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Nutriendo las filas de la ultraderecha, Los arrogantes de Sahra Wagenknecht y las políticas de la identidad (II)

Fuentes: Rebelión

En la primera entrega de este artículo expusimos el diagnóstico que hace Sahra Wagenknecht sobre la izquierda-del-estilo de vida, sus horizontes, orígenes y las consecuencias en el ámbito político electoral que, a su juicio, han engrosado las filas de los partidos de derecha. En esta segunda entrega presentamos y problematizamos las propuestas que esboza la autora.

¿Homogeneidad, identidad nacional y ciudadanía?

¿Quién pertenece a una comunidad y quién no? Con esta pregunta podría formularse el fundamento al que Wagenknecht apela para plantear un programa político enfocado en la defensa del bien común y del sentido de lo común. Pero, precisamente, ¿cómo y quién define quién es miembro de una comunidad y cuáles son, entonces, los criterios? Para responder esta pregunta, la autora apela a la identidad, es decir:

Las identidades comunes se basan en relatos comunes que fijan valores, normas y reglas de comportamiento. Muchas tradiciones y costumbres tienen precisamente su valor en trasmitir un sentimiento de comunidad y de pertenencia, creando recíprocamente, con ello, sentimientos de lealtad.[1]

A través de esta definición, la autora propone reivindicar la dimensión comunitaria frente al creciente individualismo que detecta en las sociedades neoliberales, en donde se habría dado un proceso creciente de privatización y destrucción de lo comunitario, aunado a un desarraigo del ser humano de sus vínculos tradicionales y de confianza. Así, entonces, sin tal dimensión comunitaria, “como sabía Aristóteles, sin un sentimiento del nosotros (Wir-Gefühl) no sobrevive ninguna democracia. Pues, sin un fondo común de características comunes y de valores comunes tampoco puede existir una res pública.”[2]

Sin una comunidad concreta y con identidad nacional, afirma la autora, tampoco existe, para el Estado, su responsabilidad para con los asuntos públicos o comunes, “pues, únicamente en una comunidad que tiene asuntos comunes tiene sentido el concepto de bien común.”[3] Sin una comunidad concreta, prosigue, “la consecuencia lógica es la privatización de todos los ámbitos que eran vistos anteriormente como bienes públicos.”[4] Una comunidad concreta es una nación, nos dice la autora:

Las naciones surgen a través de una cultura y un lenguaje común, a través de valores compartidos, tradiciones comunes, mitos y relatos, pero también a través de una historia política en común, que incluso puede, en algunos casos, reemplazar la falta de características culturales previas.[5]

La identidad nacional también produce cohesión y sentimientos de solidaridad para con los más desfavorecidos económicamente, pero, a juicio de Wagenknecht, en el caso alemán, este sentimiento de solidaridad habría transmutado en un sentimiento de extrañeza y de condena hacia los pobres[6], no solamente porque se ha difundido el relato neoliberal que cifra el ser rico y exitoso en la voluntad de crecimiento personal, sino porque, con la llegada de migrantes provenientes de Siria, Irak y Afganistán, muchos de ellos comenzaron a recibir esta ayuda estatal de ahí que:

[…] Surgió la impresión de que la prestación Hartz IV, en medida creciente, beneficiaba a personas no-pertenecientes y que nunca habían trabajado para ser beneficiarios de dicho apoyo […] Investigaciones de distintos países comprueban que una alta tasa de inmigración reduce también el aporte económico para la redistribución fiscal.[7]

A juicio de la política alemana, y aquí encontramos el punto problemático que raya, podría pensarse, en una especie de discriminación o racismo[8], la pertenencia a una comunidad queda definida sobre la base de si la persona:

[…] Pertenece a una comunidad territorialmente delimitada… y nada tiene que ver con el racismo, si alguien ha nacido en el país o si, por lo menos, ha vivido largo tiempo, o si viene de afuera y sólo percibe derechos sin las obligaciones que esto contrae. Toda comunidad, aun incluso las modernas comunidades solidarias, se basa en distinguir entre aquellos que pertenecen a la comunidad y aquellos que no, pues las comunidades son espacios de protección que no pueden cumplir sus tareas si se encuentran abiertas a todos. El problema no es la distinción, sino los criterios mediante los cuales se hace. Es una cuestión de central importancia para la vida común de los hombres, y para las posibilidades de desarrollo de las sociedades, qué comunidades son fuertes y formadoras de identidad y cuáles se rompen o no llegan siquiera a existir. [9]

¿Qué deben hacer, entonces, los migrantes? Pues, a juicio de Wagenknecht:

Puesto que la identidad nacional es cultural e histórica, y no genéticamente determinada, hay también incontables ejemplos de integración exitosa y también vale para los migrantes: la cultura y la identidad no se pueden prescribir. Lo que puede esperarse de los migrantes no es, por lo tanto, que piensen y sientan como si hubiesen nacido en el país en cuestión, sino la disposición de comprometerse con la cultura de la mayoría y con sus valores, respetar el fondo de sus características comunes y empezar a comprenderse como ciudadanos del país en el que desean pasar su vida.

Que los seres humanos tengan diferentes costumbres y tradiciones y que crean en diferentes dioses, o que no crean en ninguno, que cocinen, vivan o amen diferente, no es ningún obstáculo fundamental para un sentimiento-del nosotros.[10]

¿Resignificando el conservadurismo?

Wagenknecht afirma que quienes se identifican con una comunidad nacional y priorizan lo comunitario asumen, a su vez, como parte de dicha identidad, el carácter de ciudadanos. Por este motivo, se sienten más unidos a las personas que cohabitan dicho territorio definido que aquellas que viven en otros lados, por tanto:

 No quieren que la política o la economía de su país sea dirigida desde afuera… Por ello, desean un estado que se encargue de la seguridad y de la estabilidad de sus ciudadanos, en vez de arrojarlos sin ningún tipo de protección a las incertidumbres y erupciones de los mercados globalizados.[11]

Para la autora alemana, ser conservador estriba en, precisamente, reivindicar la seguridad y estabilidad que el Estado otorgaría, y salvaguardaría, a sus ciudadanos, a saber:

Las personas que piensan así quieren mantener, de hecho, un sistema de valores y protegerlo frente a la destrucción que el capitalismo globalizado de nuestro tiempo ejerce a través de una presión asfixiante y que, en parte, ya se encuentra resquebrajado. Este sistema de valores está orientado hacia lo comunitario y pone énfasis en el significado del compromiso y la pertenencia. Esto se encuentra tanto en la tradición del movimiento obrero como dentro del conservadurismo clásico[12]

Pero, a juicio de la autora “Este conservadurismo de los valores tiene muy poco que ver con el conservadurismo político, esto es, con el de los partidos que en distintos países se llaman conservadores.”[13] Incluso, sostiene la autora, aparte del nacionalsocialismo alemán, cuya reivindicación del conservadurismo adquirió una forma racista, habría un conservadurismo no racial y liberal que, a pesar de priorizar la estabilidad de las relaciones de poder y de propiedad, habría terminado por tomar parte en la destrucción de las mismas al haber fomentado los procesos de privatización, flexibilización laboral y globalización, como sería el caso de Margaret Thatcher en Inglaterra o de la misma Angela Merkel.

