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Entrevista a Sadri Khiari, cofundador del Partido de los Indígenas de la República

«¡No queremos ser los tiradores senegaleses* de ninguna causa!»

Fuentes: Indigènes de la République

Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos


Publicamos en internet esta entrevista concedida por Sadri Khiari, cofundador del Partido de los Indígenas de la República (Parti des Indigènes de la République, PIR) a Thierry Leclère y publicada en el libro colectivo publicado por la editorial francesa La Découverte el pasado otoño, De quelle couleur sont les Blancs?

¿Qué es ser blanco?

No tengo ganas de definir al individuo blanco (ni al «no blanco», sin el cual la noción de «blanco» pierde todo significado político): ser blanco es una relación social y eso es lo que hay que definir. La noción de «blanco» no es estática, sus fronteras son inestables. Por ejemplo, hace tan solo unos siglos las poblaciones de origen eslavo se consideraban bárbaras y las poblaciones judías, salvajes… y todavía hoy en algunos países de las Antillas o del África negra un sirio o un libanés, que no tienen necesariamente la piel blanca, serán considerados blancos porque en las relaciones de poder raciales forman parte del mundo privilegiado. En Francia es mejor ser árabe y tener la piel blanca que árabe con la piel morena. Y es mejor ser árabe cristiano que árabe musulmán. Ser blanco es una categoría social y política, y nada más. Yo, que tengo la piel blanca, sin embargo no soy blanco.

Entonces, ¿cómo se define usted?

Como un «indígena». Un no blanco. También podría decir que como un colonizado. Aunque no se reconozca como tal, en Francia existe una categoría social compuesta por todas estas poblaciones surgidas de las antiguas colonias y del tercer mundo, y que padece múltiples formas de discriminación y de racismo. Su estatuto se define por el color de la piel, su supuesta cultura y su religión (en este caso, suele ser el islam). Frente a estas poblaciones están los franceses de «origen» expresión por medio de la cual con mucha frecuencia se define a los blancos a pesar de la multiplicidad de sus orígenes y la diversidad de sus arraigos en Francia. Casi se reconoce como franceses de origen a los antiguos descendientes de emigrantes de Italia, España o Polonia, aunque la situación no sea siempre tan simple. Entonces, más que el arraigo en la Galia milenaria, el blanco se convierte en sinónimo de cristiano (o de origen cristiano), europeo (o de origen europeo).

El blanco no es obligatoriamente un dominante. Sin embargo, en su definición todos los blancos son unos privilegiados…

Los blancos saben bien que son blancos incluso cuando son pobres. Y los no blancos también son conscientes de su estatuto, aunque sean ricos y poderosos. Este hecho de que unos y otros lo sepan forma parte de las modalidades de producción del sistema racial.

En el Antiguo Régimen todos los nobles, incluso las capas más bajas de la nobleza, sabían perfectamente que ellos detentaban un estatuto que envidiaban los plebeyos, incluidos los más poderosos. Todos los blancos tienen al menos en común unos privilegios simbólicos. Son parte interesada de una historia reconocida oficial e institucionalmente. Comparten una misma cultura hegemónica. Todo ello constituye unos privilegios, sea cual sea la fragilidad con la que se les puede considerar.

A veces oigo decir: «¿Cómo puede pretender usted que el mendigo blanco que pasa la noche en el metro es privilegiado en relación a un catarí que se baja en la estación de metro de Georges V [bajo los Campos Elíseos. N. de la t.]?». Hay en ello un proceder retórico clásico que consiste en tomar ejemplos extremos para ridiculizar una argumentación. Esto demuestra sobre todo que puede ser vano separar a unos individuos para definir a un grupo y unas relaciones sociales.

Sin embargo, desde hace algunos años vuelve al debate público el término «pequeño blanco» i .  ¿Supone «pequeño» un poder menor?

