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Obama, o las suaves maneras del contraataque

Fuentes: Cubarte

Lo que en rigor enfrenta a los dos candidatos que se disputan la Presidencia de los Estados Unidos en el 2008, puede ser resumido así: quieren más o menos lo mismo, pero por diferentes vías y métodos. Lo demás es cuestión de matices y lenguaje político. Ninguno de los dos se cuestiona el poder hegemónico […]

Lo que en rigor enfrenta a los dos candidatos que se disputan la Presidencia de los Estados Unidos en el 2008, puede ser resumido así: quieren más o menos lo mismo, pero por diferentes vías y métodos. Lo demás es cuestión de matices y lenguaje político.

Ninguno de los dos se cuestiona el poder hegemónico imperialista sobre el mundo. Su enfrentamiento llega a la hora de optar por la forma en que debe ser ejercido: McCain prefiere los métodos tradicionales y fuertes, el despliegue de fuerzas militares, las invasiones, los crecientes presupuestos de defensa y seguridad y el aplastamiento violento de enemigos y adversarios. Obama dice entender mejor que su rival las condiciones cambiantes del mundo moderno, la complejidad de los desafíos por delante, los nuevos escenarios mundiales donde su país tendrá que ejercer su liderazgo y promover sus intereses, por lo que apela a las reformas, a las que llama «cambio», aunque sabe bien que no pasarán de afectar la superestructura, sin llegar jamás a las razones profundas de las desigualdades y las injusticias, mucho menos a vertebrar un nuevo orden internacional. Es por ello que sus llamados al diálogo directo con los gobiernos que considera enemigos, o los métodos suaves que propugna son fórmulas que buscan maximizar la eficiencia del sistema, al menor costo posible. Nada más.

Pero de ese enfrentamiento electoral, a pesar de que, como bien se sabe, tiene en ese país mucho de show mediático y poca enjundia conceptual, esta vez si se derivará el diseño del futuro rostro público del Imperio, el que se deberá escoger entre dos máscaras posibles: una sonriente, blanda y bonachona, la otra de ceño duro, adusta y amenazante. La primera disfrutaría de la novedad del cambio posible, de la potenciación de las esperanzas, y podría traer un respiro al agobiado sistema de dominación global, en los albores del Siglo XXI, preparándolo mucho mejor para la labor de avance hacia las últimas fronteras de la periferia mundial, sin tener que desgastarse peligrosamente en guerras eternas, siempre impopulares. La segunda es más de lo mismo, la cansona continuación de políticas fracasadas, y cada vez menos eficaces y caras, que han transparentado en Irak, Guantánamo, Abu Grahib, los vuelos secretos de la CIA, el Acta Patriótica, etc, los mecanismos de dominación de un sistema criminal e hipócrita. A su favor juega la psicología del fortín asediado por nubes de apaches, que prioriza la defensa a toda costa, y que pospone cualquier otro razonamiento a la derrota que antes se deberá propinar a los bárbaros.

«Si yo llego a ser el rostro visible de la política exterior y el poder en los Estados Unidos -ha declarado Obama a James Traub, periodista de The New York Times- tomaré las decisiones estratégicas con prudencia, y manejaré las crisis, emergencias y oportunidades en el mundo, de manera sobria e inteligente. Pienso que si alguien le dice a la gente que tenemos un Presidente en la Casa Blanca que tiene una abuela viviendo en una cabaña a orillas del Lago Victoria, y una hermana medio indonesia casada con un chino-canadiense, ellos pensarán que ese Presidente debe tener un mayor dominio de lo que ocurre en nuestras vidas y en nuestro país. Y tienen razón». (1)

En ese ensayo de James Traub, publicado por The New York Times el 4 de noviembre del 2007, se pueden leer algunas de las razones que explican el apoyo de muchos norteamericanos y gente de otras latitudes a este candidato demócrata. «Es posible que los partidarios de Obama crean que su biografía y este ángulo de su visión puedan ayudar a curar las heridas que nosotros mismo nos hemos causado por nuestra indiferencia hacia los puntos de vista de los demás, y por el aislamiento de un Presidente que se muestra indiferente ante el resto del mundo- escribió James Traub, concluyendo-En ello radica la fuerza decisiva de la candidatura de Obama». (2)

Para apoyar su punto de vista, Traub entrevistó en su ensayo a Joseph S. Nye, el profesor de Harvard, bien conocido por su teoría del soft y el smart power (poder suave y poder inteligente). «Obama como Presidente -declaró Nye- podrá hacer más por el soft power de los Estados Unidos en el mundo, que lo que hayamos podido hacer antes.» (3)

Alrededor de Obama se han agrupado figuras relativamente jóvenes y más liberales, que en su momento apoyaron a Clinton. «Sentimos-han declarado- que él es quien puede ayudarnos a transformar la manera en que los Estados Unidos tratan con el mundo.»(4) Ellos reconocen que su manera de analizar los problemas internacionales no se basa en la simplificación de sus complejidades, sino en el respeto a ellas, lo cual lo enfrenta radicalmente a la manera en que ha visto el mundo el equipo neoconservador que llevó a la Presidencia a Bush. Pero Obama no despierta sólo admiración y apoyo, sino también preocupación.

