De nuevo se repite la historia. No nos puede pillar por sorpresa el masivo apoyo popular en las últimas elecciones europeas, a los partidos que preconizan el regreso a las formas autoritarias del Estado nacional. Hace casi un siglo, la gran depresión del 29 trajo el predominio de la extrema derecha en la vida política […]
De nuevo se repite la historia. No nos puede pillar por sorpresa el masivo apoyo popular en las últimas elecciones europeas, a los partidos que preconizan el regreso a las formas autoritarias del Estado nacional. Hace casi un siglo, la gran depresión del 29 trajo el predominio de la extrema derecha en la vida política europea, con un programa político que negaba los derechos humanos universales. Y ahora, de nuevo otra vez, vemos asomar en nuestro horizonte histórico el espectro de ese pasado, que no ha recibido las exequias fúnebres que merecía. La tremenda crisis económica que arrasa las economías más avanzadas, ha disparado las simpatías de las poblaciones europeas por las ideologías fascistas, y éstas obtienen apoyos multiplicados en casi todo el continente, en la Europa del Este, el área mediterránea y el norte europeo. Pero esto no es una casualidad, ni una correlación inevitable de acontecimientos. Es algo que viene preparado por la política internacional, dirigida por los intereses del gran capital financiero.
¿Es posible que se repita también la enorme tragedia a comienzos del siglo XX con sus dos guerras mundiales, sus campos de concentración y sus bombas atómicas? A pesar de que las circunstancias históricas del siglo pasado eran diferentes, los procesos que se desarrollan ante nuestros ojos, parecen conducirnos a los mismos resultados ya conocidos. Y si la historia repite esas horribles posibilidades, es porque hay causas estructurales que las determinan, y que la humanidad no ha aprendido todavía a combatir.
Si queremos evitar esa vuelta a la barbarie, necesitamos transformar las estructuras que organizan las relaciones humanas. Para que la catástrofe no vuelva a suceder, necesitaríamos cambiar el orden social. El objetivo político más urgente ahora consiste en ahorrarnos nuevas masacres en las que perezcan millones de seres humanos. Dos condiciones me parecen imprescindibles en ese sentido: a) el desarrollo de una conciencia renovada de humanidad, basada en los derechos humanos y las relaciones pacíficas entre los Estados, b) el conocimiento científico que nos permita comprender los mecanismos sociales que conducen a la catástrofe, saber cómo y por qué se producen los procesos históricos y cuáles son las fuerzas que determinan el flujo de los acontecimientos. Hace falta tanto una ciencia social explicativa del proceso histórico, como las organizaciones de ciudadanos conscientes que se opongan a los crímenes sistemáticamente organizados desde el poder político.
Y puesto que ya disponemos de cierta experiencia histórica, habrá que dirigir a ésta nuestras observaciones para alcanzar ese conocimiento de la historia que nos puede ayudar a resolver los problemas del presente -sin obviar que toda observación se hace desde un punto de vista predeterminado-. La teoría determina lo que es relevante observar, nos ayuda a distinguir lo permanente de lo coyuntural en la sucesión de los hechos históricos, y es así como se nos hará posible atajar las causas y paliar los efectos. En lo que sigue, se lanzará un vistazo sobre estos acontecimientos contemporáneos desde la teoría marxista, cuya largo recorrido desde su fundación hasta nuestros días -abarcando ya más de 150 años-, nos permite observar los hechos históricos con cierta congruencia en la perspectiva.
La estructura histórica de la crisis capitalista cíclica
En primer lugar, entre los elementos concomitantes que caracterizan la crisis capitalista, destaca la gestión liberal de la economía, la enajenación del patrimonio público a favor de los propietarios privados, eliminando sus funciones la provisión de bienes y servicios; la desposesión de los bienes comunes, reduce el papel del Estado a las funciones de policía y defensa, para la protección de la propiedad privada de la clase dominante. La aplicación de las recetas liberales a favor de la acumulación privada de la riqueza, determina la ruina de las clases trabajadoras, y refuerza la estructura de clases del capitalismo entre burgueses y proletarios, en el momento en que ésta entra en crisis por las contradicciones del sistema.
Esa política proviene de la idea de que el mercado es la institución que distribuye más eficientemente los recursos y los bienes producidos; una idea que se ha demostrado falsa repetidamente a lo largo de los siglos de expansión capitalista. Por el contrario, una sociedad fundada sobre el libre mercado, un mercado sin regulaciones estatales, sufre crisis económicas que retornan una y otra vez, convulsionando la vida social y provocando guerras y revoluciones de todo signo. Como muestra la experiencia histórica, el predominio de los intereses financieros en las decisiones políticas, actúa como desencadenante de la crisis económica y conducen el proceso histórico hacia la solución totalitaria bajo las organizaciones que destruyen los derechos humanos.
