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Entrevista a Alfredo Apilánez sobre la Teoría Monetaria moderna, TMM (y III)

«No sólo Astarita, también M. Roberts, A. Shaikh o M. Husson han sido críticos con las propuestas de la TMM»

Fuentes: Rebelión

Presentación (del propio autor): Soy economista de formación -aunque, a decir verdad, eso es más bien un desdoro-, profesor de ciencias sociales en un centro de estudios y escritor de artículos sobre historia, teoría económica y finanzas en el blog Trampantojos y Embelecos. Allí trato de poner un granito de arena en la crítica del […]

Presentación (del propio autor): Soy economista de formación -aunque, a decir verdad, eso es más bien un desdoro-, profesor de ciencias sociales en un centro de estudios y escritor de artículos sobre historia, teoría económica y finanzas en el blog Trampantojos y Embelecos. Allí trato de poner un granito de arena en la crítica del discurso del capital -encarnado en la teoría económica ortodoxa y en el paradigma político neoliberal- y en la defensa de la necesidad de construir nuevos sujetos y prácticas emancipatorias. Soy miembro asimismo de la Asociación 500×20 , un humilde pero corajudo colectivo que lucha contra la violencia inmobiliaria, principalmente en el ámbito del alquiler, en el distrito de Nou Barris de Barcelona.

*

Nos habíamos quedado aquí. Quedaba la parte prescriptiva de tu exposición.

La parte prescriptiva de política económica se deduce directamente de tales principios. La TMM ofrece una revolución fiscal para enchufar la manguera del gasto público a la economía real y asegurar -ya que el desempleo es ‘una decisión política’- el pleno empleo absorbiendo el desempleo involuntario generado por el déficit de demanda efectiva del sector privado. Wray señala la tecla mágica: «Siempre pueden suministrarse unas finanzas suficientes para la plena utilización de todos los recursos disponibles a fin de apoyar el desarrollo de capital de la economía. Podemos servirnos del golpe de tecla para llegar al pleno empleo». Tal planteamiento desemboca en la propuesta política estrella del movimiento: el trabajo garantizado. Como explica Mitchell: «el pleno empleo y la estabilidad de precios están en el corazón de la TMM. Un programa de trabajo garantizado es central para la TMM, es una herramienta clave para tener bajo control la inflación y el desempleo». Por tanto, dado el nivel correcto de gasto público e impuestos, combinado con un programa de trabajo garantizado, los partidarios de la TMM afirman categóricamente que se puede alcanzar el pleno empleo con estabilidad de precios. Tal planteamiento representa obviamente una herejía para la ortodoxia neoliberal que afirma que el gasto público creador de empleo es peligrosamente inflacionario y la deuda una rémora para las futuras generaciones que lastra el crecimiento y la actividad productiva. Pero precisamente por eso suena tan atractivo, ¿no?  

Sí, sí, pero surgen varias dudas. La primera: la existencia de criptomonedas, sin regulación del Estado en principio, ¿no refuta o «toca» la concepción del dinero de la TMM?

En esta ámbito te diría Salvador -sin ser ni mucho menos experto en la materia- que comparto bastante la posición de la TMM, muy crítica con este utopismo monetario de ribetes sumamente reaccionarios, con ecos del anarcocapitalismo de los nostálgicos del patrón oro deseosos de cerrar el banco central y acabar con el dinero público. Cosas de excéntricos fetichistas del dinero como los austriacos, cuyo representante más mediático en España es el infausto Juan Ramón Rallo. Incluso el Fair Coin , la criptomoneda promovida por Enric Duran -el famoso Robin Bank que estafó casi medio millón de euros a la banca- despide un fuerte aroma al utopismo de varita mágica de raíz proudhoniana que tanto indignaba -en mi opinión con razón- a Marx.

