Sí, el mundo arde por los cuatro costados, aunque algunos traten de camuflar la situación «parcelando» conceptualmente la hecatombe en crisis inmobiliaria, de la construcción, financiera, griega, portuguesa, española, tal denuncian diversos analistas, los más de ellos situados en el lado izquierdo del espectro político. Sucede que algunos pretenden renombrar las cosas, para que estas […]
Sí, el mundo arde por los cuatro costados, aunque algunos traten de camuflar la situación «parcelando» conceptualmente la hecatombe en crisis inmobiliaria, de la construcción, financiera, griega, portuguesa, española, tal denuncian diversos analistas, los más de ellos situados en el lado izquierdo del espectro político.
Sucede que algunos pretenden renombrar las cosas, para que estas existan a su albedrío. O para que dejen de existir. «¿Acaso en un principio no fue el logos, el Verbo?», se animarán para sus adentros, henchidos de petulancia sofística, ciertos think thank (tanques pensantes… o interesadamente pensantes), sin reparar en la imposibilidad de ocultar que «hay una sola crisis, la del sistema capitalista y su última fase en evidente descomposición: el neoliberalismo», entre otras razones por la extensión y la duración, como bien apunta Alirio Montoya (Rebelión.org), quien nos recuerda que la gestación del modelo de mercado absolutista ocurrió en los años 20 del siglo pasado, con el comienzo del auge de la especulación. Y nos señala que la peor catástrofe económica desde la Gran Depresión y su secuela son la prueba más clara y dolorosa del fracaso del capitalismo financiero, dominante en la economía planetaria de los últimos 30 años.
Abrevando en informes de numerosas entidades internacionales, conoceremos que en los postreros 40 años se ha duplicado la cantidad de «países menos desarrollados»; en el 2009, estos gastaron en importaciones de alimentos 23 mil millones de dólares; el ingreso promedio por persona en las naciones más pobres de África ha caído un cuarto durante los últimos cuatro lustros; aproximadamente mil millones de seres en todo el orbe se acuestan hambrientos todas las noches; más del 60 por ciento de la humanidad vive en estados en los que se amplía la diferencia de ingresos entre pudientes y necesitados; dos mil 600 millones carecen de higiene básica, y tres mil millones, cerca de la mitad de la población de la Tierra, vive con menos de dos dólares al día. Para mayor inri, cada 3,5 segundos muere alguien de inanición, tres cuartos de ellos con menos de cinco años de edad; alrededor de 400 millones de niños no tienen acceso al agua potable, y en 2008 cerca de nueve millones murieron antes de llegar a su quinto cumpleaños…
Definitivamente, creo que nadie de buena fe se avendría a negar el fracaso del sistema-mundo, nombrado así porque son pocos los sitios no copados. Escasean los oasis. Habría que pasar de ingenuo para no ver que Europa desborda de hogueras en que se consumen comercios, autos, cajeros automáticos, bancos; y de refriegas donde unos pocos policías acaban heridos, y muchos manifestantes hospitalizados, si no presos o sepultados.
Habría asimismo que remedar el gesto de Edipo, arrancarse los ojos, para no distinguir lo que orean en público miríadas de observadores: Un solo hombre, Bill Gates, posee un patrimonio de más de 50 mil millones de dólares, que sobrepasa el PIB individual de 140 países; el 2 por ciento más favorecido detenta más de la mitad de los activos de hogares en el globo, y el 0,5 por ciento controla más del 35 por ciento de la riqueza; mientras al continente africano corresponde el 1 por ciento del caudal universal, al haber de los Estados Unidos va el 25 por ciento de este…
Y lo peor es que, conforme a los entendidos, aún no ha pasado la cima (o la sima) de la crisis… Caramba, ¿dijimos que lo peor? Pues quizás hasta nosotros estemos pecando de ingenuos, porque tal vez el pueblo, los pueblos no yerren cuando afirman, en buen romance, que lo «mejor de esto es lo malo que se está poniendo». Intuición que bien podría trasuntarse en palabras del destacado marxista húngaro Itsván Mészáros, también citado por Montoya: «Pero la última cosa que necesitamos hoy día es seguir echando el lazo al viento, cuando tenemos que encarar la gravedad de la crisis estructural del capital, lo cual exige la institución de un cambio sistémico radical (…) Es por eso que Marx tiene hoy mayor pertinencia que nunca. Porque solo un cambio sistémico radical puede ofrecer una esperanza y una solución históricamente sustentables del futuro».
No en balde, con obsesión contraproducente, la Casa Blanca acaba de situar en la comba celeste el presupuesto militar para este año: 708 mil millones, el más cuantioso de todos los tiempos. Como si, en la historia, algún imperio hubiera logrado conjurar la decadencia con las armas por los siglos de los siglos.
Al fin y al cabo, más inteligentes son los ciudadanos de los cuatro confines que -según sonadas encuestas – están recabando en masa, al menos para entender las circunstancias, una voluminosa y profética obra confinada por ciertas voces al anaquel de las extravagancias y las meras curiosidades… ¿Tendríamos que aclarar que nos referimos a El Capital?
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