El conservadurismo sería, de este modo, un sistema de valores, arraigado en una comunidad nacional, que priorizaría elementos comunitarios tradicionales y cohesionadores destinados a salvaguardar los bienes comunes. Wagenknecht reconoce que existe el peligro de, al reivindicar las tradiciones, defender elementos negativos de las mismas, como cuando se asocian a cuestiones raciales o a la defensa de los privilegios de una minoría. Si esto sucede, deben desecharse:

Pero despedirse de las tradiciones reaccionarias es algo muy diferente a festejar la disolución de la comunidad y festejar la desintegración de la sociedad en una coexistencia indiferenciada de individuos aislados, de pequeños grupos que son considerados como parte de una modernización progresista.[14]

La defensa y el anhelo de relaciones sociales estables y fijas, frente a la atomización neoliberal, debe reivindicarse, pues, los seres humanos, según Wagenknecht, no solamente buscan en sus vidas libertad, sino reconocimiento y sentimientos de pertenencia a una comunidad. Esto, no obstante, no significa destruir los derechos ganados por las mujeres o por las minorías, sino hacer énfasis en que las personas son, en este sentido, “conservadoras”[15] porque buscan estabilidad, seguridad y reconocimiento dentro de sus comunidades. De hecho, prosigue la política alemana, estas personas son en su mayoría de izquierdas, pues buscan no solamente seguridad y estabilidad sino también una mayor igualdad social. Por ello, le reprocha al liberalismo de izquierda, “quien participa en desacreditar moralmente la identidad nacional, el anhelo de estabilidad, de  confianza y cohesión, destruye con ello la base social para una política que pueda mantener a raya a los mercados y la desigualdad.”[16]

Un Estado nacional fuerte y un sentimiento del nosotros

Todo lo anterior debe conducir a reconfigurar un Estado que asuma un papel fuertemente regulador frente a los mercados, que se encargue de reedificar el Estado social keynesiano destruido durante la época neoliberal y que existía en la época de posguerra. El Estado no debe ser considerado como un peligro o como una institución obsoleta, como apuntan los neoliberales y los liberales de izquierda, sino que debe ser entendido y usado para limitar a las empresas y a los mercados, al mismo tiempo que debe procurar el bienestar para sus ciudadanos.

El análisis propuesto por Wagenknecht insiste en que el Estado nunca se diluyó, como algunos teóricos creyeron ver, y prueba de ello serían las monstruosas ayudas económicas que inyectaron a las empresas en las épocas de crisis, como, por ejemplo, en el 2008 y durante la presente pandemia. Si bien el Estado nunca desapareció, fue reconfigurado para ser el salvavidas de las empresas en momentos de crisis y, bajo el argumento de que existía un Estado débil, que era ineficaz y obsoleto, se justificaron las privatizaciones de los servicios públicos.

Estaría bien, evidentemente, si el Estado pusiese como punto central los intereses de las mayorías y no el de las minorías económicamente fuertes. Pero este problema no será resuelto subordinando, y disolviendo, el Estado-nación a las instituciones supranacionales, sino a través de la reconstrucción de la democracia dentro de los Estado-nación.[17]

De igual modo, “el medio más seguro para evitar guerras serían las transformaciones dentro de los Estado-nación que vuelvan a posibilitar un control democrático de la política.”[18] Esta exigencia de recuperación de la soberanía nacional también encuentra eco en las críticas que realiza Wagenknecht contra las instituciones de la Unión Europea, ya que estas habrían beneficiado a grupos empresariales y de poder en detrimento de la mayoría de sus ciudadanos. A su juicio, esta sería una de las causas fundamentales por las que el Brexit habría triunfado en Reino Unido. Ante esto, lo que propone es un proceso de integración europeo basado en la confederación de estados democráticos, en donde solamente se implementen aquellas decisiones tomadas en los parlamentos nacionales respectivos, teniendo como criterio la defensa del bien común.

Como una de las grandes tareas que podrían esperarse, sería una estrategia de digitalización europea que nos hiciese independientes de los pulpos de datos americanos y de las equipadas empresas tecnológicas chinas. A estas tareas también pertenecería la creación de un sistema de pagos que posibilite la soberanía europea frente a las amenazas de sanciones por parte de Washington. Necesitamos una reindustrialización de Europa que devuelva los puestos de trabajo y el bienestar. Además, sería de gran ayuda una política tecnológica y medioambiental y una política fiscal que pusiera freno al dumping fiscal.[19]

Estado subordinado y democracia “secuestrada”

La soberanía estatal es, en este sentido, solamente un requisito y no una garantía para que, políticamente, los intereses de las mayorías sean respetados y se puedan realmente materializar. Para que esto pueda darse en la realidad se requiere, a juicio de Wagenknecht, una reconfiguración de las condiciones sobre las que se da la participación democrática.

