En el inicio de Semana Santa el fuego consume la catedral más importante de Europa y este acontecimiento aparentemente banal, se constituye en un hecho histórico que marca el inicio de una nueva época. Analicemos de cerca este fenómeno que ocurre en la semana crucial del cristianismo, en su principal catedral, en la Ciudad Luz […]
En el inicio de Semana Santa el fuego consume la catedral más importante de Europa y este acontecimiento aparentemente banal, se constituye en un hecho histórico que marca el inicio de una nueva época. Analicemos de cerca este fenómeno que ocurre en la semana crucial del cristianismo, en su principal catedral, en la Ciudad Luz conmocionada por los indignados chalecos amarillos y en una Iglesia llamada Nuestra Señora de París.
Lo esencial a determinar es su carácter simbólico y en particular, la increíble densidad de símbolos que contiene. Empecemos por ver que en una catedral importa el sitio donde fue edificada, pues una catedral es construida donde antes hubo un templo de una religión que se quiere desterrar, y antes de esa, otra, como es el caso de Notre Dame y en este caso, la catedral vivió una constante construcción, novecientos años de la Historia de Francia tejieron esa obra de arte, asentada en un lugar que fue elegido como el sitio de un templo, por aquellos que sabían del curso de las estrellas y de la energía de la tierra.
Una catedral entonces es tiempo acumulado, tiempo de los hombres que la hicieron durante siglos y tiempo en sí, como si el tiempo laborara sobre las cosas, y esto explica la atracción que nos generan las antigüedades.
Una catedral es el mejor ejemplo de cómo toda obra de arte es una obra de arte colectiva. Fueron albañiles, carpinteros, vidrieros, herreros, escultores, pintores, arquitectos y todos los que los alimentaron y los que alimentaron a los picapedreros y a los que cortaron los árboles con que fue hecha y a los que plantaron esos árboles. La catedral también es obra de todos aquellos que les enseñaron a los albañiles y los arquitectos, obra de la suma de conocimientos que hacen a una cultura, que se forma a partir de la mixtura con otras culturas que vienen de lejos.
Uno de los puntos de ataque es una obra de arte que resume mil años de Historia y en esa Historia juega su rol el cristianismo que floreció en Francia, una síntesis de los pueblos germánicos y Roma. En ese terreno de la creación de lo cristiano, Francia ocupa un lugar propio y diverso que Italia y que el protestantismo, algo asociable a lo que llamamos pensamiento francés, cultura francesa, al exquisito e incomparable desarrollo de la lengua francesa.
Quienes se alegran por la ruina de una antigua Iglesia no ven que las llamas destruyeron algo más que un conjunto de piedras, las llamas se extienden al sentimiento religioso, a nuestro vínculo con lo sagrado. Si se ataca la Iglesia, sólo se lo hace para atacar al cristianismo. Una y otra cosa no son necesariamente lo mismo, pero el plan orquestado desde hace tiempo contra la Iglesia es apuntar a un sitio, para dar en un blanco más apetecido. Los curas pederastas deben ir presos, pero quien no se pregunta por qué este interés reciente por afrontar una práctica milenaria, evita preguntarse por algo preocupante.
El mismo día que ardía Notre Dame, ardía la mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén, y aquí se presenta con todo su esplendor, un dato elocuente. La tradición de izquierda no ha observado el hecho religioso en toda la maravilla que encierra, y en la belleza de Notre Dame, en las obras de Bach, y en el amor a Alá que inspiraron Las mil y una noches, tenemos testimonios de lo que puede hacer esa fuerza integradora llamada religión, la necesidad de religar, como si algo que una vez estuvo unido necesitara volver a ligarse.
Se ha dicho que el cristianismo es un monoteísmo, pues el hombre gusta de repetir tonterías sólo en razón de su poder de imposición. Lo que hizo el cristianismo fue justamente resituar el poder de la diosa, aunque sea a modo de Virgen, una manera de desexualizarla. Pero en otro plano, la virginidad de la diosa refiere a una pureza, a un poder incorruptible que entraña ese poder femenino y es ese poder femenino lo que se teme y ataca.