Esa es la respuesta espontánea del sistema político liberal ante la crisis del capitalismo, que conduce una secuencia bien conocida de crisis-fascismo-guerra. En lugar de corregir las disfunciones del mercado, el Estado sirve como instrumento para incrementar la opresión social como garantía de la explotación laboral; el autoritarismo represor disciplina a la clase trabajadora, recortando las libertades y los derechos, para favorecer el fortalecimiento de la clase empresarial e intensificar la explotación de la fuerza de trabajo. Esa dominación capitalista en las relaciones sociales, viene complementada por la carrera de armamentos y el incremento de la tensión bélica a nivel internacional, preparando la guerra sin que ninguna oposición social pueda manifestarse en contra. De ese modo, la evolución de las estructuras clasistas conduce hacia el fascismo.
Ese mecanismo de respuesta a la crisis es propio de las estructuras sociales del imperialismo, y está avizorada ya en el Manifiesto Comunista, cuando se señala que la dinámica capitalista divide a la sociedad en dos clases opuestas aboliendo las clases medias, haciendo a los ricos cada vez más ricos, y a los pobres cada vez más pobres. Ante esa evidencia, que vuelve a hacerse patente en la crisis actual, las capas populares exigen un reforzamiento del poder del Estado, que someta a los grandes capitalistas al imperio de la ley y evite el caos social, provocado por la miseria de grandes segmentos de la población. Ésas son las condiciones históricas que determinan la necesidad del desarrollo social hacia el nuevo modo de producción socialista; pero también constituyen las condiciones para erigir un estado autoritario de carácter fascista.
Si todo esto debía estar ya claro para cualquiera que tenga unas mínimas nociones de la historia contemporánea, podemos preguntarnos, en segundo lugar, por qué las masas se dejan conducir hacia el matadero capitalista. Y lo primero es observar que la sociedad de masas es un producto del modo de producción mercantil, o más precisamente, de la destrucción de las estructuras y las instituciones sociales por la revolución liberal. El mercado, la institución fundamental del orden capitalista -que deja inoperantes e inútiles todas las demás instituciones sociales-, conforma las masas anónimas fascinadas por el fetichismo de la mercancía. El egoísmo instintivo de los consumidores de mercancías anula la conciencia histórica y la experiencia colectiva. El individuo egoísta e insolidario que compra en el mercado es el fundamento de la dominación liberal.
El avance hacia el socialismo está bloqueado en Europa, por la resistencia de las clases dominantes, que prefieren apoyar el ascenso de los movimientos ultraconservadores y las ideologías nacionalistas, intensificando la dominación clasista y anulando la capacidad de reflexión consciente de la ciudadanía. Pero esa anulación de la conciencia está implícita en los comportamientos cotidianos, regidos por el trabajo alienado, pero también y sobre todo por el consumo alienado. Pues una cierta alienación en el trabajo quizás sea inevitable, en cuanto que necesitamos participar de la acción colectiva, sometiéndonos a las normas que rigen la cooperación. Pero el consumo alienado significa que la dominación ha penetrado hasta lo más íntimo de la personalidad humana, en aquellas esferas donde el ser humano habría de producirse dentro de la libertad creadora del tiempo de ocio.
Capitalismo e imperialismo
En tercer lugar, el modo de producción capitalista va unido a la política imperialista desde sus propios orígenes. La búsqueda y adquisición de materias primas para el desarrollo de la economía de las metrópolis, fue acompañada por la violencia más criminal en todo el mundo. La conquista de América en busca de oro y plata, la esclavitud de millones de africanos para trabajar en los latifundios americanos, los asaltos al continente asiático en busca de materias primas y mercados para las manufacturas europeas, esos grandes genocidios de la historia capitalista, que fueron acompañados de otros, no por menores menos significativos. El etnocentrismo cultural que acompaña a esa política genocida, es uno de los elementos más característicos de los movimientos culturales que acompañan el ascenso de la extrema derecha. Está profundamente anclado en prejuicios que a veces toman forma ilustrada, en el orgullo por los avances tecno-científicos de las sociedades desarrolladas. Una actitud que se prolonga en la pasividad de las poblaciones europeas ante la agresividad genocida de la OTAN, sólo contestada mayoritariamente por motivos coyunturales de intereses políticos concretos.