En una entrevista realizada por el periodista holandés Daan de Wit al escritor norteamericano Webster Tarpley, autor del libro Obama, the Postmodern Coup, The Making of the Manchurian Candidate, para la revista Deep Journal, este realizó un interesante análisis acerca del entorno del candidato demócrata y su probable supeditación a figuras que podrían estar tras su candidatura, como son Joseph S. Nye, Zbigniew Brzezinski y Goerge Soros, todos vinculados a círculos preocupados por los retrocesos en el liderazgo global norteamericano, y defensores de un replanteamiento radical en los métodos de política interior y exterior de la nación, precisamente, para poder ejercer tal liderazgo en las nuevas condiciones de nuestra época. Las sospechas de Webster Tarpley se basan en los siguientes elementos, según sus declaraciones: (5)

-Obama es la hechura política de Brzezinki y lleva más de 25 años bajo su adoctrinamiento directo. «Mi criterio es que Obama fue reclutado por Brzezinski entre los años 1981, 1982 o 1983, donde ambos coincidieron como Profesores en la entonces Columbia University… En sus memorias, Obama elude hablar de este período, habla del consumo de drogas, pero no dice nada acerca de la maravillosa Ivy League, de la prestigiosa elite de la Columbia University, de la que formó parte.

-Entre los que se mueven detrás de Obama se encuentra Joseph S. Nye, quien representa al Grupo Bilderberg y es Director para América del Norte de la Comisión Trilateral, y Brzezisnki, que forma parte de la misma. El primero ha escrito libros sobre el soft power, que es de lo que habla Obama. Ellos afirman que no se necesitan invasiones militares, sino subversión ideológica, guerras culturales y diplomacia; que lo que se necesita es dividir al enemigo para conquistarlo. Otros que lo apoyan, desde estas mismas posiciones son la Ford Foundation, el Council of Foreign Relations, y la llamada Escuela Económica de Chicago.

-Brzezinski y su mano derecha, Samuel Huntigton, han mirado a los neocons y les han dicho: «Les dimos la teoría del choque de civilizaciones, y lo que debían haber hecho es haber provocado que unos se enfrentaran a los otros en los diferentes continentes. La esencia del imperialismo no es atacar a Irak, sino lanzar a Irán contra Irak, a Etiopía contra Somalia, a Colombia contra Venezuela, y a China contra Rusia…»

Independientemente de que Webster Tapley pueda demostrar o no sus sospechas acerca de la conexión existente entre Obama y el grupo de políticos y estrategas que se agrupan alrededor de Brzezisnki, Nye y Soros, lo cierto es que sus declaraciones públicas, sus preferencias políticas y sus proyecciones programáticas apuntan, sin duda alguna, hacia esa dirección. Puede ser coincidencia, pero a este nivel de la política norteamericana, las coincidencias inocentes no existen.

Cuando Obama declaró a James Traub que las figuras de la política exterior norteamericana que más admiraba eran George C. Marshall, Dean Acheson y George F. Kennan, especialmente por…¨la manera en que habían resuelto los problemas, escogiendo siempre otras herramientas diferentes a las militares, que son muy costosas…» (6), estaba afiliándose a la llamada escuela realista y pragmática de la política exterior de su país, precisamente por la que trabajan personajes como los citados. Obama lo subrayó al reconocer que respetaba también el grupo que delineó la política exterior del país durante el primer mandato de Bush Sr, especialmente a Colin Powell y Brent Scowcroft, este último uno de los consejeros del CSIS (Center for Strategic & International Studies), el tanque pensantes de Washington, del cual son también consejeros Brzerzinski, Carla Hill, Henry Kisssinger, James R. Schlessinger, Sam Nunn y Richard Fairbanks, mientras que Richard Armitage, quien fuera el segundo de Colin Powell, y Joseph S. Nye forman parte de su Junta de Gobernadores. Precisamente, el CSIS se caracteriza por abogar por el regreso a una política exterior realista, o lo que es lo mismo, a una política imperialista que guarde ciertas formalidades y no abuse de su fuerza militar, pues la guerra no sólo es costosa, sino también mala para las relaciones públicas y la prensa.

El 8 de febrero del 2008, bajo los auspicios del CSIS, fue impartida una conferencia por Bill Richardson, Gobernador del estado de Nuevo México, titulada The New Realism and the Rebirth of American Leadership, en la cual fue moderador el Dr John Hamre, su Presidente. Lo más interesante de esta conferencia es que en ella fueron expuestos los puntos programáticos de lo que Richardson llamó, con toda razón, el enfoque del «Nuevo Realismo» para lograr que el liderazgo norteamericano renazca sobre la base de reconocer y afrontar las verdaderas realidades del mundo en el Siglo XXI. Para ello, una y otra vez, el conferencista llamó a superar las políticas de gobierno excesivamente permeadas por la ideología de un clan dominante, en clara alusión a los desastres que deja detrás el grupo neoconservador que llevó al poder a Bush.

Es interesante apreciar que Francis Fukuyama, un desertor de la Nave de los Locos, antiguo neoconservador militante y teórico del fin de la historia y la inevitable victoria del capitalismo liberal en el mundo, apoya también la candidatura de Obama, y ha expresado, durante su reciente visita a Australia, las razones que lo hicieron renegar de su antiguo credo:

«Yo me percaté de que muchos de mis amigos (neocons) dependían demasiado en sus ideas del hard power, como medio para provocar cambios políticos en el mundo. Pero los actuales conflictos son muy complicados y sólo el poder militar convencional no podrá poner de su lado a otros pueblos… Yo creo que los Estados Unidos deben reconectarse con el mundo. Para ello el nuevo Presidente deberá tener unos gestos simbólicos iniciales, como por ejemplo, cerrar Guantánamo…Debe haber una completa transformación en la guerra contra el terrorismo. El sólo hecho de haberla llamado «guerra» le otorgó un excesivo carácter militar al proceso; debemos usar más el soft power para promover los intereses de los Estados Unidos… De los tres candidatos presidenciales, Obama es el que más promete, en el sentido de cambiar la política… Necesitamos una política exterior diferente… Creo que estamos en la recta final del ciclo (político) generacional que se inició con Ronald Reagan en el 1980, por lo que ciertas ideas y hábitos deben ser enterradas… Independientemente de quien resulte electo, la política de este país va cambiar…»(7)

