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Respuesta a cinco lectoras canarias

Nuestros sexos

Fuentes: Rebelión

Lo primero que tiene que agradecer cualquier autor, es la lectura de lo que escribe, y si esa lectura es una lectura atenta y minuciosa, el agradecimiento se multiplica. Creo que es una lectura de esa índole la que me han dispensado Marta, Alicia, Belén, Isabel y Genoveva, cinco canarias a las que no conozco, […]

Lo primero que tiene que agradecer cualquier autor, es la lectura de lo que escribe, y si esa lectura es una lectura atenta y minuciosa, el agradecimiento se multiplica.

Creo que es una lectura de esa índole la que me han dispensado Marta, Alicia, Belén, Isabel y Genoveva, cinco canarias a las que no conozco, pero a las que desde ya considero amigas.

Les agradezco que me consideren un «intelectual honesto». Yo les concedo el mismo respeto y reconozco la obvia sinceridad que emana de su artículo.

Es hermosa – y siempre conmovedora para un cubano – la paráfrasis que hacen de un famoso artículo de José Martí, editado siete años después de abolida la esclavitud en Cuba y dos antes de iniciarse la guerra independentista de 1895.

Me temo, sin embargo, que no sea tan fácilmente resemantizable ese artículo para referirlo no a las razas sino a los sexos.

Martí daba por sentada la igualdad de las razas, pero no creo que puedan equipararse igualmente los sexos.

A nadie se la he ocurrido – excepción hecha de los racistas sudafricanos y a los directivos de las Grandes Ligas de baseball norteamericanas, antes de que, tras la Segunda Guerra Mundial, Jackie Robinson ocupara un puesto en la alineación de los Dodgers del Brooklyn, hacer competencias deportivas segregadas por razas. Pero creo que nadie acusaría de sexista a todos los juegos deportivos del mundo que establecen por separado las competencias de hombres y mujeres. No es igual la masa muscular en los individuos de ambos sexos, y la mejor corredora del mundo, no podía competir con Carl Lewis en los tiempos de su plenitud como atleta.

Quisiera decirle a mis amigas, por si no lo saben, que en Cuba hay legislaciones especiales para las mujeres. Existen puestos laborales que, por su rudeza, quedan reservados únicamente a los trabajadores, mientras que hay otros destinados esencialmente a las trabajadoras. No soy un experto en la materia, pero imagino que ello ocurrirá asimismo en otros países. Creo que esta especificación no tiene como objetivo apartar o acorralar, como decía Martí, a las mujeres, sino garantizarles una vida más plena y más justa en la sociedad.

La mujer cubana, al procrear recibe una licencia de trabajo de un año, con salario completo. Está establecido que, si por propia decisión, la pareja decide que la licencia se le conceda al marido en lugar de a la esposa, igualmente se hace. No es frecuente, sin embargo, acaso por los componentes machistas que sobreviven en el modo de ser del cubano pero, sobre todo, porque la mujer tiene sus características biológicas y por ello cumple funciones que el hombre no puede desempeñar, como es la lactancia del hijo.

Al menos en Cuba, es difícil hallar un caso en que un marido sea víctima del choteo o de, dicen mis lectoras, «algo más doloroso» «por estar ellos cocinando u ocupándose de los niños». Muchos cubanos cocinamos y son muy pocas las casas de mi país donde se deje de comer porque no exista un hombre capaz de preparar unos frijoles, una cazuela de arroz blanco o hacer una tortilla. Conozco madres internacionalistas que pueden serlo porque sus maridos se han encargado de cuidar los hijos de ambos, mientras ella está, como médico o profesora, en Zambia, en Pakistán o en Venezuela.

Les aseguro a mis amigas que cualquier cubana se reirá a mandíbula batiente cuando las oiga defenderlas de que alguien pueda tenerla por la fuerza. Violaciones pueden existir en cualquier sitio del mundo, pero quisiera aclararles a Marta, Alicia, Belén, Isabel y Genoveva que en Cuba nunca se he ejercido la violencia contra las mujeres como se ejerce en España, ni antes ni mucho menos después de la Revolución.

El paternocentrismo que caracteriza a España, en Cuba ha sido reemplazado por el maternocentrismo que nos viene de África. En Cuba, la madre es mucho más central que el padre. Tenemos ley de divorcio desde 1918 y, hoy por hoy, es muy difícil encontrar una familia en la que el padre maltrate a la madre y ella y sus hijos lo permitan. Porque, además, como casi no existen los matrimonios por interés económico — no tenemos mucho que repartir ni por lo tanto reclamar — las separaciones son mucho más sanas, infinitamente más centradas en los sentimientos que lo que lo son en España, en la que casi siempre una de las partes procura esquilmar y destruir a la otra.

Como la iglesia católica cubana nunca ha tenido el abrumador poder que tiene la iglesia católica española, hace décadas que la interrupción del embarazo es legal y gratuita en Cuba, y sólo la decide la mujer.

