Sugerir menor gasto público y la necesidad de ahorro para tiempos de ‘vacas flacas’ es una solución falsa.
Es una dicotomía entre el fracaso del modelo y la irremediable consecuencia de una estructura económica heredada. Los defensores de la dolarización sostienen que la estabilidad de una moneda que no es manipulada desde un banco central politizado, permitió un crecimiento económico que inicia antes que este gobierno. Y puede tener razón, aunque el argumento neocolonial sobre nuestra incapacidad de manejar nuestras instituciones implica que nunca lo podremos hacer, bajo ningún concepto. Y eso es difícil de creer.
La dolarización es más compleja que la estabilidad cambiaria producida. Es alinearse al ciclo económico del país más rico del mundo, lo que incluye la pérdida de la ventaja comparativa (que el resto de las economías tienen) cuando su moneda se aprecia. Es más, el resto del mundo también gana una ventaja comparativa frente a nosotros. Lo mismo con las devaluaciones de nuestros vecinos. Es decir, no solo que no podemos trascender nuestro modelo primario exportador en un mundo dominado por las manufacturas chinas, sino que no podemos competir con nuestro mercado natural, el local, por externalidades.
Pero no somos los únicos países del continente dolarizados. Vicente Albornoz pone el ejemplo del crecimiento proyectado para El Salvador (2.3%) y Panamá (6%). Albornoz argumenta que es una buena administración la clave de su éxito. Pero eso no es suficiente. Panamá tiene una estructura económica favorable por default: son un paraíso financiero con un canal por donde pasa la mayor parte del comercio de y hacia EE.UU. en un mundo donde el 95% del comercio se da por mar. El Salvador crece por un aumento de remesas y por la baja del petróleo (que a su vez significó una baja en el gasto en productos derivados dentro del país). El crecimiento de un país estructuralmente favorecido y el de otro coyunturalmente favorecido no son la comparación más rigurosa. Sin embargo, el gobierno ya sabía esto. Es decir, sabían que dependíamos de un commodity que fluctúa con cada invasión (o la falta de ella) en Medio Oriente; que algún día el precio bajaría; que tenemos desventajas competitivas frente a nuestros vecinos. Y debían acomodar el modelo a estas eventualidades. Lo importante no es tanto la capacidad de crecer, sino la de contrarrestar los shocks externos.
Desde el gobierno el argumento es que se invirtió y reguló de la mejor manera. Hay un cuestionamiento recurrente sobre la eficiencia de la inversión y el gasto público. Parte del gasto es económica, política y éticamente impresentable. Además, la corrupción se perpetúa entre los cuestionados niveles de transparencia, la victimización de los acusados y la doble intención de los acusadores.
Pero sugerir menor gasto público y la necesidad de ahorro para tiempos de ‘vacas flacas’ es una solución falsa. Eso implicaría que la mayoría del gasto público fuera malversado e improductivo. Más allá de eso, que ese potencial ahorro significaría mayores tasas de crecimiento hoy, pero también las mismas tasas de crecimiento de los últimos siete años, el mismo nivel de capital humano creado, en las misma condiciones de infraestructura actuales. Aún más, que esa diferencia en nuestro crecimiento económico frente a Panamá y El Salvador sea menor, pero que la brecha en el resto de indicadores sociales también favorezca a los ecuatorianos.
No es una ciega defensa al manejo actual (sobre cuyas deficiencias he escrito extensamente). Es un cuestionamiento a la alternativa neoliberal, ese cuento que no trae buenos augurios.
Fuente: http://www.telegrafo.com.ec/opinion/columnistas/item/nuestra-crisis.html