Llevo tiempo queriendo escribir sobre esto. Cada poco y recurrentemente, en mis conversaciones cotidianas, sale este tema. El diálogo básicamente discurre por un camino trivial en el cual, en algún momento, aparece la mayor tienda online del mundo actualmente. En el debate, que se suele enquistar en torno a la «oportunidad», se me intenta convencer de que un determinado artículo está a un precio inmejorable. Al final acabo admitiendo que no, que no compro ahí, por principios.
En función de la confianza, del momento, de los interlocutores, esa respuesta la razono en mayor o menor medida, pero al final el hecho es el mismo.
No, no compro en Amazon, y la razón no es una sola, pero se puede resumir en que no quiero cooperar con esa fábrica de consumir y destruir seres humanos y comunidades.
Amazon en estos momentos, se presenta como el adalid liberal de crecimiento económico, entrepeneur, modelo de gestión exitoso y todos los agasajos que nuestro estómago sea capaz de tolerar, si nos ponemos a leer por internet o por los medios de comunicación que se pongan a nuestro alcance, dada su brutal campaña de astroturfing en los medios para contrarrestar el escándalo sobre las condiciones laborales y de explotación sobre las que ha construido sus beneficios.
En estos momentos, el «líder» Bezos está realmente enfadado (cuesta imaginar a alguien con el poder que esta persona tiene, enfadado con algo) con los 5.800 trabajadores de su almacén de reparto en Alabama, Estados Unidos. Estos 5.800 trabajadores, que comparados con el grueso de empleados (directos) de la empresa son una nimiedad, cerca del 0.5% de sus empleados, están a punto de hacerle una brecha al gran superpetrolero que es Amazon.
En estos momentos, está llevándose a cabo el recuento de votos entre los trabajadores del centro de trabajo de Alabama para determinar si se lleva a cabo la entrada de los sindicatos en dicho centro.
¡Aunque tampoco es para tanto! ¡Que todo liberal o neoliberal alarmado se tranquilice! Seguro de que el régimen Amazon tiene un ejército de asesores y abogados para hacer frente a dicha «insolencia», pero quizá sea buen momento de analizar esta cuestión.
Estos trabajadores tienen reivindicaciones claras, pero entre otras, exigen el hecho de no ser esclavizados, cosa que parece propia de épocas pasadas, pero que se sufre en pleno siglo XXI en estas grandes multinacionales. Está produciéndose un auténtico bombardeo de mensajes anti-sindicatos a los trabajadores de este centro, ¿por qué?
Aunque algunos autodenominados «liberales» defienden el «derecho» de estas grandes fortunas a explotar a sus trabajadores para engrosar aun más los dividendos de sus ya ricos accionistas. Eso sí, excepto cuando se les tiene que «rescatar» o «subvencionar públicamente». Esto también lo defienden: la privatización de los beneficios y la socialización de las pérdidas. Recordemos al super-liberal De Guindos, ex ministro de M. Rajoy, asegurándonos que no nos costaría ni un euro el rescate del banco malo, ni de los bancos. Pues nos la ha metido doblada: ni más ni menos que en torno a 100.000 millones de euros de pérdidas que se socializan y nos obligan a pagar entre todos. Por eso insisten en el relato de que «crean puestos de trabajo». Lo que no nos dicen es que eso que llaman puestos de trabajo son puestos de explotación, que tienden cada vez más hacia la esclavitud.
Si piensan un poco seguro que les suena, yo tengo casos cercanos y vividos en primera persona: un gran empresario propone un centro de trabajo prometiendo numerosos empleos. En muchas de esas ocasiones, la apertura de ese centro, lleva aparejadas cuantiosas ayudas públicas, lo cual no suele ser tan de conocimiento público como el número de empleos creados.
En el caso que la empresa triunfe (en el caso que yo viví, no fue así), se crean empleos sí, pero ahora pregúntense en cuantos casos, los empleos eran de calidad. En mi caso particular, se destrozó un monte vecinal para la creación de 50 puestos de trabajo, de los cuales al final llegaron cero, y al final el centro de trabajo ni prosperó. Eso sí, buenas subvenciones se le concedieron. Negocio redondo.
