Traducido para Rebelión por Loles Oliván
Quiero exponeros mis pensamientos para que no penséis que guardo silencio. Lo que me pasa es que no logro concentrarme demasiado últimamente porque me siento perdida ante el discurrir de los acontecimientos. Tengo para mí que muchos de vosotros no compartiréis mis percepciones, una de las cuales quisiera esbozar aquí, si es posible. Es esta:
En 1916, el Sharif Husein de La Meca promovió un levantamiento contra los otomanos que se dio en llamar la gran revolución árabe. Respaldada y soportada por la gente de bien, comprometió a todo un pueblo harto del yugo turco, aceptando la colaboración de los británicos a quienes creían participes de su ansiada libertad.
Un año después, con la revolución bolchevique en marcha, los árabes descubrieron que todo había sido una farsa, una traición, y que desde hacía un año se había firmado en secreto el Acuerdo Sykes-Picot que pergeñaba la partición del mundo árabe entre Francia y Gran Bretaña.
Rememoro este episodio trágico de nuestra Historia porque desde muy temprano me hizo comprender que las revoluciones se hacen para romper lo que nos atenaza y elegir un futuro colectivo, y no solo para nombrar a un gobernante; no necesitamos una revolución para cambiar de gobierno. Esta es una diferencia esencial que el pueblo árabe ha comprendido y por la que está llevando a cabo hoy en día una autentica revolución, porque está buscando su futuro colectivo, restaurar su dignidad y ser dueño de su propio destino.
Sin embargo, hemos sido atrapados por la propaganda de unos medios de comunicación que nos están llevando a donde los intereses del sionismo y de Estados Unidos siempre han querido.
Yo no creo en la honestidad ni en la moral de quien quiera que sea si permite o presume que una revolución se puede llevar a cabo recibiendo apoyo de misiles tomahawk o de otro tipo de bombarderos avanzados, y pretende seguir llamando a ese proceso «revolución». Y no importa quién sea el gobernante que se quiera derrocar -porque de eso es de lo que se trata únicamente, de cambiar al gobernante- si conduce al país y al pueblo al caos, a la fractura, a la dependencia, a la pérdida de soberanía y a la tutela exterior.
Cualquier revolución en esta parte del mundo implica derrumbar las bases mismas de los intereses imperialistas y sionistas y su hegemonía.
La libertad de cualquier país árabe por separado, y no en el contexto del mundo árabe en su conjunto, nos llevará al desmembramiento de nuestros países y, permitidme que afirme aquí, que esa es la determinación de algunos, como Qatar: impedir que ningún país árabe tenga más influencia que su emirato, a lo cual está contribuyendo sobremanera al-Yasira.
Es posible que pueda parecer extremista en esta opinión, pero el modo en que se crean los acontecimientos me mueve a esta conclusión y todo lo que se está diciendo de Yemen o Bahréin o Sudán, e incluso de Jordania me reafirma en la misma idea.
La espontaneidad y la grandeza de las revoluciones tunecina y egipcia han tenido la capacidad de imaginar y diseñar un futuro liberador para sus pueblos. Pero para que un futuro así se plasme en la realidad de nuestra vida como ciudadanos y ciudadanas árabes libres, hay que tomar una dirección que no puede ser sino contraria al diseño al que Estados Unidos, el sionismo y sus esbirros nos han confinado. Puedo asegurar, según mis convicciones, que ninguna revolución llegará a buen puerto si no imaginamos y pensamos un futuro árabe colectivo desligado de los intereses imperialistas.
Me atrevo a decir que la acumulación de injusticia en la esencia del ser árabe a lo largo de tantas décadas de humillación, coronada hace ocho años con la ocupación de Bagdad, ha sido el combustible de esta explosión jubilosa por la libertad que iba por la senda correcta hasta que los medios de información -perros fieles de sus amos- empezaron a crear acontecimientos en vez de cubrirlos, y a intentar hacernos creer que Occidente ha venido a apoyar nuestras revoluciones a bombazos para que podamos elegir a nuestros nuevos gobernantes. Pretenden convencernos de que lo que estamos buscando y lo que necesitamos son las urnas a la iraquí y no un futuro de libertad, dignidad y esperanza. Solo urnas y nada más que urnas donde depositar las papeletas diseñadas en otra parte, con nombres puestos por otros y engañosamente propagadas por medios tales como al-Yasira y al-Arabiya, para hacernos olvidar que el objetivo es la revolución.
Podéis seguir diciendo que sigo instalada en la teoría de la conspiración, es posible. Pero lo que sigo creyendo es que los árabes no podrán ser libres si no consiguen reafirmar su identidad e integrar su propio hábitat de forma colectiva y sólidamente entrelazada, sin interferencia exterior. Obviamente, ello contradice y lleva implícito el rechazo de la teoría de la globalización, del sometimiento al mercado, y del principio de la «la democracia» que nos impone Occidente. Y a este respecto, ahí tenemos para que permanezca en nuestra memoria colectiva como un reclamo, el ejemplo de la aniquilación de Iraq, que al final casi nadie toma ya como patrón de análisis.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.