Desde comienzos de los 90´s, hasta entrado el nuevo siglo Ecuador vivó un continuo proceso de movilización e insurrección popular como respuesta a diferentes gobiernos neoliberales, se trataba de ir ganando en la calle, combatiendo, conquistando, necesidades profundas y sentidas para la clase trabajadora urbana y rural, el campesinado, el movimiento indígena, el estudiantado, entre […]
Desde comienzos de los 90´s, hasta entrado el nuevo siglo Ecuador vivó un continuo proceso de movilización e insurrección popular como respuesta a diferentes gobiernos neoliberales, se trataba de ir ganando en la calle, combatiendo, conquistando, necesidades profundas y sentidas para la clase trabajadora urbana y rural, el campesinado, el movimiento indígena, el estudiantado, entre otros; los presidentes Abdalá Bucaram (1997), Jamil Mahuad (2000) y Lucio Gutiérrez (2002) fueron derrocados por insurrecciones populares y sectores particulares -que asumieron las tareas de dirección- producto de este acumulado.
La ola continua de movilización inauguró en el seno de las organizaciones y sectores populares un profundo rechazo a la democracia burguesa, el parlamento, las elecciones, asentado en la consigna unitaria «que se vayan todos»; pese a existir algunas nociones de gobierno popular, quienes sucedieron en el poder a los mandatarios derrocados siguieron con la agenda neoliberal.
El nacimiento de Alianza País y la figura de Rafael Correa significó a ojos de muchos ecuatorianos una nueva oportunidad para la democracia, se trataba de un candidato joven con una posición crítica ante la desgracia que había significado el neoliberalismo para el país, no provenía de un partido político tradicional, es más, Alianza País no se funda como un partido propiamente sino como un movimiento ciudadano; su llegada al poder (2007) se caracterizó por haber lanzado únicamente la candidatura presidencial de Correa, sin candidatos a diputados, lo que en los hechos era un correcto enfoque táctico ante el descrédito del Congreso Nacional -ahora Asamblea Nacional.
Tanto Alianza País como Rafael Correa representaron para la sociedad ecuatoriana la «última oportunidad» para que la democracia sea un hecho y no un discurso -por todas las características antes mencionadas-; esta delegación del poder y la voluntad popular en la ficción de delegación que significa el Estado y lo efectivo de su plan, motivó y fue evidencia suficiente -sobre todo a nivel de inversión social- para legitimar la Revolución Ciudadana desde sus primeros años hasta hace poco.
No queremos decir que con la caída gota a gota de Alianza País y la Revolución Ciudadana el sueño democrático de los ecuatorianos haya terminado, todo lo contrario, «esa oportunidad» sigue latente tan sólo que podrá será continuada por sectores radicalmente diferentes al actual proyecto; al decir sectores diferentes planteamos la gran posibilidad de que resurjan -como está pasando en la actualidad- posiciones fascistas, neoliberales y de derecha, desde los desperdicios políticos de la partidocracia en una suerte de nuevo referente, una derecha «light y buena onda», en la figura de Mauricio Rodas -por ejemplo.
Alianza País se encargó de gastar en el lenguaje -a nivel de los grandes medios de comunicación sobre todo- y en los hechos lo poco de socialista que traía en su interior, esto ha hecho que la población comience a manifestarse -no sólo es un discurso de la clase media racista de espíritu oligárquico, también ha calado en cierta medida en los sectores populares- de forma contraria a cualquier expresión -identificándola como socialista o simplemente de izquierda- progresista, no es casualidad que actualmente se enarbolen consignas tales como: «no queremos un país comunista», «esto no es Cuba», «esto no es Venezuela», etc.
¿Una bolsa de gatos o un cascarón vacío?
Cuando decíamos que Alianza País no se planteó las tareas de un partido político -ante la opinión pública como táctica para no generar rechazo, o como recurso para no repetir los errores de otros partidos en el contexto ecuatoriano-, inauguró otra época para el llamado «camisetazo», así la migración de viejos cuadros de partidos deslegitimados ante la falta de propios se convirtió en todo un rito de iniciación; encontramos gente de extrema derecha, ex militantes de izquierda compartiendo un programa que en lo discursivo -y también en los hechos- contiene una infinitud de elementos progresistas.