En el diagnóstico comparativo que presenta la autora sobre este asunto, en Alemania, se pueden destacar los siguientes puntos:

  1. La participación política se redujo en unos 14 puntos porcentuales. Mientras que a finales de la década de los ochenta acudían a votar arriba del 90% de ciudadanos, para 2017 la cifraba llegaba al 76%.
  2. Durante el neoliberalismo se dio un incremento de los grupos de influencia (lobbys) provenientes de los sectores privados dentro de la política.
  3. Después de las dos guerras mundiales, el capitalismo quedó desacreditado como sistema económico que propiciara la paz y el desarrollo.
  4. La existencia de la Unión Soviética representaba uno de los mayores temores de las élites y oligarquías capitalistas hasta su caída.
  5. Durante el neoliberalismo, el número de afiliados de los partidos se redujo considerablemente, por ejemplo, de tener, anteriormente, un millón de afiliados en el SPD, en 2020 el número de afiliados totales entre los socialdemócratas (SPD) y los conservadores (CDU) alcanzó la cifra de 400 mil.
  6. Los medios de comunicación forjaron una alianza más estrecha con las élites y, aunque dejaron de tener en los últimos años una presencia destacada debido al auge de las redes sociales, el espacio de discusión democrática se ha ido cerrando cada vez más, pues, los algoritmos de estas redes sociales congregan a las personas que tienen el mismo punto de vista y, por ende, inhiben cualquier tipo de discusión seria.
  7. Los grandes medios de comunicación defienden los intereses de las grandes empresas y sirven de plataforma ideológica para generar consensos.
  8. Las empresas han pervertido el ejercicio científico al corromper a investigadores y expertos para justificar la venta de sus productos altamente nocivos. Algunos de ellos pertenecientes a universidades públicas que son financiados con estos fondos.

La desconfianza de la sociedad hacia el Estado derivó, según Wagenknecht, del recorte presupuestario que se hizo a las instancias encargadas de llevar a cabo tareas sociales, lo que condujo, debido a su rendimiento deficiente, a que fueran cedidas a empresas privadas.

El relato neoliberal de un estado ineficiente y despilfarrador de impuestos, al que debido a su incompetencia debe otorgársele menos dinero, se convirtió en una profecía cumplida: entre peor equipadas estén las oficinas de gobierno, tanto peor trabajarán.[20]

La democracia pasó a ser su contrario, en vez de preocuparse y velar por los intereses y derechos de las mayorías, se enfocó en defender los derechos de una minoría rapaz, a costa de todos los ciudadanos. Sahra Wagenknecht, y aquí es donde debería prestarse atención si se quieren buscar algunos de los fundamentos sobre los que edifica varias de sus propuestas, hace suyas las tesis de los “ordoliberales”[21], en quienes ve la posibilidad teórica de hacer compatibles la economía de mercado con la democracia, entendida esta última como el espacio de decisión sobre los asuntos comunes que subordine, limite y regule a aquella. De esta manera, lo que se plantea es una economía de mercado sin consorcios empresariales que puedan llegar a ser monopolios, en palabras de la autora:

Para lograrlo necesitamos leyes fuertes antimonopolio que no sólo permitan una desconcentración de los grandes poderes económicos, sino que también los prescriba.[22]

Wagenknecht aboga por una democracia directa y por la construcción de una segunda cámara de diputados con poder de veto, en donde sus miembros sean elegidos a través de un sorteo. Los ejemplos que toma como modelo son Suiza e Irlanda y basa el método por sorteo en la forma que se tenía en la Grecia clásica para elegir a los funcionarios públicos que cumplieran los requisitos.

