Recomiendo:
1

No podemos aceptar la Paz obligados por las bayonetas

Nuestra lucha por la paz

Fuentes: Rebelión/Universidad de la Filosofía

Lo fácil es hablar de paz si se quiere, como tanto se ha hecho, maquillar con lentejuelas filantrópicas la hipocresía de las maquinarias burguesas para la violencia y la muerte. Es fácil desgarrarse las vestiduras y sacar a pasear frases plañideras, con desplantes de ocasión mediática y «políticamente correctas». Todos sabemos que el capitalismo es […]

Lo fácil es hablar de paz si se quiere, como tanto se ha hecho, maquillar con lentejuelas filantrópicas la hipocresía de las maquinarias burguesas para la violencia y la muerte. Es fácil desgarrarse las vestiduras y sacar a pasear frases plañideras, con desplantes de ocasión mediática y «políticamente correctas». Todos sabemos que el capitalismo es un sistema absolutamente antagónico a la paz. Todos sabemos que bajo el capitalismo la paz verdadera es imposible. No es lo mismo conquistar «treguas» que conquistar la paz. Desde sus púlpitos mediáticos el capitalismo nos relata, a voz en cuello, su amor por la muerte, su pasión por la destrucción y su romance eterno con el belicismo serial. Y lo han convertido en un gran negocio.

Es el capitalismo quien financia millones de películas de guerra, millones de series televisivas empapadas en sangre y crueldad. Es el capitalismo quien «crea» avalanchas de asesinatos y canalladas televisadas con toda impudicia. La paz no tiene lugar en la mentalidad burguesa porque el capitalismo es la violencia por definición. La andanada criminal que el capitalismo también pone en sus pantallas, disfrazada de películas de «ficción» o de «noticieros», es tributaria del estereotipo ideológico que tiene su base concreta en una realidad ensangrentada y que supera a toda ficción. Nada tienen de «pacíficos».

Como ha sido muy «jugoso» el discurso de la paz a lo largo de la Historia humana, lo han ensayado los poderes hegemónicos con silogismos de todo género, sin faltar los extraterrestres ni los reconciliatorios. Es enorme la lista de los «tratadistas» sobre la paz y, visto lo visto, el primer paso hacia la paz debería ser desarmar a quienes atacan a los pueblos con todo tipo de armas, es decir, las armas convencionales, las no convencionales… y las armas de guerra ideológica (universidades, monopolios mass media, iglesias y antivalores burgueses).

Los revolucionarios deben se expertos en definir y construir la paz socialista, sin entelequias y sin cursilerías. La paz no se merece las traiciones de los hipócritas que, incluso en mesas de negociación, mientras hablan de paz, siguen saqueando a los pueblos, siguen explotando a los trabajadores, siguen depredando los recursos naturales y siguen financiando operaciones mediáticas golpistas. Los conocemos muy bien porque «por el engaño nos han dominado más que por a fuerza». Ya basta.

No toda lucha anti-guerra es sinónimo de paz. Si la paz implica desarmar a los pueblos o negarles su derecho a «la crítica de las armas» estamos condenándonos a repetir errores terribles. Lo que necesitamos es una lucha verdadera contra la guerra imperialista. La paz por la paz misma es un callejón sin salidas en el que los pueblos avanzan hacia un encierro ideológico con consecuencias objetivas monstruosas.

Toda lucha contra la guerra (sea del tipo que sea) exige entender su naturaleza y sus características. Se trata de una lucha que requiere análisis dialéctico permanente. Nadie debe ignorar que el capitalismo es un serio peligro para la clase trabajadora y, por lo tanto, los trabajadores no pueden bajar la guardia ante ninguna de las ofensivas, objetivas y subjetivas, que padecen diariamente. Caracterizar la guerra como una ofensiva del capitalismo, apenas sirve para ver uno de sus aspectos que siempre son usados por los charlatanes de la paz burguesa como naipes trucados contra los pueblos.

