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Por que voy a votar nulo

No declares que las estrellas están muertas sólo porque el cielo está nublado

Fuentes: Correio da Cidadania

Traducción de Ernesto Herrera – Correspondencia de Prensa

«Saber no tener ilusiones es absolutamente necesario para poder tener sueños». (Fernando Pessoa)

Escribo este artículo como una declaración de voto. Poco más de quince días nos separan del segundo turno de las elecciones presidenciales de 2014. Por quinta vez, desde el fin de la dictadura, habrá un segundo turno, entre un candidato del PT, y un candidato de un partido orgánico del capital.

La campaña por el voto útil en Dilma Rousseff aumenta de intensidad sobre los militantes y electores de la izquierda anticapitalista. Bajo la presión de una elección muy apretada e incierta, la dirección del PT abrazó un discurso catastrofista que quiere presentar la disputa entre Aécio e Dilma como un armagedon político.

Pregunta directa a los petistas de izquierda: ¿Dilma dio alguna señal de interés en discutir con la oposición de izquierda y sus casi dos millones de votos? ¿Dilma dio alguna señal en el sentido de cambiar de rumbos, y romper con el PMDB de Michel Temer, José Sarney y Renan Calheiros? ¿Dilma dio alguna señal que iría a gobernar apoyada en la movilización de la mayoría explotada y oprimida, y no en los diputados de la bancada ruralista, evangélica y, sobre todo, en los representantes de las constructoras y bancos que son la mayoría del Congreso Nacional?

Si hubiese una minúscula posibilidad de que en un cuarto mandato del PT, Dilma estuviese dispuesta a hacer una reforma fiscal con impuestos rigurosos sobre las grandes fortunas, manifestase la intención de romper con los chantajes del rentismo y, apoyada en la movilización de los trabajadores, realizara un auditoria y suspensión de la deuda pública. Si estuviese comprometida en garantir un aumento de verdad en el salario mínimo, o una política de combate a la privatización de la educación, de la salud, del transporte urbano y de la seguridad. Si hubiese una mínima posibilidad de que Dilma tomase la iniciativa por la legalización del aborto, por la criminalización de la homofobia, de la legalización del consumo de psicotrópicos. Si Dilma anunciase el retiro de las tropas de Haití. O sea, si fuese posible, mínimamente, un cambio de estrategia…Invitaría a mis amigos a admitir que estas son propuestas plausibles y razonables. Pero no hay ninguna chance. 

La credulidad en la vida no es, necesariamente, un defecto grave. El beneficio de la duda en relación a los otros, o sea, alguna inocencia en las relaciones humanas, es una forma de hacer la vida más liviana. Pero, en la política, la ingenuidad es fatal. No es verdad que la única forma de luchar contra Aécio sea depositando en la urna el voto por Dilma.

Dilma no corre el riesgo de ser derrotada por la anulación del voto de la oposición de izquierda. Dilma corre el riesgo de perder por sí misma, o mejor: por aquello que hizo, y por aquello que el PT no hizo en los últimos cuatro años.

No nos engañemos. La verdad desnuda y cruda es que hay varios puntos de contacto en el programa que Aécio representa, y el programa de Dilma. ¿Cuáles? ¿Un ejemplo? Volveremos a tener, en 2014, una de las mayores tasas básicas de interés del mundo, la exigencia número uno de los rentistas. No satisfechos, Mantega, ministro del gobierno Dilma, y el Banco Central dirigido por Tombini, que no es independiente, pero tiene autonomía, señalan que están dispuestos a realizar un ajuste fiscal anti-inflacionario con reducción de gastos, y superávit fiscal todavía mayor. Derrotar el programa de ajuste que el capital exige sólo será posible, por tanto, con la resistencia que deberá ser construida en las calles en el 2015.

El alarmismo quiere hacernos creer que Aécio sería el mal, y Dilma sería el bien. ¡Pobres de nosotros si votáramos por el mal menor! Esa campaña de dramatización no es educativa. La apelación emocional al voto es muy eficaz, pero disminuye el significado de la disputa política. Siempre que hay un segundo turno, de dos en dos años, siguiendo el ritmo del calendario electoral, que no debería ser sinónimo de democracia, asistimos a este espectáculo bizarro, cuidadosamente armado, en que se crea un clima político irracional, en que la izquierda es convidada a retroceder a una infantilización política.

Que los partidos burgueses usen, contra el PT y Dilma, todos los recursos de la manipulación emocional más demagógica, no debería servir para que la dirección del PT y sus aliados hagan lo mismo.

Aécio es, evidentemente, un candidato que provoca malestar, o hasta furia en cualquiera que tenga un compromiso con la lucha por la igualdad social, que es lo que define una identidad de izquierda. Por lo que es, y por lo que representa. Merece el justo odio de clase de todos los trabajadores y jóvenes. Muy especialmente, lo que tuvieron la poca suerte de soportarlo como gobernador en Minas Gerais.  Aécio esconde el paquete de maldades que trae en el bolso, y que es el sueño de consumo de los sectores más retrógrados del capitalismo brasilero. ¿Cuáles serían sus primeras medidas de gobierno? ¿Ajuste en los precios de los derivados del petróleo y alcohol? ¿Austeridad en las cuentas públicas y congelamiento salarial para los funcionarios públicos? ¿Nueva política para el salario mínimo, con aumentos todavía menores? ¿Flexibilización laboral, con revisión de los pocos derechos presentes en el código de trabajo? ¿Nueva reforma de la previsión social, con elevación de la edad mínima, de 60 o 65 años, además de 35 años de contribución? ¿Más tercerizaciones? ¿Inclusive en el servicio público? ¿Y por qué no una nueva onda de privatización? Un horror.