Una economía digitalizada sin innovaciones y altamente especuladora

En el análisis propuesto por Wagenknecht se caracteriza someramente el desarrollo del capitalismo en los últimos 200 años, esto con el fin de señalar, de manera incisiva, que la economía en general, y la economía digital en particular, en comparación con los desarrollos alcanzados por el capitalismo en décadas pasadas, representa un estancamiento y un agotamiento de las fuerzas productivas. “Hay progreso en la medicina y en la biotecnología, pero las grandes cuestiones permanecen sin resolver.”[23]Por ejemplo, si se renunciase al uso de los combustibles fósiles, ¿podrían la energía solar y la energía eólica, así con el grado tecnológico en el que se encuentran hoy en día, realmente proveer de energía a los hogares y a las industrias? La respuesta es, no.

Wagenknecht critica que el único sector que se desarrolló, consiguiendo cuantiosas ganancias, pero aportando realmente poco al progreso social, fue la economía digital.

¿Pero qué tipo de ideas son esas? ¿Mejoran realmente nuestras vidas los algoritmos de precios de Amazon, el software de espionaje de Google o los clicks de dopamina de Facebook que nos hacen adictos? ¿Hacen Uber o Upwork (plataforma para trabajar de “autónomo” o freelance) realmente más relajado y menos agobiante nuestro trabajo?[24]

Incluso los utensilios cotidianos parecen haber sido degradados para que se sustituyan cada cierto tiempo. “El capitalismo hace tiempo que dejó de ser productivo e innovador como alguna vez lo fue y como aún hoy se le atribuye.”[25]De igual modo, dejó de ser una sociedad en donde se recompensa a los más productivos o a quienes por mérito propio consiguen un ascenso social, más bien se beneficia a las personas en función de su origen social.

Si el fin del capitalismo es la generación de dinero, entonces, pareciera ser que, durante las últimas décadas, los únicos negocios que obtuvieron ganancias increíblemente grandes fueron las empresas de la economía digital, mismas que no producen nada realmente, sino que cotizan en la bolsa y especulan con sus acciones. Las empresas, en cambio, que se dedican a la producción de bienes materiales no desarrollaron ni innovaron tampoco sus productos:

En los segmentos lucrativos del mercado se trata apenas de valores de uso mejorados, de lo que se trata, sobre todo, es del mejor truco de marketing. Se trata de encarecer los productos al destacarlos y convertirlos, ficticiamente y a través de un relato especial, en bienes culturales que puedan generarle a los clientes más exigentes el sentimiento de ser muy especiales… Las ideas con las que obtienen sus ganancias son ideas de venta.[26]

Los gigantes tecnológicos, ubicados en Sillicon Valley, gastan sus capitales en proyectos de investigación, considera Wagenknecht, absurdos. En vez de invertir en la investigación de nuevas fuentes energéticas no contaminantes y en propulsores más eficientes, invierten en sistemas de software que permiten que un automóvil pueda estacionarse o conducirse solo, aunado a la generación de algoritmos encargados de recopilar los más íntimos datos del usuario.

El predominio de los pulpos de datos de Silicon Valley, cuya ganancia se basa menos en la creación de valor como en la destrucción de valor y que se dedican a conseguir posiciones monopólicas en diferentes rubros, conlleva, en el resto de la economía, a ahogar la innovación y a ralentizar el desarrollo tecnológico.[27]

Pero, no solamente los grandes pulpos tecnológicos de datos se han visto beneficiados con cuantiosas ganancias, “También el sector financiero crece bastante bien y rápido desde hace 30 años, más que la economía real y, así como las ganancias de la economía digital, éstas también se basan fundamentalmente en la destrucción de valor y no en la creación de valor.”[28]Este sector se ha vuelto poderoso económicamente porque las deudas y fortunas crecen más rápido que la economía real y la causa de esto, señala Wagenknecht, fue la creciente desregulación de los mercados, la globalización, el incentivar la especulación sin ningún tipo de reglas y la reducción de los servicios sociales.