Quizás sería útil pues clarificar conceptos, que ayuden a encuadrar la relevancia de las criptomonedas -y su supuesto potencial transformador-, resumiendo las funciones del dinero moderno para contrastarlas con las que cumplen estas supuestas revoluciones monetarias.

Adelante con ello.

Podríamos dividir a título explicativo las funciones del dinero en dos campos: circulación y producción. Como medio de circulación el dinero funge como medio de cambio, de pago, unidad de cuenta y depósito o reserva de valor -el atesoramiento, la gran obsesión keynesiana-. En la esfera de la producción -el dinero-capital, descrito por Marx, pero ignorado por la ortodoxia y por los keynesianos- el dinero se convierte en capital cuando es avanzado con el objetivo de obtener un beneficio a través de la explotación del trabajo. La fuente del beneficio es la plusvalía que se origina en el empleo de trabajadores asalariados que crean más valor nuevo en el proceso de producción del que obtienen cuando son pagados en forma de salarios. La función del dinero como medida del plusvalor es uno de los aspectos cruciales de una economía capitalista y la clave de la conexión entre la fábrica de dinero-deuda de la banca privada -el dinero endógeno de los poskeynesianos- y el proceso de acumulación de capital.

La cuestión clave sería pues: ¿cuáles de estas funciones cumplen las critptomedas? Pues he de decirte que prácticamente ninguna. Me baso a continuación en un texto de Eduardo Garzón, quizás el estandarte más popular de la TMM en España, en mi opinión excelente, que enumera las principales críticas a esta supuesta liberación del yugo bancario-estatal que encarnan utópicamente las criptomonedas.

Parte de su innegable atractivo es que las criptomonedas y su columna vertebral subyacente, la cadena de bloques, le permiten al hombre promedio realizar transacciones con su vecino, de forma anónima y segura, sin intermediarios. Es la moneda perfecta para el libertarismo económico: el sector público no interviene ni en su creación ni en su regulación, de forma que cualquier persona puede llevar a cabo sus transacciones sin la necesidad de rendir cuentas a Hacienda o a la Justicia.

¿Y qué capacidad tienen los emisores del bitcoin -se pregunta Garzón, centrándose en la criptomoneda estrella- de lograr que su moneda sea ampliamente utilizada en la circulación, como medio de cambio, y en los pagos? Muy poca, teniendo en cuenta que no hay ni siquiera un único emisor, sino que cualquier usuario puede (tras un proceso complicado y prolongado) crear nuevos bitcoins.

A ello hay que sumarle otra limitación nada despreciable: sólo se pueden crear 21 millones de bitcoins. Esto es sencillamente el resultado de un diseño carente de sentido económico, ya que una economía necesita tanto dinero como actividades se produzcan en su interior, de tal manera que el límite es un propulsor de la especulación y del descomunal coste de generación de nuevas unidades.  

Sí, sí, la cifra límite parece absurda, totalmente arbitraria desde un punto de vista económico… o incluso desde cualquier punto de vista.

Por si fuera poco con las debilidades y amenazas de carácter estructural, se ha unido recientemente otra de carácter coyuntural: la generación de una burbuja especulativa. Hoy día buena parte de la gente compra bitcoins para venderlos a un precio más caro, haciendo una ganancia rápida por el camino. La espiral inflacionista es notoria y ya sabemos perfectamente que pasa con las burbujas: que en algún momento estallan y todo el artificio se va al garete.

Es decir, la supuesta panacea monetaria no sirve tampoco, debido a su extraordinaria volatilidad, como unidad de cuenta ni como reserva de valor, dos de las funciones básicas del dinero fiat respaldado por el banco central.

¿Hay más críticas?

Las hay. Esto no es todo: la producción de bitcoins consume una cantidad desorbitada de energía. Los métodos de creación y funcionamiento de las criptomonedas son puramente electrónicos y necesitan la utilización de innumerables ordenadores en todo el mundo, lo que supone un elevadísimo consumo de energía. Un despilfarro energético en toda regla teniendo en cuenta que los métodos convencionales de creación de dinero apenas requieren consumo de energía.

