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Sobre el libro “El peón”, de Paco Cerdà

Nunca un peón es solo un peón

Fuentes: Rebelión

“El peón”, Paco Cerdà. Pepitas Ed. La Rioja – España. 253 págs.

Una reflexión sobre el peón. No sobre algún peón en particular. ¡No! Sobre el concepto de peón, tal como lo describe la Real Academia: como jornalero, soldado de infantería, persona que actúa subordinada a los intereses de otra, juguete de madera, pieza de ajedrez.

Esta última definición es de particular interés para nuestro texto. “Los peones son el alma del ajedrez”, recuerda el notable Philidor, músico y ajedrecista francés del siglo XVIII.

Sobre el papel del peón en el tablero arma Cerdà uno de los ejes de su historia. Es el recurso ingenioso sobre el que Cerdà hilvana su historia de los peones en el año 62 del siglo pasado. Año de la detención de Julián Grimau, delatado, torturado y fusilado el año siguiente por la dictadura de Franco, de la que recibió un tratamiento “exquisito”, según el ministro de información, Manuel Fraga. Es solo el primer peón que cae al inicio de la partida.

Yo cumplía 14 años el día en que empezó la novena ronda del Torneo Interzonal de Estocolmo, en la que el español Arturo Pomar se enfrentaba al Bobby Fischer: el 10 de febrero de 1962. La partida empieza con una variante de la Defensa Siciliana: 1.E4 c5. Nueve horas después, Pomar, con negras y un peón menos, mueve su rey a c6 y Fischer concede su odiada tablas. Y nosotros, de la mano de Paco Cerdà, hemos recorrido las 253 páginas de su libro, “El Peón”, esos pobres juguetes del destino, lentos, pequeños débiles, insignificantes, tantas veces manipulados. Pero no se equivoquen. Como nos muestra Cerdà, nunca un peón es solo un peón.

Fischer y Pomar mueven sus caballos. Fischer el suyo, a f3; el de Pomar a f6. Faltan todavía 75 movidas y nueve horas para el desenlace, en un torneo en que el norteamericano se consagra campeón y Pomar, en décimo primer lugar, no logra clasificar al siguiente.

Peones. Solo peones de una partida, que descubren, no eran las suyas. Francis Gary Power, piloto de un avión espía derribado sobre la Unión Soviética, espera de su lado del puente Glienicker, en Potsdam. Del otro lado espera el coronel de la inteligencia soviética, Rudolf Abel.

Son casi doscientos pasos, dice Cerdà, de un puente que –no hace mucho– también recorrí. Fíjese en la ligera diferencia del tono de verde que distingue las dos mitades, me dijo entonces alguien, recordando la antigua frontera entre los dos berlines, que pasaba también por aquí. En la escena –inmortal, dice Cerdà– desfilan los dos por ese pasillo, cruzan la línea fronteriza y caminan, ya de espaldas uno al otro, a sus propios destinos.

El norteamericano Powers deja escrito, en forma de augurio, una especie de testamento: “Más y más pequeños países mirarán hacia el Este porque no reciben nada más que pobreza del Oeste”. Un peón que avanza por el puente berlinés, sin imaginar lo que lo espera por haber sobrevivido, por no haberse suicidado por el bien de su bando.

Arturito Pomar, Robert Fischer: dos peones empiezan su carrera. A los once años Arturito es ya la gran promesa del ajedrez en España. Bobby juega su primera partida seria antes de los ocho, contra el campeón de Nueva York. Había nacido en un hospicio de Chicago, envuelto en el olor a miseria.

Mientras la partida sigue en Estocolmo, Cerdà recorre el mundo, reconstruyendo hechos ocurridos en 1962, el año de la partida. Van desfilando los peones en su mundo: los de la resistencia a la dictadura franquista, los de la lucha contra el racismo en EEUU, los de la revuelta minera en Asturias, que termina extendiéndose a casi todas las cuencas del país. Entre abril y junio son encarcelados 395 mineros. El día de San Isidro las mujeres gritan en la Puerta del Sol su solidaridad con las mujeres que, en Asturias, apoyan y sufren las huelgas mineras. No es el proyecto de Pilar Primo de Rivera, la jefa de la sesión femenina de la Falange.

Se repiten las historias de peones, en las cárceles de Franco, en las calles de Misisipi, en el tablero de Estocolmo (donde Fischer sacrifica un peón), en Viet Nam (una guerra lejana, donde quedó atrapado un peón), en la crisis de los misiles en Cuba.

Y la resistencia al franquismo en España, una y otra vez. El 11 de octubre de 1962 el papa Roncalli, Juan XXIII, abrió el Concilio Vaticano II en San Pedro. Un peón, hijo de peón, antiguo obispo de Calahorra, Fidel García Martínez, levanta la voz. Los suyos han mantenido un silencio cómplice con el régimen. Tiene 82 años y muchas batallas perdidas.

El niño prodigio, Arturito, ha ido desapareciendo del paisaje sentimental de España. Bobby también. Vive en la parte sórdida de Los Angeles, pasa 20 años oculto. La “otra América” ya no convive con los americanos visibles.

Cerdà va recordando a los peones, uno a uno, mientras se acerca el fin de la partida que, en Estocolmo, lleva ya cinco horas. Están en la movida 40 y debe ser aplazada. Fischer, con las blancas, deja en sobre sellado el movimiento que sigue.

Falta poco para que acabe. Es el movimiento 63. Fischer da jaque: a5+; Pomar mueve el rey a c6. Levanta la frente y ofrece tablas. Fischer se indigna. ¡Nadie le ofrece tablas! ¡Mucho menos cuando tiene un peón de ventaja!

Fischer avanza el peón a la penúltima casilla. Tras nueve horas de juego, la partida termina. Pomar mueve el rey. Pero ya nadie puede ganar: ¡tablas contra Fischer, con un peón menos!

Pobre cartero español, le dice Fischer al terminar. –Con lo bien que juegas, tendrás que volver a pegar sellos, cuando termine el torneo. Es el trabajo de Pomar: cartero. Como podría ser Franco, mero emisario del capital, arrodillado ante Washington. O podría ser la frase de Franco a cada uno de sus enemigos. Podría ser la frase del capitalismo americano a todos aquellos que desafían los intereses del imperio del dinero, dice Cerdà.

Pobres carteros, pobres peones, lentos, pequeños, débiles, insignificantes, pobres juguetes del destino, que no se entregaron ni se apartaron junto al camino…

Así ha reconstruido nuestra historia Paco Cerdà. En torno a la idea del peón, con la partida de Estocolmo como un eje; el año de la partida –1962– es el otro eje.

Una original historia del mundo contada con aguda inteligencia y particular talento. De “no ficción”, nos advierten discretamente en la contraportada. Ninguna es historia inventada. Como lo cuenta Cerdà, son crónicas sin trampas ni atajos, montadas sobre una cuidadosa investigación. Lo dice al final, cuando revela su método y sus fuentes. El resultado es un libro formidable. Lleva cuatro ediciones desde la primera, el 2020.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.