El capitalismo es un sistema concebido para acumular y concentrar la riqueza que crea, su reproducción es contraria por tanto a un reparto justo y social de esta riqueza y en la medida en que su propio metabolismo acelera su concentración, como en la actualidad, desaloja de su perímetro o centralidad, a un mayor número […]
El capitalismo es un sistema concebido para acumular y concentrar la riqueza que crea, su reproducción es contraria por tanto a un reparto justo y social de esta riqueza y en la medida en que su propio metabolismo acelera su concentración, como en la actualidad, desaloja de su perímetro o centralidad, a un mayor número de damnificados, poblaciones y países enteros que configuran una periferia subordinada y ajena a las decisiones del capital.
Sus formas no son nuevas, se recrea en los mismos dispositivos de expansión que ya ejerció en las primeras décadas del siglo pasado, el liberalismo ahora contemporáneo fracasó entonces y fracasará ahora, pero su agonía provocará mayor daño y destrucción. Será enormemente más difícil reconstruir un mundo cada vez más agotado en sus potencialidades, en sus recursos naturales, energéticos y alimentarios; con una mayor densidad poblacional y un planeta en estado de catarsis ambiental. La actualidad del capitalismo es de acumulación por expoliación, y estas son sus consecuencias. No es un sistema que permita correcciones y tampoco es reversible.
Tenemos que reconocer al capital su capacidad funcional y creativa para retroalimentarse. Ha logrado apropiarse de los recursos de la humanidad y en sus momentos de mayor convulsión siempre ha conseguido la adhesión de los Estados para trabajar en su auxilio. Para su beneficio y su metamorfosis, se ha apoderado de los resultados de la ciencia, de la investigación y la inteligencia, se ha hecho dueño de nuestro tiempo, relaciones y emociones. Ha conseguido que consumamos aquello que no necesitamos y despreciemos mucho de lo que nos es útil. Ha transformado nuestra antropología en los ámbitos principalmente operativos y centrales del sistema, donde está fundamentalmente concentrado y ha extinguido culturas, lenguas, pueblos, especies y la soberanía de muchas naciones. Ciertamente es un sistema superior en su extensión destructiva.
Su lógica está organizada para convivir y sobrevivir con las mayores contradicciones de manera pacífica o violenta. Tiene sus propios soportes morales para su justificación, los espirituales y los materiales. Consigue jerarquizar la riqueza y hacer exponencial la pobreza; en su esquizofrenia es posible que la gente enferme por trabajar demasiado, mientras otra multitud enferma por no tener trabajo. Su ciencia darwinista es selectiva, los terremotos destruyen viviendas humildes y aniquilan a los pobres, en tanto los palacios y las mansiones de los ricos permanecen en pie. Logra que su propia fuerza de gravedad desafíe las leyes del universo, el capitalismo precipita con más violencia en su caída a todos aquellos que ocupan los peldaños mas bajos de la escala social, mientras los que están mas arriba, apenas sufren daños.
Se equivocan aquéllos que confían en reformar el capitalismo, buscar su lado más humano y atenuar su agresividad. Este sistema no es reversible en ninguno de sus aspectos. En nuestras teorías, en nuestros diagnósticos debemos tener en cuenta que el capital se ha transformado en su matemática y su geometría; lo imperativo de su acumulación y su concentración en apenas 700 transnacionales localizadas en tres bloques de poder muy precisos, Norteamérica, una parte de Asia y Europa Occidental, con una disposición y aplicación de sus reglas de manera más uniforme y cada vez más unificadas en sus decisiones, más hermético y perfeccionado en sus instituciones políticas. Las únicas disidencias en su pronunciamiento están localizadas en Rusia y China, mientras las verdaderas resistencias a su inercia están organizadas en Latinoamérica y en el Mundo Árabe.
Esta crisis nos enseña que a pesar de su sacudida estructural que ha conmocionado la economía del planeta, nada cambia; el capital financiero actual sin la simbiosis de su parte industrial y acentuadamente especulativo, se ha purgado. Los grandes han devorado a los pequeños. Por otro lado ha aprovisionado durante el año 2009 más de 2 billones de euros de los recursos públicos. Su responsabilidad en esta crisis no ha sido sancionada sencillamente porque representa hoy la excelencia de la acumulación más vertiginosa. Una obscenidad que demuestra su poder. En nuestro análisis tenemos que valorar la transformación monumental que ha experimentado el capitalismo en los últimos cincuenta años en la relación que representa el capital financiero especulativo y el capital productivo.
