No es un ataque deshonesto llamar «crimen» al crimen, aunque eso te haga coincidir muy parcialmente con el discurso de José María Aznar. ETA cometió una larga lista de crímenes injustificables por mucho que el orden jurídico español tenga sus orígenes en el genocidio franquista y por mucho que también los cometiera el Estado, con […]
No es un ataque deshonesto llamar «crimen» al crimen, aunque eso te haga coincidir muy parcialmente con el discurso de José María Aznar. ETA cometió una larga lista de crímenes injustificables por mucho que el orden jurídico español tenga sus orígenes en el genocidio franquista y por mucho que también los cometiera el Estado, con su señor X al frente. Asesinar a un niño con un coche bomba o ejecutar a sangre fría a un concejal desarmado son acciones tan injustificables como los asesinatos fascistas tras la guerra civil española. La verdad es que ETA cometió errores gravísimos que le costaron muy caros desde el punto de vista de su estrategia política. Pero es que, además de errores, fueron crímenes. Desde el punto de vista táctico, fueron unos descerebrados. Desde el punto de vista moral, unos asesinos. Segaron para nada vidas que no tenían ningún derecho a segar, y la cuestión no se reduce a granitos de arena que contribuyeron «a aislarlos de otros sectores de la clase trabajadora en el Estado Español». Lo que pasó es que la clase trabajadora, en España, sintió una natural y gigantesca repugnancia hacia tanta violencia estúpida y criminal en los tiempos que corrían. ETA entregó en bandeja el triunfo moral a los españolistas porque demostró un grado indignante de inmoralidad, que fue amplificado ad nauseam por el statu quo, que jugó con presteza sus cartas regodeándose en la sangrienta estulticia de unos rivales que les venían de maravilla para establecer cortinas de humo permanentes que ocultaban sistemáticamente todas las ofensivas y latrocinios oligárquicos contra las clases trabajadoras del país.
Desde su atalaya izquierdista, José Antonio Gutiérrez D. acusa a Juan Carlos Monedero de ser José María Aznar, el cómplice del crimen de las Azores, por el mero hecho de hablar con una verdad muy sentida por el pueblo trabajador español. Como el papel lo aguanta todo, Gutiérrez se da el lujo, al tiempo, de justificar al asesino y hablar impúdicamente en nombre de una clase obrera que hace mucho que repudia profundamente los crímenes de ETA. Y de paso, arrea contra PODEMOS, porque ese proyecto tiene el defecto grave de haberse tirado al barro cuando es mucho más de izquierdas seguir sobrevolando el mundo para contemplar su destrucción sin mancharse los pies ni un poquito con la realidad.
Irrita mucho la combinatoria sofística de quienes se niegan a aprender ni tan siquiera un poquito de los aciertos de otros. PODEMOS sencillamente escucha al pueblo, forma parte del pueblo. De modo que, cuando Gutiérrez se pregunta que por qué «los vascos, o de hecho cualquier otro ciudadano del Estado Español deberían aceptar la legitimidad del régimen», la respuesta es que sencillamente estamos ante una aceptación abrumadoramente mayoritaria, esa es la realidad política en España y en el País Vasco. Desde el izquierdismo inane, se puede justificar cualquier cosa, pero desde la necesidad de intervenir efectivamente en la Historia es imprescindible tomarse en serio lo que las masas consideran legítimo.
Y, por supuesto, las leyes. La cuestión de las leyes merecería otro artículo de respuesta; pero baste decir por el momento que son uno de los últimos bastiones, una agarradera en disputa. Despreciar la importancia de las leyes frente a los desmanes del capital es, además de necio, suicida. Menos mal que casi nadie hace ningún caso a José Antonio Gutiérrez D. Y sí a Monedero, que ha tenido la valentía y la sabiduría precisas para desenmascarar a Leopoldo López con argumentos que todo el mundo entiende muy, pero que muy bien en España.
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