Mientras los estrategas del CSIS promueven la candidatura de Obama, claman por un cambio en la orientación de la política exterior del país, organizan y lanzan programas para repensar el rol de los Estados Unidos en el siglo recién iniciado, como Next América, cuya conferencia cumbre tendrá lugar en enero del 2009, inmediatamente después de las elecciones presidenciales, dedican tiempo y dinero a proyectar cómo deben ser las embajadas norteamericanas del futuro y proponen programas para el aumento de los intercambios educacionales y culturales con el mundo, se acerca el momento crucial, el de las votaciones. Allí no sólo se decidirá quién regirá el país durante los próximos cuatro años, sino también si la nación y el mundo, podrán dar piadosa sepultura a casi tres décadas de desastrosas políticas imperialistas que, desde la Presidencia de Ronald Reagan y los Programas de Santa Fé, hasta George W Bush y el Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, del clan neoconservador, han intentado, sin lograrlo, extender hasta el último rincón del planeta el dominio imperialista. Este afán, que hoy en Irak se muestra con toda su criminalidad e impotencia, ha ensangrentado a todos los continentes, aumentando las injusticias y desigualdades, la miseria y las humillaciones que son el caldo de cultivo perfecto, junto a la ignorancia y la deshumanización, para el auge del terrorismo, y que, como ya se sabe, no podrá ser vencido mediante respuestas militares unilaterales.

Lo que está en juego es más que una victoria de uno de los dos candidatos a la Presidencia: uno que promueve cambios en los métodos imperiales, y el otro que promueve la continuación de los tradicionales, por lo que algunos lo han llamado «el último neocon». Lo que está en juego no es si las guerras del futuro serán más culturales y menos mortíferas, sino la propia supervivencia del sistema imperial, y de la Humanidad en su conjunto.

Una responsabilidad demasiado grande para dejarla sólo en las manos del elector norteamericano.

No creo que los estrategas del soft y el smart power, de la diplomacia pública y de las Guerras de Cuarta Generación (expresiones, al fin, de las guerras culturales del Imperio), que hoy se refocilan en sus cuarteles de invierno, esperando la salida definitiva de los remanentes del otrora poderosísimo clan neoconservador, hayan tenido ocasión de leerse la novela «El Gatopardo», de Giusseppe Tomasso di Lampeduza. De haberlo hecho, estarían citando constantemente las ya clásicas palabras de su personaje principal, Don Fabricio Corbera, Príncipe de Salina, para mayor adorno del oropel que arropa a los intelectuales norteamericanos vinculados al poder.

En 1860, con el desembarco de Garibaldi en Sicilia, el Príncipe y su familia asisten desde lejos al ocaso de su época, la del dominio aristocrático de los elegidos, la del reinado soñoliento de una sociedad y una política donde no pasaba nada, porque hasta la eternidad, todo ya había sido repartido a través de un cerrado régimen de castas, más inviolable que el de la India. La irrupción de una burguesía adinerada y codiciosa, de origen plebeyo, y su inserción en los mecanismos del poder político, era mal vista por los hombres del antiguo régimen, pero pronto comprendenderán que sus intereses no serán afectados sustancialmente, porque no se ha producido una revolución radical, apenas una cambio de actores secundarios. Cuando Chevally di Monterzuolo, un funcionario piamontés, llega a la residencia estival del Príncipe, en Donnafugata, para proponerle un escaño en el Senado del nuevo Reino de Italia, este le responde con desdén, desde la sabiduría de una clase que viene mandando de antiguo y ha visto pasar todo tipo de cambio político, sin dejar de hacerlo:

«Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie».

Pero la frase no pertenecía a la inventiva del Príncipe, sino de su sobrino Tancredi, quien al principio de la novela va a despedirse de su tío para enrolarse en las tropas garibaldinas, lo que escandaliza a este, y le hace recordar que…»un Falconeri debe estar a nuestro lado, por el Rey». «Por el Rey, es verdad-le responde con cinismo el sobrino-pero, ¿por cuál?… Si no estamos también nosotros, esos te endilgan la república… Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie. ¿Me explico?»

Después del abrazo de despedida, el Príncipe pone en el bolsillo de Tancredi… «un cartucho de onzas de oro». Al este partir, el Príncipe abandona la habitación. «Bajando las escaleras comprendió. «Si queremos que todo siga como está…Tancredi era un gran hombre: siempre había estado seguro de eso…»

El gatopardismo en política, de entonces acá, siempre ha sido, y sigue siendo, la apoteosis del cálculo hipócrita de quienes aparentan abrazar una causa para mediatizarla y neutralizarla desde dentro. Esto lo saben bien, aunque no hayan leído a Lampedusa, los promotores astutos del cambio, como consigna política central en la voz de uno de los más firmes candidatos a la Presidencia de los Estados Unidos, no los humildes ciudadanos norteamericanos que sienten que las transformaciones en su país son imprescindibles, y consecuentemente se movilizan para apoyar a quien creen las encarna. Pero salta ante nuestros ojos, una y otra vez, el espectro del sobrino felón impartiendo una clase magistral de cinismo al tío decrépito, en medio del paisaje de Donnafugata, cuando conocemos que detrás de Barack Obama están personajes tan retorcidos como Zbigniew Brzezinski o Richard Armitage, multimillonarios especuladores como George Soros, y tanques pensantes orgánicos del establishment, como el Centre for Strategic & International Studies (CSIS).

