Doy principio a estas líneas más de tres horas antes del gran evento. Aunque detesto el júrgol, conozco lo suficiente del deporte involucrado para saber que, salvo milagro u otro tipo de gruesa anomalía, ganará la selección española. De ahí el título. Título que encierra un lamento. Lamento que nace de una convicción: semejante «éxito» […]
Doy principio a estas líneas más de tres horas antes del gran evento. Aunque detesto el júrgol, conozco lo suficiente del deporte involucrado para saber que, salvo milagro u otro tipo de gruesa anomalía, ganará la selección española. De ahí el título.
Título que encierra un lamento. Lamento que nace de una convicción: semejante «éxito» será una nueva huida hacia delante. Acompañada, eso sí, de los típicos «excesos». Recordemos, por cierto, los de hace dos años, a raíz de la brillante Eurocopa de «la Roja» (no confundir con Pasionaria ni con ninguna otra figura del viejo comunismo trasnochado), constatados en un artículo que entonces reprodujimos aquí:
«El saldo de la «victoria»: en Madrid, una batalla campal de festejantes a botellazo limpio contra la policía (cincuenta y dos detenidos), un aumento en casi el cien por cien con respecto a lo habitual de avisos al 112, de agresiones, de accidentes de tráfico, de incendios y de intoxicaciones etílicas, al menos ciento cincuenta heridos, más de 43.300 kilos de basura (que requirieron el doble de operarios de limpieza que lo inicialmente estipulado), un autobús con pasajeros apedreado, jóvenes rompiendo los retrovisores de los vehículos que circulaban a última hora de la noche… En Cataluña, más de 80 incendios de contenedores de basura y catorce detenidos. En Alcalá de Henares, un hombre apareció vestido con la camiseta de la selección y un pantalón corto, tirado en el suelo, inconsciente, y en medio de un gran charco de sangre; murió poco después, al parecer por haber caído ebrio y haberse golpeado brutalmente la cabeza contra el suelo de mármol.»
Ahora cabe esperar que la celebración sea todavía mayor. Se trata de un «Mundial». De hecho, cuando el partido aún no ha comenzado, y la ebriedad propiamente dicha tampoco, los bocinazos ya se dejan sentir en las calles y atraviesan los muros de las viviendas en esta calurosa tarde de domingo. Y muchos dan por hecha la victoria dado que el equipo es muy bueno pero también porque lo ha dicho un pulpo…
Si no fuera porque uno ya conoce el percal, pensaría que gran parte de sus «compatriotas» -la mayoría, según los medios masivos- se han vuelto rematadamente locos. Depositar tantas esperanzas de felicidad en una final jurgolera no puede explicarlo, al menos en un sentido racional, ni siquiera el rampante pesimismo derivado de la crisis. (¿Acaso en tiempos de vacas gordas la celebración hubiera sido menor?). ¿Quién osa decir todavía que en nuestra época la religión está en horas bajas? En todo caso, endiosar a unos cuantos individuos, simples mortales como cualesquiera otros, y hacerlos aún más obscenamente millonarios de lo que ya lo son no parece indicio de sanidad mental. Sobre todo cuando el motivo, la conditio sine qua non, es que meten más veces una bola por una puerta que otro grupo similar de millonarios.
Algunos, para inyectar racionalidad al asunto, aseguran que una victoria esta noche puede reactivar el maltrecho PIB español. A fin de cuentas, la economía es en gran medida cuestión de confianza. Se citan, incluso, estudios que avalarían esos buenos augurios. A la vez se recuerda que «los problemas estructurales de España son muy profundos como para que una simple victoria nos saque de ellos». Hay, con todo, quienes sostienen que la psicología colectiva de un pueblo puede verse positivamente modificada, en forma de una mayor confianza en sí mismo, por una victoria de este calibre. Y que eso redunda en revalorizaciones bursátiles e incrementos del PIB. Pero se admite que se trataría de cambios efímeros y lo que no se dice -se trata de algo que sistemáticamente se omite- es que tales procesos no suelen beneficiar al conjunto de la sociedad.
Mañana, esos «patriotas» que han visto ganar a su selección no amarán más a sus semejantes, españoles o no, de lo que los aman hoy o los amaban ayer.
Que no se me entienda mal. Respeto el derecho de cualquiera a desear, incluso a anhelar, que gane «España». Incluso el de quienes no respetan el mío a desear lo contrario, convencido como estoy de que la derrota de ese equipo sería mucho más saludable y enriquecedora para todos los españoles (y sintiéndolo por los neerlandeses, a quienes no obstante tengo por más cívicos en promedio).
Cuando mañana el «pueblo español» amanezca resacoso tras la «victoria» (y algunos nos tengamos que levantar sin haber podido descansar gracias a las ruidosas celebraciones que nuestros queridos «compatriotas» nos han obligado a compartir), la realidad social, económica y moral será básicamente la misma que la de hoy y la de hace un mes. A saber, la de un país de soberanía menguante sumido en una crisis oscuramente gestada, la de un pueblo manipulado por sus tan mediocres como mendaces políticos, la de una sociedad enferma que prioriza idolátricamente lo vacuo mientras se deja engañar cada día más por los medios de imbecilización masiva.
Mañana, esos «patriotas» que han visto ganar a su selección no amarán más a sus semejantes, españoles o no, de lo que los aman hoy o los amaban ayer (algunos aún pensamos que la patria tiene que ver con eso…). No serán ciudadanos más cívicos y responsables. No habrán visto crecer su espíritu crítico -todo lo contrario- ni aprendido a estar más atentos a las mentiras del Poder. Serán, si cabe, súbditos aún más sumisos, ebrios de (falsa) victoria, aún más resignados a una realidad que se degrada por días pero embriagados por los goles de unos ricachos a quienes sus congéneres, uno a uno (que es lo que realmente cuenta), les importan un pimiento… salvo en la medida en que la gloria de los primeros -no por ello menos infelices- se asienta en la estulticia de los segundos.
La Policía del Pensamiento ya es legal y nosotros estábamos viendo un partido…
Sí, en la práctica la realidad será aún peor de lo que ya lo era antes de iniciarse el «Mundial». Al socaire de la colosal distracción facilitada por tan pingüe espectáculo, los señores de las tinieblas habrán consolidado sus posiciones. Mientras las masas duermen el sueño jurgolero, o mientras salen a la calle para celebrar un éxito inútil en lugar de salir para defender sus derechos, «los mercados» habrán dado pasos ya irreversibles para la demolición del estado del bienestar. No contentos con ello, quienes los manejan por detrás y sus lacayos los políticos, en plena fase final del «Mundial», habrán aprobado la vigilancia de cualquier tipo de discrepancia «radical», pacífica o violenta, frente al Sistema imperante, como lo prueba el documento aprobado hace escasas semanas por la UE y del que la inmensa mayoría de los europeos no tiene noticias. La Policía del Pensamiento ya es legal y nosotros estábamos viendo un partido… Y al mismo tiempo, a rebufo de la tontuna mundialera, la facción más belicosa de los siniestros señores de la noche no sólo imponía provocadoras sanciones contra el pueblo iraní, sino que se ha venido dedicando estas semanas a realizar un despliegue militar sin apenas precedentes en el Golfo Pérsico y zonas próximas.
En fin, todo sea por la victoria de «la Roja». Aunque nos dejemos unos cuantos gramos más de dignidad humana en ella. Amén.
Fuente: http://lacomunidad.elpais.com/periferia06/2010/7/11/nueva-derrota-espana
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