Hay que volver a la normalidad. O eso es lo que piensa constantemente el propietario del bar cercano a la Tragedia, al ver, con temor, que los días pasan y su establecimiento permanece vacío o, a lo sumo, con pocos comensales. Hay que volver a la normalidad, reza en voz baja mientras limpia cuidadosamente la […]
Hay que volver a la normalidad. O eso es lo que piensa constantemente el propietario del bar cercano a la Tragedia, al ver, con temor, que los días pasan y su establecimiento permanece vacío o, a lo sumo, con pocos comensales. Hay que volver a la normalidad, reza en voz baja mientras limpia cuidadosamente la copa bañada por el polvo.
Hay que volver a la normalidad, afirma contundentemente uno de los conductores que, en un rapto de humanidad, ofreció sus servicios gratuitamente a algunas de las innumerables víctimas de lo Incomprensible. Hay que volver a la normalidad, asevera al viajero que atiende en ese momento mientras, de soslayo, mira su GPS y se cerciora que le conduce a su destinación por la ruta más larga.
Hay que volver a la normalidad, sentencia el proxeneta que organiza pormenorizadamente el festín de cada tarde-noche donde lo Imposible tuvo lugar, días atrás. Hay que volver a la normalidad, insiste obsesivamente mientras coordina su escuadrón de goce rutinario.
Hay que volver a la normalidad, se repite machaconamente el joven estudiante que, en sus vacaciones, arriesgó su vida para ayudar a los caídos por lo Innombrable. Hay que volver a la normalidad, continúa diciendo, cuando su pensamiento se divide de repente y fantasea ahora con el futuro de laureles que le prometieron desde pequeño.
Hay que volver a la normalidad, se grava en la memoria la mujer que alojó en su dormitorio a los inocentes perdidos en lo Insoportable. Hay que volver a la normalidad, asevera compulsivamente, cuando roza con su falda al mendigo que todos los días, desde hace tres años, sobrevive a duras penas, rodeado de ignorancia y altivez.
Hay que volver a la normalidad, comunica el respetable director del diario a sus empleados tras tantos días de decoro, cuidado y pulcritud en la edición. Hay que volver a la normalidad, sentencia el pobre diablo al pensar en cómo llevar a su terreno lo Excesivo y así aumentar el número de lectores.
Hay que volver a la normalidad, balbucea el joven a su amigo mientras comen juntos durante el descanso de su trabajo. Hay que volver a la normalidad, se consignan al mirar sin ver las noticias del último atentado, acontecido en una remota región asiática o africana, y que informa con cierta desgana la televisión del restaurante.
Hay que volver a la normalidad, se tatúa en su mente la chica que donó sangre el día de lo Impensable en un arrebato de solidaridad. Hay que volver a la normalidad, persiste en sus pensamientos, mientras urde el plan que le conducirá a ser Jefa de Departamento, a costa de la amiga que le introdujo en la empresa.
Hay que volver a la normalidad, se interpelan mutuamente las diferentes autoridades políticas, tras gestionar con aparente unidad lo Inexpresable. Hay que volver a la normalidad, afirman unos y otros, cuando, transcurridas las jornadas, definen sus respectivas hojas de ruta.
Hay que volver a la normalidad, comentan entre sí los terroristas de todo el mundo al hacer balance del Acontecimiento. Hay que volver a la normalidad, exhortan con la ira clareando sus ojos, mientras planean otra ruptura de la Normalidad.
Oriol Alonso Cano. Escritor y profesor de filosofía.
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