El nuevo rostro y renovada vocación cultural que estrena el Imperio, en vísperas de las elecciones del 2008, es el que la historia le ha impuesto, no el que le gustaría mostrar. Bajo las cirugías reconstructivas está marcado por las horribles cicatrices de la guerra de Irak, los desastres del hambre, las enfermedades y la miseria que provoca, por el rictus terrible de los atacantes suicidas que se inmolan creyendo servir así a su dios, pero que, al final, sólo benefician a quienes en sus faraónicas oficinas en Washington, Tokio, Londres, Berlín o Sydney firman más contratos militares con gobiernos que se sienten amenazados por los terroristas. Y los cirujanos estéticos que han dotado al Imperio de este nuevo y glamoroso look; que lo han adornado con la ilusión de un renacimiento y una primavera, son los intelectuales, civiles y militares que trabajaron frenéticamente por reensamblar las partes caídas del casi fragmentado Leviatán, repitiendo una y otra vez, hasta el infinito, las palabras de Tancredi Falconeri a su tío, y recibiendo a cambio, como premio, el mismo cartucho con las onzas de oro.

Las teorías, aparentemente humanistas y avanzadas que se mueven tras esta jugada final de la ciudad letrada imperial, las que proclaman la necesidad de invertir en escuelas, hospitales, desarrollo sostenible para todos, nuevos centros culturales norteamericanos por el mundo, más programas de intercambio, mayores flujos de información, acceso a las tecnologías, comercio más justo, respeto a las diferencias y despliegue global del soft power, son, sin dudas, en caso de aplicarse, un paso de avance si las comparamos con las que promovieron antes otros representantes de esa misma ciudad letrada, los guerreros del clan neoconservador, entre ellas, las guerras preventivas, los ataques a más de «60 oscuros rincones del planeta», los asesinatos selectivos, los secuestros y cárceles clandestinas de la CIA, la legalización de la tortura y el espionaje a sus propios ciudadanos, los bloqueos y embargos comerciales, las políticas proteccionistas y de promoción del intercambio desigual, el aislacionismo arrogante de la política exterior norteamericana, el derroche de los recursos naturales, la explotación despiadada del Tercer Mundo, las políticas migratorias restrictivas, la extensión de la pobreza, la ignorancia, el hambre y las enfermedades, el uso de la cultura y los medios para llevar a cabo la subversión de gobiernos considerados hostiles a los intereses de Estados Unidos, el monopolio egoísta de la tecnología y la información, el armamentismo, el estímulo al consumismo desenfrenado y el desprecio por las otras culturas.

La pregunta que surge es, ¿realmente las políticas del «Nuevo Realismo» están destinadas a cambiar las bases profundas del sistema imperial, o se trata apenas de darle un nuevo aire y una nueva imagen, forzadas por los descomunales y peligrosos errores de la administración Bush?

Al menos en el terreno cultural, no se vislumbra un cambio radical en la orientación de las políticas en marcha, ni siquiera a largo plazo. Lo que está en el tapete y sobre la mesa de negociaciones no es la promoción de una cultura democrática, plural y participativa para hacer mejores y más libres a los seres humanos, a todos sin excepción, sino su manipulación oportunista para reducir las amenazas y peligros que penden sobre el futuro de los Estados Unidos, como centro hegemónico de nuestra época. Ni siquiera se discute la manera en que los ciudadanos norteamericanos puedan acceder más y mejor a los productos culturales del resto de las naciones y pueblos del mundo, ni cómo potenciar las industrias culturales autóctonas para que puedan llegar a audiencias más masivas, sino los mecanismos a aplicar para dirigir los flujos culturales y los mecanismos de influencia, de manera más eficaz y sistemática, desde el centro hacia la periferia, con el objetivo declarado de que cambie la percepción que hoy se tiene de los Estados Unidos.

Cuando la cultura se utiliza de manera utilitaria y oportunista, como en este caso, de lo que se trata, en el fondo es de disfrazar culturalmente a estrategias de dominación, coerción y penetración que no son culturales, sino, esencialmente económicas, políticas y militares. En este cambio generacional que está teniendo lugar en la política estadounidense, mientras parten cabizbajos los viejos neoconservadores llevándose consigo, en procesión luctuosa, el cadáver del reaganismo y el bushismo, quienes llegan para relevarlos están convencidos de que la cultura es hoy la expresión concentrada de la economía y la guerra por otros medios, a saber, suaves, blandos e inteligentes.

Y si apareciese todavía algún optimista a ultranza, algún iluminado que viese a Obama como encarnación mesiánica de un cambio revolucionario en el carácter y los mecanismos del sistema imperialista de esa nación; si alguien creyese, de buena fé, que estamos en presencia de un Luthero flamígero que ha llegado hasta aquí para desterrar a los mercaderes del templo, de una vez y por todas, bastaría mostrarle las estadísticas del dinero recaudado por cada candidato en estas elecciones para que pueda sacar sus propias conclusiones. A diferencia de las variadas lecturas que pueden tener las habilidades oratorias, los gestos para la galería y los efectos especiales de cada candidato, es por la ruta del dinero por donde transita la inversión que el sistema hace para garantizar su futuro y permanencia. Fin de las ilusiones, matemática pura y dura, testimonio final. Veamos los datos, con el 13 de junio del 2008, como fecha de cierre: (8)

– Fondos recaudados por John Mc Cain: $ 102 661 197

– Fondos recaudados por Hillary Clinton: $ 221 704 597

– Fondos recaudados por Barack Obama: $ 272 167 115

Si después de estos datos aún persistiese el optimismo insumergible de algún cándido; si argumentase, incluso, que tales cifras podrían indicar la magnitud de los aportes del pueblo a sus candidatos preferidos, le responderíamos que así no funciona la política norteamericana, no al menos en ligas mayores, y que el Leviatán imperial no se mueve por el aporte modesto de los humildes, sino por el dinero de los grandes donantes, que a fin de cuentas no lo hacen por civismo ni filantropías, sino por promover y garantizar sus intereses. Y aportaríamos, además, lo siguientes datos, con fecha de cierre 8 de mayo del 2008, de CNNMoney. com: (9)

– Los mayores donantes en estas elecciones, hasta la fecha, han sido las grandes corporaciones al estilo de los bancos JP Morgan, Goldman Sachs y Citigroup.

