Entonces, completando el corolario local, aparecimos nosotros-as. Es cierto que ya desde 1959 había pasado por el Archipiélago un crisol de razas y compromisos, pero nosotros-as, cuestiones de los nuevos tiempos, éramos distintos-as. Hasta en la denominación. Muy pronto el imaginario insular pasó a definir como yuma, por extensión, a todo extranjero supuesto poseedor de […]
Entonces, completando el corolario local, aparecimos nosotros-as. Es cierto que ya desde 1959 había pasado por el Archipiélago un crisol de razas y compromisos, pero nosotros-as, cuestiones de los nuevos tiempos, éramos distintos-as. Hasta en la denominación. Muy pronto el imaginario insular pasó a definir como yuma, por extensión, a todo extranjero supuesto poseedor de «moneda dura», argonauta llegado de Occidente y convertido, por mor de las circunstancias, en un gran billete fula-verde con brazos y piernas que deambulaba entre calles, cayos y hoteles llenando los parques de colorido (supuesto) y contradicciones (reales).
Nosotros-as, los yumas, aprendimos pronto que la conga y los mojitos se suben a la cabeza (y no siempre por este orden), que los atardeceres en el trópico son otra cosa, que la prisa es un término sin conjugación posible en determinadas latitudes o que todavía existen lugares en el mundo donde una mirada o una palabra tienen más valor real que los dividendos y fluctuaciones de toda la banca internacional. Pero también aprendimos, prueba empírica y contrastada, que la necesidad genera heridas en el alma, que no son lo mismo los turs que los ladas, que los fulas abren puertas y cierran conciencias o que la burocracia puede llegar a ser un mal tan perverso y extendido como el virus de la gripe en frente frío.
Nosotros-as, los yumas, hemos descubierto aquí familiares perdidos en el álbum de la historia, lugares comunes, surrealismos propios y genuinos, el sabor de la picaresca hecha cotidianidad, el valor asere de la amistad, el difícil equilibrio entre lo épico y el relajo, la tranquilidad de los paseos nocturnos sin sobresaltos o el sentido exacto del tiempo mientras esperamos, es un ejemplo, que aparezca un panataxi solicitado por teléfono. Aquí hemos compartido hasta el amanecer hablando de la pelota que no entendemos, de la nueva América Latina que emerge pese a quien pese, de la vieja Europa que perece digan lo que digan, del último presentador que se quedó o de los cambios que se intuyen en una Isla siempre en tránsito y sorpresiva. Cosas del querer, en definitiva, que ocurren en este pequeño punto del mapa terrestre que sigue siendo centro neurálgico de encuentros y sensualidades a flor de piel mientras busca, sigue buscando, su particular e intransferible modo de ser y de pensar.
Es por eso, precisamente por eso, que entre terminales, aduanas, bitácoras y sorpresas nunca previsibles, miles y miles de yumas en tránsito hemos conocido esta Isla, sus luces, sombras, brillos y apagones en las últimas décadas. Y ahora que evocamos este homenaje 50 contra viento y marea reflexionando sobre la curiosa condición de extranjeros en una tierra hermana, nos entra así como un vértigo vasco-criollo, una sensación extraña de compartir vivencias mirándonos a los ojos y quién sabe, una miscelánea de ternuras y complicidades que contribuya mutuamente a la socialización de futuros por desgranar. Aprendiendo y compartiendo. En fin (el mar), en eso estamos. Relajados-as. Y cooperando.