Esto no es nuevo y cierto neofeminismo, como masculinización de lo femenino, como manera de destruir el poder femenino, forma parte del mismo proyecto, así como el movimiento ME TOO y las agendas de derecho. Se perpetra un desequilibrio, y se erige una imagen de la diosa sin atributos sexuales, anoréxica, disminuida, un desequilibrio necesario para perpetrar otro desequilibrio que refiere a nuestra relación con la Naturaleza, una relación ayuna de respeto, desequilibrada, esquilmadora, enajenada de lo sagrado.
Si nos preguntaran por qué las mujeres tienen más tendencia que los hombres hacia lo religioso, diríamos que se explica por su vínculo con la tierra, que es una forma de decir con la Naturaleza, con el Todo. La mujer tiene ese momento de unión con el Todo en el que ella misma, como expresión del Todo, da a luz una nueva criatura. Ese vínculo, esa unión intransferible hacia atrás y hacia adelante, permite una percepción de las cosas que es preciso desterrar, como será desterrada esa función femenina, cuando la raza humana se fabrique en laboratorios donde se altere su genética. Suena a ciencia ficción, pero la ciencia ficción anuncia, al parecer, lo que pasará en el futuro, aunque en realidad utiliza la referencia al futuro para mejor decir lo que acontece ahora.
No fue Chartres ni Lyon la que arde en llamas, sino Nuestra Señora de París, la catedral que lleva el nombre de la diosa, que al mismo tiempo, como en el pasado, se convierte en guardiana y señora de la ciudad. Hemos hablado de la fe francesa, su forma de relacionarse con lo sagrado, su propia y exclusiva mixtura cultural hacia lo sagrado, y en esa fe también se encuentran herejías y todo el universo que encuentra el camino de la duda. Admiramos las catedrales, y eso es volver a un sentimiento vivido en el pasado. La palabra «gótico» es una palabra despectiva, pues por siglos tuvimos una mirada despectiva a lo que se ha llamado descriteriadamente, Edad Media. Hubo que esperar a la más grande revolución intelectual en la historia moderna de Occidente, para que tornara aquella antigua sensibilidad. Le debemos a los románticos nuestra capacidad para ligarnos con el Todo, pues crearon una religiosidad al tiempo que un pensamiento social, y fueron ellos los que rescataron para nosotros las catedrales.
Cuando se piensa en todo lo que se ha perdido, uno no puede dejar de imaginar en Notre Dame a Baudelaire deleitándose con su París hirviendo a sus pies. Canto más hermoso a una ciudad jamás será realizado y ahí tenemos, para comprender algo más un movimiento profundo, el canto a una ciudad que hace el romanticismo.
Cuando se arrasaban las herencias culturales y lo gótico se asociaba a la barbarie y la espiritualidad retrocedía, Víctor Hugo decide aparecer en el corazón de la batalla y a modo de espada, esgrime su pluma y nos da otra clave, tal vez la clave más importante para entender lo que aquí y allá ha sucedido.
Hay tres personajes cruciales en su obra, el archidiácono macabro que representa a la Iglesia, la hermosa gitana Esmeralda que representa al paganismo, y Quasimodo, que no es otra cosa que todos nosotros.
El nudo de la historia lo constituye el deseo del archidiácono de poseer a la gitana y la negativa de la mujer hermosa, que se mantiene fiel a sí misma, esto es, virgen, como en el culto pagano a la Virgen María. Esto la llevará al patíbulo acusada de brujería, patíbulo del que la rescata el valiente jorobado que la lleva de la mano para refugiarla allí donde se protege a los desvalidos, donde ningún poder temporal puede entrar, la catedral de Notre Dame y allí, a sus puertas, se libra la batalla entre el poder de la religión establecida, y esa otra religión representada por los gitanos. Finalmente los gitanos son vencidos y la gitana ejecutada, y el astuto Archidiácono que teje sus planes malvados, celebra imprudentemente su muerte ante Quasimodo, para ser arrojado por el justiciero desde una torre de la catedral. Quasimodo acude al lugar donde fue arrojado el cuerpo de Esmeralda y entonces, la abraza y así queda hasta que muere, y cuando tiempo después descubren los esqueletos, encuentran que están entrelazados y al querer separarlos, se convierten en polvo.
