(Traducido para Rebelión por Gorka Larrabeiti) Que alguien pretendiera hablar de una persona ciñéndose a la crónica de su funeral, se consideraría cosa rara. Sin embargo, es justo éste el método que, con el acuerdo general de medios e historiadores, se ha adoptado para hablar de Praga: mucho énfasis en la entrada de los tanques […]
(Traducido para Rebelión por Gorka Larrabeiti)
Que alguien pretendiera hablar de una persona ciñéndose a la crónica de su funeral, se consideraría cosa rara. Sin embargo, es justo éste el método que, con el acuerdo general de medios e historiadores, se ha adoptado para hablar de Praga: mucho énfasis en la entrada de los tanques soviéticos -suceso decisivo desde luego-, pero ni una palabra sobre un periodo que fue extraordinario, como ha recordado Anthonin Lyehm, que dirigía Lyterarny Listy (el periódico más leído de la época: un millón de lectores de un total de 15 millones de habitantes). Ese periodo duró al menos 10 años, y comenzó cuando se dio inicio a una reforma que poco a poco fue cambiando profundamente la sociedad checoslovaca.
Aunque ahora se han acordado de improviso de Jan Palak, también ha calado el silencio sobre el periodo de normalización que sucedió a la invasión del pacto de Varsovia, periodo en cuyo contexto se ha de enmarcar el sacrificio del joven praguense, que -en significativa sintonía con el gesto de los bonzos vietnamitas- se pegó fuego en la plaza de San Wenceslao. Y eso que esa fase fue peor que la invasión. Al final la acabaron aceptando hasta quienes habían protestado contra los tanques: gobiernos doblegados por la Realpolitik, y partidos de izquierda (en Italia no sólo el PCI), que se desinteresaron de cómo había reaccionado la mayoría dubceckiana del PC checoslovaco y de la suerte política de los exiliados. ¿Quién sino Il Manifesto fue el único que publicó en los meses sucesivos las tesis de ese partido, que había celebrado justo después de agosto su XIV congreso, clandestino, en las oficinas CKD protegidas por milicias de obreros que habían podido resistir? A nosotros nos las pasó Anthony Lyehm (y las tradujo Luciano Antonetti). No fuimos los únicos que las tuvieron a su disposición, pero sí los únicos que las publicamos. De hecho, el momento más duro de nuestra polémica con el PCI, que luego nos expulsó, no fue agosto de 1968, momento de la invasión de Praga, pues, aunque limitadamente (en todo caso con más vigor que la dirección del PSIUP) este partido había protestado. Fue un año después, precisamente por la desatención a la dramática normalización llevada a cabo. Precisamente, el histórico editorial de la revista Il Manifesto («Praga está sola») es de julio de 1969.
Estos vacíos históricos, que acompañan ahora también el recuerdo de Jan Palach, los queremos recordar para no quitarnos la satisfacción de recordar que nosotros leímos bien y en el momento justo. Los queremos recordar porque sin hablar de lo que fue la Primavera de Praga y luego la normalización, se pervierte el sentido de lo acontecido, pues ese intento de reforma lo emprendieron y dirigieron los comunistas, y comunistas fueron después las víctimas principales de la represión. La normalización se aceptó ya que ayudaba a que se olvidara el sentido de ese intento de salvar la experiencia comunistas, que, de haber cuajado, habría sido muy peligroso para la Moscú de Breznev, así como para la derecha, aquí en casa. Por ello, se prefiere hablar de su funeral más que de su vida; por esa misma razón, se cuenta por encima el periodo siguiente a la invasión.
Lyehm, en una mesa redonda de la Fundación de la Cámara de Diputados, dijo: «La Primavera checoslovaca no es la prueba de la imposibilidad de reformar el socialismo, sino al contrario. Se trató de un intento de preparar una sociedad pluralista, y esta era la que hoy recibe la denominación irónica de «la utopía de la tercera vía». Yo digo que desde Babilonia, la humanidad anda en busca de ese tercer camino. Esta es la historia de la humanidad». También se ha relacionado el ’68 praguense con el ’89. Vale la pena recordar lo que dijo Milan Kundera a este respecto: «La primavera checoslovaca murió dos veces: en agosto del ’69 y en otoño del ’89».
No nos equivoquemos: lo que querían Dubcek y sus camaradas no era la restauración de un capitalismo salvaje.
Fuente: http://www.ilmanifesto.it/il-manifesto/in-edicola/numero/20090116/pagina/03/pezzo/239602/