No me gusta esta expresión. Expresa implícitamente el hecho de que los «grandes blancos» serían cualitativamente superiores a estos «pequeños blancos». Veo en ello un desprecio de clase, un desdén hacia las capas populares francesas: obreros, funcionarios, personas que trabajan en zonas rurales, a los que se considera arcaicos, conservadores, reaccionarios y que de manera natural votarían por la derecha o la extrema derecha. La expresión «beaufs» ii es totalmente sintomática de ello. Sí, estas poblaciones tiene un menor poder y si continúa la degradación de sus condiciones sociales, ya solo tendrán el orgullo de ser blancas para construir su legitimidad. Un orgullo amenazado no por los «moros» y los «negros», como a menudo se tiende a pensar, sino por los «blancos» que se creen más «civilizados» que ellos. Muchas veces me ha chocado constatar esta altanería, incluso entre militantes de la izquierda de la izquierda. Más allá de los «pequeños blancos» de hoy, esta izquierda tendría que reflexionar sobre el fracaso histórico del movimiento obrero y progresista francés en aliarse, por ejemplo, con los pequeños campesinos.

¿Qué responde usted al escritor y editor de Gallimard Richard Millet cuando se queja en la televisión de ser «el único blanco a las seis de la tarde en la estación [de cercanías] Châtelet-les Halles [en el centro de París] […], una auténtica pesadilla»?

De entrada, puede estar tranquilo porque, si lo he entendido bien, el proyecto de renovación del barrio Châtelet-les Halles va a tender a hacer retroceder hacia sus barrios a las poblaciones que se aglomeraban aquí regularmente. Sin duda habrá más blancos y estará mas cómodo. Comprendo perfectamente que un francés blanco, socializado en un medio blanco y en determinada historia no se sienta bien en un medio social y culturalmente diferente del suyo.

Por otra parte, le podría responder: ¿por qué las poblaciones de los barrios populares en Francia prácticamente solo tienen la plaza Châtelet a la que acudir un sábado por la tarde? ¿Por qué perciben una gran parte de París como un espacio que les es ajeno?

Frente a Richard Millet y a tantas otras personas que piensan como él se podría decir : «Esa gente son unos cabrones, no les gusta la diferencia. Vamos a meterles miedo». Creo que más bien hay que afrontar esta constatación y hacerle frente, sin ningún a priori moral. Comprender que unos blancos pueden sentirse completamente perturbados por la presencia de negros y de árabes en Francia para poder construir una estrategia de lucha contra el sistema racial.

Entonces, ¿por qué los Indígenas de la República han utilizado la palabra provocadora y ambigua de «souchiens» iii en vez del de «francés de origen»?

La expresión «souchiens» nació por casualidad. Surgió en un programa de televisión en el que participaba la portavoz de los Indígenas Houria Bouteldja (1) y ninguno de los participantes en este programa vio en ello la menor ambigüedad. Esta se creó cuando Alain Finkielkraut pretendió haber oído un guión uniendo «sou» y «chiens» [que resultaría, en castellano, «sub-perros», n. de la t.]. En vista de las reacciones que desencadenó la expresión, después la utilizamos de manera un tanto provocadora. Pero lo que nos interesa es más bien la idea de «blancos».

Los Indígenas de la República se refieren a menudo al «universalismo blanco», ¿qué entienden por ello?

Es la idea de que el mundo blanco sería portador de un proyecto de civilización y de valores que serían universales, que se inscribirían necesariamente en una línea histórica lineal que desemboca en el progreso y bienestar para todos. Esto justificaría imponer estas normas al conjunto de los demás pueblos. La cuestión no es que estas normas sean buenas o malas, el problema es que Europa las presenta como universales, en función de las cuales se clasifican y jerarquizan los demás pueblos. No hay que rechazar necesariamente estas normas, sino criticarlas, incluida la crítica de los valores de la modernidad, del progreso y de la emancipación.

Un mes antes de que se adoptara la ley de febrero de 2005 que mencionaba el «papel positivo» de la colonización escribía usted en colaboración con otras personas el «Llamamiento de los Indígenas de la República» iv que tendrá un fuerte impacto en el debate público. ¿Qué mensaje querían transmitir?

En Francia se planteaba por primera vez de manera pública el problema de la relación entre el racismo en Francia y la historia colonial. El Llamamiento también sacó a la luz la permanencia de la relación de tipo colonial en la sociedad francesa. Hay duda de que diez años antes este llamamiento no había sido sino un llamamiento más. Tuvo un impacto importante porque la situación estaba marcada por unos conflictos muy duros, sobre todo en torno al lugar del islam y de los musulmanes en Francia: los casos del velo, de la falsa agresión antisemita en la línea del tren de cercanías RER D, polémicas en torno a Tariq Ramadan… y, sobre todo la revuelta de los banlieues de noviembre de 2005, apenas unos meses después de la publicación de nuestro llamamiento.

