«¿El fin justifica los medios? Esa doctrina contradictoria, psicológicamente inconcebible, fue malignamente atribuida a los jesuitas por sus adversarios, protestantes – y a veces católicos – que, a su vez, poco se preocupaban con escrúpulos en la elección de los medios para llegar a sus propios » fines»(…) Los jesuitas, a su vez rivalizando con […]
León Trotsky [1]
Releer los clásicos, cuando estamos ante acontecimientos que, sugieren cambios de dimensiones históricas, es una de las tradiciones de la izquierda, que se perdió y que debemos recuperar. El epígrafe de Trotsky nos remite a dos de los temas candentes de la coyuntura brasileña: la relación entre los fines y los medios para una estrategia socialista, además de los procesos de adaptación social y deformación política de organizaciones que se transformaron en lo contrario, de lo que pretendían ser cuando fueron creadas.
Trotsky admite que la Compañía de Jesús nació como una respuesta medieval a la Reforma Protestante, por lo tanto, históricamente, reaccionaria, pero que con el tiempo, se adapto a las presiones sociales del capitalismo. Los jesuitas, hasta para poder permanecer en el Vaticano, dejaron de ser jesuitas. El proceso de evolución histórica del PT llego, también a una encrucijada: a lo largo de los veinte años que nos separan del fin del régimen militar, para legitimarse como un partido electoral, resignado a los estrechos limites del régimen democrático liberal de Brasil, el PT debió dejar de ser petista. Fue un proceso de readecuación política, el renegar de su origen, pero también, de transformación social, fue una ruptura con las bases sociales de su constitución, apoyado en la CUT y en el MST.
Son dos también, los argumentos de este artículo. El primer tema se refiere a la constatación indudable, pero que encuentra previsibles resistencias, de que la crisis del PT es terminal. El segundo, es la defensa de la lucha contra la corrupción, como una bandera democrática innegable del programa de la revolución brasileña, tema polémico, por lo tanto, vital, para la reorganización sindical y política en curso, con el colapso de la CUT y del PT. Estas dos premisas se articulan para defender que la izquierda no puede dudar ante la lucha, como medio para derrumbar al gobierno Lula. Lo que nos vuelve a la discusión sobre los fines y los medios.
Capitalismo y corrupción
Recordemos, para comenzar a hablar, lo que la historia y el marxismo nos dejaran como fundamentos «graníticos» sobre la corrupción. Nunca existió capitalismo sin corrupción. Capital y Estado estuvieron siempre unidos a través de las más variadas complicidades. Desde el inicio de las pioneras Repúblicas italianas, cuando Europa recupero del Islam el control de las lucrativas rotas comerciales del Mediterráneo, pasando por la conquista de América por las Coronas ibéricas, sin olvidarnos los casi ciento cincuenta años de disputa entre Londres y Paris por la supremacía del mercado mundial: la corrupción estaba ya allí en todos los puertos, en todos los tribunales, en todas las Cortes, en todas las lenguas. La corrupción nunca fue privilegio de los latinos, ni de los chinos, ni de los árabes. Desde el siglo XIX habló más que cualquier otro idioma el latín moderno o el inglés. Comprando favores, dislocando a su competencia, eludiendo las leyes, sobornando autoridades, obteniendo cargos. Significó la fuerza del dinero abriendo los cajones del poder, y el dominio del Estado favoreciendo los cofres de la riqueza.
Cuando argumentamos que capitalismo es corrupción, que siempre caminaron dados de las manos, muchos nos preguntan ¿si la corrupción no sería inevitable en cualquier sociedad?, ya que nadie ignora que al final tanto en la URSS, como en China las burocracias estatales se regocijaron en privilegios eludiendo sus propias leyes. ¿La corrupción no es expresión de las incoherencias sombrías de la naturaleza humana? Los socialistas defienden que no existe fatalismo en la condición humana que nos condene a la corrupción. Que así como existieron sociedades que no conocieron la explotación del hombre por el hombre, también ignoraron la corrupción. La corrupción es una enfermedad económico-social, y se explica en función de circunstancias históricas.
