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Niños o armas

Fuentes: Bohemia

Estados Unidos es el mayor proveedor de armas del planeta, con una recaudación de alrededor de 40 mil millones de dólares, cifra con la que se podría reducir la mortalidad infantil en el planeta No lo voy a negar. A veces uno percibe que clama en el desierto. Como si holgaran las horas dedicadas, con […]

Estados Unidos es el mayor proveedor de armas del planeta, con una recaudación de alrededor de 40 mil millones de dólares, cifra con la que se podría reducir la mortalidad infantil en el planeta

No lo voy a negar. A veces uno percibe que clama en el desierto. Como si holgaran las horas dedicadas, con febrilidad compulsiva, a mirar la vida desde un cómodo sillón cercano a un ordenador enchufado a la red de redes. Y a escribir. A escribir como en ritual tibetano, pletórico de mantras, sin pausas que no sean las que dictan la frecuencia de esta columna y de otros compromisos de la profesión.

Al menos en este preciso instante uno se siente cuando menos impotente -no ya un tonto-, al leer que la reducción de la mortalidad infantil en el planeta es mucho menos costosa de lo que la gente piensa, de acuerdo con la organización de ayuda internacional Save the Children, citada por la BBC.

Caramba -musita uno para sus adentros-, cómo es posible no hacer nada definitivo, si se conoce que no son 400 mil millones de dólares los que se necesitan para reducir de manera significativa el deceso de pequeños en todo el orbe, como estiman innumerables personas encuestadas en 14 países, sino que con solo 40 mil millones podría solucionarse el entuerto, un baldón para todo aquel que se precie de civilizado, y de humano.

Y les juro que uno, que vive juzgando, acusando, en pose quizás un tanto tribunicia, envarada, se siente peor cuando se entera de que los Estados Unidos se acaban de imponer por ancho margen como el mayor proveedor de armas de la Tierra, después de incrementar su participación a más de dos tercios de todas las negociaciones y lograr recaudar nada menos que alrededor de… ¡cuarenta mil millones de dólares!

Cuarenta mil millones con que se desvisten miles y miles de santos para vestir al Diablo, conforme a una posible interpretación de cualquiera que, con luces mentales y calidez del miocardio, leyera lo que el pasado septiembre anunciaba The New York Times, citando un estudio del Congreso: En 2008, USA suscribió acuerdos por unos 37 mil 700 millones de dólares, lo cual representa el 88,4 por ciento de todos los negocios de armas en el orbe. (Italia se posicionó en un muy lejano segundo lugar, con tres mil 700 millones, mientras Rusia ocupó el tercero, con tres mil 500 millones.)

La cifra marca un significativo acrecentamiento respecto al año anterior, cuando el Imperio se agenció unos 25 mil 400 millones de dólares, y en nuestro criterio se percibe aún más escandalosa si insistimos en que, según Save the Children, solamente el 10 por ciento del monto indispensable que ya citamos haría la gran diferencia en obstetricia y en tratar a aquellos que adolecen de enfermedades curables.

Pero mientras la organización se duele de que «no existe una presión para con los líderes mundiales, en parte porque la percepción pública consiste en que es demasiado costoso hacer algo rápidamente», intentemos nosotros al menos acercarnos a la quintaesencia del asunto. Un asunto más escabroso por el hecho de que, como nos recuerda el colega Víctor Luis Álvarez, en la digital Rebelión, «este planeta ha tenido en las últimas décadas un importante aumento de la productividad y los economistas oficiales lo juzgan como un fenómeno deseable, pero no lo admiten como algo que permita al género humano liberarse de una parte de su carga de trabajo, sino que lo consideran exclusivamente como un beneficio para la rentabilidad económica de las empresas.»

Sucede que el incremento de la productividad se debe a la evolución tecnológica y a la intensificación de la explotación de la mano de obra, semiesclava en las naciones que acogen a las deslocalizaciones empresariales. Y claro que no podrá haber grandes erogaciones hacia la salvación multitudinaria de niños en un sistema signado por el desequilibrio, pues, por ejemplo, «mientras aumenta el capital necesario para la producción (automatización y mecanización) y disminuye la cantidad de trabajo humano necesario», con el consiguiente despliegue de la plusvalía, el capital no puede reproducirse a plenitud, a causa del exceso de capacidad productiva ya instalada, «por lo que se origina un excedente económico que se desvía a los circuitos financieros en busca de rentabilidad». Rentabilidad sin la cual no podría existir una formación económica asentada en la maximización de la ganancia. (Y ya se sabe: la crisis sistémica, el ahondamiento de la expoliación para superarla.)

Ello y hechos como el que las políticas fiscales neoliberales han acentuado las diferencias en el reparto de las rentas entre el capital y los trabajadores hacen prever que los niños seguirán muriendo en masa. Mientras, el Tío Sam seguirá repartiendo armas en los cuatro puntos cardinales, como modo de mantener un sistema sórdido y lleno de contradicciones. Pero ¿y nosotros?

Nosotros nos dejaremos de aprensiones y remilgos pequeño burgueses -nos exhortarían un genial pensador de Tréveris y un genial ruso conductor de masas-, y continuaremos abogando por el cambio, incluso aunque a veces sintamos que clamamos en el desierto, que definitivamente huelgan las horas dedicadas a escribir.