El Llamamiento se basa en una idea sencilla: el Estado francés sigue estando enfangado, ahora como antes, en las relaciones sociales surgidas de la colonización. Estas relaciones se transparentan en las políticas públicas referentes a poblaciones surgidas de la inmigración y de los barrios populares, de los llamados territorios franceses «de ultramar» y también en las relaciones de Francia con sus antiguas colonias.

En su opinión, ¿qué impacto tuvo el Llamamiento?

Hizo que se movieran las líneas del debate intelectual y sobre todo militante, y llevó a considerar de manera diferente el racismo y las discriminaciones raciales en Francia. Rompió con el enfoque exclusivamente moralista, predominante hasta entonces. El Llamamiento obligó a reflexionar a las bases históricas e institucionales que produjeron y todavía producen este racismo. Otra idea-fuerza constitutiva del Llamamiento es el hecho de que las poblaciones no blancas tomen conciencia de que ya no basta con luchar contra tal o cual discriminación, tal o cual expresión de racismo, sino que se trata de insertar todas estas cuestiones en un enfoque plenamente político. El texto invita a las poblaciones no blancas a organizarse en el campo político como grupo social dominado, con su propia lectura de la sociedad y sus propias reivindicaciones.

Con frecuencias sus detractores califican este enfoque de «comunitarista»…

Este argumento en contra de nosotros en bastante estúpido. Nosotros simplemente constatamos una radicalización ya existente, de la que somos víctimas y que nos impone unirnos. Por ejemplo, el modelo republicano francés no soporta las particularidades culturales. Lucha contra ellas por temor a que desmonten el modelo nacional. Fíjese cómo la República ha reconocido tardíamente unos derechos culturales colectivos para los corsos o los canacos. Todavía hoy continúa siendo un tabú admitir unos derechos culturales colectivos, es decir, comunitarios, a las poblaciones surgidas de las antiguas colonias. Por consiguiente, no somos hostiles al principio comunitario aunque, evidentemente, el llamado modelo «anglosajón» que lo reconoce sin poner en tela de juicio las jerarquizaciones raciales no puede ser conveniente.

Más allá de las reivindicaciones culturales el nudo de la desigualdad se encuentra en el poder del Estado, cuyo acceso solo se nos abre con una gran parsimonia y solo si nos sometemos a la dominación blanca. Por lo tanto, tenemos que invertir completamente la política para transformar profundamente la relación que las fuerzas blancas tienen con nosotros. Esto es lo que hemos querido decir al fundar nuestro partido partido, el Partido de los Indígenas de la República. Y por ello esta decisión es antipática, incluso para los blancos que sienten inclinación hacia nosotros. No queremos invertir de manera autónoma el campo político, organizar a las poblaciones surgidas de las antiguas colonias en Francia en torno a un proyecto político destinado a ser llevado al poder. Nuestra ambición es hacer emerger en Francia una mayoría popular (blanca y no blanca, por supuesto) susceptible de apoya a un gobierno decolonial, es decir, cuyos ejes principales fueran la acción contra las lógicas y los mecanismos racializantes.

Se les ha reprochado mucho el uso del término «indígenas». Frantz Fanon afirmaba: «No quiero ser esclavo de la esclavitud». Al retomar este término colonial ¿no son ustedes sus prisioneros?

Cuando se está en una situación de dominación se es necesariamente ambivalente. Uno no se libra del vocabulario del adversario, de las categorías construidas por él. Lo importante es utilizarlas como armas para perturbar el sistema de la dominación. Cuando empleamos la expresión «indígena» ponemos a la República ante sus responsabilidades: contrariamente a lo que pretende el sistema francés, en Francia siempre hay unas discriminaciones sociales que se arraigan en las relaciones sociales coloniales bajo formas ampliamente renovadas. Por consiguiente, la noción de «indígena» es una noción política. Es una herramienta liberadora pero que, efectivamente, lleva en sí misma unas contradicciones y posibilidades de derivas. Pero eso es lo propio de la lucha política.

