Hacia 1920, los movimientos proletarios en Europa configuraban una gama bastante diversa de interpretaciones del marxismo. Alimentados por las condiciones que las realidades específicas imponían a los movimientos y partidos de izquierda, diversos planteamientos políticos fueron surgiendo a lo largo y ancho de Europa. El peso de la figura de Lenin se hacía sentir de […]
Hacia 1920, los movimientos proletarios en Europa configuraban una gama bastante diversa de interpretaciones del marxismo. Alimentados por las condiciones que las realidades específicas imponían a los movimientos y partidos de izquierda, diversos planteamientos políticos fueron surgiendo a lo largo y ancho de Europa. El peso de la figura de Lenin se hacía sentir de una forma notoria en esa diversidad de planteamientos, siendo el mismo Lenin quien denunciara en ¿Qué hacer? el mal uso que muchos movimientos estaban haciendo de su obra El Estado y la revolución, cuyas premisas eran en muchos casos vistas como dogmas de fe. El riesgo del fascismo, el empuje imperialista por distintos flancos, las devastadoras consecuencias de la Primera Guerra Mundial y la situación relativamente ejemplar de la URSS, hicieron del dogmatismo un lugar común en el marxismo.
En ese plano surgen posturas disidentes como las de Georg Lukács y Karl Korsch1, sucedidos después por un creativo y comprometido Antonio Gramsci. El aporte filosófico de Korsch hay que situarlo precisamente en ese contexto de creciente ideologización del marxismo, de unificación de estrategias y tácticas políticas de los diferentes partidos comunistas europeos, y de la creciente influencia e injerencia del Partido Comunista de la URSS sobre los demás partidos comunistas. De hecho, una de las obras más importantes de Korsch, su libro Marxismo y filosofía, fue sepultada en su tiempo por las urgencias ideológicas y políticas del marxismo soviético. El libro de Korsch sufrió la suerte de otros libros y autores, como Historia y conciencia de clase de Lukács, que fueron proscritos y olvidados y luego recuperados por corrientes críticas al «marxismo oficial». Las presentes notas suponen alguna explicación introductoria a las ideas de Marxismo y filosofía2.
El eje central de la problemática que aborda Korsch en el libro ya citado, es la relación entre marxismo y la filosofía, lo que de otro modo puede caracterizarse como la relación entre acción política y teoría. La preocupación de Korsch no es banal: la historia del movimiento proletario no hallaba una expresión enteramente positiva respecto al desarrollo de la teoría revolucionaria, y viceversa. Ni la teoría ni la práctica siguen de forma ineluctable un camino ascendente y hacia adelante. De esta forma, Korsch plantea sistemáticamente que el estado de la teoría está siempre en relación a las condiciones materiales y que son estas condiciones las que ejercen en muchos casos la presión hacia atrás de la teoría y de la práctica revolucionarias, incidiendo en que esa teoría se cosifique y se convierta en ideología, en falsa conciencia del mundo, que no por ser falsa es menos real.
La tensión entre el marxismo y la filosofía no es casual. Ya para el mismo Marx la abolición de la filosofía representa una condición de la emancipación del ser humano. No obstante, en Marx la abolición de la filosofía no se entiende como supresión, sino como realización de la filosofía. Dialécticamente puede decirse que la cosa en sí se realiza si, a partir de la tensión de sus contradicciones, pasa a un estado cualitativamente superior. Es decir, si la cosa da de sí todo lo que posiblemente puede dar; y este dar de sí deviene de las contradicciones mismas. Así, la realización de la filosofía, para Marx, es la superación de las contradicciones materiales y espirituales que la filosofía en su larga tradición ha expresado. Por otro lado, para el marxismo vulgar, la abolición de la filosofía significaba la eliminación de la especulación filosófica idealista lo que implicaba, además, poner entre paréntesis toda la historia del pensamiento humano por ser productos de sociedades divididas en clases. Si bien el conocimiento es producto de una situación social conflictiva en la que la clase dominante determina la visión de mundo vigente, este conocimiento debe pasar por su asimilación crítica y su reconfiguración en instrumento de la lucha de clases. La negación de esa posibilidad refuerza las posiciones hegemónicas de las clases dominantes a nivel cultural, político, económico y social, porque mantiene intactos sus instrumentos de legitimación.
Para Marx, en la interpretación de Korsch, la abolición de la filosofía supone la imbricación de ésta con el mundo de lo real; la filosofía deja de ser filosofía como especulación vacía, deja de ser abstracta para «ascender a lo concreto», deja de ser especulación para convertirse en horizonte de posibilidades. Con ello, el horizonte de la filosofía es eminentemente práctico, y lo es no en una visión reduccionista de la filosofía como instrumento de la emancipación -lo cual supondría derivar hacia una racionalidad instrumental propia del marxismo soviético-, sino como contenido utópico de toda transformación social. Pero, si la abolición de la filosofía supone su realización ¿cómo lograr esa realización, por cuáles vías teóricas y prácticas? ¿Cuál es el puente que media entre la filosofía apartada del mundo y la filosofía como horizonte de la praxis? Precisamente, alrededor de esta mediación se abre la discusión de Korsch, mediación que identifica en la dialéctica entre filosofía y ciencia, específicamente, entre filosofía y ciencia social.
En la ciencia oficial (tanto natural como social), el positivismo había hecho una separación insalvable entre epistemología y ética, entre conocimiento del mundo y acción humana; dicha separación no sólo era una reducción de las posibilidades del conocimiento mismo, sino que producía una cosificación del objeto y del sujeto del conocimiento (que en el caso de la sociedad es el mismo). Por otro lado, el positivismo aspiraba al conocimiento especializado y atomizado de los fenómenos sin que para ello fuera necesaria la comprensión del fenómeno social en su totalidad. Estos dos elementos derivarían en la constitución de una razón atrofiada, cuyo peso principal recaería sobre la instrumentalización del conocimiento.