No encontraremos historia más exacta y premonitoria para explicar por qué precisamente ha ardido Notre Dame, Nuestra Señora de París, una construcción del cristianismo entrelazada con la historia del paganismo, y entrelazada con esa historia donde florece la lengua francesa.
Queda ahora por ver que toda la bohemia francesa, toda esa floritura del lenguaje que hace a la floritura del pensamiento, a la libertad del pensamiento que significa la literatura francesa, nos lleva a los chalecos amarillos que ahora, a partir de lo sucedido, adquieren mayor relevancia.
Asistimos al gran cambio de ciclo que sólo sucede cada muchos siglos, el gran quiebre donde la concentración de riquezas toma un impulso monstruoso al tiempo que se concentra monstruosamente el poder, y ante este ataque directo a la democracia, surgen movimientos que han tenido como nombre el de indignados. Hace meses que se combate, una vez más, en las calles de París y hace meses que ocurren misteriosos, o al menos preocupantes, atentados a las Iglesias. Quienes ven cómo se concentra el poder y la riqueza en exclusivas manos, tienen que tender su mirada más allá y entender que si en la tierra se procesa un gran cambio, ese gran cambio debe expresarse en el cielo, lo que nos lleva directo a lo religioso, a nuestro vínculo sagrado con el universo. De lo que se trata es de apropiarse de las cosas del hombre y de su tiempo para atomizarlo, y la atomización no será completa si no se lo desliga de la Naturaleza y de las leyes de la Naturaleza.
El fuego que consume a Nuestra Señora de París, consume al mismo tiempo otra cosa, pues nada se encuentra aislado en esta vida. El fuego consume un emblema de una corriente rica y compleja de la civilización, y esa cosa consumida y debilitada, permite acentuar mecanismos de opresión muy sutiles, eficientes y perdurables.
Negros nubarrones se alzan en el horizonte de la humanidad y todos los signos se empeñan en demostrar que asistimos al inicio de una nueva era, una nueva era que con toda justicia deberá llamarse la Edad Oscura: siguiendo una ley ineluctable del Capital, las trasnacionales vienen a terminar de concentrar en sus manos los recursos naturales y los principales rubros económicos de los países; las Repúblicas que en un tiempo le fueron de utilidad, hoy se han transformado en un freno para la concentración de riquezas y por eso, se las degrada; las construcciones culturales, las complejas armas de defensa de los pueblos, se erosionan y disuelven al influjo de la globalidad vaciadora; el hombre queda desnudo de atributos, se ataca el humor, se interdicta el arte, se debilita a las palabras y en suma, se establece un gran tribunal inquisitorial sobre nuestros deseos.
Para enfrentar este nuevo ciclo no hay guías ni gurúes, salvo los Baudelaire y los Víctor Hugo, los Blake y los Novalis y ellos, más que nada, nos han enseñado a pensar y a sentir. Una cosa es hacer como que pensamos, y otra cosa distinta es pensar con cabeza propia. Ya no hay guías, sino las enseñanzas de los maestros que nos advierten que para pensar con cabeza propia, no se requiere tanto de cultura o inteligencia, sino de coraje. No es fácil pensar con cabeza propia, pues largamente fuimos adiestrados para no hacerlo, pero otro camino no queda y en verdad, es el único camino.
Quienes se animen a pensar con cabeza propia son aquellos que al nacer, alguien vino y les susurró al oído: «con este signo, vencerás»
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