Así pues, si la esencia de la matriz de rentabilidad del capitalismo financiero es la creación de dinero-deuda por parte de la banca privada como motor de la actividad económica -el dinero-capital- con el respaldo, en última instancia, de la emisión de dinero fiat de curso legal por parte de la banca central, al bitcoin y a la miríada de criptomonedas no les puede esperar un gran futuro más allá de circuitos minoritarios e inversiones especulativas.

Harina de otro costal es el formidable impacto que las tecnologías digitales están teniendo sobre el negocio bancario y la aparición de las llamadas fintechs -ágiles startups de pagos y préstamos digitales- que operan en ámbitos subsidiarios del dinero bancario -y no pretendidamente independientes, como las criptomonedas-. Y, sobre todo, está por ver el impacto de la irrupción de los gigantes de la tecnología, con su vasta base de clientes, su experiencia en la recopilación de datos y sus recursos financieros prácticamente ilimitados. Amazon ha lanzado una cuenta corriente, Google y Apple tienen sistemas de pago que convierten tu teléfono en una cuenta bancaria, y Facebook ha provocado fuertes taquicardias en los dueños de la fábrica de dinero con el lanzamiento de una nueva moneda, la Libra. Pero esa es como digo otra historia que está sólo en sus albores.

Acaso podamos hablar de esa historia en un futuro cercano. Cojo el hilo central de nuevo. Cuando se habla de trabajo garantizado, ¿de qué se está hablando exactamente?

Como te decía, se trata de la propuesta estrella de política económica de la TMM. Si te parece, doy la palabra a sus portavoces en la mencionada Red MMT, que explican su defensa del pleno empleo garantizado por un Estado benefactor:

La prioridad es repensar la política económica colocando el pleno empleo digno en el centro de la agenda política, en coherencia con el mandato expresado en nuestras constituciones. El desempleo solo puede ser eliminado mediante una política fiscal adecuadamente expansiva que combine un aumento suficiente del gasto público y una disminución de los niveles de tributación sobre las clases populares y el tejido productivo. Dentro de este marco prevemos un Plan de Empleo de Transición; un programa permanente de empleo público que asegurará a todos el acceso a un empleo con un salario superior al del umbral de la pobreza y con condiciones dignas.

¿Sin duda suena bien, no te parece?  

Me parece, suena muy bien de entrada.

El Estado -convertido en una suerte de «empleador de última instancia»-, sin subir los impuestos a los ricos ni aumentar la deuda pública, se encarga de remunerar el trabajo directamente mediante un pago -tomando como referencia el salario mínimo- a la cuenta bancaria del participante del programa de TG, de forma que se eviten intermediarios privados y tentaciones perversas en la gestión del dinero.

Por lo tanto, los déficits presupuestarios del estado (y el aumento de la deuda del sector público) no son -hasta cierto nivel- un problema. Ni que decir tiene que esto tiene un irresistible atractivo para la izquierda reformista como refutación de los dogmas neoliberales que fundamentan las políticas de austeridad. He aquí una justificación teórica del gasto público deficitario para lograr el pleno empleo sin tener que afectar gravemente al sector capitalista de la economía. Incluso se llega a amenazarles con llamarles al orden obligándoles a subir los salarios para no perder a sus empleados. Fíjate lo que dice la propuesta de trabajo garantizado de IU al respecto: «Los empleadores del sector privado se ven obligados a ofrecer salarios iguales o superiores a los ofrecidos en el TG -de lo contrario, sus empleados se irían al TG, que siempre está disponible-, logrando así acabar de facto con todos los puestos de trabajo en los que no se garantizan condiciones laborales dignas». El tipo de empleos financiados directamente por el Estado serían pues aquellos no generados por el sector privado, como por ejemplo los que aparecen en esta lista elaborada por Bill Mitchell: «muchas actividades socialmente útiles, incluyendo los proyectos de renovación urbana y otros programas ambientales y de construcción, la asistencia personal a los pensionistas, y otros programas comunitarios. Por ejemplo, los creadores podrían contribuir a la educación pública como artistas itinerantes (sic)».