La construcción del socialismo no es solamente «una lucha por la paz»

No son pocos los señores, los señorones y los señoritos de la burguesía que se exhiben como luchadores por «la paz» mientras prosperan los grandes negociados de la guerra que es, ella misma, un gran negociado para sus negocios. Las guerras son el comercio por otros medios. El pacifismo burgués es un tóxico ideológico que se propaga con «facilidad» entre los pueblos gracias a la urgencia que en ellos habita por frenar el agobio, con todo género de violencias, que se despliegan en su contra. Es fundamental el análisis y la acción del proletariado con un programa socialista de paz que sólo tiene sentido si aporta tiempo, espacio y condiciones concretas para profundizar el socialismo.

Todo programa de paz que se desvincule de la lucha de la clase trabajadora, puede ser sólo fraseología burguesa muy perniciosa y sentimentalista para engañar a los pueblos con artimañas cursis útiles para dejar que la burguesía gane tiempo y posiciones. Es necesario protegernos de los juegos de palabras y los espejismos que les encantan a los reformistas y en los que, en apariencia, se abordan temas de «Estado» para justificar «programas de paz» que sólo enmascaran negocios subterráneos y reconciliaciones de ocasión en las luchas inter-burguesas. Nada debe distraernos de la lucha y de nuestro programa socialista científico. Toda palabrería de esperanza de «paz» burguesa es un engaño… la paz verdadera sólo existe cuando cesa la propiedad privada y las relaciones de producción capitalistas.

El gran circo del sentimentalismo pacifista que la burguesía despliega en sus escenarios mediáticos no debe silenciar a los pueblos ni debe anestesiar su capacidad crítica. La única verdadera garantía de paz es la derrota del capitalismo. No son los pueblos, que construyen el socialismo, quienes ejercen la violencia. El capitalismo es la violencia en sí mismo. Es el proyecto socialista y científico una de las acciones más certeras y contundentes para inquietar la paz que la humanidad anhela y ese anhelo de paz de debe ser realizado por los pueblos y no por sus enemigos. Los revolucionarios debemos integrarnos a toda iniciativa de paz, ir a todo movimiento de masas a favor de la paz para defender un programa socialista y señalar el camino hacia su solución con acciones revolucionarias. Porque el problema no es la paz, el problema sigue siendo la necesidad de terminar con el capitalismo y todas las guerras que despliega para seguir adueñándose de los recursos naturales, la mano de obra y la conciencia de los pueblos. El colmo es que el burocratismo, aliado con la burguesía, trata de engañar a los trabajadores haciendo pasar como «programa de social pacifismo» sus «acuerdos» de negocios. Hay que desarmar al capitalismo, principalmente de su arma suprema que es la «propiedad privada» y todo lo que usa para defenderla.

La defensa de la paz en abstracto es siempre una manera de engañar a la clase trabajadora. La propaganda burguesa por la paz que carece de contenido revolucionario, sólo sirve para inocular ilusiones, desmoralizar al proletariado y abonar confianza en la filantropía burguesa que no es más que saliva ornamental para cócteles diplomáticos de los intereses más beligerantes. La idea de la paz es posible, sin contenido socialista y de espaldas a los pueblos, es una monumental mentira histórica que nos ha costado muchísimo.

No se trata sólo de ideas. Un programa por la paz socialista debe ser dictado por el curso de la historia y de la lucha de clases; debe reflejar y expresar las necesidades históricas de la clase trabajadora. Debe proporcionar respuestas vivas y concretas. La paz socialista no se opone, únicamente, a la guerra, no se limita a luchar contra los ataques burgueses y todas las locuras depredadoras de la barbarie imperialista en sus campos mercantiles de guerra. La lucha contra el pacifismo burgués es inseparable de la Batalla de las Ideas que, también debe derrotar a la ideología de la clase dominante y a todas las variedades del engaño con el que nos han derrotado, incluso, más que por la fuerza. Hasta no derrotarlos no estaremos en paz.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.