La percepción de que en Brasil, la apropiación privada del Estado por el mundo de los negocios, tuvo siempre su raíz en la impresionante desigualdad económica y social, es fundamental para mantener el sentido de las proporciones ante el colapso del PT. Al transformarse, a partir de 1988, en un partido que se formalizaba preparándose para la gestión del Estado, sin amenazar al capitalismo, el PT selló de esta forma su destino. Con un programa de adaptación política a un capitalismo que no crece, en una sociedad en que la desigualdad no deja de aumentar, y en la cual la movilización social viene disminuyendo desde hace un cuarto de siglo, o sea, un reformismo sin reformas, no podría evitar la degeneración metodológica y ética. Cuenta la sabiduría oriental que el pez muere por la cabeza. Ya el Padre Antonio Vieira decía que el pez, se pudre por la cabeza. El marxismo alerta que la cabeza no es inmune a la presión del piso, que los pies pisan.
El PT eligió el camino de la social democratización que ya había sido recorrido en América Latina por muchos otros, hasta por organizaciones que encabezaron revoluciones democráticas, como los sandinistas. Si, aún los partidos que se formaron en la severidad de las condiciones de la lucha armada contra dictaduras – como el FSLN, o los Tupamaros o el Farabundo Marti – cuando aceptaron transformarse en partidos electorales, resultaron vulnerables ante la presión política y social de la democracia liberal, parece increíble que el PT, que ya nació como un partido electoral, sea presa fácil de la corrupción endémica del Estado brasileño. Solo era en el fondo, una cuestión de tiempo, para que el PT evolucionara del financiamiento legal de los monopolios – en práctica desde 1994 – para un sistema de caja dos – a ejemplo de los partidos tradicionales – y, luego hacia la transferencia de recursos recaudados para los partidos aliados, el sistema del » mensalão» (una contribución mensual que recibía cada diputado para apoyar las propuestas del gobierno en el Congreso, y que culminó con el enriquecimiento ilícito de sus burócratas).
El dominio del Capital siempre fue la asociación legal o ilegal, por lo tanto, siempre ilegítima e inmoral, de la riqueza con el poder. Todos los partidos comprometidos con el régimen democrático-electoral y, por eso, financiados por el capital, fueron fomentados, en todos los tiempos y lugares, por la fuerza del dinero. En los últimos cien años, a escala mundial, la inmensa mayoría de los instrumentos de representación política de los trabajadores, cuando se consolidaron regimenes democráticos, ya sea en el centro o en la periferia, fueron absorbidos por la presión del electoralismo. La social democracia europea antes de la 1ª Guerra, o los partidos eurocomunistas luego de los años 60, mucho antes del PT, confirmaron que es difícil, políticamente, y compleja, social y organizativamente, la construcción de reservas o filtros de inmunidad ante la presión de fuerzas sociales hostiles. Degeneraron, absorbiendo además de los métodos del electoralismo, sus vicios. Sus dirigentes, del SPD en Alemania, y del Labour en Inglaterra, o del PCF en Francia y del PCI italiano, experimentaron, primero con los Parlamentos, luego con el ministerialismo, un proceso de ascensión económica y de acomodación social irrecuperable.
Adaptación política y degeneración burocrática
Admitamos, que los privilegios de los aparatos social-demócratas fueron el ante-sala de aberraciones aún más graves. Y como si no bastasen las despreciables excentricidades de la burocracia rusa, como la colección de automóviles de Brejnev, o la cómica sucesión de tipo monárquico, en nombre del socialismo, del régimen totalitario en Corea del Norte; la izquierda del siglo XX vivió la degradación del asalto de los sandinistas a las mansiones en Nicaragua. Por lo tanto, presiones sociales en sociedades desiguales nunca deben ser, subestimadas: los que se dejan confundir políticamente, asimilan los métodos de la política burguesa – en la que todos son mercaderías, incluyendo el voto – y, finalmente, se rinden a un modo de vida de ostentación. Esto es lo que confiesan los principales líderes petistas cuando, de manera casi grotesca, invocan absolución porque estaban actuando de acuerdo con las «reglas del juego».