– Por primera vez en muchos años, Wall Street ha invertido en candidatos demócratas (Hillary y Obama) y no en republicanos (Mc Cain). Solamente, la industria de los seguros y las inversiones aportó $ 35 millones a la campaña, el 55% de ellos a los demócratas, medio millón más a Obama que a Hillary, y el doble al primero ($ 7,5 millones), en comparación con Mc Cain.

– También las grandes firmas legales y de abogados favorecieron a los demócratas, con más del 77% de los $ 58 millones aportados. La industria del entretenimiento entregó más de $ 9 millones, de ellos el 82% a los demócratas.

– Los mayores donantes corporativos de Obama, hasta el momento, han sido, Goldman Sachs( grupo de inversiones, ganancias 2006: $9540 millones), University of California, UBS(Banco privado y de inversiones, beneficios del 2007: $ 4384 millones), JP Morgan Chase (servicios financieros, activos por valor de $ 1300 millones) y Citigroup( mayor empresa financiera del mundo, ingresos del 2006: $ 155 mil millones).

Tras conocer estos datos, y cuando nuestro descorazonado optimista se haya retirado, cabizbajo y pensativo, la pregunta que queda flotando en el aire es:

Las grandes corporaciones norteamericanas, sostén y guardianes del sistema, ¿pondrían su dinero, y su futuro, en manos de un político poco confiable o propenso a veleidades, no ya revolucionarias, ni siquiera moderadamente reformistas, si estas no les beneficiasen?

No creo que Vikram Pandit, el actual Presidente de Citigroup, ese monstruo financiero presente en más de cien países, y que compró en el 2007 el fondo de inversiones Old Lane Partners por $ 800 millones, de los cuales fueron a parar a su cuenta particular $ 165,2 millones, tenga los mismos ideales y esperanzas que la mayoría de lo mortales del planeta, esos que si necesitan de un verdadero cambio en las políticas de los Estados Unidos.

Pero, ¡qué extraordinaria casualidad!

El Sr Pandit asumió la Presidencia del Citigroup el 11 de diciembre del 2007, en medio de la mayor crisis de su historia. Hablando ante banqueros ingleses acaba de declarar que…»en muchos frentes, los Estados Unidos avanzan hacia un reacomodo». El Sr. Pandit no es blanco, ni anglosajón. Nació en 1957 en Nagpur, India, y se graduó en 1976 de ingeniero eléctrico, en la Columbia University, la misma donde se graduó Obama. Este tampoco es blanco, ni anglosajón y opta por la Presidencia de un país que atraviesa también la mayor crisis de su historia. Obama, como el Sr Pandit, no se cansa de decir que su país, en efecto, pide a gritos un reacomodo.

En algún lugar leí que cuando Roma necesitó de bárbaros, o sea, de ciudadanos de cuna no romana para cuidar sus fronteras, guiar sus legiones, comerciar en sus plazas y legislar en el Senado, desde ese mismo instante comenzó la caída del Imperio.

Para intentar frenar lo inevitable es que el sistema promueve a Obama, que es lo mismo que promover al fantasma de Tancredi Falconeri.

Cubarte).- ¿Cómo está ocurriendo ya en la cúpula de poder norteamericana la transición silenciosa de una vieja y gastada filosofía de dominación a otra nueva y prometedora? ¿De qué manera se organiza el contraataque ideológico y cultural de un sistema que no se resigna a pasar sin presentar batalla?

De Paul Wolfowitz y Richard Perle a Joseph S. Nye y Samantha Power; del neoconservador Proyecto para el Nuevo Siglo Americano, de 1997, al reporte del Center for Strategic & International Studies(CSIS) sobre el Smart Power, del 2007; de la embajada norteamericana en Bagdad, en la Zona Verde, sepultada entre muros y torres de vigilancia, blanco periódico de andanadas de cohetes de la resistencia iraquí, a los centros culturales para la diplomacia pública que se planean inaugurar en las principales ciudades del mundo, para que las personas de todas las culturas las olviden y reciban el benéfico y salvador influjo de la cultura de masas estadounidense; de George W Bush, que no lee periódicos para evitar que los demás influyan en sus decisiones políticas, a Barack Obama que dice no tener dificultad alguna para reunirse con líderes enemigos de su país, e intentar influir sobre ellos: del aislacionismo arrogante a la aceptación, al menos en teoría, del multiculturalismo y el multilateralismo: todo eso es lo que significa la globalización del gatopardismo que se nos viene encima; esos son los rasgos que caracterizarán la manera nueva en que veremos realizarse las viejas políticas imperiales.

Y lo más preocupante viene si se tiene conciencia de que la situación del capitalismo global es tan desastrosa, que no hay garantías de que sean aplicadas, ni siquiera, estas pálidas reformas culturales, aún en el supuesto caso de que triunfe en las elecciones un candidato suave, como Barack Obama. Porque hasta el aconsejable gatopardismo se archivará, si el establishment siente que pueden estar en juego sus reglas inmutables de supervivencia.