Ustedes quieren unirse en torno a un proyecto decolonial, pero, por ejemplo, los Indígenas del a República cuentan con muy pocos negros entre sus filas.

Es verdad y es un fracaso notable del que somos en parte responsables. Al principio entre nosotros había sobre todo magrebíes, lo que se explica por diversas razones. Las diferentes condiciones de llegada a Francia de las poblaciones inmigradas en el territorio nacional, las historias particulares de unos y de otros, y los retos que no son obligatoriamente los mismos. Por ejemplo, no percibimos lo suficientemente pronto la importancia de la cuestión de las reparaciones vinculadas a la esclavitud. Espero que llegue pronto el día en que también sea posible integrar a los romaníes en la dinámica decolonial que se está esbozando.

Hoy resurge la noción de «racismo en contra de los blancos». ¿Esta noción no ha atrapado el debate racial que ustedes han contribuido a relanzar?

Sabíamos que nos la estábamos buscando. En efecto, nos habíamos beneficiado de la experiencia anterior de los movimientos negros estadounidenses a los que con frecuencia se ha acusado de   «racismo en contra de los blancos». La cuestión del «racismo en contra de los blancos» empezó a resurgir en 2005, cuando unos alumnos secundaria que se manifestaban fueron agredidos por jóvenes de los banlieues (2).

Si se considera el racismo únicamente bajo el ángulo de los prejuicios respecto al otro, que un negro diga «¡sucio moro!» o un árabe diga «¡sucio blanco!» viene a ser, efectivamente, lo mismo. Pero si se considera el racismo como una relación de poder, no se puede poner en el mismo plano a quienes se benefician de todo el poder del sistema racial y a quienes con frecuencia solo tienen sus palabras para resistirse a él. Hoy se ha movilizado la noción de «racismo en contra de los blancos» para deslegitimar el movimiento antirracista y estigmatizar una vez más a los habitantes de los barrios populares.

¿Se les ha reprochado el excluir a los blancos, a los «no indígenas», de su proyecto? ¿Su voluntad de autonomía implica una forma de relacionarse solo con quienes son del mismo medio?

¡Se nos reprochó esto aun cuando se acababa de hacer público el Llamamiento con la lista de los iniciadores del proyecto, gran cantidad de los cuales eran blancos! Este reproche que se nos hace es muy interesante. No se trata de poner en duda la buena fe antirracista de los blancos que se quieren comprometer con nosotros; no es menos cierto que la fuerza del sistema racial se ejerce sobre nuestras organizaciones como se ejerce sobre los blancos antirracistas y como se ejerce sobre nosotros mismos. ¿Cuántas veces he visto durante las reuniones volverse todas las miradas hacia el militante blanco y desdeñar a los militantes no blancos? Y, ¿cuáles son los militantes a los que nos suele costar oponernos, por vergüenza o por miedo? ¡Los blancos!

No es su culpa. «Solo tienen que tener confianza en ustedes mismos», me responden ustedes. Pues, bien, precisamente, para conquistar esta confianza en nosotros mismo (porque, en efecto, se trata de una conquista) tenemos que ocuparnos de nosotros mismos y dirigirnos a nosotros mismos, es decir, evitar que se nos escape poco a poco la dirección de nuestras luchas. Además, hemos debatido la posibilidad de solo aceptar indígenas en nuestras filas (porque el carácter mixto de nuestra organización no es un principio absoluto), pero las particularidades de la situación en Francia, por oposición a la que predominaba en Estados Unidos en la década de 1960, nos pareció que abogaba por lo contrario. En cambio, no somos tan idiotas como para creer que es posible desmantelar el sistema racial sin establecer unas luchas y múltiples espacios de convergencia entre blancos e indígenas, puntuales o más duraderos.

¿Cómo articula usted la «cuestión racial», tan presente en el discurso de los Indígenas de la República, con la «cuestión social», que fue el centro de su recorrido militante troskista?