Claro, ahora el PT murió. Murió, comparativamente, al igual que el estalinismo murió con la caída del muro de Berlín. Está dándose lo que los dialécticos denominan el salto de cantidad en cualidad. Cuando el publicista que creo el Lulita paz y amor confeso sus pecados, ironía de la historia, clavó una navaja en el corazón del PT. Relacionado con cualquier análisis, el marco histórico parece imposible de ser contorneado, dado que se puede sucumbir a los impresionismos de coyuntura. Solamente una perspectiva más amplia podrá permitir explicar, como el partido político que fue la expresión electoral del movimiento obrero sindical y de la mayoría de los movimientos sociales brasileños, de los años ochenta, se transformo, a partir de su más alta dirección, en irrecuperablemente este, una espantosa amalgama de arrivistas y estafadores.
El tema de la burocratización, de los partidos de los trabajadores asalariados en sociedades urbanas, permanece siendo un fenómeno polémico. Al analizar a la socialdemocracia de cien años atrás, Lenin recurrió al concepto de aristocracia obrera para intentar explicar la creciente diferenciación social en el mundo del trabajo en el transcurso de el siglo XIX para el XX, e intentar comprender porque una mayoria de las bases sociales y electorales de la socialdemocracia apoyó sus respectivos gobiernos, al inicio de la guerra de 1914. Mientras tanto, se recuerda mucho menos que Lenin previo que ese apoyo seria efímero, aún entre los sectores de la clase trabajadora que obtuvieron concesiones en la etapa histórica anterior. La aristocratización de un segmento de la clase obrera era comprendido por la izquierda marxista como un fenómeno, esencialmente, económico y social, en cuanto el agigantamiento del aparato sindical y de las fracciones parlamentares absorbidas por el Estado, era discutido como un proceso, esencialmente, político. Aristocracia obrera y burocracia obrera no eran identificadas como el mismo fenómeno social, porque la aristocracia, un concepto relativo a las condiciones materiales y culturales de existencia de la clase trabajadora de cada país, permanecía siendo un sector de clase, aunque privilegiado, en cuanto a la burocracia sindical ye parlamentaria de los aparatos socialdemócratas seria una casta exterior al proletariado.
La Crisis terminal del PT y el debilitamiento del gobierno Lula
Estamos desde hace dos meses frente a dos crisis que, no siendo iguales, corren paralelas y son indisociables, la crisis terminal del PT y la crisis política del gobierno Lula. El PT, tal como fue en los últimos veinticinco años, no podrá resistir. Estamos acompañando una revolución mental en la cabeza de millones de trabajadores y jóvenes, un proceso de importancia histórica. El PT podrá, talvez, subsistir como un partido electoral, aun así, tiene que expulsar gran parte de su dirección histórica, pero jamás podrá ocupar el papel que tuvo junto a los sectores organizados de las clases trabajadoras y los movimientos sociales. Será un partido electoral con otra base social. Se engañan aquellos que subestiman la actual crisis del petismo. El desmoronamiento de la autoridad del PT – y en menor medida, del propio Lula – que se aguantó en la cuerda floja los primeros treinta meses de gobierno, aún con una política antipopular, tiende a ser vertiginoso.
Lo que no impide que las parcelas mas atrasadas, desinformadas y, sobretodo, desorganizadas de la población, aquellas que fueron las últimas en girar electoralmente hacia el apoyo a Lula, puedan continuar exprimiendo durante algunos meses, o hasta mas tiempo, su intención de voto en Lula para el 2006. Fueron los últimos en desplazarse en el apoyo a Lula, porque nunca tuvieron referencia en el PT o, a lo sumo, en cualquier partido, y serán los últimos en romper. Ese proceso profundo y más lento no será, con todo, relevante para el destino del PT. El futuro del PT está siendo decidido en las grandes fábricas, como en las ensambladoras automotrices y en las siderúrgicas, en las refinerías de la Petrobrás, en las Universidades, entre las clases medias de alta escolaridad y bajos salarios, por fin, en las grandes ciudades y en los movimientos sociales que siempre fueron su retaguardia social.
