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No hay política de viejas glorias

Fuentes: Rebelión

El filósofo alemán Walter Benjamin señala: «Articular históricamente lo pasado no significa conocerlo ‘tal y como verdaderamente ha sido’ (…) El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza sólo es inherente al historiador que está penetrado de lo siguiente: tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza. Y […]

El filósofo alemán Walter Benjamin señala: «Articular históricamente lo pasado no significa conocerlo ‘tal y como verdaderamente ha sido’ (…) El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza sólo es inherente al historiador que está penetrado de lo siguiente: tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer.» Afirmaciones profundas que son válidas en el momento histórico que atraviesa la región, en tanto que las fuerzas hegemónicas hoy son quienes capitanean la mayor parte de gobiernos suramericanos y en cuanto los «bloques progresistas», que se conformaron los primeros años del nuevo siglo y que lograron llegar al poder del Estado, hoy en día se enfrentan complejos desafíos en sus pretensiones de retomar el control de la cosa pública.

Salvo evidentes casos de dogmatismo ideológico o de intereses políticos, no queda duda de que durante el denominado «ciclo progresista» las condiciones objetivas de vida de las personas mejoraron considerablemente respecto a los decenios antecedentes de aplicación de la receta neoliberal. Las cifras de los organismos internacionales -incluidos FMI-BM-ONU- reflejan que el crecimiento económico que registró nuestra región por el ingreso de recursos extraordinarios debido al elevado precio internacional de las materias primas exportadas fue utilizado de maneras diferentes dependiendo el signo de gobierno, progresistas/conservadores: los primeros procurando una distribución social de la renta nacional expresada en obra pública, mientras los segundos mantuvieron el esquema de enriquecimiento privado mediante la corporación Estado/oligarquía.

Desde esta realidad expresada en los datos, resultaría complejo comprender las razones para que el progresismo haya perdido elecciones así como su posición mayoritaria (aunque no unitaria o monolítica) en la batalla ideológica; y digo resultaría sino no interviniera en este análisis la disputa y el enfrentamiento por el poder, en el que los grupos hegemónicos jamás perdieron el dominio del oligopolio mediático y lograron apropiarse de la causa republicana como antagonismo contra las perversiones de los progresistas.
De esta forma, el debate devino en talk show y evidenciamos como circulaban, con un compás muy afinado, los diferentes voceros del antiprogresismo anunciando el fin de los tiempos y como la única salida de esto era el retorno del mesías neoliberal. El dispositivo ideológico que los medios de comunicación armaron fue eficaz; lograron disociar la relación entre bienestar general y bienestar colectivo a la vez que lograron asociar progresismo con decadencia moral

Narcoestado, narcogobierno, y narcotodoloqueconvengaaldiscursodeladerecha, permisividad a las drogas, ideología de género, castrochavismo, rusos, chinos, iraníes, el diablo. El enemigo no fue construido en el terreno de lo económico sino en el moral. El gran éxito, aunque poco original, de la derecha latinoamericana fue ese: lograr que la gente asocie al progresismo como la amenaza comunista propia de la Guerra Fría. Claro que ahora no te iban a quitar una vaca si tenías dos, sino que iban a llevarse a tu hijo a consumir drogas; ya no solamente te iban a quitar un cuarto si es que sobraba en tu casa, sino que estos gobiernos iban a cubanizar/venezolanizar tu patria. Causaría gracia lo burdo si es que no fuera palpable la capacidad de permeabilidad de estos discursos en la gente, que fue conducida a votar contra sus propios derechos bajo el argumento de la defensa de los valores en teoría morales de nación, en realidad valores de la burguesía.

Ahora, por parte de los progresistas no es menos cierto que como se dice coloquialmente «dieron papaya» y en medio de la confrontación pretendieron disminuir el impacto de los evidentes hechos de corrupción que se daban con funcionarios de sus administraciones. Estas decisiones fueron pensadas, pienso yo, desde la intensión de proteger la estabilidad de un proyecto de los golpes de actos personales y enfrentados desde lo propagandístico y no desde lo político. En este punto vale recordar la famosa frase de Marx: «el obrero tiene más necesidad de respeto que de pan».