En la década de los cincuenta del pasado siglo la movilización de dinero que circulaba en el mundo, correspondía en un 80% a capital productivo, comercio de bienes manufacturados, energía, alimentos, minerales, importaciones, exportaciones; mientras el 20% restante se podría adjudicar al capital financiero. En la actualidad esta proporción es exactamente inversa. Un volumen de capital financiero superior al PIB Mundial que en su lógica de acumulación necesita superarse y revalorizarse todos los días. Lo contrario significaría recesión, crisis y el colapso del sistema. Preguntémonos entonces ¿cuales son sus recursos en la apropiación de capital para satisfacer esta voracidad monstruosa? Sin duda la principal fuente de aprovisionamiento tiene su origen en la riqueza que se crea con el trabajo y en los salarios de los trabajadores, así como en la expoliación por sometimiento de los recursos en los países empobrecidos y colonizados económica o militarmente. La degradación de los derechos en el mundo del trabajo y el empobrecimiento de la clase trabajadora en los últimos 30 años, son consecuencia de esta imparable tendencia de acumulación acelerada. ¿Que ha ocurrido desde entonces para producir una inversión tan descomunal en las reglas del capital?
La Segunda Guerra Mundial causa una destrucción y daño cualitativo en los medios, dotaciones e infraestructuras comunes de la civilización y del propio capital (fundamentalmente en Europa) que será necesario reconstruir con urgencia. Asimismo, en la misma etapa histórica cobra fuerza y especial simpatía entre la clase trabajadora la alternativa representada por la Unión Soviética. Estas circunstancias serán determinantes para que el sistema acepte celebrar un pacto de conciliación entre capital y trabajo que reforzará el modelo Keynesiano de manera temporal. Los resultados de este pacto darán forma a lo que conocemos como Estado de Bienestar que mantiene su vigencia hasta aproximadamente finales de la década de los 70 del siglo XX. La crisis del petróleo provoca la inflexión del sistema y el resurgir del liberalismo. El capital productivo no puede dar respuesta a la necesidad apremiante de acumulación y además se hace previsible en ciclos cortos la recurrente sobrecapacidad o saturación de los mercados.
El modelo debe cambiar y debe hacerlo de manera ordenada y programada bajo la doctrina liberal. Los objetivos serán comunes y de aplicación en todos los países. Las reformas laborales que se inician a principios de los años ochenta están amparadas en su discurso en la crisis sucedida en esa etapa. Las primeras medidas comprometen el asalto a las prestaciones públicas capitalizadas durante la etapa de conciliación Keynesiana. Las pensiones decrecen en su cuantía y el acceso a su derecho requiere condiciones mayores, estimulando contrariamente las pensiones privadas para beneficio de las entidades financieras. Se reducen las prestaciones por desempleo y se endurece el derecho a las mismas. Al mismo tiempo las legislaciones de garantías y derechos en el trabajo son afectadas por diferentes reformas que facilitan el despido y reglamentan un mosaico de innumerables formas de contratación precaria (temporal, parcial, causal, de aprendizaje, prácticas y finalmente ETT). Además de las reformas laborales legislativas aplicadas obedientemente por todos los Gobiernos, neoliberales o socialdemócratas, siempre justificadas en la competitividad. Se produce otra reforma de alcance universal que provocará la mayor desestructuración en el mundo del trabajo. Comienza la etapa de terciarización del trabajo, algunos lo llamarán Toyotismo. La actividad que hasta entonces se desarrollaba por una sola empresa, en grandes centros de trabajo y con unas condiciones laborales y salariales uniformes, se reconvierte con nuevos modos de subcontratación. Por primera vez en la historia del capitalismo, el mismo trabajo será compensado en derechos y en salarios de manera distinta. Se produce una estratificación a modo de castas entre la clase trabajadora, fijos y eventuales, de la empresa principal o de la subcontrata, salarios mas altos y salarios mas bajos; la unidad de clase resulta lesionada. El capital logra imponer sus condiciones y el escenario de sobreexplotación es ideal para transferir la mayor cantidad de rentas del trabajo a las rentas del capital y podremos constatar en que dimensión y también concluir que se ha producido una inflexión histórica como resultado de la actuación del capital. Por primera vez las generaciones nuevas tienen menos derechos y peores condiciones públicas y en el trabajo que sus generaciones anteriores.