Aunque el gobierno Lula todavía no acabó – no se apoyaba solamente en el PT – a pesar de que se encuentra muy fragilizado. Estuvo pendiente en estos treinta meses del apoyo del imperialismo, de la banca, de las constructoras, de los medios, por fin, de las instituciones, como el Congreso, el Poder Judicial y las FFAA, aunque no fuera la opción preferencial de la burguesía en las elecciones del 2002. Su manutención, aunque de forma agonizante, bajo la formula de un gobierno Palocci/Lula interesa a las fuerzas sociales y políticas comprometidas con la preservación del orden. No es para sorprenderse que estén apuradísimos en la articulación de un «acuerdazo» que preserve a Lula – y al propio congreso – de un impeachment, de la toma de posesión de Alencar o de elecciones anticipadas. Mientras tanto, la crisis permanece abierta. El Gobierno Lula/Dirceu/Palocci de los últimos dos anos y medio ya no existe. El gobierno Lula vive, por supuesto, una profunda crisis política desde que se precipitó la denuncia de que el PT había transferido fondos para los partidos de «alquiler» (Nota del Traductor: como son conocidos los partidos que apoyan gobiernos a cambio de prebendas) como el PL, PP y PTB, reconocidas por el propio Roberto Jefferson como mercenarios, y que le garantizaron una mayoría en el Congreso Nacional, como ya lo hacían en el gobierno de FHC.
No es secreto para nadie bien informado que desde hace muchos años, por lo menos desde 1994, el PT es financiado en sus campañas con millonarias contribuciones de los principales monopolios brasileños. Pero, a pesar de estas evidencias, la dirección del PT mantuvo la imagen de su integridad moral intacta frente a la mayoría de sus bases sociales. Argumentaba que aceptar el dinero de las grandes corporaciones era parte de las «reglas del juego», o sea, que los fines justificaban los medios.
Las denuncias del pago de mensualidades conocidos como «mensalão» pueden llegar a ser, incluso, decisivas para confirmar lo que ya se sospechaba desde hace mucho: (a) que el PT mantiene, también, tal cual los partidos burgueses, una caja dos, para financiamiento electoral; (b) que el PT, al estar en el Gobierno federal – y también cuando participó en los gobiernos estaduales y municipales – favoreció a empresas privadas, como las contratistas que compitieron por los contratos millonarios de recolección de basura, o las de publicidad; (c) que se dieron desde 1988, de los procesos simultáneos e indivisibles: profesionalización de un aparato de varios millares de cuadros que se turnaban nacionalmente por los puestos en la municipalidades y administraciones estaduales, todo esto asociado al enriquecimiento ilícito de una parte de su dirección.
La cuestión decisiva para la izquierda anticapitalista social y política es ayudar a unir estas dos crisis que se dan en ritmos distintos: pelear para que la pérdida de confianza en la CUT y en el PT se transforme en una ruptura política con el gobierno Lula. Ayudar a que vayan mas allá de la tristeza y del desanimo, los millones que formaron a lo largo de los últimos veinticinco años la base social del petismo, y construir una movilización que traiga un sector de masas, al inicio, un sector mas avanzado y, posiblemente, mas joven, para las calles. Lo que no avanza, retrocede. Ya sabemos que, se no existe presión popular, la crisis se resolverá por adentro de las instituciones con algunas derogaciones de mandatos de diputados – y con algunas, pocas, expulsiones del PT – y que Lula buscará reubicar a su gobierno frente a la burguesía, prometiendo la reforma política, sindical, y la joya mas codiciada de todas, la reforma laboral.