Por ello les pediría a mis lectoras canarias que no equiparen las realidades de la mujer en España y en Cuba. Y es que los países mayores y más ricos – mucho más los que han sido metrópolis coloniales – tienden a ignorar las especificidades, las diferencias de los más pequeños (a veces, hasta creen que no vale la pena conocerlas), y ahí si parece sobrevivir esa «costra tenaz del coloniaje» de que hablaba Rubén Martínez Villena, incluso en quienes la rechazan.

Acaso algunas de nuestras diferencias provengan, más que de criterios dispares, de mis incapacidades como escritor, porque a veces no logro decir lo que quiero decir.

En lo que toca a la idea de que la mujer «comprenda lo que debe comprender», me temo que no he sido claro. En ningún momento coloqué a la mujer- al menos no intenté colocarla – en una posición de subordinación al hombre. Me refería al aumento de los divorcios en los últimos tiempos, y tenía en mí la convicción de que la confluencia de la pareja es una coyuntura que requiere las ineludibles concesiones mutuas que hacen que dos personas de diversos orígenes, formaciones, educaciones, gustos, predilecciones y rechazos, consigan llevar una vida en común.

La mujer cubana, en los tiempos en que no trabajaba, en que no tenía la independencia económica que le permitiera ejercer su libertad, estaba obligada a «comprender». Cuando tiene esa independencia, puede generarse en algunas de ellas una perspectiva de poder que las lleva a actuar con la misma injusticia con la que el hombre ejercía su poder. ¿Venganza histórica? Puede ser, pero tan injusta como el ejercicio del poder incontestado del hombre.

Con respecto a la sensualidad, habría tema para una larga discusión, que implicaría indagaciones sicológicas, sociológicas, educativas y hasta de gusto, que no creo que podamos sostener aquí y ahora.

En lo que toca a la propuesta de dar la vuelta a la frase de Marrtí y alternarla con la que ellas sugieren, habría que pasarla a la Federación de Mujeres Cubanas. Yo les sugiero que hagan la propuesta a esa organización, aunque se me antoja que resulta algo parecido a lo que hace el Weather Bureau de Miami con los nombres de los huracanes del Caribe: los llama por unos nombres que siguen consecutivamente al abecedario pero alternando nombres de hombre y de mujer. Si el primero de llama Albert, el segundo se denominará Bertha. ¿No sería mejor que en vez de alternar frases, en una especie de compartimiento para cada sexo, como una especie de cuota para cada uno, buscáramos una comprensión que incluyera el sentido de las dos frases todos los años?

Me temo que mis amigas canarias tienden a lo que cabría llamar una «globalización» del sexo, que acaso sea la manera más simple de combatir el machismo.

Yo recuerdo, en los tiempos en que enseñé literatura griega, el caso de Tiresias, el ciego adivino tebano a quien Atenea (acaso la más feminista de las diosas griegas, a excepción de la radical Artemisa, quien condenó al pobre voyeur Acteón, a ser devorado por sus propios perros), celosa de sus habilidades adivinatorias, convirtió un tiempo en mujer. Cuando le preguntaron a Tiresias cómo se disfrutaba más el sexo, si como hombre o como mujer, el sabio no dijo que los dos sexos eran iguales, sino que la mujer disfrutaba más. Lo peor de la globalización es, justamente, el intento de hacer desaparecer las diversidades.

 

En lo que si discrepamos mis amigas canarias y yo, es en la idea que de su artículo se deriva sobre lo que es la literatura. No se escribe para «ayudar» a nadie con imágenes edulcoradas de la realidad. La mejor manera de «ayudar» y «hacer las cosas más fáciles» es tratar de comprender mejor lo que es, porque únicamente así podemos llevarlo a lo que debe ser.

Los cubanos, hijos de españoles y africanos, llevamos un inocultable componente machista en nuestra idiosincrasia, que por cierto no incluye el maltrato a la mujer ni el desconocimiento de los deberes del hombre dentro de la familia. Mi libro no ha querido impostar un cubano ideal y curarse falsamente de todos los males. Es, creo que está claro, el punto de vista de un cubano que respeta hondamente a las cubanas – como a todas las mujeres del mundo – y al que le encantaría ser complementado e incluso refutado por alguna mujer que se arriesgara a escribir sobre las cubanas. Ahí también, en los puntos de vista, la diversidad es una riqueza.

Me he pasado la vida enseñando literatura y claro que no asocio sexos con géneros narrativos pero, al menos en Cuba, las mujeres son muy frecuentes receptoras de las telenovelas, como muchos hombres lo son de las películas de artes marciales. Hay excepciones, claro: yo, que no soporto a Bruce Lee, miro muchas veces telenovelas que lo ameritan, como la excelente Roque Santeiro, del gran dramaturgo brasileño Dias Gomes.

Nada más: gracias a Marta, Alicia, Belén, Isabel y Genoveva por la lectura atenta y les ofrezco mi amistad y mis deseos de debatir con ellas de todo lo humano y divino.

Noticia relacionada: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=24730