El ascenso de la extrema derecha en los países europeos viene acompañado por la creación de un ambiente bélico a nivel internacional, alimentado las agresiones y violencias del imperialismo en el mundo entero. En la última década hemos visto las agresiones criminales a países de cultura musulmana, por parte de hordas fanáticas apoyadas financiera y militarmente por los Estados de la OTAN. En África central se han sucedido las matanzas más sangrientas, con objetivo de apoderarse de la riqueza mineral del continente. En América ha habido dos golpes de estado contra Estados democráticos, y existen fuertes amenazas de que sigan produciéndose más. En Asia Oriental se incrementa la presión militar sobre China. Europa apoyó en los años 80 a las fuerzas reaccionarias que desmantelaron el Estado yugoeslavo mediante la violencia, acabando con una de las experiencias más interesantes para avanzar hacia el socialismo. Etc.
La crisis económica capitalista y las recetas liberales incapaces de resolverla, la anulación de la conciencia personal en la cultura de masas y el belicismo etnocéntrico de la política imperialista, ponen las bases para el triunfo de la extrema derecha. Esa pauta repite en la historia europea un siglo después de la Primera Guerra Mundial, y es el camino de la catástrofe. Así vemos a los países de la OTAN apoyar en Ucrania a un gobierno nacido de un golpe de estado contra un gobierno legítimo, donde hay varios ministros nazis, y que permite el asesinato de sindicalistas y ciudadanos desarmados por parte de los grupos armados ultraderechistas. No es de extrañar y encuentra su explicación en la dinámica de la crisis gestionada por el liberalismo, que está auspiciando el ascenso electoral de la extrema derecha en casi todos los estados europeos. Urge sentar ya las bases para una contestación política de los trabajadores y los pueblos europeos ante la política suicida de las clases dirigentes imperialistas.
Aspectos coyunturales
El mundo ha cambiado en un siglo. Se intentó llegar al socialismo y se fracasó, pero en ese camino se consiguieron importantes objetivos en el plano político: a) la creación de la ONU y su Declaración Universal de los Derechos Humanos, así como un sistema jurídico internacional acatado por todos los Estados; b) la descolonización, y el reconocimiento de los Estados soberanos de los antiguos territorios colonizados, de modo que Europa ha dejado de ser el centro económico de la humanidad y la metrópolis adonde fluyen las riquezas de los cinco continentes; c) como consecuencia, ha cambiado la correlación de fuerzas en el mundo, con la aparición de una nueva hegemonía mundial a partir de la lucha contra el imperialismo en las antiguas periferias del sistema -especialmente el ascenso de la República Popular China y el nuevo sistema de alianzas internacionales formado por el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica)-; d) se ha abierto un nuevo camino para avanzar hacia el futuro a partir del socialismo del siglo XXI, desarrollado en los países latinoamericanos.
Otros factores del desarrollo capitalista reciente han empeorado radicalmente las perspectivas de futuro de la humanidad y requerirán un esfuerzo importante para ser superados. Por una parte, la creación de un arsenal de armamento nuclear que podría destruir varias veces el planeta Tierra, es una seria advertencia frente a la guerra, lo que no excluye que se mantengan cientos de guerras y conflictos violentos de baja intensidad en los cinco continentes con importantes violaciones de los derechos humanos. Por otra, la novedad más importante en la coyuntura actual es el previsible colapso ecológico del planeta, provocado por el desarrollo industrial. Hemos tocado el techo del desarrollo de las fuerzas productivas dentro del capitalismo, y se hace urgente encontrar alternativas al actual modelo de producción y consumo. Las fuerzas productivas se han desarrollado hasta dimensiones insospechadas, pero están acercándose rápidamente a su techo expansivo, tocando los límites del planeta Tierra. Esa constatación nos lleva corroborar la teoría marxista, en el sentido de radicalizar el postulado sobre la inviabilidad del capitalismo a largo plazo. Pero también en el sentido de matizar la teoría del socialismo como ‘superación del reino de la necesidad’, redefiniendo el concepto de necesidad. Cierto que la abundancia ya se ha conseguido, pero dentro de un marco capitalista profundamente irracional que despilfarra los recursos escasos y redistribuye la riqueza de forma injusta y desequilibrada.
De ahí que el ecologismo sea una fuerza mundial en nuestros días que ha promovido importantes actuaciones políticas, condicionando la transformación del tejido productivo para hacerlo compatible con la sostenibilidad ambiental. Éstas, sin embargo, siguen siendo claramente insuficientes para resolver los graves problemas provocados por el capitalismo. De ahí que una parte importante de este movimiento -la más consecuente-, dirija sus ojos a la superación del modo de producción mercantil, definiéndose como ecosocialismo.