No hay que temer por el debilitamiento del gobierno y, su posible, derrumbe. El gobierno Lula no es un gobierno de izquierda. Quien dijo esto fue nada menos…que el propio Lula. Generó el más grande superávit presupuestario de la historia del país, transfiriendo mas de R$150 billones de reales (o US$ 75.000 MM) por año para los rentistas de los intereses de la deuda interna, sacrificando la educación y la salud pública. No hay dude que, José Serra, el candidato que disputó con Lula, no hubiera podido realizar la Reforma antipopular de la Previdencia Social, tal cual lo hizo Lula. El gobierno Lula es un gobierno socialmente burgués, económicamente neoliberal, políticamente reaccionario.
La naturaleza del gobierno Lula alimentó, con todo, innumeras confusiones en la izquierda. El marxismo se distingue como corriente teórico-política, justamente, por el esfuerzo de hacer caracterizaciones sociales de los fenómenos políticos. Gran parte de la intelectualidad petista, y la izquierda del PT – y el propio MST – invocaron la fórmula elíptica de un gobierno en disputa, un híbrido social. Pero, con el tiempo, se quedó claro que la mano era otra. Es muy razonable que todo gobierno puede tener un ala izquierda, en el sentido de que el ministerio puede ser heterogéneo, pero, finalmente, hay una dinámica que se impone. El gobierno Lula no permite paralelo, por ejemplo, con el gobierno Chávez, que era el grande temor de una parcela del gobierno norte americano, tranquilizada por la embajadora de Washington en Brasilia. El gobierno de Chávez nos remite a las experiencias del Gobierno Cárdenas en México de los años treinta, y a los gobiernos Perón en Argentina y Vargas en Brasil, en los años cincuenta. Después de la crisis de 1929, cuando la supremacía inglesa ya había sucumbido, y una nueva hegemonía estaba en abierto, una onda revolucionaria sacudió Europa – España, Francia y Alemania – y la crisis mundial favoreció el surgimiento de gobiernos que buscaban un margen de mayor autonomía en el sistema mundial de Estados. Trotsky sugirió el concepto de semibonapartismo o bonapartismo sui generis para explicar el gobierno Cárdenas.
«En los países industrialmente atrasados el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al proletariado nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El gobierno oscila entre el capital extranjero y el nacional, entre la relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da al gobierno un carácter bonapartista sui generis, de índole particular. Se eleva, por así decirlo, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capital extranjero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros.» [2]
El concepto de bonapartismo es especialmente complejo porque cuestiona la idea simples de que habría una correspondencia directa entre las clases y el Estado. Surgió en el marxismo para intentar explicar gobiernos en los cuales el Estado arbitraba entre distintas clases propietarias, apoyándose en sectores no propietarios. Napoleón III tendría se apoyado en el campesinado para aislar el proletariado, y movilizar bajo la bandera de la unidad nacional en favor del mundo de las finanzas, y Bismarck hizo concesiones al naciente proletariado, para maniobrar en contra de la burguesía de los principados occidentales anexados en favor de los junkers del Este. Adaptado a la experiencia de un país semicolonial, y reformulado como semibonapartismo para definir el gobierno Cárdenas, que suspendió el pago de la deuda externa, y realizó una reforma agraria, reconociendo a los ejidos – la posesión de tierras comunales – buscaba explicar el alcance de una política nacionalista que se apoyaba en las clases populares, arbitrando nuevas condiciones con el imperialismo, aunque en los limites del capitalismo.