Por lo pronto, un gurú mediático como Arnaud de Borchgrave, editor de «The Washington Times», y director del United Press International y Transnational Threats del CSIS, en su artículo «A move to curb capitalism?», del 30 de mayo del 2008, ha dado la voz de alarma, y es de notar que no se ha referido sólo a la crisis en los Estados Unidos, sino en todo el sistema capitalista. «Las líneas aéreas, por concepto del encarecimiento del precio del combustible, han perdido en el último año, $ 89 billones de dólares, más del doble de lo planificado, y un récord histórico, mucho mayor que las pérdidas como consecuencia de los atentados del 11 de septiembre del 2001… Los paquetes de compensaciones ejecutivas excesivas, la burbuja inmobiliaria, el etanol y la crisis alimentaria mundial, la erosión de la clase media, todo va llevando al mamut del capitalismo a la bancarrota… «(10) Y el peligro no es sólo el que emana de la crisis económica, sino también el que se derivará de la crisis política que inexorablemente le acompañará. ¨Hace pocos años,-recordó de Borchgrave-el filántropo liberal George Soros en la reunión anual de tiburones, en Davos, lanzó una bomba al afirmar que un capitalismo sin freno es un gran peligro para la democracia…»(11) Y mientras peor marcha la economía real, más beneficios acumulan los especuladores de la economía virtual. Según este mismo periodista,…»entre 1986 y el 2006, el número de billonarios se elevó de 350, antes del 11 de septiembre del 2001, a más de 1000, en la actualidad.» (12) No es de extrañar que una ficción, como son los servicios financieros, constituyan hoy el 21% del PIB de los Estados Unidos y sea el sector más importante de la economía privada del país. Y para cerrar sus sombríos pronósticos sobre el futuro del capitalismo global, Arnaud de Borchgrave cita a Francis Fukuyama, a quien llama «enemigo del transhumanismo», o de las manipulaciones genéticas y biotecnológicas del cuerpo humano y sus funciones, quien ha denunciado que «las nuevas tecnologías estarán más asequibles a los individuos y las sociedades más ricas, lo cual generará una nueva superclase social dominante». (13)

La alarma cunde entre los que apenas en las vísperas cantaban loas a la inevitable victoria global del capitalismo, y predecían el advenimiento de un milenio de paz basado en los principios de la Ilustración, una vez derrotado el comunismo como alternativa a las sociedades liberales. Ese mismo Francis Fukuyama, que ahora se inquieta por las aplicaciones desiguales de los descubrimientos científicos y las perspectivas de un mundo regido por elites transhumanas, pretendía ignorar que, a principios de los 90, cuando escribió The End of Historia and the Last Man, otras elites acaparaban los descubrimientos científicos de entonces, reservándolos para su propio provecho, mientras las hambrunas y las enfermedades diezmaban a las poblaciones excluidas del planeta. Tampoco reparó Fukuyama en que ni antes, ni después de la caída de la URSS y del socialismo en Europa del Este, la sociedad basada en la explotación y el reparto desigual de las riquezas creadas con el trabajo de todos, y en las ambiciones y egoísmos geopolíticos asentados en la lucha por la expansión económica y los nuevos mercados, había garantizado, ni podría garantizar, la paz internacional. Aquél desaforado optimismo gnoseológico burgués, del mundo post Guerra Fría, resultó ser un vulgar espejismo, la manera atontada en que el sistema se soñaba a si mismo, olvidando sus pecados originales y la manera perversa y sangrienta en que había emergido e impuesto su dominio al resto del mundo.

Llegada la hora de las dramáticas rectificaciones, ante la vitalidad de una historia que se niega a morir, Fukuyama ha reconocido, a fines de mayo del 2008, que…»sus ideas emblemáticas de los 90 no tienen aplicación universal» (14). No hacía falta decirlo, cualquiera lo podía haber constado, a simple vista. Bastaba, por ejemplo, una mirada al panorama político latinoamericano, donde las ideas favorables al socialismo, y la propia vocación socialista de algunos de sus gobiernos democráticamente elegidos, son más palpables que en tiempos de la URSS y de la marea alta del socialismo mundial. Un reciente libro de Robert Kagan, investigador principal del Carnegie Endowment for International Peace y columnista del The Washington Post, lo resumía en su título The Return of History and the End of Dreams, que deja escuchar un suspiro acongojado escapado del pecho del sistema que se creía vencedor y eterno. No en vano un desilusionado Kagan concluye la Introducción de su obra con una dura constatación: «Las principales predicciones acerca de los años posteriores al fin de la Guerra Fría colapsaron más rápidamente de lo que fueron formuladas.» (15)

En medio de tiempos convulsos vuelven los fantasmas del pasado, algunos de los cuales se creían definitivamente enterrados. Eso está ocurriendo con el concepto de clases sociales, piedra angular de la concepción materialista de la Historia, de Marx. Su retorno, del brazo de la historia a la que hacía referencia Robert Kagan, preludia un retorno a los análisis marxistas para entender una realidad desbocada, de la cual la crisis económica en ciernes es apenas un heraldo. «Para la mayoría de los medios norteamericanos, el análisis de las noticias no rebasa los criterios de raza, cultura y género,… tal parece que los periodistas se sienten más confortables siguiendo los ritmos de las políticas de identidad o raciales, antes que enfocándose en la economía.- escribió Joel Kotkin en un revelador artículo titulado Class war could replace culture war- Los problemas económicos serán cada vez más importantes en las próximas décadas… Lo que el país realmente necesita es expandir las oportunidades para la clase media y la competitividad norteamericana en la arena internacional… Para la clase política y los medios, pasar de la cultura y las razas a las clases y elevar la movilidad entre ellas, representa un desafío enorme. Algo debe hacerse, lo antes posible si los Estados Unidos quieren asegurar un futuro decente a sus ciudadanos…» (16)

Los desafíos son demasiado grandes, aún para el astuto y dúctil gatopardismo con que se pretende dar un nuevo aire al sistema.