En el plano político, se debe subrayar el papel de los nuevos movimientos sociales, que han madurado y se han extendido a lo largo del siglo XX, creando una nueva conciencia social y nuevas costumbres más adecuadas a la realidad contemporánea. Además del pacifismo y el ecologismo, el feminismo ha conquistado la emancipación de las mujeres en numerosos estados y su lucha es reconocida en toda su importancia por las instituciones mundiales. A pesar de ello todavía le queda un largo camino por recorrer hasta alcanzar sus objetivos en un grado que pueda considerarse mínimamente satisfactorio. Y finalmente, a pesar de que el pacifismo ha calado en la conciencia de las poblaciones humanas, y constituye una fuerza moral importante en todas las culturas, está lejos de poder condicionar las decisiones de los gobiernos, y resulta incapaz de detener la carrera de armamentos.
Todos esos factores positivos de la coyuntura, son todavía frágiles indicadores de un nuevo desarrollo histórico hacia el socialismo, que apenas resisten la agresividad del imperialismo capitalista y no reducen el peligro que supone el ascenso del fascismo en Europa. No se debe olvidar que la OTAN sigue siendo la potencia militar más fuerte del planeta. Por un lado, el imperialismo utiliza una estrategia de desgaste contra sus enemigos -guerras de baja intensidad, los golpes de Estado, las sanciones económicas y políticas por motivos ideológicos-, para obstaculizar el desarrollo del socialismo en aquellos países que han avanzado posiciones de progreso. Por otro lado, el peligro de una guerra abierta se ha intensificado en los últimos años -en la confrontación entre Rusia y China contra la OTAN-, dando lugar a una nueva carrera de armamentos, que pudiera bloquear el desarrollo humano a nivel mundial.
El crecimiento de las fuerzas productivas en el siglo pasado, tiene un aspecto monstruoso, si consideramos la acumulación de armas atómicas y el desarrollo de la maquinaria bélica; lo que unido además a la industrialización intensamente destructiva en su tratamiento de la vida terrestre, y los graves problemas ambientales nos permite augurar una difícil coyuntura para la humanidad en el siglo XXI. El crecimiento de la población mundial, superando los 7.000 millones de habitantes, incrementa aún más el dramático problema ecológico de la biosfera.
La solución: afianzar una política de izquierdas
En el siglo XXI, tras la experiencia acumulada en el último siglo, parece indudable que el modelo económico para una sociedad equilibrada, consiste en una combinación de la iniciativa privada para el mercado con la planificación estatal. Sin embargo, la necesidad de detener el actual desarrollo de las fuerzas productivas, exige la superación del capitalismo y la construcción de un nuevo orden socialista de producción. Dos condiciones consideramos esenciales en el socialismo del futuro: a) una economía basada en la eficiencia y el ahorro, para conseguir la sostenibilidad -en oposición a la economía capitalista basada en la eficacia y el crecimiento irracional-; b) la planificación democrática de la producción, lo que estaría en dependencia de la participación de la sociedad civil en los asuntos políticos -entendida en sentido republicano como conjunto de asociaciones que buscan satisfacer intereses sociales y no beneficios privados-. El fortalecimiento de las instituciones sociales de las clases populares, frente al autoritarismo del Estado y la militarización de la crisis.
Conseguir ese objetivo supondría, en primer lugar, detener el desarrollo del fascismo y el militarismo en Europa. El avance de la extrema derecha en las últimas elecciones europeas, tiene una función política muy precisa para el imperialismo: atajar la salida democrática y popular ante la crisis del capital, al mismo tiempo que busca reforzar la hegemonía del capitalismo liberal a través de la confrontación militar, frente a la alianza entre China, Rusia e Irán -con el apoyo de otros Estados periféricos-, que está consiguiendo parar la ofensiva imperialista contra los países de Oriente Medio en el terreno militar.
Fomentar la oposición a la guerra, desarrollar la conciencia ecologista y defender los derechos de las mujeres, deben seguir siendo objetivos prioritarios para la izquierda europea. Y esos objetivos están directamente vinculados a la superación de las políticas neoliberales, creando un Estado bien constituido, no por la violencia militar, sino por la participación ciudadana. Para ello las poblaciones del mundo desarrollado deben renunciar al imperialismo y reconocer que la vanguardia del desarrollo humano ya no se encuentra en el antiguo centro del sistema, sino en la periferia convertida en el centro del progreso. Más que criticar otras culturas deberíamos aprender de ellas -apoyando y fortaleciendo la satisfacción de los derechos humanos en todo el mundo, pero sin actitudes paternalistas que tan frecuentemente complementan el imperialismo político-.
En el Prólogo al Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, Marx parafraseaba a Hegel diciendo que la historia siempre se repite dos veces, añadiendo la observación de que la primera lo hace como tragedia y la segunda como comedia. ¿Tenemos suficiente sabiduría para evitar que las tragedias del siglo XX se vuelvan a repetir en este siglo XXI que tan complicado se nos presenta? ¿Sabrá la humanidad reconducir el trágico desarrollo de los acontecimientos históricos? Confiemos en que así sea.