En este artículo la autora analiza las consecuencias de la ‘exhibición militar’ del pasado 10 de agosto en clave de intentona (auto)golpista promovida por Jair Bolsonaro.
El ultraderechista presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, encabezó el martes un inédito desfile militar frente a la sede de la presidencia y el Congreso en Brasilia, horas antes de que la Cámara de Diputados rechazara la iniciativa de enmienda constitucional del voto impreso, proyecto clave del mandatario para, supuestamente, evitar fraudes electorales.
La reforma fue rechazada con 229 votos en contra por 218 a favor y, horas después, el Senado derogó la ley de seguridad nacional, promulgada en 1983 bajo la dictadura militar (1964-1985), que tipifica los delitos contra la democracia, y que hace poco fue usada contra críticos al mandatario.
Bolsonaro, escoltado por los jefes de las fuerzas armadas, asistió al desfile de vehículos de guerra realizado en el centro de Brasilia, paseándose frente al Congreso. Después de meses encabezando caravanas de motocicletas, tal vez inspiradas en la coreografía motorizada de Benito Mussolini, subió un escalón más en su marcha desestabilizadora. Para los analistas brasileños, se trató de un tanquetazo golpista [N. del ed.: en alusión a la intentona golpista liderada por el teniente coronel Roberto Souper en contra del gobierno de Salvador Allende el 29 de junio de 1973].
Lo visto este martes fue «patético», señaló el expresidente, Luiz Inácio Lula da Silva, favorito de cara a las elecciones del año que viene frente a un Bolsonaro desgastado ante la opinión pública, pero al parecer sólidamente respaldado por generales, almirantes y brigadieres, además de ser considerado como líder, o «mito», por los integrantes de las milicias paramilitares que él financia y alienta.
En otra muestra más de su desequilibrio sin remedio y de su desespero por saberse acorralado, además del vaciamiento acelerado de su imagen y de su gestión, Bolsonaro volvió a dar muestras de hasta qué punto sus brotes demenciales desconocen peligros, señaló el escritor y analista Eric Nepomuceno.
Y una vez más, las Fuerzas Armadas dieron claras muestras de aceptar una sumisión vergonzosa, que cada vez más corroe la imagen que lograron reconstruir luego de la redemocratización del país en 1985, después de 21 años de dictadura, añadió.
«Esta es la forma que tiene Bolsonaro de decir que es el presidente de este país. Imagina que esto es una demostración de fuerza, pero de hecho es de debilidad, de un presidente acorralado por investigaciones de corrupción», sostuvo el presidente de la comisión de investigación sobre la gestión de la pandemia, Omar Aziz, quien catalogó de «patético» lo ocurrido.
«La importancia de la derrota del voto impreso en la Cámara por parte del PEC debería generar una preocupación aún mayor para Bolsonaro y los militares», dice el columnista Jeferson Miola. «El resultado indica que Bolsonaro ahora está conectado al tubo de oxígeno del centrão (coalición de partidos de derecha) y aún más dependiente del presidente de la Cámara» Arthur Lira.
Indica que por un lado, Lira se presenta ante el Supremo Tribunal Federal, el Tribunal Supremo Electoral y las instituciones civiles como garante de las decisiones “controladas” de los intereses pocketneristas en la Cámara; y, por otro lado, mantiene bajo su control el cilindro de oxígeno que podría definir la continuidad política o la muerte de Bolsonaro.
Para Arthur Lira, se trató de una «trágica coincidencia», aunque aclaró que no aceptó una invitación para asistir al ejercicio de las fuerzas armadas.
Durante el desfile, que duró unos 10 minutos, decenas de partidarios del gobierno se concentraron frente a la presidencia, algunos portando pancartas pidiendo una intervención militar para «salvar a Brasil». Se trató de intimidar a la oposición por parte de un presidente que elogia con frecuencia las dictaduras del pasado. La demostración del músculo militar junto al mandatario inquietó a los brasileños, sobre todo a aquellos que vivieron bajo la última dictadura.
El voto
La Cámara de Diputados votó anoche contra una reforma constitucional propuesta por Bolsonaro que pedía que las urnas electrónicas, sistema vigente desde 1996, impriman un recibo de cada voto para 2022 con la finalidad de que éstos puedan contarse de manera manual. Bolsonaro buscaba la reforma tras asegurar, sin pruebas, que hubo fraude en las dos últimas elecciones presidenciales.
El mandatario brasileño ha amenazado con no aceptar los resultados de los comicios presidenciales del año próximo, que según las encuestas perdería ante Lula, en lo que analistas consideran que prepara el escenario para conflictos similares a los provocados por el presidente estadounidense Donald Trump con sus denuncias infundadas de fraude en Estados Unidos. Quizá confíe en una intervención de la Organización de Estados Americanos (OEA), como sucedió en Bolivia,
Para ser aprobada, la propuesta de enmienda constitucional del voto impreso necesitaba 308 votos de los diputados [las tres quintas partes del parlamento], pero recibió solo 229 votos a favor, 218 en contra, una abstención y 65 ausencias. Para el gobierno, la derrota no fue precisamente una sorpresa, ya que políticamente ya estaba contabilizada.
Miola señala que esta votación es un semáforo para el gobierno y no para la oposición antifascista, porque con estos 229 votos Bolsonaro está más cerca de ser destituido que de aprobar cambios constitucionales. Para no ver un juicio político autorizado por la Cámara, Bolsonaro debe obtener al menos 172 votos, por lo que la trascendencia de la derrota en la Cámara debería generar una preocupación aún mayor para Bolsonaro y los militares, ya que quedó conectado al tubo de oxígeno del centrão y de Lira.
Juraima Almeida es investigadora brasileña, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).