Circula desde hace unas semanas por nuestros cines la película norteamericana Noé, última versión hollywoodiense del cine de catástrofes que se presenta bajo el género épico-religioso. El propósito de este escrito no es hacer ninguna crítica cinematográfica, sino intentar comprender el sentido que puede tener en el momento actual rescatar este famoso relato bíblico. Como […]
Circula desde hace unas semanas por nuestros cines la película norteamericana Noé, última versión hollywoodiense del cine de catástrofes que se presenta bajo el género épico-religioso. El propósito de este escrito no es hacer ninguna crítica cinematográfica, sino intentar comprender el sentido que puede tener en el momento actual rescatar este famoso relato bíblico.
Como se sabe, la historia de Noé es antes que nada la historia de un hipotético fin del mundo desencadenado por obra de Dios. Yahvé decide destruir a la humanidad corrompida a través de un gigantesco diluvio que inunda completamente la Tierra. Pero, simultáneamente, elige a Noé y su descendencia como únicos supervivientes humanos. Para ello proporciona instrucciones concretas sobre la construcción de un arca, una nave indestructible capaz de resistir a la inundación apocalíptica con un preciado cargamento de especies animales con las que repoblar la Tierra tras el Diluvio.
Que Hollywood decida hoy en día recrear este mito puede tener más de una justificación pero, sobre todo, está relacionado con la alarma creada por las catástrofes naturales como inundaciones, tsunamis, terremotos, huracanes…, que parecen multiplicarse por todo el planeta, lo que ha dado lugar a una reciente oleada de películas de género catastrofista. En el fondo está la consciencia de la amenaza que se cierne sobre el mundo actual a causa de la crisis ecológica y demográfica, y sobre todo del cambio climático, con predicciones apocalípticas a la vuelta de la esquina.
No es de extrañar que el cine se nutra de los miedos que esta situación provoca, cumpliendo su función de suministrador de pesadillas, sueños y ficciones para el espectador contemporáneo. Este, acostumbrado a digerir todo tipo de historias en buena medida horripilantes, identificará su angustia con la de los protagonistas, sin llegar a resultar verdaderamente afectado por los sufrimientos de éstos. Finalmente, el papel catártico del cine culmina con algún tipo de mensaje ambiguamente tranquilizador como el que se asocia a la película Noé: «el fin del mundo… es sólo el principio».
Pero la historia de Noé contiene un elemento propio que la distingue no sólo del relato del fin del mundo absoluto sino también de la aniquilación indiscriminada de la humanidad, y es el de la supervivencia planificada de éste y su familia en contraste con la muerte segura de los demás. Esta idea, la de un grupo de elegidos como supervivientes del fin del mundo, es, desde mi punto de vista, el elemento ideológico central.
Curiosamente, esto es algo que se repite en dos de las películas más taquilleras de uno de los principales directores del cine de catástrofes del último decenio, Roland Emerich, autor de El día de mañana y 2012. Sus películas están generalmente caracterizadas por su escaso realismo y la dimensión planetaria de la catástrofe que plantean. Pero, sobre todo, en ambas está presente la hipótesis de una posible supervivencia para un sector reducido y expresamente seleccionado de población. En El día de mañana ésta se deduce al final observando cómo un cuerpo militar va recogiendo a los supervivientes de la glaciación repentina del hemisferio norte… para recomenzar, dicen, una nueva vida en una latitud más cálida. En 2012, la supervivencia es ya un plan ultrasecreto a nivel de las grandes potencias, que fijan un numerus clausus para una minoría con influencia, destinada a salvarse y reiniciar el mundo tras su completa destrucción.
Este es claramente el tema de Noé y su célebre Arca. Pero se trata también de una hipótesis que flota en el aire en otros ambientes. Por ejemplo, tal extremo fue formulado por parte del científico J. Lovelock, autor de la Teoría de Gaia, el cual asegura que el cambio climático comportará un grave deterioro de las condiciones de vida en la Tierra haciéndola mayoritariamente inhabitable. A lo que añade que la población mundial se reducirá drásticamente y que tan sólo tendrán posibilidades de sobrevivir aquellos grupos que habiten alrededor del nuevo océano que surja a partir del deshielo… En total unos pocos centenares de millones.
Se pueden considerar totalmente fantasiosas estas afirmaciones, igual que las actuales películas hollywoodienses de corte apocalíptico, pero esto no resta credibilidad al supuesto ideológico que hay detrás: la voluntad de supervivencia para algunos ante el colapso de la sociedad actual.
Para acabar, dos apuntes biográficos del citado director de películas del género, R. Emerich, nacido en Alemania y nacionalizado estadounidense. El primero se relaciona con su origen como alemán e hijo de un adinerado empresario que por edad podía haber sido influido por el nazismo. Insinuamos esto no sólo por la conocida conexión entre élites millonarias y el régimen de Hitler, sino porque la idea expuesta sobre la organización de la supervivencia al fin del mundo para unos pocos tiene un claro trasfondo nazi. De hecho coincide absolutamente con la ideología de la raza superior o del gran estado alemán como heredero del mundo una vez éste hubiera sido completamente conquistado.
El otro detalle es todavía más sintomático y se refiere al trabajo académico que este director presentó en forma de tesis hace décadas: un ensayo sobre el Arca de Noé, hecho que demuestra la persistencia de esa idea. No he tenido ocasión de leer el documento, pero es casi seguro que allí queda justificada esta opción desde diversos puntos de vista…
Hollywood ha sido definido históricamente como «la fábrica de sueños» y esto tiene una clara acepción freudiana. En los sueños, el durmiente da salida a ideas reprimidas de manera encubierta, sin que la irrupción de estas le llegue a despertar, impidiendo su descanso. Algo de esto hace el cine, ilustrando sueños no tanto colectivos como específicos de las élites que controlan dicha industria. Los sueños proyectados en la pantalla equivalen a sus deseos íntimos más o menos manifiestos, con los que un público dócil y amaestrado acabará identificándose. Ahora, ante un panorama cada vez más sombrío respecto al futuro, las instancias dominantes que hay detrás de Hollywood nos muestran de manera bastante explícita que confían subirse al Arca.
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