Pero, Lula no es Chávez, ni tampoco un Cárdenas del inicio del siglo XXI. En la política, como en la vida, lo que no se debilita, se fortalece. El gobierno Lula sólo podría fortalecerse, en las actuales circunstancias, si diese un giro a la derecha más antipopular, aplicando el plan de un superávit nominal cero, o sea, una rebaja del pago de los intereses, próxima al 10% del PBI. Un gobierno Lula/Delfim Neto seria, para los trabajadores y el pueblo una catástrofe nacional. Por lo tanto, un gobierno Lula más débil resulta, mucho mejor que un gobierno Lula fuerte. Y, si es posible movilizarse para derrumbarlo, no tenemos porque dudar, aún si hoy no se vislumbra la posibilidad de la lucha directa por el poder por las fuerzas anticapitalistas. Un gobierno Alencar seria aún más frágil. Ya que la anticipación del calendario electoral exigiría un enorme grado de improvisación por parte de la burguesía dado que no cuenta con candidatos fuertes – tanto el PSDB como el PFL tienen cuentas que rendir y explicar – esto disminuiría en gran medida la posibilidad de un PT reciclado con otro candidato, abriendo espacio para una recomposición de la izquierda sobre nuevas bases políticas y metodológicas. Una candidatura de izquierda socialista, construida ya, sea desde abajo hacia arriba por el sindicalismo clasista, por los activistas independientes del movimiento popular y estudiantil, sea desde un acuerdo maduro y paciente del PSTU, PSOL y Consulta Popular con un programa antimperialista y anticapitalista, podría ser el inicio de una nueva etapa de la izquierda, sobre todo, si es forjada a partir de una experiencia de frente único en la lucha contra el Gobierno Lula.
Las tareas democráticas y la revolución socialista
Muchos socialistas honestos se preguntan si la denuncia da corrupción, que significa una bandera democrática, no debería ser secundarizada porque, al final, la prioridad de una política de izquierda precisaría tener como identidad fundamental la presentación, ante todos los grandes acontecimientos, de una salida de clase, por lo tanto, anticapitalista. Esta discusión tiene dos dimensiones, una programática y otra ética. La dimensión programática es la compresión que el programa de la revolución socialista debe asumir, concientemente, tareas democráticas.
La revolución social anticapitalista contemporánea ha sido un proceso simultáneo de varias revoluciones. Sobre esta cuestión programática existieron dos posiciones simétricas, en el pasado, ambas equivocadas. La primera y más influyente fue la del PCB que defendía que, siendo Brasil un país atrasado en relación a los centros capitalistas, la revolución brasileña seria una revolución nacional y democrática, teniendo como centro un programa de industrializaciones y crecimiento económico. La etapa democrática era presentada en oposición a una ruptura socialista y, por eso, fueron criticados, correctamente, como etapistas. Los sujetos sociales interesados en ese programa, según la dirección liderada por Prestes, serian la burguesía industrial aliada a las clases medias urbanas. Quedaba reservado a los trabajadores y al pueblo pobre de la ciudad y del campo un papel de presión sobre una fracción de las clases propietarias contra otras, sacrificado su independencia política. Esta elaboración explicaba el seguidísimo político del PCB de cara al gobierno Jango. La otra posición, que influencio a Polop, reconocía que Brasil era un país atrasado en que las tareas agrícolas, de distribución de la propiedad de la tierra, por ejemplo, estaban pendientes, pero afirmaba que, siendo el conflicto entre el capital y el trabajo lo más marcante y eje ordenador de todas las otras luchas, la revolución brasileña seria socialista, punto, y que su sujeto social seria el proletariado.
La historia probó que ambas de estas elaboraciones eran unilaterales, o estaban directamente erradas, aún si admitiéramos, por justicia intelectual, que la primera se demostró más equivocada. En los países periféricos como Brasil, acompañamos un proceso de lucha social en que las tareas democráticas, históricamente burguesas, no pudieron ser realizadas por las clases propietarias. Pero eso no significa que hayan perdido importancia, y que no esté colocada, por hacer, una revolución democrática, aún luego de la caída de la dictadura hace veinte años atrás. Hasta hoy, Brasil permanece con una espantosa concentración de tierras en poquísimas manos, en cuanto millones no tienen tierra alguna. Hasta hoy, Brasil continúa con una inserción dependiente del mercado mundial, exportando capitales a través del pago de la deuda externa, vendiendo muy barato sus materias primas, y comprando caro los productos manufacturados, pagando fortunas de royalties. Hasta hoy, vivimos en una República que no es república, devorada por la corrupción y por la impunidad, porque riqueza y poder se protegen, recíprocamente, y la ley está muy lejos de ser igual para todos. Esto fue así y permanecerá así, porque las clases propietarias temen, por encima de todo, a la movilización independiente de las masas trabajadoras de la ciudad y del campo.