Los tiempos de la Guerra Fría, en que un puñado de chicos creativos de la CIA o el FBI era capaz de transformar en las personas la percepción de la realidad, mediante emisiones radiales, caricaturas, falsas noticias, y la difusión de rumores, parecen cosas de un pasado prehistórico. Hoy todo es más complejo, y a la vez, más sencillo. Lo que no ha cambiado es la certeza de que las herramientas culturales sirven, eficazmente, para adelantar, promover, imponer y defender los intereses de una superpotencia, como los Estados Unidos. Los medios para llevar a cabo la tarea son, por supuesto, más sofisticados, pero el concepto central se mantiene invariable: la cultura es un arma poderosa en la batalla de las ideas, y por eso, debe estar siempre en la primera línea de combate. La aplicación en nuestros días de esa vieja máxima a la lucha por desestabilizar gobiernos considerados enemigos u hostiles a los intereses norteamericanos, así lo demuestra. Y ese es el caso, por ejemplo, de la guerra cultural que se lleva a cabo contra países como Cuba, Venezuela o Bolivia, por sólo mencionar tres del Hemisferio Occidental.

En el caso de Cuba, los ayer entusiastas promotores de la guerra cultural en su contra se muestran hoy ansiosos y desgastados: saben, al cabo de medio siglo, que ha sido una lucha estéril en la cual han consumido, no sólo sus energías físicas y mentales, sino también una buena parte de los infinitos millones que el Imperio dedica para subvertir gobiernos que considera hostiles. La contra ilustrada cubana se reconoce carentes de asideros en la vida cultural de la isla. Al igual que el sistema que la amamanta, está abocada a evolucionar o perecer. Probados todos los disfraces y todas las máscaras posibles, se siente envejecida y decadente, y ha llegado a percibir la esterilidad de continuar moviéndose por el laberinto de sueños jamás cumplidos. Eso no significa que dejará de intentarlo, todo lo contrario: seguirá atacando con desespero, difamando de todas las certidumbres que compartimos, intentando demoler todas las autoridades, minando todas las instituciones. Su momento de la verdad le llegará a partir del 2009, una vez que asuma la nueva administración norteamericana.

Para la Revolución cubana, para su pueblo, para sus artistas e intelectuales, se acercan también momentos de prueba. La batalla de ideas entrará en una fase nueva, inédita. El instinto de conservación de un sistema mastodóntico, como el capitalismo, que está tocando fondo, se deberá imponer a los sueños de grandeza imperial. El imperialismo norteamericano sabe que desaparecerá si no evoluciona. Por eso está dispuesto a cambiar todo lo que no cambie sus esencias, especialmente sus métodos, para mantener intocables esas mismas esencias. Aún con dolor de su alma, que apuesta por alguien como Mc Cain, es posible que, institucionalmente apueste por alguien como Obama. Bien lo valen, cree, sus glorias pasadas, sus buenos tiempos viejos en que el mundo era tan sencillo de dominar, penetrar, subvertir y explotar.

En las elecciones de este año, los estrategas del soft y el smart power tienen posibilidades reales de llevar a la Presidencia a su candidato. Aún cuando triunfe el candidato republicano, las políticas del gobierno norteamericano experimentarán un cambio sustancial en los métodos, no en los contenidos. Y la Humanidad, en su conjunto, se adentrará en una fase nueva de la lucha ideológica, política, cultural, incluso, militar, en la cual se estará jugando su propio futuro. No es osado predecir que nos acercaremos a métodos y manifestaciones nunca antes experimentadas de guerra cultural, y a desafíos ideológicos inéditos, que obligarán a los revolucionarios a replantearse muchos de sus propios métodos de combate en la batalla de ideas, incluso, una parte de sus discursos legitimadores.

Un anticipo de lo que vendrá puede ya apreciarse en enfoques y puntos de vista que se esconden detrás de noticias aparentemente inocuas, pero que, tras un detenido análisis, se revelan como retos ideológicos inusuales. Pero a la hora de efectuar predicciones, la única garantía que tenemos para acertarle al futuro es volver la vista atrás, a las enseñanzas del pasado.

Es que no hay fórmula invencible en el terreno de las ideas. Por mucho dinero que el enemigo disponga, lo que decidirá esta batalla es el nivel de cultura general integral de un pueblo, los flujos de información variada, amena y diversa de que disponga, y la unidad nacional alcanzada a través del proceso histórico. Desde ese ángulo, aún con insuficiencias y dificultades, el pueblo cubano muestra una singular fortaleza, difícil de encontrar en el mundo, lo cual sólo significa que es un capital que no debe ser dilapidado.