Al mismo tiempo, en otra gran reforma estructural, se produce y se está produciendo todavía, la apropiación de la riqueza del patrimonio público. Las principales empresas estratégicas y con mercado consolidado de muchos países pasan a dominio del capital privado. La incursión en sectores de energía, carburantes, agua, comunicaciones, transporte y servicios públicos concederá al capital un espacio de rentabilidad vital para su vigencia como sistema y son hoy un activo imprescindible en las operaciones financieras. Contrariamente las condiciones de la clase trabajadora en estas empresas fueron alteradas, disminuidas y precarizadas.
Este ciclo instruido por el liberalismo que afecta de manera universal a la clase trabajadora, en lo referido a disminución de las prestaciones públicas, condiciones de trabajo y privatizaciones no se ha completado. La acometida continúa sencillamente porque el sistema no puede parar, no tiene retroceso. Entonces tenemos que preguntarnos cual ha sido en este tiempo la respuesta de la clase trabajadora ante esta ofensiva tan minuciosa y declarada; o mas bien preguntarnos cual esta siendo la respuesta de sus organizaciones sindicales y de los partidos de izquierda en este tiempo.
En mi país, Galicia, en el año 1980 las rentas del trabajo suponían el 63% del PIB, mientras las rentas del capital apenas representaban el 27%. En la actualidad, treinta años después, con un 70% mas de población asalariada, las rentas del capital son por primera vez superiores a las rentas del trabajo. Es decir, apenas un 20% de la población acumula más riqueza que el casi 80% restante. Un nuevo paradigma desconcertante para muchos, pero una ecuación muy sencilla en la dialéctica del sistema. Esta tendencia se instala de manera parecida aunque menos acelerada en todos los países de Europa. La economía y la capacidad adquisitiva de los salarios y de las familias trabajadoras son hoy enormemente dependientes de una disciplina financiera, desde las hipotecas hasta los créditos menores para cualquier tipo de compra. Refiero este hecho para dejar en evidencia lo empírico en la actualidad del sistema y la consecuencia ya cierta de lo infalible del método de acumulación prevista por el liberalismo, pero en que medida se le ha facilitado el trabajo, y como debemos combatirlo.
La etapa keynesiana ha supuesto de manera general en Europa el adoctrinamiento y la asunción corresponsable de las organizaciones sindicales y de los partidos de izquierda en la gestión del sistema. Durante este tiempo la conquista en los beneficios del denominado Estado de Bienestar, ha sido acompasada por la lucha de los trabajadores y de la sociedad en sus diferentes formas organizadas y por parte de los Estados en la reconstrucción económica de urgencia, en infraestructuras y sectores estratégicos después de la Segunda Guerra Mundial. Al capital se le ha entregado todo para que volviera a resurgir, contrariamente él no ha concedido nada. En esta crisis podemos observar un contraste en la actuación de los Estados comparada con sus respuestas en anteriores crisis. Entonces los Estados acudían al rescate de empresas que comprometían un volumen importante de empleo convirtiéndolas en públicas, contrariamente en la actualidad este hecho no sucede ni se demanda políticamente. Las ayudas públicas son selectivas y dirigidas fundamentalmente al sector financiero y a las grandes empresas.
En esta etapa se ha instalado en Europa el modelo de conciliación de clases, perfeccionado en todo este tiempo por un mecanismo de jerarquía vertical, en el que las decisiones cruciales sobre el futuro de los derechos de la clase trabajadora se ha instrumentado a través del Pacto Social. Las cúpulas de las tradicionales organizaciones políticas y sindicales se han apropiado de las decisiones del pueblo, amparados en el modelo representativo, mientras el ejercicio de gobierno se alterna entre la socialdemocracia y la derecha. Los partidos de la izquierda en general han ocupado espacios laterales de poder institucional y han abandonado la lucha social y la movilización en todas sus vertientes. Han declinado su responsabilidad en la lucha de clases, de tal manera que hoy este conflicto ya no forma parte del debate social y las generaciones nuevas de la clase trabajadora no son educados en esta teoría. El enfrentamiento de clases, la lucha de la clase trabajadora, no tiene partido que defienda su discurso y ya no es siquiera un debate menor en los foros parlamentarios.