La revolución brasileña será, por lo tanto, un proceso simultáneo de varias revoluciones, como ya ocurrió, en los últimos años en América Latina. El «que se vayan todos» de Argentina en el 2001 y de Ecuador en el 2005, expresaban la radicalidad democrática del programa que permitió la alianza del mundo del trabajo con las clases medias. ¿Qué es lo que pretendia marcar? Las masas estaban votando con los pies, marchando por millones, y diciendo que los políticos profesionales burgueses y sus aliados reformistas no podrían más candidatarse. Por eso, eran «escrachados» y desmoralizados, y no podían salir más de sus casas.
En Bolivia, la bandera de lucha contra la violenta represión que dejó decenas de muertos, y que llevó a la caída de «El Gringo» Gonzalo de Losada en el 2003, y la bandera del «Gas es nuestro», que llevo al derrocamiento de Mesa en el 2005, dejaron ver claramente la unidad de las reivindicaciones nacionales antimperialistas con la justa ambición democrática de justicia para la mayoría de la población que es indígena y campesina, y que siempre fueron considerados por los propietarios descendientes de europeos, como bolivianos de segunda clase. Los Febreros recurrentes latinoamericanos desde el 2000 – Ecuador en el 2000 y 2005, Argentina en el 2001, Venezuela en el 2002 Bolivia en el 2003 y 2005, las revoluciones democráticas que permanecen incompletas, que derrumban gobierno tras gobierno, pero que no se plantean la cuestión del poder, confirman procesos de revolución socialista, aún si se parte de niveles de conciencia y organización insatisfactorios, están en marcha.
La revolución brasileña no será diferente. Será un proceso de movilización en permanencia en que a las banderas de lucha anticapitalista, como la nacionalización del sistema financiero, por ejemplo, se unirán a las banderas democráticas radicales como la lucha contra la corrupción, por el fin de los sigilos bancarios, fiscales y telefónicos de los corruptos y corruptores, por la expropiación de sus bienes, por el fin de los paraísos fiscales, etc… Será una revolución nacional contra el imperialismo, una revolución agraria contra el latifundio, una revolución democrática contra la corrupción, una revolución negra contra el racismo. Será, con todo, una revolución socialista, porque tendrá en los trabajadores asalariados, la columna vertebral de la alianza popular con las capas medias, y no se detendrá ante la propiedad privada del capital. El fenómeno del sustitucionalismo social ya adquirió formas increíbles – como revoluciones agrarias que se desdoblan en socialistas como la China – y preparémonos para nuevas sorpresas: tareas democráticas elementales, hasta republicanas – como aprecia tanto la izquierda petista – solo pudieron ser realizadas con métodos revolucionarios, por las clases que tienen intereses anticapitalistas. Es la revolución permanente.
