Cuando en el Estado español no existía la crisis sino una simple recesión, o desaceleración si lo prefiere, como consecuencia de burbujas inmobiliarias extranjeras que en absoluto podían afectarnos; cuando sólo a un imbécil podía ocurrírsele pensar que llegaran a acumularse cuatro millones de parados; cuando el Estado español se disponía a tomar asiento en […]
Cuando en el Estado español no existía la crisis sino una simple recesión, o desaceleración si lo prefiere, como consecuencia de burbujas inmobiliarias extranjeras que en absoluto podían afectarnos; cuando sólo a un imbécil podía ocurrírsele pensar que llegaran a acumularse cuatro millones de parados; cuando el Estado español se disponía a tomar asiento en los más selectos y privados clubes de las altas finanzas; cuando la infalible banca española se convertía en una obligada referencia a considerar como modelo por agencias internacionales y fondos monetarios; cuando la confianza en el Estado español era tan firme como incuestionable… todos los poderes del Estado, con su presidente a la cabeza, dejaron claro que España no era Grecia.
Cuando en el Estado español comenzó a hablarse de crisis no obstante vislumbrarse la salida y el inminente crecimiento dado que «España saldrá adelante porque tiene españoles»; cuando la amnistía fiscal a las grandes fortunas no constituía una invitación al fraude sino una eficaz manera de recabar divisas; cuando era una desvergüenza insinuar una subida de impuestos que, al fin y al cabo, sólo son «el sablazo que los malos gobernantes le pegan a sus compatriotas» y «una subida del IVA es injusta, insolidaria, contraproducente e ineficaz»; cuando al pan había que llamarle pan y vino al vino, y de ningún modo podía tolerarse que los inevitables recortes afectaran la educación y la salud, y menos por un gobierno que «nada tiene de lo que avergonzarse»… todos los poderes del Estado, con su presidente a la cabeza, dejaron claro que España no era Uganda.
Ahora que la condesa Aguirre afirma que «subsidios, subvenciones y mamandurrias tienen que acabarse», que el presidente proclama que «haré lo que tenga que hacer aunque haya dicho que no lo iba a hacer» y que hasta el rey, aún convaleciente, en lugar de seguir de baja «tiene que currar»; ahora que España se dispone a rescatar a Europa no obstante el último desaire de los gobiernos francés e italiano que hablan de estupor, de estar alucinados por las falsas informaciones del estado español al respecto de acuerdos que no se han tomado en reuniones que no han existido; ahora que las bananeras repúblicas están de enhorabuena por la irrupción en la Bolsa de los esperpentos de las monarquías patateras; ahora que hasta el New York Times editorializa sobre «la ruina y el despilfarro» del Estado español, haciendo mofa de un aeropuerto fantasma, el de Castellón, del que jamás despegó un avión y al que, curiosamente, acaba de llegar la única aeronave en sus casi tres años de existencia, un avión de aluminio con que coronar el monumental adefesio de 24 metros de altura y 20 toneladas de peso en homenaje a su mentor, un gobernador que se ha sacado cinco veces la lotería y cuya hija, diputada en Madrid nos convocaba a todos a jodernos; ahora sí, el Estado español lo ha conseguido y a nadie debe caberle la menor duda… Todos los poderes del Estado, con su presidente a la cabeza, han dejado claro que España no es Grecia, que tampoco es Uganda… Ahora España, por fin, ha vuelto a ser ¡España!
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