Las transformaciones profundas a nivel estructural -que han tratado de solucionar necesidades básicas y urgentes de la sociedad ecuatoriana- deben ser entendidas como parte de ese acumulado histórico de lucha popular anti neoliberal desarrollada durante los 90´s e inicios del nuevo siglo -lo señalábamos al inicio de este texto-, no deben ser vistos como la aplicación mesiánica del programa de Alianza País; la Revolución Ciudadana se encargó de ejecutarlas ya que tenía a su disposición un escenario favorable, la correlación de fuerzas se había inclinado en favor de un proyecto anti neoliberal -en teoría, pues mantenemos la tesis de que dentro del proyecto gubernamental el neoliberalismo aún vive, siendo una batalla que debe ser ganada palmo a palmo, centímetro a centímetro.
La gestión de Alianza País inauguró una red vial de primer orden, infraestructura productiva, un sistema de educación, salud pública y servicios básicos que apunta a la excelencia, sin embargo las carencias del país siguen siendo profundas y estructurales. Negar la importancia de estos cambios, es pecar soberbiamente de ignorancia, ceguera política o mala fe; políticamente hay que entender el significado de estos como un espacio ideológico con el que los sectores populares se han identificado y apropiado, hecho que sobrepasa el clientelismo político que ha caracterizado a Alianza País, pues son victorias que no podrán ser reconquistadas por el neoliberalismo, a menos que las ahogue violentamente -hecho que como vemos es una posibilidad.
De los productos concretos de la Revolución Ciudadana nació, conjuntamente con la endeble estructura partidaria de Alianza País, una desconexión en aumento entre los sectores populares, el partido y el gobierno. Así los hechos fácticos, los logros de la Revolución Ciudadana eran suficientes para contar o no con el apoyo de las organizaciones populares -menos en época electoral-, los sistemas de participación ciudadana orquestados desde el gobierno creían ser capaces para velar por los intereses de la sociedad -en los hechos y como es sabido no ha sido así.
Lo que nos interesa en este punto es caracterizar a Alianza País como un proyecto inacabado, donde la «lucha de líneas» -reconocemos una línea de izquierda y otra de derecha dentro del partido- se ha inclinado en favor de una clara posición cada vez alejada del discurso progresista, sobre una base ideológica y programática que colinda con la derecha y el neoliberalismo repercutiendo en su estructura orgánica; reflejo es la incipiente militancia, capacidad de convocatoria y movilización para defender la Revolución Ciudadana en la actual coyuntura; no es precisamente la militancia de Alianza País la que está disputando la calle al fascismo y a la derecha neoliberal.
Las posibilidades de un nuevo momento insurreccional.
Si antes eran las organizaciones y sectores populares, principalmente durante los años 90´s, quienes combatían al neoliberalismo en las calles, ahora es la clase media urbana quien se proyecta como un posible actor en el escenario actual -rastreamos también esta emergencia de la clase media desde la caída de Gutiérrez, conocida como la «Rebelión de los forajidos»-; redes sociales y mecanismos de comunicación informales, con la complicidad de medios de comunicación y el asesoramiento de personas que saben perfectamente qué es lo que hacen aumentan el grueso y convocatoria de la reacción, las movilizaciones, asedio y cerco a la Revolución Ciudadana tienen características militares, se trata de infringir miedo e impotencia.
La concentración convocada por la derecha neoliberal, racista y fascista -en las figuras de Jaime Nebot, Guillermo Lasso, Mauricio Rodas, Andrés Páez-, y que ha tomado como punto de referencia la Tribuna de los Shyris en el norte de Quito a razón la ley de herencias, cuya lectura ha sido dirigida ideológicamente por la burguesía desde los grandes medios de comunicación y redes sociales, ha sido el factor de cohesión de la clase media y la burguesía.