Los fines y los medios
La dimensión ética nos remite a la relación entre los fines y los medios, que ajustició en el pasado remoto a los jesuitas – y en el siglo pasado a los bolcheviques – y encontró eco en el movimiento socialista. El debate sobre estrategia y táctica, cualificando los diferentes tiempos de la política, dio una nueva vida al problema, en la medida que crecientemente, la mayoría de las corrientes que se reivindicaron socialistas en el siglo XX, fueron abandonando la perspectiva anticapitalista, adoptando diferentes variantes de programas reformistas. Se establecieron en relación al tema, a groso modo, tres posiciones fundamentales en la izquierda contemporánea, aunque con variaciones intermediarias:
(a) la posición que defiende que los fines justifican los medios. Sus defensores argumentaban que, al final, con la perspectiva del tiempo, serian absueltos. La social democracia francesa y alemana justificaron los genocidios de la Primera Guerra, esgrimiendo que actuaban en complicidad con sus clases dominantes, en nombre de la defensa de la patria. El estalinismo no dudo, por ejemplo, en defender hasta el pacto Ribbentrop/Molotov, o sea, acepto un acuerdo diplomático con el nazismo que no impidió que, dos años después, la URSS fuese invadida por una Alemania inmensamente fortalecida. Los «realistas» se olvidaron, que medios indignos distancian o hasta comprometen los fines, porque los fines precisan, también, ser permanentemente, reafirmados, confirmados y justificados. Cometen, en nombre del realismo político, el error simétrico de los moralistas. Pero, dividen con ellos el criterio absurdo de que medios y fines son independientes unos de los otros;
(b) la posición de los moralistas que los medios son todo, y los fines, nada. Afirmada, originalmente, por el reformismo «a la Bernstein», se transformo en un coqueluche internacional con el crecimiento de los Foros Sociales Mundiales y la popularidad de las ONG’s. La estrategia de la lucha se agotaría en la táctica, vaciando la política de invención. Porque todo son tácticas que, erráticamente, se suceden. No hay horizontes, no hay proyectos, no hay programas. La política queda reducida al tiempo del presente. La dimensión utópica del combate socialista, que solo puede adquirir significado en la revolución mundial, se pierde. La historia, del proceso de venir a ser, pasa a ser un eterno presente, comprometiendo, por lo tanto, una perspectiva de lucha por el poder. Esta posición aparece, frecuentemente, camuflada con el argumento empirista de que el camino se construye caminando, cuya consecuencia es volver absoluto los criterios morales imperativos y universales. El límite, consiste en una subordinación de la política a la moral, una versión que puede ser más o menos laicizada (bajo la forma de valores ahistóricos de la «naturaleza humana»). Remite, en último análisis, al principio teológico de que la moral es independiente de la historia, por lo tanto, de la sociedad y de los conflictos de clases en su interior. Siendo los imperativos categóricos kantianos inaplicables, tanto bajo las presiones de la vida cotidiana, como cuanto en la arena de la lucha de clases como cuando esta se exacerba, los valores morales universales pasan a ser un principio sagrado irrevocable, por lo tanto inútil;
(c) la posición que defiende que los medios y los fines tienen entre sí una relación indisoluble y, en una sociedad dividida, el combate político es también un combate moral. Sólo serian admisibles, por lo tanto, aquellos medios que estén al servicio de la supresión del poder de una minoría sobre la mayoría: los medios que inflaman la indignación de los oprimidos, que exaltan su unión y confianza en sí mismos, que confirman lo justo de sus luchas. Es obligatorio concluir que ni todos los medios son permisibles. Deben ser condenados como indignos, por ejemplo, todos los procedimientos que alimenten ilusiones en los enemigos de clase y desconfianza entre los trabajadores; los métodos de los burócratas que cambian confidencias con los patrones y mienten, descaradamente, a sus bases; los artificios de los que lanzan un sector del pueblo oprimido contra otro; o que estimulan el seguidísimo ciego de los jefes; y, más que todo, el repugnante servilismo ante de las autoridades, y el correspondiente desprecio por la juventud y los explotados y sus opiniones; pero, reconoce, también, que no existe un catecismo que defina como mandamientos lo que es consentido, y lo que es impensable.
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Notas
[1] TROTSKY, León. Moral e Revolução: a nossa moral e a deles. 2ª ed. Rio de Janeiro, Paz y Terra. p. 9/11.
[2] TROTSKY, León. «La industria nacionalizada y la administración obrera» en ____ Escritos latinoamericanos, 2ª edición. Buenos Aires: Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones León Trotsky (CEIP León Trotsky), 2000,, pp.163-164.
(*) Autor de Las Esquinas Peligrosas de la Historia, situaciones revolucionarias en la perspectiva marxista. Fue miembro del Directorio Nacional del PT a partir de 1987, y de la Ejecutiva Nacional del PT a partir de 1989. Fue expulsado del PT en el proceso de exclusión de Convergencia Socialista en 1992. Actualmente es miembro de la dirección nacional del PSTU (Partido Socialista de los Trabajadores Unificado). Miembro del consejo editorial de las revistas: Marxismo Vivo y Outubro