Las fórmulas del soft y el smart power no son infalibles. Un artículo de Josef Joffe publicado el 14 de mayo del 2006 en The New York Times se titulaba, precisamente ¨The Perils of Soft Power¨. Escrito para procurar la eficacia de este método, y de otras herramientas de dominación norteamericanas, Joffe reconocía que…»el soft power no necesariamente incrementará el amor que siente el mundo hacia los Estados Unidos. Mientras se trate de poder, de este o cualquier otro tipo, siempre podrá generar enemigos.»(17) El problema fundamental de este enfoque radicaba, en opinión de Joffe, en que…»independientemente de que cientos de millones de personas de todo el mundo se vistan, escuchen música, beban, coman, miren televisión o cine o bailen al estilo norteamericano, no necesariamente se identifican esas costumbres cotidianas con los Estados Unidos. Una gorra de baseball del equipo de los Yankees es el epítome de lo norteamericano, pero llevarla no significa que se conozca, y mucho menos que se apoye a estos deportistas de Nueva York. Lo mismo ocurre con las canciones, la comida o los filmes… Esos productos difunden la imagen, no necesariamente la simpatía. Hay poca relación entre los artefactos y los afectos… Los Estados Unidos suelen ser rechazados al mismo tiempo que son imitados… La imitación y la ingratitud son el juego más antiguo en la historia de las naciones.» (18)

Eso es cierto, pero el artículo de Joffe no deja de aparecer ante mis ojos como una astuta cortina de humo, un llamado a bajar la guardia y dejarse invadir por la avalancha, sin intentar oponer resistencia. No es precisamente el rechazo cultural, la activación anti-norteamericana y la ingratitud lo que hemos presenciado en la mayoría de los lugares del planeta sometidos a la banalización sistemática de sus jerarquías culturales, bajo el influjo de innumerables productos y servicios norteamericanos. Y a pesar de eso, en el caso de Cuba, hay motivos para el optimismo.

Para fundamentar mi seguridad en la victoria ante estos nuevos retos, he elegido imaginar lo que por estos días debe estar ocurriendo en el otrora lujoso piso que ocupaba el Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, en el no menos lujoso edificio del American Entreprise Institute, de Wáshington. Ese templo neoconservador, corazón y cerebro del programa de contrarrevolución mundial que inició su etapa final con la llegada de George W. Bush al poder, era visitado en procesión, durante su edad de oro, por grupos de fieles y peregrinos de medio mundo que llegaban en busca de la Palabra Neoconservadora Revelada; por la señal del Olimpo capaz de abrir todas las puertas y sacralizar todas las alianzas en ese difícil arte de saber claudicar ante el poderoso y ponerse a su incondicional servicio.

Caravanas de empresarios, militares, filósofos e historiadores de todo el mundo, al llamado inequívoco de los clarines imperiales, llegaban hasta allí. Fue mayor el arribo de visitantes en la medida que se iniciaba una guerra prolongada, inédita: la del Imperio contra enemigos terroristas invisibles agazapados en oscuros rincones del planeta. Sobre esos pueblos y estados fallidos pronto caería la cólera divina, con tal contundencia, que, como se proclamaba entonces, correrían a ponerse al amparo de la misericordia del Poder Global que les fruncía el ceño.

Pero nada ocurrió de esa manera.

De aquellas oficinas espléndidas, de donde partían los funcionarios que ocuparían las satrapías y consulados imperiales en las colonias de ultramar; de aquellos locales colmados de tecnología que permitía a los neoconservadores mostrarse en los televisores del planeta con esa benévola arrogancia que los caracterizaba; de tantos flashes de fotógrafos, trasegar de influencias, aprobación de millones y rumores de muchedumbres embelesadas por el brillo de unos visionarios todopoderosos, fanatizados con el legado de Ronald Reagan, sintetizado en la frase «fortaleza militar y claridad moral», hoy queda, apenas un fantasmal empleado que embala en cajas de cartón, sin prisa alguna, las ruinas de lo que el viento se llevó. Y queda el silencio, el más profundo y aplastante silencio.

Nada deja tras de si, aparte de muerte, maldiciones y destrucción, una casta que intentó reinar con mano de hierro, recitando en griego los Diálogos de Platón, y creyéndose inmutable y eterna, venida al mundo para gobernar.

Nada queda de aquel trasnochado intento de extender el Imperio, a como diese lugar, hasta el confín conocido de la Tierra, siguiendo las recetas de Leo Strauss y Albert Wohlstetter.

La Humanidad despide, por estos días, con un suspiro de alivio, a la era neoconservadora y se apresta a recibir, qué remedio, a la del soft y el smart power, a la nueva casta de los nuevos realistas que procurarán lo mismo, pero con manera suaves y rostros amables y multiculturales.

Despedir a los que parten da fuerzas para recibir a los que llegan.

No pasarán.

Notas:
1) James Traub: » Is (His) Biography (Our) Destiny?». The New York Times Magazine, 4 de noviembre del 2007.
2) Idem
3) Idem
4) Idem
5) Daan de Witt: «The Men Behind Obama: interview with Webster Tarpley . 16 de mayo del 2008. En: http: //cleepjournal.com
6) James Traub. Oport Cit.
7) Eleanor Hall: «The World Today: Fukuyama backs Obama for US Presidency», 27 de mayo del 2008. En: http: //www.abc.net.au
8) Fundrace 2008. En: http: // www.huffingtonpost.com
9) Alexandra Twin: Election ´08: Wall Street´s Big Donors . En: http://www.cnnmoney.com
(10) Arnaud de Borchgrave: «A move to curb capitalism?» . The Wáshington Times, 30 de mayo del 2008.
(11) Idem.
(12) Idem.
(13) Idem.
(14) John A.: «The End of a neocon Fukuyama «. The Australian, 31 de mayo del 2008.
(15) Robert Kagan: «The Return of History and the End of Dreams». Introducción. En: http: www.amazon.com
(16) Joel Kotkin: «Class War could replace Culture War». Político, 16 de abril del 2008.
(17) Josef Joffe: «The Perils of Soft Power». The New York Times, 14 de mayo del 2008.
(18) ibidem