La realización de la filosofía parte de un puntal eminentemente crítico: la negación de la filosofía burguesa como filosofía real y de la ciencia positiva como ciencia real. Ya Marx sostenía en las Tesis sobre Feuerbach que es la praxis la que constituye el criterio de verdad de última instancia, lo cual es válido tanto para la filosofía como para la ciencia3. Ese criterio de verdad es válido no como burdo empirismo, sino como efectividad histórica axiológicamente demarcada. Los límites axiológicos, además, responden a la emancipación del ser humano, a la destrucción de todas las formas de destrucción de la humanidad. Lo verdadero es aquello posible, y lo posible es aquello que es justo.
La realización de la filosofía entonces supone esfuerzos teóricos y práxicos de transformación sistémica. La filosofía se realiza como una filosofía que supere lo abstracto y puro de la filosofía tradicional. Pero asimismo, la ciencia debe realizarse como ciencia superando el carácter cosificatorio y abstracto de la ciencia positiva, es decir, negándose en su forma burguesa y moderna. Es por ello que en Marx la realización de la filosofía no se deslinda del devenir de su sujeto histórico, el proletariado: la tijera de la historia es a la vez la emancipación material de las clases oprimidas y la configuración de una filosofía que dote a esa emancipación material de sentido.
En el plano de la filosofía, hay que insistir en que no es la filosofía como tal la que desparece o la llamada a ser abolida, sino aquella filosofía que mantiene al ser humano en el sojuzgamiento y la denigración, esa filosofía abstracta que plantea principios por encima de toda condición humana. Ya Marx habría planteado: «La profesión de fe de Prometeo: ‘En una palabra, yo odio a todos los dioses’, es la suya propia [de la filosofía], su propio juicio contra todas las deidades celestiales y terrestres que no reconocen a la autoconciencia humana como la divinidad suprema […] En el calendario filosófico Prometeo ocupa el lugar más distinguido entre los santos y los mártires»4. Esa filosofía deshumanizada es la que hay que abolir, situando en su lugar una filosofía humana, liberadora. En el plano de la teoría social, la apuesta está por una ciencia al servicio de la transformación del mundo, teoría a la cual subyace un marco filosófico. La teoría para ser científica debe pasar por el filo de la praxis que, como ya se dijo, es su criterio de verdad de última instancia. Y para ello debe reconstruirse a través de una comprensión multidimensional de la realidad social, es decir, de una ciencia histórica tal como pedía el mismo Marx y que, en cierto modo, sigue la línea de la omnicomprensión social de corte hegeliano.
De esta forma reivindica Korsch el socialismo científico planteado por Marx y Engels5, que es la forma supletoria de la filosofía abstracta, a la vez que es un principio normador e integrador de una nueva ciencia. Esa nueva ciencia no es una ciencia delineada bajo los parámetros cosificadores de la ciencia burguesa, moderna, positiva. Debe partir de un principio axiológico determinado por la filosofía concreta y situar como centro al ser humano y a la vida.
Con el riesgo de utilizar una categoría cargada de significaciones metafísicas, podría decirse que Korsch, recuperando a Marx, aboga por una transubstanciación de la filosofía y de la ciencia, en donde ambos conceptos se mantienen pero a cambio de ser afines a la liberación del ser humano, para ello, claro está, debe cambiar su contenido. Ese cambio de contenido no es una sustitución simple y burda, es una asimilación crítica de la tradición filosófica y científica. El medio para esa asimilación y el comodín epistémico de tal transubstanciación es el socialismo científico.
Notas:
1 Karl Korsch fue miembro de la socialdemocracia alemana, primero como militante y luego como político y funcionario. Su libro «Marxismo y filosofía» es uno de los primeros que se atrevieron a cuestionar la dogmatización en que paulatinamente caía la teoría marxista. Pese a su erudición y sus aportes novedosos en el libro mencionado, murió abjurando del marxismo. Para mayor detalle puede consultarse el prólogo de Adolfo Sánchez Vázquez a «Marxismo y filosofía» en la edición que citamos más adelante.
2 Korsch, K. Marxismo y filosofía. Traducción y prólogo de A. Sánchez Vázquez. Ediciones Era. México. 1971.
3 Marx, K. «Tesis sobre Feuerbach». Manuscritos de 1844. UCA editores. San Salvador, El Salvador. 1987. Págs. 145.
4 Marx, K. Diferencia de la filosofía de la naturaleza en Demócrito y en Epicuro. Editorial Ayuso. 1971. Pág. 7.
5 Hay que hacer una precisión importante. En Del socialismo utópico al socialismo científico, no hay una supresión del socialismo utópico por un socialismo matemático, «científico» en el sentido positivista. Al contrario, Engels recupera aquí la memoria y aportes de los socialistas utópicos frente al mundo irracional del capitalismo. Cfr.: Engels, F. Del socialismo utópico al socialismo científico. Ocean Sur. Caracas, Venezuela. 2013. No obstante, la positivización del marxismo encarnada en un socialismo previsible casi matemáticamente, sobre todo, algunas derivaciones en el campo de la economía apuntaban al cálculo en tiempo de los periodos de crisis y de cómo eso abría prácticamente la puerta al devenir del socialismo (palpable, por ejemplo, en la periodización de las crisis capitalistas, elaborada por Kondratiev y luego discutida por Mandel y Trotsky).
Alberto Quiñónez es miembro del Colectivo de Estudios de Pensamiento Crítico (CEPC).
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