Se ha inaugurado así un «calentamiento de las calles» con miras a constituir un actor y referente político consistente -proceso iniciado años atrás y que ahora ha encontrado un escenario en la coyuntura- que dispute el poder a la Revolución Ciudadana. Las movilizaciones y la pelea en la calle es un espacio en disputa con miras al largo plazo -a menos que las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional retiren el apoyo de improviso al gobierno, lo que terminaría en su derrocamiento y el consecuente arribo de la derecha al poder-, las elecciones de 2017 no son un punto lejano en el espacio para Nebot, Lasso o Rodas.
Las posibilidades de que la clase media y la burguesía salgan a la calle a combatir a la Revolución Ciudadana son complicadas pero no irreales, una de las posibles tácticas en función de su concentración en el norte de Quito -la sede de Alianza País se encuentra en el lugar de movilización-, ha sido buscar un escenario propio y conocido de lo contrario no lo podrían hacer con tanta consistencia, caso contrario sería si fueran convocados al sur o centro de la ciudad, donde su capacidad -a menos que ganen a las masas- de convocatoria es limitada.
Las tareas de la izquierda libertaria.
Sin militancia, sin organizaciones de masas que defiendan en la calle a la Revolución Ciudadana, Alianza País se ha visto incapaz de reaccionar a la movilización convocada por la burguesía; servidores públicos, simpatizantes, colaboradores y militantes, se citaron en la Tribuna de los Shyris, a los que se sumaron fuerzas de izquierda que simpatizan o comparten agendas programáticas con Alianza País, quienes fueron los que propiamente «frentearon» la concentración opositora.
La reacción de la izquierda frente a la ofensiva burguesa, neoliberal y fascista ha sido variada, existiendo sectores que la celebran, la consideran como una pugna inter burguesa en la que no hay nada que hacer, o quienes han decidido movilizarse y ven en la coyuntura actual la posibilidad de un escenario favorable para la acumulación de fuerzas.
Los partidos y organizaciones que han salido en defensa de la Revolución Ciudadana, a razón -como dijimos- de agendas programáticas comunes con Alianza País, simpatías ideológicas con la Revolución Ciudadana, están ante un momento clave, limpiar los desperdicios de otros o realizar un proceso de crítica y autocrítica al sistema de alianzas y compromisos adquiridos, la coyuntura les exigirá una posición clara, pues como se va clarificando con el tiempo, los espacios de «radicalización del proceso» va acortándose cada vez más, así como el lenguaje progresista que ha sido capaz de crear un atmósfera ideológica hacia la izquierda en los sectores populares.
Estamos ante un momento de definiciones donde la izquierda tiene un papel importante por cumplir, o comulga con derecha neoliberal -celebrando sus consignas por ejemplo, o actuando de forma impávida y cómplice al final-, o genera un proceso amplio de convergencia a partir de un programa revolucionario. Quienes han salido a las clases -hemos- no lo han hecho por defender al «gobierno» -porque sí-, lo han hecho en función de defender el poco espacio que la Revolución Ciudadana ha dejado -y es inconcluso-, mismo que ahora y con la claridad de los hechos debe ser conquistado por las fuerzas populares.
Es imperioso demostrarle a la derecha y a la burguesía -más allá de la Tribuna de los Shyris- que los trabajadores, y los sectores populares no comen cuento ni son tontos útiles. No se trata defender a Alianza País o entrar en «su» movilización para hacer contrapeso a la burguesía, el ingreso en esta coyuntura debe estar pensando en «sentido de clase», con perspectivas de superar su modelo escueto y poco político.
Es una oportunidad para pensar en la confluencia política de un partido de trabajadores, campesinos, pobladores populares, que de la pelea por el pueblo -aunque suene muy abstracto ahora-, lo que se define en un programa, estrategia y táctica revolucionaria, que arrase a la burguesía, sepulte de una vez por todas a la izquierda cómplice y reaccionaria, a la vez que pida cuentas de hasta dónde está dispuesta a llegar la Revolución Ciudadana. Manos a la obra.
Carlos Pazmiño es Investigador CEPY, licenciado en Comunicación para el Desarrollo, estudiante de magíster en Sociología FLACSO-Ecuador.
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