Merece, sin duda, ser combatido. Impiadosamente. No hay que temerle a las palabras. Todos debemos denunciarlo. La mano no debe temblarnos. Pero, para aquellos que luchamos contra la injusticia, no vale todo. Es preciso saber luchar, siempre con grandeza. La crítica debe ser política, demostrando cuales son lis intereses de clase que él defiende. Una línea de argumentación de clase que revele el lugar de Aécio como portavoz de las reivindicaciones del capital: por eso, la exigencia de menos impuestos y el silencio delante de la propuesta de gravar las grandes fortunas. Debemos dialogar con nuestros colegas de trabajo, en especial aquellos que por fatiga y cansancio con los gobiernos de colaboración de clases liderados por el PT, pueden verse inclinados a votar por él. Para convencerlos del peligro que significaría una victoria del PSDB.

Un análisis marxista abraza un método menos emocional que el alarmismo: es una interpretación de la realidad orientada por un criterio de clase. Muchas veces en la historia los gobiernos de los partidos reformistas con electorado entre los trabajadores, fueron más útiles para la defensa del orden que los partidos de la propia burguesía: protegieron al capitalismo de los capitalistas. Ese fue el papel lamentable de los gobiernos liderados por el PT en los últimos doce años. Por eso Lula se transformó en coqueluche mundial en Davos, y recibió el apoyo de los gobiernos más reaccionarios del planeta. Porque su gobierno garantizó la estabilidad social en un país que, en los años ’80, fue el campeón mundial en horas de huelgas.

Los marxistas nunca llaman a votar por él verdugo menos cruel.

En 1989, los militantes que se organizaban en Convergencia Socialista -una de las corrientes que luego dieron origen al PSTU- llamamos a votar por Lula, lo hicimos nuevamente en 2002. El contexto era otro. El PT todavía no había llegado al poder.

Votamos por Lula en 1989 y en 2002, a pesar de nuestra discordancia con el programa del PT, porque la mayoría de los trabajadores confiaba en Lula y no queríamos ser un obstáculo a su elección. No teníamos ninguna ilusión en un gobierno del PT, pero acompañábamos con el voto, y solamente con el voto, la voluntad del movimiento de la clase trabajadora de llevar a Lula al poder, después de una espera de veinte años, alertando que estaban confundidos aquellos que tenían la esperanza de que el gobierno iría a romper con el programa neoliberal de los gobiernos de Fernando Henrique Cardoso.

Después de doce años, nuestra responsabilidad nos impide repetir ese voto. Porque doce años es un intervalo histórico significativo. Lula no sólo no rompió con el modelo neoliberal, sino que el PT mantuvo durante más de una década el trípode macroeconómico intacto. Pequeñas variaciones en las tasas de interés durante dieciocho meses no fueron ningún cambio de rumbos, como quedó claro a inicios de 2014, y Mantega lo dejó explícito para quién quisiera saberlo. El capitalismo brasilero no tiene nada que temer al PT.

¿No será por eso que las «donaciones» de las grandes corporaciones empresariales fueron mayores para la campaña de Dilma que para la de Aécio? ¿Alguien, mínimamente informado, todavía puede creer que esta elección es una disputa entre de un lado el capital y de otro el trabajo? ¿No son dos proyectos de gestión del capitalismo, aunque con diferencias de énfasis?

¿Y ahora, como en 2010, por qué no votaremos a Dilma, si la mayoría del movimiento organizado de los trabajadores desea derrotar a Aécio? Porque en los últimos doce años el PT gobernó Brasil al servicio del capitalismo. Una parcela más consciente de los trabajadores sabe, también, que Lula y Dilma gobernaron al servicio de los banqueros, pero creen que no era posible una política de ruptura. Los trabajadores y la juventud, en situaciones políticas de estabilidad de la dominación capitalista, no tienen expectativas elevadas, o sea, no creen sino en reformas dentro de los límites del orden existente. No creen que es posible, porque perdieron la confianza en sí mismo, por tanto, en la fuerza de su unión y de su lucha.

El papel de los socialistas no puede ser el de reforzar esa postración político-social, al contrario, deben incendiar los ánimos, inflamar la esperanza, y combatir la peligrosa ilusión de que es posible regular el capitalismo. La historia viene demostrando de manera trágica que no es posible. Los mercados no aceptan ser limitados por la vía de la negociación.

Quien decide indicar el voto por Dilma, incluso en la forma más elegante de «voto crítico», o sea, con la mano en la nariz, para derrotar a Aécio, se debe preguntar cómo se va a sentir cuando sea anunciado el primer paquete de ajuste fiscal en 2015. Se va a arrepentir e, infelizmente, a desmoralizar. La desmoralización tiene un costo alto para la izquierda. Ella es el pantano que alimenta la decepción de que no hay salida colectiva, porque al final «todos son iguales». Ella es el combustible de «cada uno para sí, todos contra todos». 

Las tareas de aquellos que defienden el programa socialista, consiste en demostrarle a los trabajadores que era y es posible ir más allá. Era y continúa siendo posible desafiar el orden del capital. Muchas veces, infelizmente, es preciso tener la firmeza de nadar contra la corriente. Para defender una posición firme y simple: ninguna ilusión o confianza en el gobierno. Voto nulo.

* Profesor del Instituto Federal de Educación, Ciencia y Tecnología de San Pablo (IFSP). Integra el Consejo Editorial de la revista marxista Outubro y es miembro del PSTU. 

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