Resulta difícil exagerar el idealismo -en el sentido estricto del término que recorre la tradición filosófica, como opuesto al materialismo- contenido en tales propuestas que ignoran las relaciones de poder y de producción imperantes bajo la égida del capital. Idealismo que ignora, sólo como botón de muestra, el papel del ejército de reserva marxiano en la evolución de la acumulación de capital y en la depresión del precio de la fuerza de trabajo. Me sumo en este punto a la crítica del economista marxista Michael Roberts, que creo pone el dedo en la llaga: «De esta manera, la TMM actúa como un respaldo del capitalismo: el Estado es el empleador de último recurso, pero no el principal empleador. Busca compensar (apañar) los fracasos de la producción capitalista, no reemplazarla». Tal concepción está en las antípodas del planteamiento marxiano: en la teoría de Marx la desocupación es generada de manera endógena por el sistema capitalista. Es decir, el desempleo es sistémico y no se puede eliminar a discreción por un Estado benefactor.

En conclusión, de estar en lo cierto el enfoque de la TMM, se podría solucionar la desocupación en el capitalismo sin alterar de manera significativa las estructuras sociales a través de un Estado convertido en el mágico Deus ex machina que arregla el estropicio provocado por el capitalismo desquiciado. Para eso, bastaría con superar la «déficit-fobia», creada artificialmente por el monetarismo neoliberal y la ortodoxia neoclásica, y enchufar la manguera del gasto a la creación de empleo. Como ves, peccata minuta 

Has hablado de las críticas de la ortodoxia neoliberal, pero también hay críticas desde ámbitos muy alejados. Desde el marxista por ejemplo. Así, Rolando Astarita, «La TMM y los argumentos monetaristas» https://rolandoastarita.blog/2019/09/19/la-tmm-y-los-argumentos-monetaristas/ T e copio sus palabras finales: «Es necesario entonces delimitar, en particular, a la teoría marxista de las propuestas de la TMM. En especial porque la derecha está empeñada en que todo lo «heterodoxo» aparezca más o menos igual. Enfatizo entonces: Marx o Engels jamás sostuvieron que el valor pudiera generarse imprimiendo billetes. No hay forma de adjudicarles semejante tontería».

Así es Salvador. Igual que en el caso de Roberts, no puedo por menos de suscribir la mayor parte de las críticas de Astarita que, dicho sea de paso, tiene uno de los mejores textos sobre la teoría keynesiana y poskeynesiana y es un extraordinario conocedor de las mismas. No sólo Astarita -que les califica con razón de curanderos sociales y hechiceros monetarios-, también otros economistas marxistas como el mencionado Michael Roberts, Anwar Shaikh o Michel Husson han sido críticos con las propuestas reformistas e idealistas de la TMM. No es de extrañar esta reacción crítica ante las extravagantes afirmaciones vertidas por los apóstoles de la escuela.  

¿Por qué no es de extrañar?

En mi opinión, por tres motivos fundamentales: su falta de comprensión -como toda la escuela keynesiana- de la dinámica de fondo y de la evolución histórica de la acumulación de capital; su idealismo, sustanciado en su concepción del papel del Estado y su confianza en las reglas del juego de la democracia formal y, last but not least, su distorsión del papel del desempleo -el ejército industrial de reserva marxiano, como mencionábamos antes- en las relaciones de producción capitalistas y de la relación, sustancialmente simbiótica, entre los sectores público y privado en la dinámica de la acumulación.

