Esta es una recomendación urgente, porque me temo que a «No» le queda poco tiempo en cartelera (en Madrid está en un solo cine, los Golem) y, por lo que me cuentan, aún no es posible descargarla. Así que vayan a verla cuanto antes. Además de asistir durante casi dos horas a una buena muestra […]
Esta es una recomendación urgente, porque me temo que a «No» le queda poco tiempo en cartelera (en Madrid está en un solo cine, los Golem) y, por lo que me cuentan, aún no es posible descargarla. Así que vayan a verla cuanto antes. Además de asistir durante casi dos horas a una buena muestra de cine político popular (el género creado por los grandes maestros italianos en los años 60: Monicelli, Comencini, Risi,…, y del que aquí apenas hay muestras, y no por falta de temas…), saldrán del cine inquietos, con ganas de seguir hablando sobre los conflictos políticos, y de comunicación política, que se plantean en la película, algunos bastante cercanos a problemas centrales que tiene aquí y ahora la izquierda alternativa.
«No» se inicia en los días previos a la convocatoria del referéndum de 1988 en Chile sobre la ratificación del mandato presidencial del dictador Pinochet y termina con la victoria de la oposición, del «No».
El referéndum se organizó bajo el férreo control de la dictadura, convencida y dispuesta a garantizar su victoria con todos los medios disponibles, desde la represión hasta el dominio de los medios de comunicación. La oposición sólo dispuso de un tiempo de antena limitado, en horarios que se suponían de muy baja audiencia, y contaba con muy poco dinero para las demás campañas de propaganda, sin comparación posible con los medios de la dictadura. Así, el primer dilema, que no se muestra en la película, fue participar o boicotear. La alianza mayoritaria de la oposición, la Concertación, decidió participar.
El segundo y más importante dilema fue cómo orientar la campaña, con qué contenidos y qué objetivos. Por iniciativa del «ala derecha» de la oposición, la Democracia Cristiana, se decidió consultar con un joven publicista de éxito, hijo de exiliados, afín políticamente a la oposición, muy bien interpretado por Gael García Bernal, con una difícil mezcla de convicción, escepticismo, lucidez sobre las contradicciones de su propio oficio.
En la primera reunión con la Concertación (el director Pablo Larrain trata, a mi parecer, de una manera excesivamente esquemática los debates de la oposición, aunque quizás haberse demorado más en ellos hubiera sido un lastre, un exceso de «política», para la progresión de la película), René Saavedra, el publicista, les hace la pregunta clave: «¿Ustedes quieren ganar?». La respuesta fue que ganar era imposible. El referéndum era una farsa organizada por la dictadura para asegurarse su continuidad. El objetivo de la campaña tenía que ser aprovechar el tiempo de antena y otras posibilidades de difusión para denunciar los crímenes de la dictadura y honrar a sus víctimas.
La respuesta de Saavedra fue: «Pues vamos a ganar». Para ello concebirá la campaña con criterios de comunicación, y hasta lenguaje, semejante al que utilizaba en su trabajo de publicitario, vendiendo el «No» como un producto, que buscaba conectar con un estado de ánimo oculto pero que estimaba mayoritario en la sociedad chilena, dispuesto a pasar página de la dictadura, pero temeroso ante la memoria de sus crímenes. Saavedra utilizará un logo de esos que quedan bonitos en camisetas y un lema de oposición muy suave: «La alegría ya viene».
Y se ganó, por un contundente 56% frente al 44% del «Sí». Pero la alegría fue efímera. Incluso las fiestas de celebración de la victoria fueron duramente reprimidas.
Según los términos del referéndum, pese a la victoria del «No», Pinochet prolongó su mandato durante un año, tras el cual se convocaron elecciones en las que venció la Democracia Cristiana. La imagen de Pinochet, rodeado de jefes militares, entregando el bastón de mando a Patricio Aylwin, que había sido un adversario implacable de Allende, es un claro símbolo de una «transición» con rasgos próximos a la de aquí, que sólo mostró signos de crisis con las movilizaciones estudiantiles del año pasado, veinticinco años después.
Larrain narra con honestidad y lucidez las contradicciones del proceso. En ese sentido, los últimos minutos de la película, tras la victoria del «No», cuyo contenido dejo abierto para futuros espectadores, son cine, y cine político, de excelente calidad, sin otro mensaje que proponer dilemas a los espectadores que duren cuando abandonen la sala.
Para la gente de mi generación, «No» crea una presión inmediata para ponerse en la piel de la oposición a la dictadura e imaginar qué hubiéramos hecho entonces y qué pensamos ahora de lo que hubiéramos hecho entonces. Pero más allá, en estos tiempos, cuando la idea de que hay que «ganar a la derecha» se plantea con fuerza creciente y responde, a mi modo de ver, a un objetivo político necesario y central, «No» es un buen estímulo para poner sobre la mesa, reflexionar y debatir sobre qué significa «ganar», qué medios son legítimos y útiles para hacerlo y tantas otras cuestiones que forman parte de los dilemas presentes de la izquierda alternativa.
El cine está muy caro, pero a veces, como esta vez, no se lamentan los euros que cuesta la entrada.
Miguel Romero es editor de VIENTO SUR