Como postales del barroco latinoamericano, recuerdo escenas que pude vivir en las que personas -que no viven la política desde lo teórico interpretativo, sino que la sienten en cómo está la mesa de su casa a la hora de la merienda- se identificaban con el progresismo porque «aunque roban hacen»; para pocos años después sean esas mismas personas acusaban un hartazgo de la corrupción y de las pretensiones caricaturizadas de socializar hasta el cepillo de dientes.

El desarrollo nacional particular de la lucha de clases -a pesar de la urticaria que provoca en algunos, incluso progresistas- configuró diferentes salidas del poder del progresismo. Más lo común es que la mayoría salió y los que se quedan enfrentan -con mucho estoicismo que no necesariamente es certeza- los embates de una disputa que pasó de lo material/económico a lo subjetivo/mediático.
Esta realidad concreta latinoamericana, tan diferente de cerca y tan común alejamos el lente, revivió un viejo debate de la izquierda: La famosa dialéctica entre condiciones objetivas / condiciones subjetivas y sus relaciones en el camino de la revolución. Debate que revivió como quien estaba cómodo en la muerte, pues a fuerza de las condiciones reales de vida de la gente se ha podido observar que la exacerbación de las condiciones objetivas (pauperización, precarización, empobrecimiento, despojo, propias del neoliberalismo) no han logrado configurar o reconfigurar un sujeto histórico con capacidad de recuperar el poder político, mucho menos proponer una nueva agenda política.
Ante esto caben dos preguntas ¿Por qué la gente, que objetivamente reconoce que hasta hace poco vivió materialmente mejor, no ha logrado responder con fuerza al proyecto de contrarreformas neoliberales como las que se llevan adelante en Brasil, Argentina, Ecuador? ¿Por qué el conflicto capital/trabajo no es parte del análisis político presente en las nuevas disputas identitarias, ecológicas y culturales?
No pretendo dar respuestas totalizantes, pero si sugerir unas líneas de debate al respecto:

Los bloques progresistas lograron construir caudales electorales suficientes, más no masas sociales organizadas.
La redistribución de la renta nacional permite mejorar las condiciones de vida de la gente, pero mientras la estructura de la propiedad no se ponga en disputa, la posibilidad de regresión en demasiado alta.

El progresismo construyó un relato de reivindicación de los derechos económicos más no logró sintonizar con las demandas paralelas de derechos sociales, culturales. Todo esto por la presencia de grupos conservadores y de una comprensión bastante limitada del laicismo republicano.
Democracia para llegar, no para gobernar. La capacidad de articular colectivos sociales para enfrentar los procesos electorales fue efectiva, más en la administración de la cosa pública los partidos de gobierno no supieron organizar un diálogo efectivo con posición diferentes, que no inconciliables. Lo que a la larga fisuró la capacidad de diálogo y por lo tanto el procesamiento democrático de las demandas sociales.

Prácticas corporativas. Grupos de presión social, los transportistas son el ejemplo por antonomasia, lograron condicionar decisiones gubernamentales en beneficio de sus intereses corporativos. Una interpretación que abusaba de la matemática de cuantos pueden poner en la calle.