Para no extenderme y evitar reiteraciones doy dos botones de muestra de lo anterior. Por ejemplo, esta propuesta de un nuevo socialismo (sic), no basado en la propiedad de los medios de producción sino en el control de la autoridad fiscal, que proponen Esteban Cruz y Parejo Moruno, enmendando sin ningún pudor la plana a la teoría de la explotación marxiana: «la tesis sobre la explotación aquí presentada se puede describir, no como una consecuencia de la propiedad privada de los medios de producción, sino del control del dinero en una economía monetaria de producción que los capitalistas se arrogan gracias a la elaboración de unas reglas arbitrarias para restringir la acción del Estado». Es decir, arrebatando el control de la fábrica de dinero a los capitalistas bancarios y asumiendo las riendas del Estado benefactor tenemos ya el ‘nuevo socialismo’. Miel sobre hojuelas.

Y respecto al idealismo implícito en la concepción del Estado como instrumento para la reforma del sistema contra la ‘voluntad de las clases poderosas’, valgan las siguientes exhortaciones, extraídas del mismo texto, a liberar al Estado de su ‘captura’ por parte de los capitalistas: «La Teoría Monetaria Moderna provee de unos sólidos argumentos para hacer efectiva la «reforma crucial» que defendían Kalecki y Kowalik: la imposición contra la voluntad de las clases poderosas de la estabilización del sistema, abriendo nuevas perspectivas para el futuro desarrollo de las fuerzas productivas (…) Sin embargo, el uso efectivo de los mecanismos de los que dispone el Estado para la administración de la economía se encuentra bajo la captura de los capitalistas. Los aspectos políticos del pleno empleo, el poder de los intereses creados, son más importantes para los capitalistas que los rentables efectos producidos por la buena marcha de la economía».

Así pues, se podría incluso ser conciliador e intentar convencer a las ‘clases poderosas’ de la bondad de sus propuestas para que desistan en su absurda actitud de resistencia frente a ellas. Su leit motiv de fondo consiste pues en decir: la austeridad neoliberal genera recesión, desigualdad y deuda crecientes y es irracional; por lo tanto es una política absurda que nos perjudica a todos. ¡Y tenemos las teclas mágicas para revertirla! La ‘reforma crucial’ que propone la TMM consiste pues en arrebatar al Estado de las manos de los capitalistas que lo tienen capturado para ponerlo al servicio de la ‘estabilización del sistema’ a través del buen uso del monopolio de emisión monetaria. Recuerdan en esto, desmereciéndolos incluso, a los viejos socialistas utópicos premarxistas. Y no dan respuestas convincentes a ninguna de las cuestiones claves sobre las relaciones de poder realmente existentes bajo la égida de la acumulación de capital.  

Como, por ejemplo…

¿Cómo modificar sustancialmente el papel de la banca privada y los fondos privados de inversión, fulcro neurálgico de la actual matriz de rentabilidad del capitalismo neoliberal, basada en la hipertrofia del préstamo personal-hipotecario y en la multiplicación del capital ficticio en el casino global para sostener la maltrecha tasa de ganancia? ¿Cómo podrían coordinarse armoniosamente los dos focos generadores de actividad económica: el Estado soberano, cuyo Tesoro estaría integrado con un banco central financiador del pleno empleo a través del trabajo garantizado, y la banca comercial, financiadora de la inversión privada y de las descomunales burbujas de activos, cuyos intereses -interés público redistributivo y voraz beneficio privado en la esfera especulativa- son objetivamente contrapuestos? Sobre estas «nimias» cuestiones, la TMM, más allá de loables declaraciones de buenas intenciones de combatir la especulación y las malas prácticas de los depravados tiburones financieros, guarda silencio.