Las viejas organizaciones sindicales se han reconvertido en agentes y sujetos sociales del sistema. El capital les ha concedido a sus dirigentes un espacio acogedor y repleto de resplandor mediático, el denominado «diálogo social permanente». Este hecho ha modificado en el tiempo la estructura funcional de los sindicatos, ha neutralizado su respuesta horizontal y participativa, estrangulando la acción sindical, reivindicativa y política. No ha sido menos importante en esta conversión, la dependencia financiera de las subvenciones del Estado que hoy condicionan la propia supervivencia de su status quo, imponente en medios, dotaciones y recursos disponibles en estas organizaciones sindicales. En definitiva, el capital ha incorporado a su lista de colaboradores a muchos de los principales representantes de la clase trabajadora. Está consiguiendo en esta etapa histórica su mayor grado de acumulación superlativo en un contexto social pacificado.
Si entendemos el capital como un sistema de organización económico en su desarrollo científico, tendremos que considerar que en esta etapa de acumulación vertiginosa necesita de manera estratégica todas estas alianzas; las colaboraciones incondicionales de los Estados y la apropiación de sus riquezas, así como, la pacificación y subordinación de la clase trabajadora, fundamentalmente en su ámbito de centralidad y concentración, porque es aquí donde cobra fuerza y extiende su potencialidad y amplitud. Si estos dispositivos fallan, encuentran resistencia y no se desenvuelven con la celeridad precisa, el sistema tendrá en peligro su metabolismo; y en este momento este riesgo representa una amenaza mayor que en cualquier otra etapa de su evolución. Esto significaría ralentizar su inercia y ya no puede científicamente modificar su velocidad. No es posible reconstruirlo sobre su pasado, deshacer lo hecho, estos ciclos están ya agotados.
Necesitamos organizar una nueva respuesta, nuevos contenidos, nuevas esperanzas, o se impondrá la barbarie.
Nos enfrentamos a una lucha desigual en el que la ciencia y la tecnología son usados por el sistema. Cada nuevo descubrimiento fortalece su posición en su relación de fuerzas contra la humanidad, pero todavía tenemos espacios vitales para el conocimiento, el pensamiento, la empatía y la creación del individuo, que no se puede desagregar de su dinámica social. Los centros de trabajo, las escuelas, las universidades y los lugares de actividad social, son potencialmente constructivos de una respuesta comprometida que se sobreponga a la barbarie. Las nuevas generaciones de la clase trabajadora no conocen otra realidad distinta a la que viven, creen que sus condiciones precarias de trabajo siempre han sido así. No se ha transmitido entre las generaciones de la clase trabajadora la cultura de los derechos y la obligación de luchar por ellos. Tenemos que recomponer este vínculo.
Desde las organizaciones de clase necesitamos politizar todo nuestro trabajo. Esta crisis nos ofrece la oportunidad de convertir cada conflicto en un escenario de luchas de clases, tal como corresponde a su naturaleza. Todo conflicto por la defensa del empleo, de las condiciones de trabajo, por las protecciones y servicios públicos, contra las privatizaciones, debe ser una constante en la lucha política. Nuestro discurso debe abordar abiertamente la lucha de clases, su explicación, el reparto de la riqueza, la justicia social; y debemos hacerlo sin complejos, explícitamente, trascendiendo de lo puramente reivindicativo. ¿Acaso no es este el conflicto central entre capital y trabajo?
En el último año, las organizaciones sindicales del nacionalismo vasco y gallego, hemos trabajado con esta disciplina, lo que explica la dimensión y la dureza de los conflictos vividos, con numerosas huelgas en sectores que superaron los quince días y alguna mas de treinta días. Ambas organizaciones sumamos más de 20.000 delegados representantes sindicales en las empresas. Son el primer frente para el trabajo ideológico y el ejercicio de la praxis. Pensemos que en un contexto social y laboral no precisamente fértil y favorecedor para la acumulación de fuerzas, el hecho de que este número de trabajadores y trabajadoras hayan comprometido su esfuerzo y su propia estabilidad laboral en proyectos de abierto enfrentamiento al sistema, nos permite elaborar y creer en una alternativa sostenida contra el mismo. En el caso gallego, la CIG en sus movilizaciones se pronuncia públicamente por superar el capitalismo y crear el socialismo del siglo XXI. Hoy ya, las organizaciones sindicales de clase, deben ser abierta y reconocidamente un frente político, que trabaje de manera horizontal y conjuntamente con aquellas otras organizaciones de carácter social, críticas en su espacio con el sistema; al mismo tiempo con los partidos de la clase trabajadora influyendo en su política de masas, provocando la audiencia y defensa necesaria de nuestras reclamaciones.
Politicemos pacientemente a la clase trabajadora y su respuesta será la que debilitará este sistema.
Antolín Alcántara. Secretario Confederal de Negociación Colectiva y Salud laboral de la Confederación intersindical Galega.
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