¿Y cómo voy a poder resignarme a una bendita madre a la que el tiempo y la distancia, que casi no me dejan añorar la dulzura que siempre hubo en sus ojos, ni el imposible abrazo, ni la sonrisa franca, han convertido en un sobre de Avecrem al mediodía y en una crema Nivea por […]
¿Y cómo voy a poder resignarme a una bendita madre a la que el tiempo y la distancia, que casi no me dejan añorar la dulzura que siempre hubo en sus ojos, ni el imposible abrazo, ni la sonrisa franca, han convertido en un sobre de Avecrem al mediodía y en una crema Nivea por la noche?
¿Por qué no puedo, como cualquier hijo que se respete, agradecerle el niño que aún conservo, ese timón maestro que a golpes de vergüenza me ha rescatado de todos los naufragios?
¿Por qué jamás la evoco en luna llena? ¿Por qué nunca nos vemos en la calle o me sorprende en la mesa de un café urdiendo carreteras o emborronando tardes?
Sólo su olor a sopa y ese beso de urgencia, antes de acostarse, ese cremoso beso a la Nivea.
Con tantas madres, como algunos me cuentan, que huelen a tomillo y a azucena, a fragancia de rosas, a aromas parisinos, incluso a cigarrillo… ¿por qué ésta condena mía de tener que buscar siempre a mi madre por las farmacias y los supermercados, nariz en ristre, de tramo en tramo, husmeando los estantes, de sopa en sopa, detrás de la Nivea?
¿Cómo explicarle a la dependienta que no me interesan las restantes cremas, que sé que son muy buenas pero que, lamentablemente, no huelen a mi madre?
O peor aún…¡encontrar a mi madre en las ofertas! ¡Pague una y llévese las dos!. Inconfundible, sola, en el escaparate de rebajas por el especial de Navidad.
Nunca me han faltado sus cartas, sus abrazos sellados por el rey, sus sobresaltos y sus padrenuestros cuando le da por suponerme desventuras y augurarme pañuelos y fracasos y, sin embargo, ni siquiera su voz me ha conmovido tanto, ni he sentido tan cerca su palabra, tan viva su presencia, como cuando he tenido en la despensa una sopa Avecrem y una crema Nivea.
¿Por qué no pudo ser de otra manera?
He sabido de madres olor a Palmolive, a jabón de cuaba, madres esencia de Lagarto y también de cerveza… ¿por qué entónces no puedo conformarme con recordarla hirviendo en la cocina o rindiendo los párpados cansados entre el sobre de sopa que acaba en la basura y la lata de crema en la mesilla, junto al niño Jesús fosforescente?
¿Por qué no pudo ser a hierba fresca, a aurora boreal, a naftalina, a helado de frambuesa, a simplemente pan, a lluvia o a sardinas?.
Y es verdad sí que el jardín tenía baldosas y la aurora boreal siempre fue un lujo, poética de más la naftalina, la frambuesa imposible, y ni el pan ni la lluvia dejan huellas, cuando al menos las sardinas nos evocan el mar, pero… ¿qué puedo hacer con una sopa? ¿A dónde voy a ir con una crema?
¿Por qué cada vez que la nostalgia se tropieza con ella en la cocina o le besa las sienes a la almohada, se transforma mi madre en otro comercial, en una sopa para empezar el día y en una crema para poder soñar?