Mi recorrido militante troskista se desarrolló en Túnez. Efectivamente, para toda la izquierda tunecina era muy importante la cuestión económicosocial, pero se articulaba con la lucha contra la dictadura policial (la cual me permitió más tarde en Francia comprender una dimensión importante de la situación en los barrios populares) y con la cuestión nacional, es decir, la continuación de la lucha anticolonialista en Túnez y a escala nacional árabe.

Cuando me refugié en Francia, en 2003, y seguí con mi militancia troskista, mi ruptura con la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) se produjo por el caso del velo, que produjo una enorme controversia en el seno de la LCR. Frente a los partidarios de la prohibición del velo yo pensaba junto con otras personas que simplemente había que denunciar la ley y participar en las movilizaciones en contra de este proyecto. La LCR manifestaba una incomprensión total del islam político, impregnada como estaba de eurocentrismo e incluso, en algunas personas, de una islamofobia o un paternalismo que me producían urticaria.

En los barrios populares en los que se encuentra las mayor parte de las poblaciones surgidas de las antiguas colonias basta con observar las luchas indígenas y con conocer un poco mejor a los militantes para constatar que la cuestión socioeconómica está subordinada a la cuestión política, aunque el impacto de las políticas neoliberales sea imponente.

En estos barrios los retos no son los mismos que en el espacio de las relaciones económicas ni tampoco las herramientas de lucha son las mismas. Una gran mayoría de su población está constituida por parados y trabajadores precarios que solo tienen una experiencia muy limitada de la fábrica, incluso ninguna experiencia en absoluto. Su conciencia política inmediata no se construye en la oposición al patrón sino al Estado, a la policía, a las instituciones municipales, al barrio y no a la fábrica o a la empresa. La gestión de la herencia cultural de los niños surgidos de la inmigración o la cuestión de la religión tampoco se plantean en los mismos términos que para los blancos. Las poblaciones originarias de las colonias plantean unas cuestiones terriblemente políticas, como acabar con las desigualdades raciales, el respeto y reconocimiento de las historias, de las culturas y de las espiritualidades, la cuestión palestina, etc. La izquierda las quiere confinar al estadio del combate social y económico.

¿Están ustedes dispuestos a hacer parte del camino con la izquierda tradicional y las organizaciones antirracistas o bien los análisis que hacen ustedes están demasiado lejos?

A la izquierda, a las fuerzas que querrían luchar contra el racismo y contra una forma de dominación racial, es a quien corresponde ir hacia las «poblaciones indigenizadas» y sus organizaciones. E ir hacia ellas no con ultimátumes ni tampoco para educarlas o reeducarlas, para mostrarles el camino histórico y único del progresismo, sino para apoyarlas, para aceptar sus especificidades, reconocer el carácter fundamental de sus reivindicaciones. Por consiguiente, a la izquierda blanca le corresponde demostrar que es capaz de construir un gran movimiento popular, que hoy solo tendrá sentido con las poblaciones surgidas de la inmigración, respetando su autonomía política e integrando sus reivindicaciones. Por lo que respecta a nosotros, sin una gran organización política nunca podremos negociar unas alianzas igualitarias. ¡No queremos ser los tiradores senegaleses de ninguna causa!

Pierre Tevanian hace «el elogio de la traición» para tratar de escapar al encierro y al autismo del blanco: «No se trata de detestarse sino de detestar su privilegio y el sistema social en el que se basa». ¿Un blanco que se une a la lucha de los Indígenas de la República tiene que ser un traidor?

Jean Genet, que tenía el don de las fórmulas impactantes, ya se había definido como un traidor de los blancos. Se le debe el haberse situado al lado de los pueblos oprimidos, como los afroamericanos o los palestinos. Pero Jean Genet no era un estratega. Tenemos que elaborar una estrategia, ser capaces de distinguir las contradicciones y los fallos, de encontrar unos puntos de apoyo o de acentuar algunas tensiones internas del mundo blanco. La sociedad blanca no es una suma de individualidades blancas a las que hay que convencer una a una de «traicionar» a su «bando», sino un conjunto de grupos sociales. Tenemos que construir un discurso que se dirija colectivamente a unos sectores del mundo blanco para que encuentren un interés en apoyar nuestro. ¿Cree usted, por ejemplo, que eran anticolonialistas fervientes todos los reclutas que de un modo u otro se resistieron a la guerra sucia que la República [francesa] llevó a cabo en Argelia?

