Ni que se hubieran puesto de acuerdo. Cuando todavía colea el escándalo protagonizado por el presidente del Banco Mundial, Paul Wolfowitz, subiendo y bajando salarios y secretarias, Randall Tobías presenta su renuncia como administrador de la Agencia para el Desarrollo Internacional (AID) luego de que se le advirtiera la inmediata publicación de una lista de […]
Ni que se hubieran puesto de acuerdo. Cuando todavía colea el escándalo protagonizado por el presidente del Banco Mundial, Paul Wolfowitz, subiendo y bajando salarios y secretarias, Randall Tobías presenta su renuncia como administrador de la Agencia para el Desarrollo Internacional (AID) luego de que se le advirtiera la inmediata publicación de una lista de nombres vinculados a la prostitución en la que no faltaba el suyo.
Tobías, al parecer, era un leal y veterano cliente de «La Madame del DC», un centro de prostitución que el administrador creía era de masajes. Eso es al menos lo que alegó en su defensa al ser cuestionado por la policía sobre su relación con la «madame».
Supongo que no debe ser fácil distinguir un masaje de una felación y, en cualquier caso, siempre habrá quien sostenga que así sea con la mano o con la lengua, un masaje es un masaje pero, por las dudas, Tobías persistió en sus estudios y averiguaciones, masaje tras masaje, sin acabar de entender la diferencia. Ni siquiera el alto costo del servicio le hizo entrar en sospechas de que fuera otra cosa lo que estaba pagando. En su defensa, sin embargo, cabe alegar que, al fin y al cabo, como administrador de una institución que maneja alrededor de 20 mil millones de dólares al año, eso era, a gran escala, lo que había venido haciendo desde que llegó al cargo: masajear las economías de los países que se sangran para poder garantizar futuros sorbos. Al igual que Wolfowitz, Tobías sólo estaba aplicando a escala reducida las líneas maestras del desarrollo internacional que impulsan Estados Unidos y Europa con respecto al tercer mundo.
Y queda a la espera de su titular de prensa, Rodrigo Rato, presidente del Fondo Monetario Internacional que, junto a los dos citados, compone la funesta trilogía de impresentables que, a partir de ahora, además de ocuparse de los recursos y la moral del mundo, también administrarán sus masajes.