El eximio economista marxista Anwar Shaikh , que desarrolla una profunda teoría del dinero y la inflación en su texto ‘Capitalismo: competición, conflicto y crisis’, expone las razones que impiden que «un sabio y benevolente Estado pueda imprimir dinero para alcanzar el pleno empleo con inflación moderada», el postulado central de la TMM: «En primer lugar, la TMM ignora los efectos de la tasa de beneficio en el crecimiento, el empleo y la inflación. En segundo lugar, omite completamente el conflicto de clase entre capital y trabajo. En tercer lugar, ignora la teoría marxista del ejército de reserva de trabajo, que, en el largo plazo, tiende a deprimir los salarios. Y, por último, omite que el estado, como empleador de último recurso, sería una amenaza para los negocios si pudiera contrarrestar la disciplina salarial».

Y, por último, me gustaría referirme a los argumentos del economista marxista Xabier Arrizabalo que, en un reciente debate sobre la TMM entre Eduardo Garzón y Mario del Rosal, organizado por la asociación Economía Alternativa, lanzó una serie de críticas al idealismo de las propuestas de la TMM que creo resumen todo lo anterior:

No podemos hacer lo que queramos, cambiando las reglas del juego del capitalismo a discreción porque son expresión de relaciones sociales profundas. La TMM es la negación de la economía política que explica el conflicto distributivo entre clases antagónicas. La teoría social no es un pudding (sic), sino que tiene un núcleo que, en el caso de la economía, es cómo se produce y se distribuye el valor creado en una sociedad de clases. Resulta absurda la idea del manejo «libre» del Estado, negando que es expresión de las relaciones de producción. La TMM obvia la lucha de clases y lo reduce todo al marco institucional, proponiendo que se trata únicamente de cambiar la gestión.

Tales ilusiones recuerdan vívidamente a la ‘hipótesis populista’ del primer Podemos, popularizada por el ínclito Errejón, gran experto ‘laclauiano’, y basada en el planteamiento idealista de la autonomía de las estructuras sociopolíticas -el Estado, en lugar destacado-, cuya naturaleza profunda no se define y devienen sólo un producto «relacional», resultado de la articulación de diferentes elementos. Tal política no tiene otro objetivo que hacerse con la maquinaria del Estado para dar un giro a las políticas del neoliberalismo y usarlo contra la minoría dirigente -la casta o las élites que lo han capturado- para ponerlo al servicio del pueblo.

Tan atinadas críticas desvelan el «idealismo» de la TMM, sustanciado en su incapacidad para incorporar el conflicto social en sus probetas financieras de laboratorio y, en mi opinión, justifican la necesidad, enfatizada por Astarita, de delimitar claramente las abismales diferencias con el marxismo que se reflejan en las críticas mencionadas. Lo cual obliga a dar respuesta negativa a las preguntas neurálgicas acerca de la viabilidad y el rigor de tales propuestas: ¿Reflejan de forma realista el engranaje profundo de la acumulación de capital y su historia reciente; dicho en otras palabras, permiten comprender la marcha del capitalismo y su lógica de fondo, profundamente depredadora y degenerativa? Y, en fin, ¿resulta útil, para avanzar en la imperiosa necesidad de una transformación social radical del ominoso sistema económico vigente, el diseño de ficticias propuestas reformistas de ingeniería financiera implementadas por un Estado benefactor que promuevan el ilusorio avance hacia un idealizado e irrecuperable capitalismo bonancible y redistributivo con paz social y pleno empleo?  

No creo equivocarme mucho si conjeturo respuestas negativas a ambas preguntas.

Abusando más de ti y pensando en nuestros lectores. En 15 líneas, no te otorgo más, ¿cuáles serían tus principales críticas, incluyendo virtudes si fuera el caso, a la teoría monetaria moderna?

De acuerdo Salvador. Un matiz solamente para evitar reiteraciones…  

Que a veces ayudan a asentar conceptos y argumentos.

Como creo que las principales críticas ya las he expuesto en las respuestas anteriores, voy a ceñirme, para terminar, a las virtudes y añadiré, si me permites, una última reflexión crítica final de tipo más general.  

De acuerdo. Sigamos tu esquema.