Frente a esto, la política alemana aboga por el fin de los derechos que se les otorgan a los gigantes tecnológicos para recopilar los datos de todos los ciudadanos europeos, creando leyes que lo imposibiliten y desarrollando un sistema de información independiente de los 5 grandes gigantes (Facebook, Google, Amazon, Microsoft, Apple). Del mismo modo, propone invertir en investigaciones para crear fuentes de energía no contaminantes, la creación de leyes que impidan la especulación y promover una distribución justa de la riqueza social que posibiliten un consumo creciente de las masas trabajadoras sin comprometer el medio ambiente

Conclusión. El enemigo es de clase

Una cuestión importante que salta a la vista en el libro de Sahra Wagenknecht es la constante crítica y enfado frente a lo que denomina clase media académica, como vimos en la primera parte de este artículo. Pareciera ser que Wagenknecht busca explotar la contraposición de la clase obrera precarizada frente a la clase obrera[29] que se vio beneficiada con el aumento del valor de su fuerza de trabajo durante los últimos 40 años. Esto sucedió, precisamente, porque el capital se digitalizó y requirió mano de obra cualificada en rubros que antes no existían, y sin los cuales el capital no podría realizar sus respectivas ganancias, aun cuando estos nuevos trabajadores no crean un ápice de valor, como bien lo señala la autora alemana. Pero, ubicar en la clase media académica al enemigo, aun cuando si bien es cierto que han hecho de su estilo de vida el criterio último para enjuiciar y condenar todo aquello que no cumpla el canon de su propio consumo, es desdibujar, e incluso tergiversar, la comprensión de las dinámicas sociales desde un punto de vista que se asume de izquierda, pues el adversario político, en realidad, es la clase burguesa[30]. Esto no quita que el diagnóstico que hace de la izquierda-del-estilo de vida sea acertado y que, en efecto, esa izquierda haya coadyuvado al fortalecimiento de los movimientos y partidos de derecha al alejarse de las cuestiones de clase y al mimetizarse con la cultura política norteamericana de la izquierda posmodernizada.

Por otro lado, si bien se hace mención al poder que las empresas digitales fueron ganando en términos económicos y políticos, no se encuentra ninguna mención o crítica a las empresas del complejo militar industrial, o a los capitales productivos de donde sí se extrajo el plusvalor sobre el que se especuló: las empresas de alta tecnología que requieren de minerales raros que se encuentran en los países periféricos o “tercermundistas”, empresas aeroespaciales, farmacéuticas y empresas de biotecnología, las grandes petroleras, las constructoras de inmuebles, las empresas automovilísticas que están migrando, a pesar de sus resistencias, a la plataforma de negocios que les ofrece el capitalismo verde, etcétera. Las propuestas, como hemos indicado líneas más arriba, encuentran su base teórica en economistas alemanes que se ubican dentro del espectro conservador y que abogan por una economía social que regule los mercados, así como en los planteamientos conservadores de Roger Scruton.

No podemos saber si dichos “descuidos” y recursos teóricos a los que apela, junto al señalamiento incisivo que hace hacia la clase obrera privilegiada, son producto de una falta de rigor en la investigación, e incluso un “abandono” de los planteamientos críticos de la izquierda, o si son parte de una estrategia política y retórica para allegarse de los núcleos más pauperizados de la clase obrera alemana, a quienes quiere atraer a Die Linke para que no engrosen las filas de la ultraderecha. O, quizá, es una estrategia para introducir dentro de la izquierda planteamientos que parecen de izquierda[31] cuando, en realidad, son de derecha y que se alejan, en este caso, de algunos planteamientos de carácter marxista y revolucionarios.

