Me he enterado con bastante retraso -y con no menos pesar- de que mi artículo Vuelven los ninís ( www.kaosenlared.net/noticia/vuelven-los-ninis ) ha sido utilizado como arma arrojadiza para atacar a mis compañeros y amigos Santiago Alba, Iñaki Errazkin y Manel Márquez. Por otra parte, algunos lectores me han acusado a mí, por ese mismo artículo, […]
Me he enterado con bastante retraso -y con no menos pesar- de que mi artículo Vuelven los ninís ( www.kaosenlared.net/noticia/vuelven-los-ninis ) ha sido utilizado como arma arrojadiza para atacar a mis compañeros y amigos Santiago Alba, Iñaki Errazkin y Manel Márquez. Por otra parte, algunos lectores me han acusado a mí, por ese mismo artículo, de apoyar a Gadafi. Y otros han defendido el ninismo alegando que es del todo adecuado decir, por ejemplo, «Ni PP ni PSOE». Y, para complicar las cosas un poco más, también se está empezando a llamar ninís a los jóvenes que ni estudian ni trabajan. Por lo tanto, y valga la paradoja, creo necesario hacer algunas aclaraciones innecesarias:
-Mi artículo se refiere de forma expresa e inequívoca a consignas tan concretas y tan homogéneas como (por orden cronológico) «Ni OTAN ni Milosevic», «Ni Bush ni Sadam» y «Ni OTAN ni Gadafi». Al hablar de ninismo me refiero exclusivamente a este tipo de equiparaciones tergiversadoras y tendenciosas.
-No aceptar una consigna del tipo «Ni Bush ni Sadam» no significa estar a favor de Sadam (o de Bush): significa, sencillamente, no aceptar la equiparación de ambos términos de la «nigación». Creo que el argumento por reducción al absurdo que utilicé en su día en mi soflama Sadam y la mortadela ( www.nodo50.org/contraelimperio # 87), y que reproduzco en Vuelven los ninís, no deja lugar a dudas. La negación del ninismo -que para simplificar llamaré nonismo- no equivale a negar la maldad de uno de los dos términos «nigados», sino que, insisto, solo significa rechazar su equiparación.
-Viceversa, el mero hecho de afirmar la maldad de dos oponentes asimétricos no significa necesariamente incurrir en el ninismo. Que alguien ataque a la OTAN y a la vez denuncie a Gadafi no quiere decir, ni mucho menos, que los equipare; de hecho, estoy seguro de que ni Alba ni Errazkin ni Márquez son ninistas, y hasta me atrevería a afirmar que son tan nonistas como yo; aunque bien es cierto que al tratar asuntos tan delicados y complejos como el conflicto libio todos deberíamos (y por supuesto me incluyo) esforzarnos al máximo por evitar posibles equívocos.
-Sí que son ninís, sin embargo, quienes afirman, por ejemplo, que no se puede denunciar la represión en Euskal Herria sin condenar a ETA en el mismo párrafo. O que no se puede rechazar la invasión de Libia sin antes llamar tirano a Gadafi (y conste que, como se desprende del punto anterior, no digo que no se puedan hacer las dos cosas: lo inaceptable es exigir que se hagan ambas a la vez). Es como si no se pudiera denunciar la violencia machista sin aclarar que algunas mujeres son muy malas.
-Abundando en lo dicho en el primer punto, es claramente abusivo hacer extensiva mi denuncia del ninismo a cualquier sentencia de la forma «Ni esto ni lo otro». Lemas como «Ni Dios ni amo» o «Ni PP ni PSOE» no solo son lícitos, sino necesarios. Y difícilmente podría estar yo en contra del doble-ni en sí mismo cuando el más leído de mis artículos recientes se titula Ni ETA ni ET.
-Pero precisamente porque podemos -y debemos- decir «Ni PP ni PSOE», no podemos decir «Ni OTAN ni Gadafi». Al decir «Ni PP ni PSOE», rechazamos un bipartidismo de facto que nos impone la falsa elección entre dos opciones básicamente equivalentes. De forma análoga, pero ahora improcedente, al decir «Ni OTAN ni Gadafi» se da a entender que dos rivales equiparables e igualmente malignos se disputan el control de Libia. Y equipar a un mal gobernante con una coalición invasora es, en el mejor de los casos, un disparate. ¿Diríamos «Ni chinos ni borbones» si la aviación china bombardeara Madrid con el pretexto de apoyar a los republicanos y a los independentistas, brutalmente reprimidos por el régimen español?
-Hemos de ser muy cuidadosos en la elección de arengas y consignas, pues en ellas las connotaciones tienen tanto o más peso que el sentido literal de las palabras. De no ser así, podríamos decir, por ejemplo, «Arriba España». ¿O es que no queremos que las naciones incluidas en el Estado español asciendan hacia más altas cotas de bienestar y cultura?