Así pues te haría, disculpándome de nuevo por la prolijidad -causada por la intención, no sé si lograda, de combinar el carácter didáctico con la argumentación crítica- una enumeración telegráfica de las virtudes de la TMM.

-Una correcta descripción del funcionamiento de la fábrica de dinero-deuda -sin coincidir con la teoría estatal cartalista del origen del dinero, en mi opinión, sumamente unilateral- en una economía monetaria con completa desmaterialización del dinero desde el Nixon Shock de 1971. Esta teoría del dinero endógeno -parte esencial del enfoque poskeynesiano- explica el papel neurálgico de la banca privada en la creación de burbujas de activos a través de la generación de crédito del puro aire frente a la falaz teoría tradicional de la ortodoxia neoclásica que describe a los bancos como intermediarios financieros.

-Y, relacionado con lo anterior, una crítica demoledora de la austeridad neoliberal y del monetarismo friedmaniano, desvelando sus fundamentos pseudocientíficos y su connivencia con la música celestial de la ortodoxia económica.

Poner en el candelero estos temas creo que ya es motivo suficiente para -lo cortés no quita lo valiente- reconocer una relevante aportación positiva.  

Muy justo por tu parte.¿Quieres añadir algo más querido Alfredo?

Además de agradecerte nuevamente la oportunidad de explicar estas cuestiones y felicitarte por la agudeza de las preguntas, simplemente trataría de resumir, abusando una vez más de tu paciencia, lo anterior en una reflexión crítica final.  

No abusas.

El problema principal de propuestas como la TMM -y también de otras reformas paliativas como la renta básica o el impuesto sobre la riqueza de Piketty- es que no registran que la degradación de esta sociedad capitalista es estructural, global, de todos sus ámbitos, y también, en lugar destacado, el estatal. Y, por tanto, que la fábrica de dinero es la encarnación del poder social al servicio del interés privado y no una herramienta técnica que, en manos de un estado democrático y soberano, se puede poner al servicio de las clases populares.

Resulta pues pueril políticamente y totalmente erróneo pedagógicamente ofrecer soluciones ‘dentro del sistema’ para problemas estructurales del capitalismo como el desempleo o la pobreza. Lo cierto es que, a pesar de su apariencia de respetabilidad y pragmatismo, quizás sean más utópicas y desnortadas sus prescripciones que la defensa de la ‘socialización de la banca y de los medios de producción’ propugnada por los radicales antisistema. Es por este motivo por lo que es necesario distanciarse de tales vanas ilusiones y desvelar el falso espejismo de los reguladores, creyentes en un capitalismo con rostro humano. Porque estas ilusiones, basadas en hacer retornar el ‘genio malo’ a la botella, no son solamente estériles, son también, desgraciadamente, mala pedagogía popular. Y representan por tanto obstáculos para el surgimiento de movimientos y luchas verdaderamente antagonistas que construyan alternativas radicales frente a las crecientemente desconyuntadas relaciones sociales en el capitalismo desquiciado. Se trata, en fin, de los viejos ‘cuentos de la lechera’ reformistas de los que hablaba Sacristán. Porque, cuando la cosa va realmente en serio, como decía Joan Robinson, nada sospechosa, por lo demás, de radicalismo extremista, se acaba cortando por lo sano y no parece que este sea el caso: «Cualquier gobierno que tenga tanto el poder como la voluntad de solucionar los principales defectos del sistema capitalista tendría la voluntad y el poder de abolirlo por completo».

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Entregas anteriores:

1. Primera parte de esta entrevista: «Hay dos paradigmas monetarios que determinan la visión del sistema económico y de las políticas públicas» http://www.rebelion.org/noticia.php?id=261945 .

2. Segunda parte: «La escuela busca convertirse en un programa de política económica para la izquierda reformista en oposición frontal al monetarismo neoliberal» http://www.rebelion.org/noticia.php?id=262139 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.