No se trata de exigir a los blancos que sean unos «traidores» ni se trata de quitarles sus «prejuicios» ni considerar a los blancos un bloque homogéneo hostil a nosotros por esencia y del que, por consiguiente, solo sería posible diferenciar a unos pocos. Si hoy me permito unas palabras tan firmes, que me harán ser antipático a ojos de muchos blancos e indígenas que tienen miedo de los blancos, es porque nuestra prioridad es afirmarnos, ser claros con nosotros mismos y organizarnos.

Notas:

* Los tiradores senegaleses formaron un cuerpo colonial de infantería del ejército francés constituido en 1857 y disuelto en la década de 1960. Aunque el reclutamiento de los tiradores no se limitaba a Senegal, fue en este país donde se formó el primer regimiento de tiradores africanos el cual pasó rápidamente a designar al conjunto de soldados africanos de color negro que luchaban bajo bandera francesa y se diferenciaban así de las unidades del norte de África, como los tiradores argelinos. Los tiradores senegaleses siempre mostraron una fidelidad excepcional al imperio colonial francés. Son el símbolo de todos los estereotipos racistas respecto a las personas negras y del colonialismo francés. (N. de la t.).

[i] El término «pequeño blanco» («petit Blanc») designa peyorativamente al blanco de clase baja que se refugia en su racismo para reivindicar su superioridad frente a los de su misma clase, pero «oscuros» de piel: «Para mover todo este emporio de riqueza los blancos tenían, sobre todo, a las gentes de color. Gentes que estaban divididas entre: por una parte, los esclavos negros, propiamente dichos; y, por otra, los mulatos, de piel más clara, libres, propietarios muchos de ellos, pero sin derechos políticos. El resto de la población era blanca. Los blancos, a su vez, se dividían entre: grandes blancos (los colonos propietarios de las plantaciones) y pequeños blancos (funcionarios, comerciantes, abogados y otros)», José Mª Amigo Zamorano, «Los jacobinos negros: Toussaint Louverture y la revolución de Haití»,   http://www.rebelion.org/hemeroteca/cultura/040101az.htm,  (N. de la t.).

[ii] «Beauf» es un término peyorativo intraducible que designa a las personas de ideas estrechas, reaccionarias, incultas, misóginas, arrogantes y conservadoras (N. de la t.).

[iii] Como explica enseguida, «souchiens» es un neologismo irónico inventado por el PIR sobre el sustantivo «souche», «origen» en francés. Es un adjetivo para designar a los «franceses de origen» blancos, de cultura cristiana de los que habla en la segunda pregunta. (N. de la t.)

(1) En el programa de la televisión francesa Ce soir (ou jamais !) Houria Bouteldja, la portavoz del Partido de los Indígenas de la República (PIR), declaraba el 2 de junio de 2007: «[…] a fin de cuentas, es al resto de la sociedad occidental a lo que llamamos los «souchiens» (ya que hay que darles un nombre), los blancos, a quienes hay que inculcar la historia de la esclavitud, de la colonización […]». La Alianza General contra el Racismo y por el Respeto de la Identidad Francesa y Cristiana (AGRIF), cercana de la extrema derecha, emprendió un proceso judicial contra ella por injurias. AGRIF perdió el juicio en primera instancia y Houria Bouteldja fue absuelta. La parte civil y el ministerio fiscal recurrieron. El Tribunal de Apelación de Toulouse también absolvió a Houria Bouteldja.

(2) El 25 de marzo de 2005, tras la violencia desencadenada durante las manifestaciones de estudiantes de secundaria, el movimiento sionista de izquierda Hachomer Hatzaïr y la radio comunitaria judía Radio Shalom lanzaron un «Llamamiento contra las agresiones racistas en contra de los blancos», llamamiento que apoyaron varias personalidades, como Alain Finkielkraut, Bernard Kouchner o Jacques Julliard.

[iv] Se puede leer en castellano en http://www.socialismo-o-barbarie.org/europa/050508_bf_manifestacionanticolonialismo.htm (N. de la t.).

Fuente: http://indigenes-republique.fr/nous-ne-voulons-plus-etre-les-tirailleurs-senegalais-daucune-cause/