La época de elecciones es una época de desvaríos. La razón suele ir de vacaciones y la sensibilidad queda a flor de piel. En la familia y en el trabajo, en el club y en la iglesia, todos manifiestan opiniones sobre la coyuntura política y sobre los candidatos. El tono varía desde la palabrota y […]
La época de elecciones es una época de desvaríos. La razón suele ir de vacaciones y la sensibilidad queda a flor de piel. En la familia y en el trabajo, en el club y en la iglesia, todos manifiestan opiniones sobre la coyuntura política y sobre los candidatos.
El tono varía desde la palabrota y el descalificar todo el árbol genealógico del candidato hasta la veneración acrítica de quien lo juzga perfecto. La lengua se agudiza para difamar o alabar a los políticos. El marido discute con la mujer, el padre con el hijo, el amigo con el amigo, cada cual convencido de que tiene el mejor análisis sobre los candidatos… y todos parecen ignorar que vivimos en una relativa democracia en que reina la diversidad de fuerzas políticas, aunque impere la ideología de las élites dominantes.
Hay un tercer grupo que insiste en mantenerse indiferente al período electoral, aunque no lo consiga en relación a los candidatos, todos ellos considerados corruptos, mentirosos, aprovechados y/o demagogos.
El problema es que no hay salida: estamos todos sujetos al Estado. Y éste es gobernado por el partido victorioso en las elecciones. Por tanto, quedarse indiferente es una forma de darle un cheque en blanco, firmado y de valor ilimitado, a quien gobierna. Y tanto el gobierno como el Estado, con perdón de la redundancia, son absolutamente indiferentes a nuestra indiferencia y a nuestras protestas individuales.
Es comprensible que a una persona no le guste la ópera, la zanahoria, el color gris o viajar en avión. E incluso ni la política. Pero es imposible ignorar que todos los aspectos de nuestra existencia, desde la primera respiración hasta el último suspiro, tienen que ver con la política.
Incluso la clase social en la que cada uno nació tiene que ver con la política vigente en el país. Si hubiera menos injusticia y mejor reparto de los bienes de la Tierra y de los frutos del trabajo humano, ninguno nacería entre la miseria y la pobreza. Como ninguno de nosotros escogió la familia ni la clase social en que vino a este mundo, todos somos hijos de la lotería biológica. Nuestra condición social de origen resulta del mero azar. Y no debiera ser considerado privilegio por quien nació en las clases media y rica, sino una deuda social para con aquellos que no tuvieron la misma suerte.
Estamos ministerializados desde el nacimiento hasta la muerte. Al nacer, el registro va a parar al Ministerio de Justicia. Al ser vacunados nos inscriben en el Ministerio de Salud; al entrar en la escuela, al de Educación; al obtener un empleo, al de Trabajo; al sacar el carnet de conducir, al del Interior; al jubilarnos, al de Previsión Social; al morir, regresamos al Ministerio de Justicia. Y nuestras condiciones de vida, como sueldo y alimentación, dependen de los Ministerios de Finanzas y de Planificación, así como del modo en que el Banco Central administra la moneda nacional y el sistema financiero.
En todo hay política. Para bien o para mal. Puedo no saber lo que tenga que ver la política con la cuenta del supermercado o el valor de la matrícula escolar. Muchos ignoran que la política se hace presente hasta en el calendario. No que determine las estaciones del año, aunque tenga mucho que ver con sus efectos, como inundaciones, sequías y derrumbes. ¿Ya advirtió que diciembre, el último mes del año, deriva de diez; noviembre de nueve; octubre de ocho; y setiembre de siete?
Antes el año era de diez meses. El emperador Julio César decidió añadir otro mes en su honor, y de ese modo nació julio. Su sucesor, Augusto, no quiso ser menos y creó agosto. Como los meses se suceden alternando 31/30, Augusto no admitió que su mes tuviera menos días que el de su predecesor; por lo cual obligó a los astrónomos de la corte a equiparar agosto y julio en 31 días. Ellos no se hicieron de rogar: quitaron un día de febrero y resolvieron la cuestión.
El Brasil será, a partir del 1º de enero del 2011, el resultado de las elecciones de octubre. Para mejor o para peor. Y los que nos gobernarán serán escogidos por el voto de cada uno de nosotros. Y gracias a los impuestos que pagamos ellos administrarán -bien o mal- los millones recaudados por el fisco, incluidos los salarios de los políticos y el costo de sus gabinetes de trabajo y sus respectivos viáticos.
Haga como el Estado: deje de lado la emoción y piense con la razón. Las instituciones públicas no tienen vida propia. Son movidas por políticos y personas designadas por ellos. Todos esos funcionarios públicos, comenzando por el presidente de la República, son empleados nuestros. Deben presentarnos cuentas. Tenemos el derecho de cobrar, exigir, presionar, reivindicar, y ellos tienen el deber de demostrar cómo responden a nuestras expectativas.
Convénzase de esto: la autoridad es la sociedad civil. Ejérzala. No dé su voto a corruptos ni se deje engañar por la propaganda electoral. Vote por su futuro. Vote por la justicia social, por el derecho de los dos pobres a su dignidad, vote por la soberanía nacional.
Traducción de J.L.Burguet
Fuente:http://www.adital.com.br/site/noticia.asp?boletim=1〈=ES&cod=50895