millones de contagiados a escala planetaria, y solo en 2005 con 4,1 millones de nuevos infectados y 2,8 millones de fallecidos, según plausible informe de ONUSIDA que, por cierto, tuvo en cuenta a la totalidad de los mayores de 15 años, y no solo a los de edades de entre 15 y 49, como resultaba habitual.
Sin duda alguna, poco más de 25 años después de detectado el primer caso de portador (1981), con el infausto acumulado de 25 millones de muertos, no se precisa la condición de adivino para vislumbrar que el VIH/SIDA proseguirá su retumbante paso de huno feroz, como Atila, rey y azote de Dios; su paso agostador de jinete tártaro, Gengis Khan redivivo, en tanto los medicamentos estén disponibles para apenas el cinco por ciento de los seropositivos de un mundo globalizado en los entuertos más que en las soluciones.
Y mientras potencias como Estados Unidos restrinjan el acceso de los pacientes del Sur a terapias de alta tecnología -en protección de las multinacionales farmacéuticas, por supuesto-, y fundamentalistas políticos y religiosos como George W. Bush insistan en trasnochadas campañas de abstinencia sexual, calificadas por muchos entendidos de moralmente problemáticas, ya que «retienen información (sobre el empleo de condones, por ejemplo) y promueven opiniones cuestionables o inexactas», propiciando un genocidio.
Claro, en descargo de Bush el beato digamos que él también se abstiene. Sí, se abstiene de cumplir sus promesas para combatir el flagelo en el interior de su país. Qué pedir para el llamado Continente Negro, Asia, una Europa del Este casi ubicada en el Tercer Mundo por propia e «imaginativa» decisión, y otras regiones de vigoroso crecimiento de la dolencia en los últimos tiempos, si «hay niveles de la enfermedad parecidos a los de África subsahariana en algunas partes de Washington; y en varias partes de Nueva York, como Harlem o el Bronx, la situación es también alarmante», de acuerdo con fuentes tales Scott Evertz, ex director de Política Nacional contra el sida de la Casa Blanca.
La ONUSIDA podrá llegar a la estratosfera con la advertencia de que unas 14 mil personas, diez por segundo, se infectan cada día en los cuatro confines del orbe; de que exclusivamente una de cada diez se enterará de su mal, lo que hace más difícil de cortar la cadena de contagio; de que «la aplicación de programas integrales de prevención podría evitar 29 millones (63 por ciento) de los 45 millones de nuevas infecciones que se prevé se produzcan entre 2002 y 2010″…
¿Logrará la entidad con este tañer de campanas a rebato convencer a puntales del neoliberalismo económico como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional de no imponer condiciones que impidan a los países pobres desviar las erogaciones monetarias del pago de intereses de la deuda externa hacia una campaña necesariamente gregaria, universal, que implicaría para el 2008 nada menos que 22 mil 100 millones de dólares en el tratamiento con antirretrovirales de todos los portadores del virus, así como en la prevención y el cuidado de los huérfanos del sida?
Definitivamente agorero, sí. Agorero soy cuando leo que el 50 por ciento de los niños aquejados del mal en los países pobres, paupérrimos, muere antes de haber cumplido dos años, contra el 80 por ciento salvado en países ricos. Agorero y escéptico aun si algún sabio lograra gritar ¡eureka!, remedio en mano, algo que constituiría un breve paso en la solución definitiva -con nítido cariz político- de un problema de salud, paso casi impensable en un mundo pletórico de problemas globalizados.