¿Podría ser el caso de que en los planteamientos de Sahra Wagenknecht latan, a lo lejos, las ideas del Querfront[32], aquel frente que intentaba unir las ideologías del nacionalismo y del “anticapitalismo” durante la República de Weimar y que fracasó con la llegada de Hitler al poder? ¿Quién nutre entonces las filas de la derecha y de la ultraderecha?

NOTAS


[1] Wagenknecht, Sahra, Die Selbstgerechten: Mein Gegenprogramm-für Gemeinsinn und Zusammenhalt, Alemania, Campus, 2021, p. 262.

[2] Ibíd., 273.

[3] Ibíd., p. 273.

[4] Ibíd., p. 274.

[5] Ibíd., p. 302.

[6] A quienes el Estado alemán apoya con el Hartz IV, una ayuda económica que contempla el pago de la renta de la vivienda y una suma de dinero.

[7] Ibíd., p. 276-277.

[8] Aunque, como veremos a continuación, la autora propone la integración y el auto-reconocimiento, por parte de los migrantes, de ser y sentirse ciudadanos del Estado del país en el que viven. Para Wagenknecht, el sentimiento de pertenencia (Zugehörigkeit) juega un papel relevante, pues, dicho sentimiento define y construye valores como la solidaridad y tiene un rol central para la cohesión social y la reciprocidad.

[9] Ibíd., p. 278.

[10] Ibíd., p. 307.

[11] Ibíd., p. 281.

[12] Ibíd., 282.

[13] Ídem.

[14] Ibíd., p. 285.

[15] Sahra Wagenknecht retoma las ideas del filósofo conservador británico Roger Scruton, quien desde cierto “hegelianismo” de derecha, y siguiendo varios de los planteamientos de Edmund Burke, quiere recuperar los valores tradicionales y combatir la “división real” que realiza el marxismo en la sociedad.

[16] Ibíd., p. 290.

[17] Ibíd., p. 297.

[18] Ibíd., p. 298.

[19] Ibíd., p. 314.

[20] Ibíd., p. 335.

[21] Los ordoliberales o Escuela de Friburgo fueron un grupo de economistas alemanes de posguerra que plantearon una economía social de mercado, esto es, una economía que obedeciera las reglas impuestas por el Estado, en donde se evitaran monopolios y oligopolios mediante leyes férreas y en donde se aseguraran “contrapesos” como los sindicatos, además de impulsar una economía basada en el bien común y en valores como la solidaridad y el sentido de lo común. Alexander Rüstow y Walter Eucken son los autores a los que Sahra Wagenknecht hace referencia explícitamente.

[22] Ibíd., p. 340.

[23] Ibíd., p. 349.

[24] Ibíd., p. 350.

[25] Ídem.

[26] Ibíd., p. 353.

[27] Ibíd., p. 356.

[28] Ibíd., p. 357.

[29] Por clase obrera entendemos, siguiendo a Marx, aquella clase social que se define, y sobrevive, por su dependencia a un salario, sea este alto o precario, en oposición a la clase que posee capital y medios de producción.

[30] “Pero aquí sólo se trata de personas en la medida en que son la personificación de categorías económicas, portadores de determinadas relaciones e intereses de clase” Marx, Karl, El capital, I. Prólogo.

[31] Sobre todo en una época en donde, dado los desastrosos resultados que ha dejado tras de sí el neoliberalismo, hacen que cualquier intento de regular y limitar el poder de las trasnacionales y de los mercados financieros sea visto inmediatamente como progresista y de “izquierda”. En qué sentido lo sea o no, es un asunto a debatir.

[32] En la historia alemana de la época de la República de Weimar (1918-1933), encontramos un curioso y extraño movimiento, o estrategia política, llamado Querfront (frente transversal) que intentó crear una unión entre las corrientes comunistas, nacionalistas y anticapitalistas. Una especie de unión entre izquierdas y derechas de carácter nacionalista pero no nacionalsocialista. Al respecto y de manera muy sintetizada, véase: https://www.antifainfoblatt.de/artikel/der-begriff-querfront-eine-historische-betrachtung