Los trabajadores de la empresa de la «sonrisa», Amazon, están denunciando, y en estos momentos ya hay pruebas sistemáticas y abrumadoras, que para cumplir con sus cuotas de trabajo, tienen que orinar en botellas de plástico, ya que si van al baño ya no cumplirían de ninguna manera con sus objetivos. Recientemente, en un reportaje, una pareja de inmigrantes, comentaban que las últimas semanas del mes, debían de trabajar sin descanso, para poder llegar a su ambicioso objetivo: pagar el alquiler, las facturas de los teléfonos móviles y la comida. Es realmente triste que una pareja de trabajadores, que dedican más de 60 horas a la semana al trabajo, tengan que estar haciendo números para llegar a fin de mes, sin más lujo que tomar un café o una cerveza de vez en cuando. Y el verdadero problema de todo esto, es la normalización del trabajador pobre que estamos asumiendo.
En el libro de investigación “En los dominios de Amazon. Relato de un infiltrado”, Jean-Baptiste Malet, su autor, habla de la explotación sin límites de las mujeres y hombres que generan la riqueza de esta empresa. Una multinacional rodeada de un incomprensible secreto donde no se puede acceder y quien trabaja en ella no puede hablar de su jornada en la cadena de producción, de sus condiciones de trabajo, cuando la legislación laboral les permite hacerlo. Que hace campañas brutales para que sus trabajadores no se organicen y creen un sindicato para reclamar sus derechos. Que no paga casi ningún impuesto a los estados y cuya actividad comercial opera desde Luxemburgo, un paraíso fiscal.
Por eso ¡no!, ¡no compro en Amazon! No podría estar tranquilo sabiendo que mis (más que moderados gastos) van a parar al bolsillo del señor Bezos. No pretendo que esto sea un ejemplo a seguir, pero quizá pueda suponer, para la gente que lo seguimos, un punto de coherencia y de dignidad. Esta práctica, que parece inocua, y seguramente lo sea, hemos de ponerla en perspectiva.
Sin ir más lejos, ayer mismo, escuchaba a un votante de cierto partido «nostálgico», de los «patriotas de bandera» (que si pueden se van a Andorra para no contribuir al bien común), comentar con enorme desprecio el hecho de que otro partido lleve en listas, a las próximas elecciones regionales de la Comunidad de Madrid, al portavoz del Sindicato de los Manteros, Serigne Mbayé. Entre otros comentarios, afirmaba: «Pero ¿cómo puede haber un Sindicato de Manteros? ¡Si son todos ilegales! Todo lo que han hecho ha sido j**** a los pequeños comercios!».
Espera un momento, repitamos eso. ¿Los manteros han perjudicado a los pequeños comercios? Seguramente el hecho de vender artículos y baratijas a precios irrisorios para poder sobrevivir cada día, ha provocado algún efecto sobre las ventas de pequeñas tiendas de baratijas y artículos superfluos (por no destacar que probablemente el señor Mbayé haya cotizado más que muchos políticos críticos con los manteros). Pero todos los estudios y analistas coinciden en que quien ha destrozado y desmantelado los pequeños comercios ha sido el gigante del e-comerce, el «líder» Jeff Bezos, el dueño de Amazon, el cual ya maneja cifras que pertenecían a 15 millones de comercios locales, ya cerrados (que probablemente sean muchos más actualmente). Creo que es simplemente incomparable.
Es importante señalar que, aunque Amazon es el barco insignia de este modelo, no es el único. Multitud de grandes empresas funcionan del mismo modo y con los mismos objetivos.
Entiendo que tomar la opción de no comprar en este tipo de «multinacionales extractivistas y destructoras de empleo y comunidades» es difícil para quien ya está haciendo ejercicios equilibristas presupuestarios para llegar a fin de mes. A alguien que no nada en abundancia es complicado convencerle que compre la ropa en la tienda de la esquina, cuando en una gran cadena textil en rebajas, puede comprar todo el kit de un año por el precio que igual cuesten unos pantalones fabricados en Europa en condiciones laborales dignas.
El problema está en otro área, en toda una clase media que tienen la vista puesta en las grandes fortunas esperando llegar a ser como ellos. Esa clase aspiracional que no entiende que la riqueza de unos pocos se construye sobre la pobreza y la miseria de la mayoría. Que solo mira por sí misma y por su ascenso social. Y que ni siquiera la pandemia les ha servido para entender que, cuando vienen mal dadas, solo el apoyo mutuo, la solidaridad común, lo público (sanidad, educación, servicios sociales, pensiones) nos salva para que nadie quede atrás. A esos congéneres son a los que yo llamo a la reflexión y les digo: ¿en serio? ¿en serio, por ahorrarte unos pocos euros vas a contribuir a que unos trabajadores no puedan ni ir al baño?
Víctor Álvarez Terrón, Ingeniero en Energía