Los propios límites históricos de los proyectos. No debemos perder de vista que ninguno de los gobiernos y/o bloques progresistas, que hoy ya no están en el poder, hablaron de la implementación de un nuevo sistema de gobierno, sino el cambio del modelo económico. Y, aunque en algunos discursos se podían referir al socialismo, lo que se plasmó en la realidad son administraciones redistributivas de la renta y justicialistas respecto al acceso de la población a los servicios que el Estado debe promover para la garantía de derechos.
Si recordamos la esencia del diálogo entre Cersei Lannister y Littlefinger en Juego de Tronos: La información es poder, si pero el poder es poder. Podemos comprender las dificultades que suponen para el progresismo el retorno al poder político, cuando el relato de la derecha ha sido si queremos superar el pasado debemos aplicar el neoliberalismo, asociando así que la única manera de librarnos del pecado es la hoguera. El lawfare, la persecución política, el escándalo mediático y la exacerbación de los fundamentalismos son las cortinas de humo perfectas para distraer la atención de una ciudadanía que hoy se ejerce en el mercado y las pantallas y no en la plaza pública o las urnas. Casos claros se ven cuando hay movilizaciones enormes en defensa de unas inexistentes amenazas a la familia y concentraciones contra el aumento del costo de la vida son reducidas.
Así, para remitirnos a los países ya enunciados líneas arriba: Ni en Brasil, Argentina o Ecuador es posible afirmar, hoy por hoy, que el progresismo esté en capacidad de recuperar el poder. Más es posible observar cómo las organizaciones políticas detrás han tomado diferentes caminos: El Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil, sin dejar de lado la defensa de Lula también trabaja en la organización de masas con capacidad de calle y en la construcción de nuevos liderazgos desde alianzas con otras organizaciones. En Argentina el «kirchnerismo» abre su cancha y recupera a uno de sus fundadores devenidos en críticos, y una jugada interesante de colocarla como candidata a la vicepresidencia de la República, coloca a Cristina Fernández en el centro de la política, pero al costado de la representación.
El caso ecuatoriano -en el que profundizaré un poco- en tanto que el más reciente y también el más inesperado en los actores y formas en las que operó la transición, ha dejado un «correismo» (término polisémico y definido desde sus opositores antes que sus partidarios) que depende profundamente de las «glorias» de la Revolución Ciudadana y de Rafael Correa, pero que a su vez se niega a ampliar sus alianzas políticas y mantiene fuertes esperanzas en el plano electoral.

La convocatoria reciente al Paro Nacional, aunque importante por su contenido de resistencia al neoliberalismo, no logró calar ni siquiera en otros sectores sociales y políticos diferentes del «correismo» justamente por la negativa de este grupo a entablar un diálogo sin condicionamientos en busca de elementos comunes.

No podemos desconocer que el «correismo» es el grupo de mayor cohesión en el campo político actual del Ecuador, pero no es suficiente -y tampoco sería conveniente- para avanzar en un proceso de recuperación del poder político.
Frente a esto queda grandes cuestiones, que ya fueran advertidas por muchas sectores provenientes de los la izquierda latinoamericana previa al progresismo como espacio de confluencia: La ausencia de un programa político que se sustente en nuevas esperanzas movilizadoras es el mayor obstáculo para recomponer el tejido social tanto para resistir al neoliberalismo, cuanto más para retomar el camino.

La ausencia del debate entre los diferentes sectores políticos, bajo el argumento de que en el pasado hubo diferencias más o menos marcadas, solamente beneficia a la derecha. La incapacidad política, o simple berrinche individualista, de negar que el progresismo fue el resultado de un acumulado histórico del que no hay propietarios, impide realizar una autocrítica superadora de los errores, y en casos horrores -parafraseando a Anguita- que en la práctica progresista se observaron. Así, sin autocrítica menos posible es repensar un programa de acción política que junte, que provoque convergencias y que a su vez sea tan radical, en el sentido de enfrentar los problemas de la raíz, como la sociedad requiere que hoy sea.
En el fútbol, existen hinchadas que viven de las viejas glorias de sus equipos y celebran cada año el recuerdo de lo que fue. En lo política sucede, en ocasiones lo mismo. Gran diferencia que en el fútbol poco han cambiado las reglas; mientras en la política el mayor error es pretender aplicar acríticamente aquello que ya se hizo porque en su momento fue exitoso.

Tal como Marx nos recuerda, la historia se repite unas como tragedia, otras como comedia. Sería un error pensarlo y pero aún que suceda que el correismo sea un nuevo velasquismo.

Por ello, no se trata de repetir la historia, ni permitir adjudicatarios de la superioridad moral y la pureza platónica de la práctica política, sino de construir nuevas tragedias -que para los griegos eran esos esfuerzos que se padecen que terminaban en gloriosas gestas- y nuevos ciclos de acumulación política que permitan abrir una senda de la democracia, los derechos humanos, la redistribución de la riqueza y la justicia social, en la que como proponen los zapatistas se mande obedeciendo y la voluntad de poder nos permita comprender que no hay política de viejas glorias.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.